Camilo Cela - Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca para dos muertos toma su título de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas señaladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia física, bajo la recurrencia cíclica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el finísimo e infalible oído de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda música verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sitúa en una perspectiva histórica este recitativo de una maestría técnica y expresiva indeclinable, que llega al máximo refinamiento y a la magia tribal desde una estética que no elude enfrentarse a lo fatal o bárbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un clásico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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– El Enemigo Malo recurre a mil argucias para incitarnos al vicio y alejarnos de la senda verdadera.

– Sí, padre.

– Y, además, según observo, esas cartas están escritas en francés. ¡Desechad de vosotras la ocasión del pecado!

– Sí, padre.

El P. Santisteban, S. J., sorbió un pellizco de rapé, estornudó tres veces, ¡Jesús, Jesús, Jesús!, se sonó con estruendo, saboreó el último traguito de cascarilla, se terció el manteo con muy sabio ademán y adoptó un aire solemne, tribunicio y senatorial.

– ¡Arrojadlas a las llamas!

– ¿A cuáles, padre?

– ¡A las que sean!

– Sí, padre.

El insigne religioso dominico santanderino Rvdo. P. Daniel Avellanosa, predicador general y miembro de la Sociedad Geográfica, pronosticó que el número 25.888 sería, como así sucedió, el del premio mayor de la lotería de Navidad. Cuando a Raimundo el de los Casandulfes se le quitaron del todo las ladillas, la señorita Ramona respiró.

– Creí que ya no me querías, Raimundiño, pensé que ya no te gustaba, ¡qué malos días me hiciste pasar!

– No, tonta, es que tenía muchos problemas y preocupaciones.

– ¿No me los puedes decir?

– No; ésas no son cosas de mujeres, no las sabríais entender.

– ¿Es algo de política?

– Dejemos esto, lo importante es que estamos otra vez juntos.

Ádega se sabe bien sabida la historia de los Guxindes, hay quien les dice Moranes, que es casi lo mismo.

– Su pariente el santo Fernández era hermano de su bisabuela Rosa. A su pariente el santo Fernández lo martirizaron los infieles en Damasco, lo tiraron desde lo alto del campanario y tardó varias horas en morir. Su pariente el santo Fernández murió confesando la religión católica, los infieles le decían ¡abjura de tu fe, perro cristiano!, y él les respondía ¡no me sale de los cojones, mi fe es la verdadera! Su pariente el santo Fernández fue siempre muy templado. Antes de irse mártir, su pariente el santo Fernández tuvo varios hijos, dicen que once, cada vez que venía a España preñaba a alguna; a los hijos, para reconocerlos cuando hiciera falta, los marcaba al fuego debajo de la tetilla izquierda con una sortija de hierro que tenía. Me acuerdo muy bien de uno, el más pequeño, Fortunato Ramón María Rey, al que su pariente el santo Fernández echó en la inclusa de Santiago con tantas pesetas como días tiene el año, para que un ama lo criase. A Fortunato, cuando su padre subió al cielo llamado por Nuestro Señor, lo trajo para Orense un tal señor Pedro, de las montañas de los Peares, lo llevó a una aldea que no me recuerdo cómo se llama, si Moura o Lourada. El chiquillo salió de Santiago llamándose Fortunato Ramón María Rey pero creció con el nombre de Ramón Iglesias, con lo que perdió la herencia de un millón de reales que le dejara su padre el santo Fernández para cobrar a la mayoría de edad; en esto de las herencias, sus parientes fueron siempre muy descuidados, bueno, unos más que otros, claro.

Tío Cleto es muy higiénico y aprensivo, se pasa el día frotándose las manos con alcohol y tiene los nudillos en carne viva.

– ¿Qué trabajo cuesta guardar unas normas elementales?

– Pues, sí, verdaderamente.

Tío Cleto va siempre de guantes, hasta toca el jazz-band de guantes, por dentro les da polvitos de seroformo para que no se le peguen a los nudillos descarnados.

– Vivimos rodeados de miasmas y nuestro deber es defendernos de las infecciones que nos acechan: el cólera, la lepra, el tétanos, la gangrena, el muermo, ¿para qué seguir?

Tío Cleto exonera el vientre al aire libre y de cara al viento (para escupir hace al revés) y se limpia el trasero con las más tiernas hojas del cogollo de una lechuga recién cortada.

– Serán siempre pocas todas las precauciones que nos tomemos.

– Puede.

Tía Jesusa y tía Emilita rezan el rosario completo, el de los quince misterios, al final se quedan dormidas de aburrimiento. Tía Jesusa y tía Emilita se aburren como ostras, también están medio anestesiadas, lo único que les distrae un poco es considerar lo mal que se porta tío Cleto con ellas, en fin, allá él, ¡él se condenará!

Tía Jesusa y tía Emilita hablan con voz de flauta de sacristía, parece que van a predicar los ejercicios espirituales.

– ¡Muchas cuentas tendrá que dar a Dios nuestro pobre hermano el día del Juicio Final!

– Bueno, todos, quién más, quién menos, hemos de vernos en apuros en semejante trance.

– Por eso conviene prepararse para bien morir, Camilito, tú no te confíes. ¡Acuérdate de Fleta, que se murió de repente y sin confesión!

– No, no; descuida, tía, yo ya estoy bien atento.

Las tías no conocían a Pepiño Xurelo, oyeron hablar de él pero no lo conocían. Hay personas que pasan por la vida llamando la atención, aunque no quieran, y otras en las que nadie repara por más que se esfuercen. Concha da Cona estaba cada día más guapa y alegre, a las mujeres jóvenes se les ponen las carnes muy lozanas cuando enviudan, la naturaleza es muy sabia y suele barnizar el dolor de cachondería para permitirnos seguir viviendo. Concha da Cona toca las castañuelas como una gitana.

– ¿Dónde aprendiste?

– En mi casa, con un poco de paciencia; esto de tocar las castañuelas es como respirar, al final sale solo.

Concha da Cona canta cuplés con gusto y con buena voz. Concha da Cona es una máquina de vivir, al contrario de Pepiño Xurelo que es una máquina de morir, hay cosas que no tienen buen arreglo. Concha da Cona tiene el mirar altivo y descarado, a lo mejor es hija de un conde o de un general, la sangre de las familias que llevan algún tiempo comiendo caliente es algo que no se puede ocultar. Concha da Cona duerme toda estirada, ésa es otra señal de confianza.

– ¿Se da usted cuenta de que tiene el pelo como la seda y de que anda balanceándose un poco? Concha da Cona, de haber tenido instrucción, hubiera podido llegar muy lejos, a patrona de casa de huéspedes, a peluquera, a dueña de una mercería o a algo por el estilo, pero Concha da Cona no sabe ni leer ni escribir y tiene que aguantarse.

– ¡Paciencia, hermana!

– Eso es, paciencia y salud para seguir barajando.

Concha da Cona, una temporada que anduvo por lejanas ciudades (Valladolid, Bilbao, Zaragoza), fue modelo de pintor, lo dejó porque pasaba mucho frío sin salir de pobre, para eso no merece la pena enseñar las tetas.

– Y además da rabia que le miren a una como a un perchero.

Tía Jesusa tuvo un novio farmacéutico, bueno aún no había terminado la carrera, le faltaban dos asignaturas, Ricardo Vázquez Vilariño, que se le murió en la guerra, se alistó en las Banderas Gallegas y lo mataron el día de año nuevo de 1938 en Teruel, al mismo tiempo que a su jefe el comandante Barja de Quiroga. Tía Emilita también tuvo un novio, Celso Varela Fernández, aparejador, que la dejó plantada y se le fue con una cómica, tía Emilita lo disculpaba,

– Una lagartona, una verdadera lagartona, contra esas mujeres los hombres no tienen ninguna defensa, Celso era bien bueno, pero esa mala pécora lo embaucó con sus artes y sus carantoñas, ¡pobre Celsiño!

Esto que se acaba de decir no es cierto, tía Jesusa y tía Emilita no tuvieron jamás novio, las dos se quedaron desde muy jóvenes para vestir santos de palo. Robín Lebozán se puso ante el espejo y habló con muy medida compostura.

– Yo siempre diré que fueron novios, soy muy caritativo y tampoco quiero cambiar, pero tía Jesusa y tía Emilita podrían haber sido las madres del estudiante de farmacia y del aparejador. Me es igual que la gente se confunda, yo sólo quiero cumplir con los dictados de mi conciencia.

Celestino Carocha, o sea don Celestino, el cura de San Miguel de Taboadela, tiene sus más y sus menos con Marica Rubeiras, la de los Tunos, una casada joven y bien parecida de la aldea de Mingarabeiza cuyo marido lleva los cuernos sin dignidad. Don Celestino se ve con Marica en el campanario, el sitio no es cómodo pero sí tranquilo.

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