Chuck Palahniuk - Snuff

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Seiscientos hombres, una reina del porno y un récord mundial que hará historia.
Cassie Wright, legendaria actriz porno, decide culminar su carrera batiendo el récord mundial de sexo en grupo al estar con seiscientos hombres y filmarlo. Todos desconocen que la actriz tiene la intención de morir durante la grabación y así desanimar a aquellas que quieran batir su marca. Esta novela incendiaria se basa en todo lo que dicen, piensan y hacen los señores 72, 137 y 600, que esperan su turno en una habitación.

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El chaval número 72 susurra:

– ¿Qué hago?

Yo le digo que se la folie.

Y el tío del peluche dice:

– Obedece a tu padre.

El chaval número 72 dice:

– ¿Eso qué quiere decir?

Y yo me encojo de hombros.

El tío con pinta de chulo se está prendiendo los gemelos de la camisa, exprimiendo la operación para tardar lo más que puede, unos gemelos que no tienen más que nueve quilates, se ve hasta con esta luz mortecina.

El chaval se gira hacia el tío del peluche, con la cara brillándole de sudor, con los ojos abiertos como platos, y dice:

– ¿Me das una pastilla?

El número 137 le dedica al chaval una mirada larga, de arriba abajo. El tío del peluche sonríe y dice:

– ¿Qué pagas por ella?

El chaval dice:

– Lo único que tengo son quince pavos en el bolsillo.

Sin dejar de mirar a Sheila, que a su vez está mirando al tío con pinta de chulo con el que está enzarzada, yo digo que no es dinero lo que anda buscando el tío del peluche. Por lo menos no quince pavos.

El chaval dice:

– Pues entonces, ¿qué? -Dice-: Deprisa.

Le pregunto al chaval si conoce el término «empalmador», si sabe lo que significa. Le digo que es eso lo que quiere el número 137.

Sin dejar de sonreír, sosteniendo su peluche, el tío dice:

– Eso es lo que quiero.

En los televisores que tenemos encima, la cámara se acerca para hacer un primer plano de una penetración y el saco de las pelotas del macarroni se ve lleno de cicatrices de electrólisis mal hechas. Cráteres lunares. Visibles en una docena de pantallas de televisión, las dos pelotas bien tensadas bajo el estallido doloroso del ojete rojo y arrugado del tipo.

El tío con pinta de chulo se ata los cordones de los zapatos.

Y todavía en mitad de las escaleras, Sheila dice:

– ¿Queréis cerrar todos el pico? Dejadme pensar… -Mira su portapapeles. Mira al chaval número 72. Mira al chulo, que ya está vestido y listo para salir. Y Sheila dice-: Solo por esta vez… -Hace un gesto con el pulgar en dirección al chulo y dice-: Número 14, venga conmigo. -Señalando con el dedo al chaval, dice-: Número 72, quédese ahí.

Los tíos se ponen a hablar otra vez, a masticar sus nachos, a echar meadas sin tirar después de la cadena. Descruzan los dedos. En los televisores, el feo del italianini está sudando tanto que la crema bronceadora le resbala por las mejillas en forma de rayas marrones de cebra, dejando al descubierto la piel reseca, escamada y quemada de debajo. Sin dirigirme a ningún tío en particular, señalando al macarroni de los televisores, yo digo:

– Tíos, hacedme un favor. -Digo-: Matadme si algún día se me pone esa pinta tan chunga.

A mi lado, de pie un poco por detrás de mí, el número 137 dice:

– De poco ha ido…

El chaval, el número 72, dice:

– ¿Qué es un empalmador?

Y Cord Cuervo dice:

– Tío, pero ¿qué dices? -Cierra un puño y me da un golpecito en el hombro. Su crema bronceadora se pega a mi crema bronceadura, de manera que se ve obligado a desprender a la fuerza sus nudillos de la piel de mi hombro, y a continuación dice-: Ese de la tele… Ese eres tú, colega. Hace como unos cinco años.

18

EL SEÑOR 72

El señor Bacardi se dedica a mirar fijamente los televisores que tienen colgados del techo, pasando porno, y no para de decir:

– No… ni hablar, joder…

El señor Bacardi está plantado como una estatua, mirando hacia arriba en dirección a los televisores, usando dos dedos para pellizcarse la piel flácida que tiene debajo de la mandíbula, tensándola y soltándola otra vez. Está mirando fijamente la película que hay en la tele, pasándose los dedos por las mejillas, estirando la piel hacia atrás en dirección a las orejas para que le desaparezcan las arrugas que tiene alrededor de los labios, y diciendo:

– Puto cámara de los cojones, me ha hecho quedar como un adefesio.

Con la piel tan arrugada en algunas partes como mi réplica sexual de plástico color rosa, el señor Bacardi no para de decir:

– Ni de coña, yo tengo una pinta tan chunga. Putos cabrones de iluminación…

El número 137, el que hacía de Dan Banyan, levanta su perro de los autógrafos, mirándolo fijamente a los botones que le hacen de ojos, y dice:

– Alguien está negando la realidad…

Los titulares de esos periódicos que venden en el mostrador de caja de las tiendas de comestibles son ciertos. Los rumores de por qué a Dan Banyan le cancelaron la serie de televisión. Los rumores que publicaron son verdad.

– Me estaba muriendo de hambre. Era un artista muerto de hambre -dice el número 137, con la cabeza echada hacia atrás pero sin mirar los televisores. En cambio, mira al techo con una sonrisa. Riéndose de la nada que hay allí. Y dice-: Si alguien se puede identificar con cómo se siente Cassie Wright en estos momentos, ese alguien soy yo…

En los televisores que tenemos encima, mi madre está protagonizando Un trabajo de puta en Italia , donde interpreta a una delincuente internacional que intenta robar las joyas de la corona de algún país.

El señor Bacardi mete barriga, pone la espalda recta y dice:

– En un vídeo barato como ese, la resolución es una mierda. -Dice-: Parece que lo hayan filmado desde un puto satélite.

Rabia, lo llama el número 137.

– Yo tenía tu edad -dice el 137, el que hacía de Dan Banyan, y me mira. Respira hondo y suelta el aire despacio. Se encoge de hombros, levantándolos casi hasta las orejas, y dice-: La compañía financiera no paraba de llamarme para requisarme el coche. Un par de pagos retrasados de mi tarjeta de crédito y me subieron la tasa de interés al treinta por ciento. -Deja caer los hombros de manera que las manos le llegan casi a las rodillas, y dice-: ¡El treinta por cierto! Con un balance de veinticinco mil, parecía que me iba a pasar el resto de la vida pagando.

Así que hizo una peli porno, dice.

– No hace falta más que un momento -dice el numero 137- para cargarte el resto de tu vida…

Me pregunta si conozco una película titulada Los tres días del condón . Dice:

– Pues bueno, con ella pagué mi coche. No toqué el capital de la tarjeta de crédito, pero conseguí conservar el coche.

Él había pensado que no la vería nadie. Por entonces, su carrera de actor no estaba yendo a ninguna parte. Faltaban diez años para que diera el salto con Dan Banyan, detective privado .

Aquella película del condón lleva desde entonces acechando sobre su cabeza.

– Hacer una película gay masculina de gang-bang es un acto de resignación -dice, y hace un gesto con la mano, barriendo media sala con la mirada. Dice-: Tú y todos los demás que estáis aquí, no importa lo que hagáis en esa sala, no importa que le digáis a Cassie que la amáis, o que os la folléis, o que hagáis las dos cosas , no esperéis que os elijan nunca como miembros del Tribunal Supremo.

El porno, dice, es un trabajo que solo se acepta después de abandonar toda esperanza.

El tío que hacía de Dan Banyan dice que a la mitad de los tipos que hay aquí los han mandado sus agentes para que puedan salir en la foto. Dice que la industria del ocio entera espera que Cassie Wright muera hoy, y que todos los aspirantes a actores de la ciudad están deseosos de usar la controversia que se genere como trampolín.

– Entre tú y yo nada más, chaval -dice, señalándome a mí y luego señalándose el pecho-. Cuando tu agente te mande a dejarte ver follándote a una muerta, ya sabes que tu carrera se ha ido al garete.

Un poco más allá, el señor Bacardi se hunde las yemas de los dedos en la piel del estómago y dice:

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