– No lo entiendo -comentó Teddy a Deborah una noche después de la cena-. ¿Cómo puede ignorar a su propia hermana, después de todo lo que Hannah ha hecho por ella?
– Yo en tu lugar no me preocuparía -aconsejó Deborah-. Por lo que he oído, es mejor que esté lejos. Dicen que se ha convertido en una persona vulgar. Es la última en irse de todas las fiestas y a menudo en compañía de gente poco recomendable.
Era cierto: Emmeline estaba inmersa en la vertiginosa vida social de Londres. Se había convertido en el alma de las fiestas, interviniendo como actriz en películas de amor y terror; encajaba perfectamente en el papel de mujer fatal.
Los miembros de la alta sociedad murmuraban que era una pena que Hannah no pudiera recuperarse. Que era extraño que lo sucedido la hubiera dañado más profundamente que a su hermana. Después de todo, era Emmeline la que se exhibía con ese hombre.
No obstante, para Emmeline no fue fácil afrontar la realidad, simplemente lo hizo a su manera. Reía histéricamente y bebía desaforadamente. Cuando su coche se estrelló contra un árbol en Preston's Gorge, circularon rumores de que la policía había encontrado una botella de brandy en el asiento del acompañante. Teddy trató de acallar los comentarios. Si había algo que el dinero podía comprar en aquella época era precisamente a la policía. Tal vez sea así todavía, no lo sé.
No se lo dijeron inmediatamente a Hannah. Deborah consideró que era muy arriesgado y Teddy estuvo de acuerdo, faltaba poco para el nacimiento del bebé. Convocaron a los representantes legales para que prestaran declaración en nombre de Teddy y Hannah.
La noche posterior al accidente, Teddy bajó al sótano. Parecía fuera de lugar en la salita de los sirvientes, como un actor que está en un plató equivocado. Era tan alto que tenía que agachar la cabeza para no chocar con la viga del techo que estaba sobre el último escalón.
– Señor Luxton -exclamó el señor Hamilton-, no le esperábamos…
Su voz se fue apagando, recuperando la compostura: nos miró, aplaudió suavemente, alzó los brazos y, como si dirigiera una orquesta interpretando algo alegre, nos puso en movimiento. Logró que nos alineáramos y permaneciéramos de pie con las manos a la espalda, esperando que el amo hablara.
Lo que dijo fue simple: Emmeline había sido víctima de un desgraciado accidente automovilístico en el que había perdido la vida. Myra aferró mi mano. La señora Townsend chilló y se dejó caer en la silla, con una mano en el pecho.
– La pobrecita niña -lamentó, temblando.
– Ha sido una terrible conmoción para todos nosotros, señora Townsend -prosiguió Teddy mirando a los sirvientes uno por uno-. No obstante, debo pedirles algo.
– Si me permite hablar en nombre de todos -intervino el señor Hamilton con el rostro ceniciento-, nos reconfortaría poder brindar nuestra ayuda en lo que sea necesario en estos terribles momentos.
– Gracias, señor Hamilton -señaló Teddy asintiendo con gesto grave-. Como ustedes saben, la señora Luxton ha sufrido terriblemente desde el episodio del lago. Creo que sería una deferencia hacia ella que, por ahora, no pongamos en su conocimiento esta tragedia. La alteraría aún más. No se lo diremos hasta que dé a luz. Cuento con ustedes.
Todos permanecimos en silencio. Teddy continuó.
– Les pido entonces que eviten hablar de la señorita Emmeline y del accidente. Que pongan especial cuidado en que no queden a la vista periódicos que pudieran comentar el tema. -Teddy hizo una pausa para mirarnos a cada uno de nosotros-. ¿Lo comprenden?
El señor Hamilton pareció volver en sí.
– Desde luego, señor.
– Bien. -Teddy no tenía más que decir. Con una sonrisa lúgubre, se retiró.
– Pero… ¿nos ha pedido que le ocultemos todo a la señorita Hannah? -le preguntó la señora Townsend al señor Hamilton cuando Teddy desapareció.
– Eso parece, señora Townsend. Por ahora.
– Pero es su propia hermana quien ha muerto.
– Esas fueron sus instrucciones, señora Townsend. -El señor Hamilton suspiró y se rascó la nariz-. El señor Luxton es quien manda ahora en esta casa, como antes lo hizo el señor Frederick.
La señora Townsend abrió la boca para discutir esa afirmación pero el señor Hamilton la interrumpió.
– Sabe tan bien como yo que las instrucciones del amo deben ser cumplidas. -Luego se quitó las gafas y las lustró impetuosamente-. Sin importar lo que pensemos de ellas, o de él.
Más tarde, cuando el señor Hamilton estaba en el comedor sirviendo la cena, la señora Townsend y Myra se acercaron a mí, que estaba sentada en el comedor de servicio, arreglando el vestido plateado de Hannah. Se sentaron a ambos lados de la mesa, como dos guardianes encargados de llevarme a la horca.
Myra echó un vistazo a la escalera y dijo:
– Debes decírselo tú.
La señora Townsend meneó la cabeza.
– No es correcto. Se trata de su hermana. Tiene que saberlo.
Enhebré la aguja con hilo plateado y comencé a coser.
– Eres su doncella -alegó Myra-. Ella te tiene cariño. Tienes que decírselo.
– Lo sé -contesté serenamente-. Lo haré.
A la mañana siguiente la encontré, según lo previsto, en la biblioteca, sentada en el sillón que estaba en un extremo, mirando a través de los enormes ventanales hacia el cementerio. Estaba concentrada en algún punto lejano y no oyó que me acercaba. Me quedé en silencio junto al sillón vecino. La luz de la mañana atravesaba los cristales y bañaba su rostro dándole un aspecto casi etéreo.
– Señora -llamé suavemente.
Sin desviar la vista, Hannah declaró:
– Has venido a contarme lo que le ha sucedido a Emmeline.
Sorprendida, tragué saliva. Me pregunté cómo lo sabía.
– Sí, señora.
– Sabía que lo harías, aun cuando él te ordenara lo contrario. Después de todo este tiempo, te conozco bien, Grace -afirmó Hannah, aunque su tono de voz me desorientaba.
– Señora, lamento lo ocurrido con la señorita Emmeline.
Ella asintió ligeramente, sin apartar sus ojos de aquel lejano lugar del cementerio. Permanecí allí un momento, y cuando no hubo duda de que Hannah no deseaba estar acompañada, le pregunté si necesitaba algo, si deseaba que le sirviera el té o le acercara un libro. No me respondió inmediatamente. Parecía no haber oído. Y luego, dijo algo aparentemente fuera de contexto:
– No sabes taquigrafía.
No era una pregunta sino una afirmación, por lo que nada dije.
Más tarde comprendí a qué se refería, por qué en ese momento me habló de taquigrafía. Pero sólo después de muchos años. Aquella mañana todavía no sabía el papel que mi engaño había desempeñado.
Ella se movió suavemente, acercó las piernas al sillón.
– Puedes retirarte, Grace -indicó. Su tono era tan frío que estuve a punto de llorar.
No supe qué decir. Asentí y salí de la sala, sin saber que sería la última conversación que mantendría con ella.
Por fin Beryl nos lleva a la habitación que ocupaba Hannah. Cuando lo anuncia, vacilo. ¿Seré capaz de seguir adelante? Pero está diferente, la han pintado y amueblado con muebles Victorianos que nada tienen que ver con el mobiliario original de Riverton. No es el mismo dormitorio donde nació el bebé de Hannah.
La mayoría de la gente creyó que había muerto a causa del parto, del mismo modo que su madre murió cuando nació Emmeline. Fue algo tan repentino, explicaron, meneando la cabeza, pero yo sabía que sólo era una excusa, una oportunidad. Sin duda fue un parto difícil, pero ella no tenía deseos de vivir. Lo ocurrido junto al lago, la muerte de Robbie y, poco después, la de Emmeline, ya la habían matado, mucho antes de que su bebé se encajara en la pelvis.
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