Iain Banks - El puente

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El puente: краткое содержание, описание и аннотация

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El hombre que se despierta en el mundo extraordinario del puente sufre amnesia, y su médico parece no querer curarlo. Pero ¿eso importa?
Explorar el puente ocupa la mayor parte de sus días. Pero por la noche están sus sueños. Sueños en los que los hombres desesperados conducen carruajes sellados a través de montañas yermas rumbo a un extraño encuentro; un bárbaro analfabeto asalta una torre encantada mediante una tormenta verbal; y hombres destrozados caminan eternamente sobre puentes sin fin, atormentados por visiones de una sexualidad que los lleva a la perdición.
Yacer en cama inconsciente después de sufrir un accidente no parece muy divertido a simple vista. ¿Y si lo es? Depende de quién seas y de lo que hayas dejado atrás.
Iain Banks está considerado como uno de los escritores más innovadores de la narrativa británica actual. El puente es una novela de contrastes perturbadores, donde se funden el sueño y la fantasía, el pasado y el futuro.

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Finalmente (el doctor no estaría nada contento si se enterase), me rindo.

Me paso las horas siguientes vagando por diversas galerías pequeñas de una sección lejana del puente, bastante apartada de las zonas que suelo frecuentar. Las galerías son oscuras y rancias, y los guardas parecen sorprendidos de que alguien quiera acudir a contemplar sus exposiciones. No encuentro nada que me satisfaga; todas las obras parecen desgastadas y pasadas; los cuadros, descoloridos y las esculturas, desinfladas. No obstante, todavía resulta más decepcionante la aparentemente enfermiza visión distorsionada de la forma humana que todos los artistas parecen compartir. Los escultores la han transformado en una imagen estrambótica semejante a la de las propias disposiciones del puente; los muslos parecen artesones, los torsos se convierten en tubos estructurales y las extremidades son vigas tensadas. Las articulaciones de los cuerpos están construidas con remaches pintados de rojo, y las vigas tubulares son miembros que emergen hacia grotescos conglomerados de metal y erupciones tumorosas de celdas veteadas. Las pinturas exhiben más o menos el mismo tipo de inquietud artística; una muestra el puente como una línea de enanos deformes en pie entre aguas residuales o sangre, con los brazos entrelazados; otra muestra una única formación tubular con serpenteantes venas azules que destacan bajo la superficie ocre, y pequeños hilos de sangre que emergen de cada uno de sus remaches.

Justo bajo esta parte del puente se encuentra una de las pequeñas islas que sirven de soporte a una de cada tres secciones.

Dichas islas son más o menos regulares en lo que respecta a la superficie y el tamaño aproximados, pero varían en la forma y en el uso. En algunas hay viejas minas y cuevas subterráneas, otras están cubiertas casi en su totalidad por trozos de hormigón que se desprenden de la estructura y por fosos circulares que parecen viejos emplazamientos de armas. Algunas son la base de edificios en ruinas, antiguas bocas de pozo o viejas fábricas derruidas. La mayoría de las islitas tiene un puerto en un extremo, y algunas no muestran signo alguno de vida humana, sin construcciones de ningún tipo, con simples extensiones verdes recubiertas de algas marinas.

No obstante, tienen en común un misterio: cómo pudieron llegar ahí. Parecen naturales, pero, juntas, vistas desde su lineal uniformidad, las islas comparten una especie de patrón, un orden innatural que las hace incluso más extrañas que el puente, al que, de forma intermitente, sirven de soporte.

Lanzo una moneda por la ventana del tranvía que me lleva a casa. Puedo ver cómo su brillo se adentra en el mar, no en una de las islas. Otros dos pasajeros también lanzan monedas, y por un momento, tengo la breve y absurda visión del aspecto del mar en el futuro: aguas repletas de monedas, rebosantes de los residuos monetarios de deseos pedidos, en torno a los huesos huecos de metal de un puente rodeado por un sólido desierto de dinero.

De nuevo en mi apartamento, antes de irme a la cama, observo durante un rato al hombre de la cama de hospital. Miro su imagen granulosa y gris con tanta atención y tanto tiempo que casi caigo hipnotizado por esa estampa quieta e inexpresiva. Arraigado en la oscuridad del anochecer, con la mirada fija, me parece que no estoy mirando una pantalla fosforescente de cristal, sino más bien una lámina de metal brillante, con un grabado lineal veteado en una resplandeciente tabla de acero.

Espero a que suene el teléfono.

Espero a que vuelvan los aviones.

Entonces, aparece una enfermera, la misma de antes, con la misma bandeja metálica. Se rompe el hechizo, se quiebra la ilusión de la pantalla de acero.

La enfermera prepara la jeringuilla otra vez y frota el brazo del hombre con un algodón. Me estremece un escalofrío, como si ese alcohol, ese néctar, recorriese mi cuerpo entero y me congelase la sangre.

Cuatro

Era el mago el que me lo dio, me dijo que era un familiar; sí, sí, un duende de esos que sirven para ayudar a los magos y eso, sentado en mi hombro dando el coñazo todo el rato. No se puede aguantar, pero no tengo más cojones, porque lo tengo ahí pegado y no para de hablar y hablar. El mago me dijo que me ayudaría; me dijo que me diría cosas, pero pensaba que eran cosas útiles y no mierdas, porque solo dice cosas raras y no calla. Quería sobornarme porque pensaba que lo iba a matar, y sí que iba a matarlo, y me dijo que si no lo mataba me daría a un familiar para vigilar por las noches y ayudarme y eso. Y le dije, bueno, vale, a ver qué hace el familiar ese, y el mago va a su armario y saca una caja pequeña y mete algo dentro y dice unas palabras o algo así (yo lo vigilaba de cerca, por si intentaba algo raro, tenía la espada en su cuello, por si intentaba convertirme en algún bicharraco o algo, pero no). Saca de la caja una cosa rara como un gato o un mono, todo peludo y negro, con dos alas negras en la espalda y los ojos bizcos, y me lo pone en el hombro y me dice: «toma, muchacho». Y a mí me acojonó un poco porque era una cosa rara sentada aliado de mi cabeza, pero yo aún tenía la espada en el cuello del mago, y miré a la cosa de ojos saltones y le pregunté: «entonces, ¿dónde está el puto oro?», y me contestó, «en el baúl detrás de la cortina, pero es un baúl mágico y parece que no tenga nada, pero tú podrás sentir el oro y se hará visible cuando lo saques». El mago podía sacar el oro como yo, así que le hice ir y cogerlo, y lo que dijo el familiar era verdad, así que le pregunté qué tenía que hacer entonces y me dijo: «Para empezar, mata a este viejo; es un cliente conflictivo». Así que me cargué al mago, pero la cosa peluda no dijo nada útil desde ese momento, está agobiando todo el día y eso.

—... por supuesto, según las normas preceptivas de la Nueva Simbología, y tal como se representa en la Gran Cábala francesa, la torre representa el refugio, la limitación de contacto con el mundo real, una extrospección filosófica. En resumen, no guarda relación alguna con la preocupación literalmente infantil por el simbolismo fálico que mencioné anteriormente. De hecho, excepto en el caso de las sociedades más opulentas de moralidad, cuando las personas quieren soñar con el sexo, sueñan con el sexo. En realidad, la combinación de las cartas La Toury La Mine en el juego menor se considera particularmente reveladora, y la preeminencia de la torre sobre el foso, ciertamente, denota una resonancia sexual de propósitos predictivos, que la simple combinación de refugio y miedo al fracaso no parece implicar de inmediato; no obstante...

Lo que decía, para volverse loco, joder. Y no puedo quitarme al puto bicho del hombro porque tiene las garras clavadas en mi carne y eso. Ahora no me duele, pero verás cuando me lo haya quitado... y ni siquiera puedo darle un golpe con una roca o clavarle la espada porque se pone a gritar como un loco y a saltar y no hay forma de darle, así que mejor no pierdo el tiempo y eso.

Igualmente, todo me ha ido bien desde que está conmigo, así que a lo mejor me da suerte y todo. Porque pensaba que las cosas serían fáciles sin el mago, pero no; yo soy un caballero de la espada, y no un puto brujo. Además, se conoce que se me ha dado todo bien desde que llevo al familiar en el hombro, y encima me ha enseñado palabras nuevas y eso, así que ahora soy mucho más culto y todo. Ah, sí, y me he olvidado de decir que si intento quitármelo del hombro o no le doy de comer, se pasa toda la noche hablando y no me deja dormir; pero no come mucho, así que se puede decir que es mejor que nos llevemos bien y eso. Espero que no se me cague por la espalda.

—Interesante observación. Es decir, poseo una seguridad plena en que no se habrá percatado, precisamente por ser tan monotemático (o más bien mononeuronal, si se me permitiese la franqueza), pero en las tierras de abajo la situación es precisamente la inversa a la de esta extraña altitud (¿se ha dado cuenta de que apenas puede respirar? No, probablemente, no). Aquí, en las campiñas cuya quintaesencia es el verde prado, las mujeres ostentan el mando y los hombres viven como párvulos durante todas sus vidas.

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