Pavel, el primero de la clase. Boban, el ultimísimo por debajo.
Pavel, brillante glotón. Boban, palomo que sufre.
Boban chilla como bebé de puerco bajo los puñetazos de los nudillos de Pavel y sus veloces puntapiés. El agente 43 hace papilla al agente 11 y luego lo hace todavía más papilla contra el suelo de madera, extendiendo nuevas manchas de sangre recientes. Pavel aporrea usando el talón del pie. Estrella la rodilla doblada, dejando caer todo su peso para pulverizar con el hueso de la rodilla. El agente Boban, con la boca sangrando y una herida abierta en el cuero cabelludo de la que mana sangre, jamás deja de decir:
– Perdón… perdón… perdón.
De decir:
– Excelente golpe, camarada.
Todos los golpes de Pavel salpican rociando de gotas de sangre, mientras el agente Pavel sigue aporreando y sigue atizando.
La agente Magda lanza un codazo para conseguir ruptura de ojo del agente-yo. El agente Tibor retuerce el cuello del agente Tanek. Todos los agentes son visibles en la pared cubierta de espejos. Todos llevan los pies descalzos, todos van ataviados con pantalón de uniforme de color negro con blusa y pistolera de arma reglamentaria en el cinturón. Poniendo muecas severas de combate, todos los agentes continúan entrenando mientras el suelo se vuelve más resbaladizo por la capa de sangre salpicada de Boban, cuya boca inflada ahora, con ausencia de dientes, arrastra las palabras y emite vómito de saliva roja mientras dice:
– Un golpe excepcional, agente Pavel.
La agente Magda lanza golpe de espinilla que impacta en los genitales del agente-yo, inundándome con una conciencia del sufrimiento doloroso total y espoleando en mí el deseo de proyectar el contenido de mi estómago. Con el arma reproductiva del agente-yo machacada agónicamente, la boca de este agente dice:
– Buen trabajo, camarada. -dice-: Esta lesión pone en jaque futuras generaciones enteras de agentes.
Al momento siguiente, el agente Pavel cesa de encarnizarse con Boban usando pisotones de la Hiena Voladora. Pavel se queda plantado junto al agente caído, inflando el pecho propio con inhalaciones profundas. El agente Pavel cacarea como un gallo, dice:
– ¡Ja, ja!
Blande su mano letal golpeando el oxígeno demasiado deprisa para que el ojo lo presencie. Agita su puño en dirección al techo. Cacareando como gallo dice:
– ¡Traedme más huesos que partir!
Al momento siguiente, la puerta ya no permanece afianzada en la pared. La puerta de la galería de batalla se abre para desplegar al muy talentoso instructor de ataque. Tal como es requisito, todo el entrenamiento cesa, y todos los agentes anuncian al unísono:
– Saludos, educador muy estimado y reverenciado.
Con una sola voz unida dicen:
– Acepte, por favor, nuestro agradecimiento por la sabiduría que nos imparte.
Para que conste en acta, Boban no emite saludo.
Pavel da una patada en la caja torácica del agente Boban. Repite con la bota. Repite y repite con la bota hasta que a Boban le parpadean las cubiertas de piel de los ojos y sus labios dicen con susurro:
– Saludos, educador muy estimado… -Y le falla la voz.
El instructor hace una reverencia con la cabeza.
Y todos los agentes hacen una reverencia con la cabeza.
El aclamado instructor emprende un pequeño desfile hasta penetrar en la galería. El respetado instructor vuelve la cabeza para proyectar su mirada y posarla sobre todos los agentes de combate de forma individual. Se adentra en la galería de batalla, con las manos unidas detrás de la espalda y la mandíbula fuertemente cerrada. Adopta posición de dar golpecitos repetidos con el pie en el suelo, golpecitos que son el único ruido de la galería, y sigue dando golpecitos hasta envolver todos los latidos de corazones al unísono. Y al momento siguiente, el zapato se detiene. Y todos los corazones se detienen.
El muy reverenciado instructor de ataque gira la cabeza para proyectar la mirada sobre el agente Pavel. Haciendo sobresalir la barbilla propia, dice:
– Saborea tu estatus más elevado, camarada. -Dice-: Resulta simple determinarte como supremo entre el total de agentes de esta clase.
Con las manos ensangrentadas juntas detrás de la espalda propia, el agente Pavel infla el pecho y hace una pequeña reverencia con la cabeza.
Mirando el amasijo embadurnado de sangre y encogido de Boban en el suelo, con las nalgas del agente 11 temblando, el instructor dotado de gran sabiduría extiende la mano propia y dice:
– Concédame su pistola, camarada Pavel.
A todos los agentes se les suministran pistolas Beretta reglamentarias de nueve milímetros, semiautomáticas, de acción doble, con retroceso, con funda en la cadera, provistas de cargadores de quince balas reversibles. Velocidad de salida 2.130,3 pies por segundo. El agente Pavel abre la correa de seguridad de la pistolera propia, retira la pistola y se la proporciona al instructor.
Cuando recibe la Beretta no resplandeciente, con acabado en negro mate, el muy talentoso instructor dice, citando al gobernante benévolo y severo dictador Augusto Pinochet: «A veces la democracia tiene que venir bañada en sangre».
El respetado instructor orienta la pistola hacia el cuerpo encogido de Boban y amartilla el gatillo.
El agente Boban, con los ojos fuertemente cerrados, el cuerpo encogido, agarrotado, hecho una bola alrededor del músculo cardíaco propio. Sorbiéndose orificios nasales para retener el agua. Sangre apelmazada con uniformidad.
El agente Pavel compone con la boca una sonrisa torcida de placer. Desplegando hasta el último diente blanco resplandeciente. Una sonrisa lo bastante ancha como para comprimir los ojos de Pavel hasta convertirlos en ranuras.
Mientras presencian el evento, los compañeros agentes tienen el aliento encerrado dentro de los pulmones. La piel cubierta de sudor que se va enfriando.
Al momento siguiente, una descarga de pistola. Un eco estruendoso. Olor a humo elevándose.
En ese mismo momento presente, la cabeza sonriente de Pavel explota. La bala viola su cráneo y expulsa el contenido gris y blando, salpicando la pared de espejos. Salpica a la agente Magda, al agente Chernok y al agente-yo. Esos grumos calientes de esponja gris son la antigua máquina de pensar del agente Pavel.
El esqueleto de Pavel se dobla y cae en espiral hasta convertirse en un simple montón de basura cercano al lloroso Boban.
La cubierta de metal latón del cartucho de la munición es expulsada de la pistola, y su trayectoria en arco se degrada hasta impactar en el suelo de cemento y rebotar… ruido de clinc, ruido de clinc, ruido de clinc…
Toda la muy valiosa educación de Pavel, todo su talento y experiencia, todos sus recuerdos, sus sueños de gloria, remordimientos, afectos y desprecios, toda su educación en acontecimientos históricos y ecuaciones de trigonometría, toda su identidad dotada de una personalidad, todo queda liquidado. Todas sus habilidades y talentos. Pasados y futuros. Todos sus planes meticulosos y su adiestramiento y su práctica. Pulverizados y hechos trizas. Todos sus placeres y penas del pasado convertidos en un pastel de carne gris y humeante, expulsado del cráneo por el orificio de salida de la bala.
El respetado instructor de ataque flexiona las rodillas y se agacha para que su mano pueda recoger la cubierta de latón del cartucho del suelo.
Para que conste en acta, el instructor anuncia entonces que el Estado no necesita héroes épicos. Que no se esfuerce nadie en lograr la celebridad personal de los focos y los aplausos. El instructor nos alecciona con la idea de que el Estado desea que el modelo óptimo de nuestros resultados sea la mediocridad. Nada de fanfarrones que busquen llamar la atención. Nada de bufones. Que el resultado óptimo sea la medianía. Que se supriman los egos trepadores. Que nos convirtamos en ordinarios. En invisibles.
Читать дальше