Julian Barnes - El puercoespín

Здесь есть возможность читать онлайн «Julian Barnes - El puercoespín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El puercoespín: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El puercoespín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El puercoespín (1992) es una novela que retrata la caída del comunismo en Europa tras los sucesos de 1989. Se desarrolla en un país de Europa del Este que nunca se nombre (una «seudo-Bulgaria» según el propio Barnes), y describe el juicio de su jefe de estado, Stoyó Petkánov. Barnes presenta la historia a través de los ojos de muchos personajes, desde unos estudiantes desencantados que ven el juicio por televisión, actuando como una especie de coro griego, hasta el propio ex dictador. La variedad de testigos humaniza a Petkánov, revolucionario convencido, al tiempo que revela la sombría conclusión de que la victoria ideológica representada por el cambio de régimen no poseyó vencedores claros ni absolutos.

El puercoespín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El puercoespín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

[-¡Si será comediante!

– Calla, Atanas.]

La sala había sido construida en ese estilo que se ha dado en llamar brutalismo, que estuvo de moda a principios de los setenta, aunque aquí atenuado: maderas claras, ángulos suavizados, asientos casi confortables… Podría haber sido la sala de ensayos de un teatro, o un pequeño auditorio musical concebido para la interpretación de estridentes quintetos de viento, de no ser por la iluminación, desacertada colaboración de tubos fluorescentes y sencillas lámparas de pantalla. Las luces no privilegiaban ninguna zona ni se focalizaban en ningún punto: su efecto era plano, democrático, imparcial.

Mostraron a Petkanov el camino del banquillo, donde se quedó de pie unos momentos observando a su alrededor las dos filas de escritorios de los abogados, la pequeña galería pública y el estrado en que tomarían asiento el presidente del tribunal y sus dos asesores; observó atentamente a los guardias, los ujieres, las cámaras de televisión, el apiñado grupo de informadores… Había tantos periodistas, que a algunos los habían acomodado en la tribuna del jurado, donde parecía haberles invadido una repentina timidez: estaban enfrascados en el examen de sus blancos cuadernos de notas.

Finalmente, el anterior jefe del Estado tomó asiento en el pequeño sillón de madera que habían dispuesto para él. Detrás, y por lo tanto siempre en campo cuando las cámaras enfocaban a Petkanov, se hallaba de pie una simple funcionaria de prisiones. La fiscalía había dispuesto este pequeño toque escénico, y sugerido expresamente que se eligiera a una mujer: en la medida de lo posible debía evitarse que los militares aparecieran en la pantalla. Vean: es un juicio más, una causa en la que un criminal comparece ante la justicia civil; y entérense: ya no es el monstruo que nos tenía a todos aterrorizados: es sólo un anciano custodiado por mujeres.

El presidente del tribunal y sus colegas entraron en la sala: tres hombres maduros que vestían traje oscuro, camisa blanca y corbata negra, entre los que podía identificarse al presidente por su toga negra suelta. Se declaró abierto el juicio, y el fiscal general fue invitado a leer los cargos. Peter Solinsky, que estaba ya de pie, dirigió una mirada a Stoyo Petkanov, esperando que también él se levantara. Pero el ex presidente se quedó donde estaba, con la cabeza levemente ladeada y el aspecto de un hombre poderoso confortablemente sentado en el palco real, esperando a que se levantara el telón. La funcionaria que le custodiaba se inclinó hacia él y le murmuró algo, que él fingió no oír.

Solinsky observó sin inmutarse aquellas reticencias. Tranquilo, como la cosa más normal del mundo, abordó su papel. Primero inspiró tan honda y largamente como le fue posible hacerlo sin llamar la atención. Le habían enseñado que el control de la respiración es vital en la práctica forense. Sólo los atletas, los cantantes de ópera y los abogados comprenden la trascendencia que tiene respirar bien.

[-Oblígale a levantar el culo del asiento, Solinsky, ¡vamos!, haz que levante el culo.

– ¡Chist!]

– Stoyo Petkanov: comparece usted ante el Tribunal Supremo de la Nación acusado de los siguientes delitos. Uno, fraude mediando documentos, conforme al artículo 127 (3) del Código Penal. Dos, abuso de autoridad en el ejercicio de sus funciones oficiales, conforme al artículo 212 (4) del Código Penal. Y tres…

[-Asesinato en masa.

– Genocidio.

– De arruinar al país.]

– … Prevaricación, conforme al artículo 332 (8) del Código Penal.

[-¿Qué es prevaricación?

– Mala gestión.

– Querrá decir que gestionó mal los campos de prisioneros…

– O que torturaba a la gente como Dios manda…

– ¡Chist, chist!]

– ¿Cómo se declara usted?

Petkanov permaneció exactamente en la misma posición, sólo que ahora se insinuaba en su rostro una leve sonrisa. La funcionarla de prisiones se inclinó nuevamente hacia él, pero la detuvo con un chasquido de los dedos.

Solinsky se volvió al presidente del tribunal en demanda de ayuda.

– Responda el acusado a la pregunta -dijo aquél-. ¿Cómo se declara?

Petkanov se limitó a erguir un poco más la cabeza, dedicando la misma expresión desdeñosa al estrado de los jueces.

El presidente del tribunal miró hacia el banquillo de la defensa. La abogada del Estado Milanova, una mujer morena de mediana edad, de aspecto severo, se había puesto ya de pie:

– La defensa ha recibido instrucciones de no alegar nada -anunció.

Los tres jueces intercambiaron impresiones brevemente, y luego el presidente del tribunal declaró:

– De conformidad con el artículo 465, el tribunal interpreta el silencio como una declaración de inocencia. Prosiga.

Solinsky empezó de nuevo.

– ¿Se llama usted Stoyo Petkanov?

Dio la impresión de que el anterior jefe del Estado meditaba la respuesta unos instantes. Luego, con una tosecilla, como dando a entender que el movimiento que seguiría era por propia iniciativa, se puso en pie. Pero, aun así, no ofreció ningún indicio de que fuera a hablar. El fiscal general, por consiguiente, repitió la pregunta:

– ¿Se llama usted Stoyo Petkanov?

El acusado no prestó la menor atención al fiscal de brillante traje italiano y, en vez de ello, se volvió al presidente del tribunal.

– Deseo hacer una declaración previa.

– Responda primero a la pregunta del fiscal general.

El Segundo Líder volvió la mirada a Solinsky, como si advirtiera su presencia por primera vez y le invitara a repetir la pregunta igual que si fuera un escolar.

– ¿Se llama usted Stoyo Petkanov?

– Lo sabes perfectamente. Luché junto a tu padre contra los fascistas. Te envié a Italia para que te compraras allí el traje que llevas. Aprobé tu nombramiento de profesor de Derecho. Sabes perfectamente quién soy. Quiero hacer una declaración.

– A condición de que sea breve -replicó el presidente del tribunal.

Petkanov asintió para sí, aprovechando la venia pero haciendo caso omiso de la petición del juez. Echó un vistazo alrededor de la sala como si acabara de darse cuenta del lugar en que estaba, se acomodó las gafas un poco más arriba de la nariz, apoyó los puños sobre la superficie acolchada de la barandilla de madera que tenía enfrente y, con el tono de alguien acostumbrado a la correcta organización de un evento público, preguntó:

– ¿Qué cámara me enfoca?

[-¡Cabrón de mierda! ¡Pedir que le escuchen!

– A nosotros no nos la pegas, Stoyo, ya no nos la pegas.

– Espero que te caigas muerto delante de nosotros. En vivo y en directo.

– Tranquilo, Atanas. Tú si que la palmarás si sigues así.]

– Haga su declaración.

Petkanov asintió de nuevo, más como si hubiera consultado consigo mismo que en respuesta a la nueva venia otorgada.

– No reconozco la autoridad de este tribunal. Carece de poder para enjuiciarme. Fui arrestado ilegalmente, confinado ilegalmente, interrogado ilegalmente, y ahora me encuentro ante un tribunal ilegalmente constituido. Sin embargo -y al llegar a este punto se permitió una pausa y una rápida sonrisa, consciente de que aquel «sin embargo» había evitado que el presidente del tribunal le cortara-, sin embargo, responderé a sus preguntas a condición de que sean relevantes.

Hizo una nueva pausa, lo suficiente para que el fiscal general dudara de si había concluido o no su declaración, y prosiguió luego:

– Y responderé a sus preguntas por una sencilla razón. He estado aquí antes. No precisamente en esta misma sala, por supuesto. Pero hace más de cincuenta años, mucho antes de convertirme en el timonel de esta nación. Ayudaba a organizar en Velpen, con otros camaradas, la lucha antifascista. Protestábamos contra el encarcelamiento de unos ferroviarios. Era una protesta democrática y pacífica pero, naturalmente, fue disuelta a la fuerza por la policía burguesa al servicio de la patronal. Me golpearon, como a todos mis camaradas. Cuando estábamos en la cárcel, discutimos de qué modo debíamos proceder. Algunos camaradas decían que deberíamos negarnos a responder al tribunal basándonos en que habíamos sido arrestados y encarcelados ilegalmente, y en que la policía estaba amañando pruebas contra nosotros. Pero los convencí de que era más vital advertir a la nación acerca de los peligros del fascismo y de los preparativos de guerra que hacían las potencias imperialistas. Y eso es lo que hicimos. Como saben, fuimos condenados a trabajos forzados por nuestra defensa del proletariado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El puercoespín»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El puercoespín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Julian Barnes - The Noise of Time
Julian Barnes
Julian Barnes - Flaubert's Parrot
Julian Barnes
Julian Barnes - Pulse
Julian Barnes
Julian Barnes - Metrolandia
Julian Barnes
Julian Barnes - Arthur & George
Julian Barnes
Julian Barnes - Pod słońce
Julian Barnes
Belinda Barnes - The Littlest Wrangler
Belinda Barnes
Julian Barnes - Innocence
Julian Barnes
Simon Barnes - Rogue Lion Safaris
Simon Barnes
Отзывы о книге «El puercoespín»

Обсуждение, отзывы о книге «El puercoespín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x