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Camilo Cela: La cruz de San Andrés

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A través de una estremecedora y minuciosa confesión, Matilde Verdú, nos hace un relato puntual de su vida. Sexo, frustración, locura y muerte se entrelazan íntima y amorosamente hasta componer un retablo magnífico, que incluye desde los pequeños acontecimientos hasta los sucesos más dramáticos de su existencia.

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no soy lesbiana, hace va muchos años que no me hacen gozar las mujeres, fui lesbiana pero ya no lo soy la agente Paula Fields me encarga que escriba los siete sucesos que señalaron la vida de mi marido; a ningún marido le pasaron nunca siete sucesos interesantes y reseñables en su vida, una lesión tuberculosa en cada pulmón, un metrallazo en el pecho, la cárcel, el exilio, un hijo muerto en accidente náutico, otro hijo muerto de sida sobre un rimero de versos, el asesinato ritual de la propia esposa en la mesa del comedor y con un cuchillo de hoja ancha con punta, filo y contrafilo, un cuchillo no de matar osos o jabalíes sino de trinchar alces y renos asados al espetón, pero eso no importa, a mí me anticiparon mucho dinero, bueno, mucho dinero para mi exhausta bolsa, la verdad es que no llegó a los seiscientos mil dólares, y aunque al principio lo dudé, ahora que ya no me queda más que un año escaso de vida, eso es lo que dicen los médicos a mi marido y a nuestros hijos y nueras, todos crueles y avergonzados, todos ávidos y parásitos, acepto la propuesta y empiezo esta crónica desorientada y levemente ortodoxa: todos debemos someternos a las sabias normas dictadas por los comerciantes y los síndicos.

No sé por dónde empezar. Mi tía Marianita murió en la iglesia de los jesuitas de Juana de Vega durante la novena de la Virgen del Perpetuo Socorro, el quinto día de la novena, se atragantó con una almendra garrapiñada y se le cortó la respiración de repente, antes hizo unos raros sonidos, unos amargos ronquidos con la garganta, pero nadie le hizo caso porque creían que estaba de broma, mi tía Marianita era muy ocurrente y chistosa, cuando se le paró el corazón y se cayó al suelo la taparon con un abrigo y esperaron a que terminara la novena.

– ¿Y no se movía?

– ¿Cómo se iba a mover si estaba muerta?

Después la llevaron a su casa de la calle del Parrote, mi tía Marianita era amiga de doña Leocadia, la protectora de Javier Perillo, pero más decente y más cumplidora del deber.

– ¿Para con Dios y los hombres?

– Pues, sí, quizá sí, por lo menos con Dios, quizá más con Dios que con los hombres.

No soy culpable de la almoneda que hemos hecho de los valores tradicionales, yo no soy sino una mujer de mal carácter, sé que no tengo amor, ni recibo ni doy amor, ni brindo amor, ni regalo ni vendo amor, ni incendio amor como si quemase ancianos muertos, hombres muertos, mujeres muertas, niños muertos, perros y cabras muertas en Benarés, lo sé de sobra, se conoce que mi cuerpo y mi conciencia están ya horros de buenas vibraciones, sé que se resquebrajó en mi espíritu el nivel vibratorio de la energía vital, yo no soy sino una mujer ya no joven y de mala salud, de muy ,mala salud, sé que en mí corazón anidan el odio, la envidia y el resentimiento, sé que no soy más que una agonizante, sé que mi cadáver acabará en la sala de disección del hospital entre jóvenes estudiantes muertos de risa, es muy gracioso llevarse un dedo de muerto en el bolsillo con uña y todo, llevarse el pene es más deslucido porque se queda en nada, y echárselo a la patrona de la fonda en la tartera del ragú, así se va uno sobreponiendo al asco.

– Recapacite usted en el hecho de que asesinar niños es menos comprometido y azaroso porque no suelen ver el peligro que los acecha, algunas niñas lo adivinan.

Ahora me doy cuenta de que he perdido la capacidad de mentir, se conoce que las circunstancias me vuelven la espalda al hedor de la derrota, tampoco debo hacerlo, no se debe mentir jamás, y también he perdido la otra capacidad, la de odiar y envidiar con paciencia, con muy severa y serena perseverancia, lo mejor sería desvanecerse como un quejido imperceptible y maldecir a los girondinos, a veces me gustaría haber nacido mujer muy elemental y fértil o muy sofisticada y yerma. Comandos israelíes dejan a medio Egipto sin energía eléctrica.

Vamos a considerar la situación con serenidad. El viento sopla con ira contra el rompeolas del Orzán espantando a las putas de la calle del Papagayo que tampoco son demasiado asustadizas, Marica la Caralluda de Valadouro, Trinidad la Madrileña, Carmela Conacha Brava y otras, todas capaces de plantar cara a un marinero inglés borracho; los cabritos del país suelen ser más mansos y complacientes, también más puntuales y considerados, aunque aún se recuerda el piano que tiró un señorito por el balcón, le ayudaron tres amigos, Moncho, Teófilo y Floro, y el cura castrense don Severino Fontenla, al que se le disparaba un poco un ojo.

– El del piano sería un señorito de buena familia.

– Claro; si no, ni se le hubiera ocurrido… Perdone, estaba usted hablando del viento del rompeolas.

Hoy es el sexagésimo tercero aniversario de la II República Española y los republicanos de la Peña Dicenta se reúnen a comer en La Criolla, en la calle de Fuencarral de Madrid, todavía quedan tres o cuatro, mi marido y dos o tres más, mi marido era republicano de Martínez Barrio, ha pasado va mucho tiempo; el libro lo tengo que entregar ya día 1 de setiembre, así que debo darme cierta prisa porque el zurriago del tiempo pasa volando como una gaviota.

– ¿Incansable?

– Usted lo ha dicho, incansable como una gaviota a muchas millas de la costa.

El viento sopla y se vapulea contra el rompeolas del Orzán y los cantiles de la Torre de Hércules y la gente -se agolpa con curiosidad porque la mar arrastra un cadáver de pantalón vaquero y con el torso desnudo, nadie lo ve pero en el pecho lleva tatuada una mujer de larga melena, los ahogados navegan siempre boca abajo y eso no es la ley de la gravedad, eso no tiene nada que ver con la ley de la gravedad. Loliña Araújo, la abuela materna de los cinco López Santana, el Araújo les venía después, estaba en primera fila, hasta le salpicaba el agua, le daba en los ojos y en el escote, la boca le sabía a sal y disfrutaba medio hundida en el raro y estruendoso silencio que la rodeaba, sólo oía el bramar de las olas y el latido del corazón en las venas de la frente, una a cada lado, en las sienes.

– ¿Cuántos muertos se llevará la mar cada invierno?

– ¿En todo el mundo?

– Sí.

– No sé, más de cien.

– ¿Incluidos chinos y griegos?

– Sí.

A Loliña Araújo casi nadie le llama doña Loliña, la verdad es que el único que no le apea el tratamiento es Baldomero, el sacristán de la parroquia de Santa Lucía, en la plaza de Lugo, que es muy coqueto y que cuando sale de paseo se pone al cuello un fular de seda de color verde con dibujo de flores, tiene otro amarillo pero no lo luce más que cuando va a darse una vuelta por la plaza de María Pita, Baldomero Calvete parece un playboy, ahora los sacristanes no son como los de antes, ahora leen revistas del corazón y hacen crucigramas; Baldomero se bebe el vino de la misa y el aceite de las lamparillas, también se come las hostias sin consagrar, claro, las moja en el chocolate, y se masturba cruelmente, parece un perro lulú, en el confesonario del fondo, el primero de la izquierda según se entra de la calle, yo lo vi más de una vez, inciensándose las partes con tabaco de pipa, con aromático tabaco holandés, y medio ahogándose con todo muy cerrado, ésa es una mala costumbre que puede costarle la vida, ¡Dios no lo quiera!, a veces iba solo a verlo, no era difícil porque estaba muy ensimismado, muy a lo suyo, me daba mucho ánimo verlo, zas, zas, como si se le acabara el tiempo para siempre. En La Coruña pasan cosas muy raras, aun más que en Orense o en Zamora. A Loliña Araújo le dicen Faneca de apodo, a ella le gustan mucho las fanecas bien fritas en aceite de girasol, que es más barato. Loliña Faneca es gozosa y amorosa, siempre se sintió cómoda y reconfortada con un hombre al lado, con un hombre encima, ahora ya no los encuentra con tanta facilidad como antes, eso nos pasa a todas. Loliña Araújo es una mujer menuda, de moño bajo y aspecto modesto, el temple y la procesión le van por dentro, parece una artesana de órdenes o de Betanzos o de Corcubión. Loliña Araújo no se lleva demasiado bien con Guillermina Fojo, su nuera.

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