Kate Morton - La Casa De Riverton

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Un suicidio inesperado marcará para siempre a los habitantes de Riverton Manor
En el verano de 1924 todo es felicidad en la mansión de Riverton Manor… hasta la noche de la fiesta. Toda la alta sociedad se está divirtiendo entre el glamour y la elegancia del paraje. Pero en medio de la noche se escucha un disparo. El joven poeta Robbie Hunter se ha quitado la vida a orillas del lago de la mansión. Las hermanas Hartford, Hannah y Emmeline, serán las únicas testigos y se convertirán además en las protagonistas de toda la prensa del momento.
Unas cuantas décadas después, en 1999, Grace Bradley, la que fuera en su día doncella en Riverton Manor, recibe la visita de una joven directora de cine que está preparando una película sobre el suicidio del poeta. Tras años de silencio y olvido, los fantasmas del pasado empiezan a aflorar; y un terrible secreto intenta abrirse paso, un secreto que Grace no ha podido borrar jamás de su memoria. Los recuerdos siguen vivos en esta novela llena de amor, celos, odios y rivalidades, recuerdos que se gestaron en un verano de los decadentes años veinte.

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– Lo siento, señorita -murmuré-. Creí que era real.

– Por suerte no lo has estropeado todo -añadió, sentándose en una roca y cubriéndose con la chaqueta-. Bastante tengo con quedarme aquí sentada mientras me repongo del tobillo hinchado. Espero no perderme también los fuegos artificiales.

– Me quedaré con usted, la ayudaré a volver.

– Creo que es lo que corresponde.

Estuvimos allí sentadas un momento. Desde lejos llegaba la música que animaba la fiesta, en la que se intercalaban exclamaciones de algarabía. Emmeline se masajeaba el tobillo, apoyándolo en el suelo y tratando de comprobar si soportaba su peso.

La niebla de la madrugada comenzaba a surgir de los pantanos y avanzaba hacia el lago. Se avecinaba otro día caluroso, pero la noche era fresca, gracias a la niebla.

Emmeline tembló, abrió uno de los lados de la chaqueta, hurgó en el bolsillo interior. A la luz de la luna algo brilló: dentro del forro había un pequeño objeto negro. Inspiré: era un arma.

Al advertir mi reacción, Emmeline dijo:

– No me dirás que nunca antes has visto un revólver. Eres una ingenua, Grace. -Acto seguido lo sacó de la chaqueta, jugueteo con él y me lo ofreció-. Toma, ¿quieres tenerlo un rato?

Me negué, mientras ella reía. Deseé no haber encontrado jamás esas cartas. Por una vez, habría preferido que Hannah me ignorara.

– Quizá sea lo mejor -reflexionó Emmeline-. Las fiestas y las armas no son una buena combinación. -Dejó nuevamente el revólver en el bolsillo y siguió buscando, hasta que por fin encontró una petaca plateada. Desenroscó la tapa, inclinó la cabeza hacia atrás y dio un buen trago.

– Querido Harry. Prepárate para lo que sea -exclamó, y después de beber otra vez, guardó la petaca en la chaqueta-. Vamos, ya no me duele.

La ayudé a ponerse de pie, incliné la cabeza para que pudiera apoyarse en mis hombros.

– Así está bien -indicó-. Si tú no…

Esperé un instante.

– ¿Perdón?

Ella ahogó un grito y yo levanté la cabeza. Seguí su mirada, que volvía a dirigirse al lago. Hannah estaba en la glorieta, y no estaba sola. Había un hombre con ella. Un cigarrillo pendía de su labio inferior. Tenía una pequeña maleta.

Emmeline lo reconoció antes que yo.

– Robbie -señaló, olvidando el dolor de su tobillo-. Por Dios, es Robbie.

Emmeline se acercó cojeando a la orilla del lago. Yo me quedé más atrás, en las sombras.

– ¡Robbie! -gritó y lo saludó con la mano-. ¡Robbie, aquí!

Hannah y Robbie se quedaron petrificados, mirándose el uno al otro.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó Emmeline emocionada-. ¿Y por qué demonios no has entrado por la puerta principal?

Robbie dio una calada a su cigarrillo y jugueteó con el filtro mientras soltaba el humo.

– Ven a la fiesta, te conseguiré algo para beber.

Robbie miró algo que estaba al otro lado del lago, en los terrenos más alejados. Miré en la misma dirección y distinguí un brillo metálico. Era una motocicleta.

– Ya sé, has estado ayudando a Hannah con el juego -declaró de pronto Emmeline.

Hannah se adelantó hasta su hermana.

– Emme…

– Vamos. Volvamos a la casa. Busquemos un lugar para que Robbie pueda dejar su equipaje.

– Robbie no va a ir a casa -declaró Hannah.

– Lo hará, por supuesto. Seguramente no tiene previsto pasar aquí toda la noche. Aunque estemos en junio, hace un poco de frío, queridos míos -agregó Emmeline con una sonora carcajada.

Hannah miró a Robbie. Entre ellos pasaba algo.

Emmeline también lo vio. En ese momento, mientras el pálido brillo de la luna iluminaba su rostro, su emoción se transformó en desconcierto, y el desconcierto, a su vez, en dolorosa claridad. Los meses en Londres, la llegada siempre anticipada de Robbie a recogerla en casa, el modo en que la habían utilizado.

– No hay tal juego, ¿verdad?

– No.

– ¿Y la carta?

– Un error -reconoció Hannah.

– ¿Por qué la escribiste? -preguntó Emmeline.

– No quería que averiguaras adónde me marchaba. -Hannah miró a Robbie y él asintió-. Adonde nos marchábamos.

Emmeline la observaba en silencio.

– Vamos. Se hace tarde -señaló Robbie. Luego tomó cuidadosamente la maleta y comenzó a caminar hacia el lago.

– Por favor, compréndeme, Emme. Es como tú dijiste. Cada una de nosotras debe permitir que la otra elija cómo quiere vivir su vida. -Hannah vaciló. Robbie le pedía que se apresurara. Comenzó a caminar detrás de él-. No puedo explicártelo ahora, no hay tiempo. Te escribiré, te diré dónde encontrarnos. Podrás visitarnos.

Hannah dio media vuelta, y después de mirar por última vez a su hermana, siguió a Robbie, que bordeaba la brumosa orilla del lago.

Emmeline no se movió del sitio. Hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta. Se balanceó, y de pronto se estremeció.

– No. -La voz de Emmeline era tan suave que apenas podía oírla-. No -gritó después-. Esperad.

Hannah se volvió para mirar a su hermana. Robbie tomó su mano y la arrastró, tratando de retenerla junto a él. Ella dijo algo, fue hacia Emmeline.

– No te dejaré ir.

Hannah estaba cerca de ella. Su voz era serena, firme.

– Debes hacerlo.

Emmeline movió las manos dentro de los bolsillos. Tragó saliva.

– No lo haré.

Sacó la mano del bolsillo. Algo brillaba en su mano. El revólver.

Hannah ahogó un grito. Robbie corrió hacia ella. Mi corazón estaba desbocado.

– No dejaré que te lo lleves -declaró Emmeline con la mano temblorosa.

Hannah, pálida a la luz de la luna, respiraba agitadamente.

– No seas estúpida. Deja eso.

– No soy estúpida.

– Deja eso.

– No.

– No quieres usarlo.

– Sí quiero.

– ¿A cuál de nosotros vas a disparar?

Robbie estaba junto a Hannah. Emmeline los miraba a uno y a otro, con los labios temblorosos.

– No vas a dispararle a nadie, ¿verdad?

El rostro de Emmeline se desfiguró y comenzó a llorar.

– No.

– Entonces baja el revólver.

– No.

Ahogué un grito cuando Emmeline levantó la mano y apuntó el arma a su propia cabeza.

– ¡Emmeline! -gritó Hannah.

Emmeline sollozaba estremecedoramente.

– Dame el revólver. Vamos a hablar. Solucionaremos esto.

– ¿Me devolverás a Robbie o te quedarás con él, como has hecho con todos ellos, con papá, con David, con Teddy?

– Las cosas no son como dices.

– Es mi turno.

De pronto se oyó un terrible estruendo. Los fuegos artificiales. Todos dieron un respingo. Un resplandor escarlata bañó sus rostros. Millones de motas rojas se desparramaron por la superficie del lago.

Robbie se cubrió la cara con las manos.

Hannah dio un salto hacia adelante, le arrebató a Emmeline el arma y volvió a retroceder.

Emmeline se abalanzó sobre ella con la cara embadurnada de lágrimas y carmín.

– ¡Dámelo, dámelo o gritaré! No os iréis. Se lo diré a todo el mundo. Les diré que os habéis fugado, Teddy te encontrará y…

¡Bang! Se oyó una explosión y el cielo se tiñó de verde.

– … Teddy no dejará que te vayas, se asegurará de que no puedas hacerlo y no volverás a ver a Robbie y…

¡Bang! Un resplandor plateado.

Hannah fue hacia una loma que había junto al lago. Emmeline la siguió, llorando. Los fuegos seguían explotando.

La música de la fiesta resonaba en los árboles, el lago, las paredes del pabellón de verano.

Robbie estaba encorvado, se tapaba los oídos con las manos. Tenía el rostro pálido, los ojos muy abiertos.

No podía oírlo pero lo veía mover los labios. Señalaba a Emmeline y le gritaba algo a Hannah.

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