Carmen Posadas - Invitación a un asesinato
Здесь есть возможность читать онлайн «Carmen Posadas - Invitación a un asesinato» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Invitación a un asesinato
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Invitación a un asesinato: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Invitación a un asesinato»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
¿Qué puede hacer? Planear al milímetro su propio asesinato.
¿Cómo? Invitando a todos sus enemigos a un lujoso velero en el Mediterráneo.
Sin embargo… Será su hermana Ágata quien reconstruirá los últimos minutos de la vida de Olivia y buceará en los posibles motivos de cada invitado para asesinarla.
Esto, cambiará su propia vida y la de su hermana.
Invitación a un asesinato — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Invitación a un asesinato», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Sí, sííí? ¿Me oyes, Paul? Sí, amor, soy yo. Vente para aquí lo antes posible; tenemos toda la noche para nosotros dos y te necesito tanto… Pero antes… ¿Te importaría pasar por una farmacia? No, no es nada realmente, pero tráete un paquete de aspirinas, vida mía. Sí, y también, de paso, una tortilla de Alka Seltzer, no sabes qué día tan tonto he tenido.
Después de colgar, Cary vuelve a coger la invitación de Olivia, pero esta vez con una actitud mucho más despreocupada que antes. «A ver, a ver -sonríe-. Aquí dice que detrás se incluye una lista de los invitados. ¿Conoceré a alguien? Está Ágata Uriarte, naturalmente, y quién más… Sonia San Cristóbal, ¿de qué demonios me suena este nombre?»
Tercera Invitada, Sonia San Cristóbal
– Ya ves, mami -dijo Sonia San Cristóbal mirando a su madre-. Ahora, además de los bautizos, bodas y primeras comuniones se festejan los divorcios. ¿No te parece superguay? ¡Es tan bonito tener cosas que celebrar! Olivia es un encanto invitándonos a su fiesta, a pesar de los pesares. ¿A que sí?
La madre miró a Sonia y tuvo la misma sensación que tantas otras veces. Idéntica a la que experimentara la primera vez que sostuvo a su hija en brazos una mañana de hacía veintiún años. O en el primer día de colegio de la niña en el Instituto Británico de Madrid, con cinco recién cumplidos. O cuando la vio desfilar para Donna Karan en Nueva York a punto de cumplir los diecisiete. «Taita-Dios tiene un extraño sentido del humor -se había dicho en cada una de esas ocasiones-. Extrañísimo, realmente.» Y es que aquella niña linda como un sol era la respuesta a todas sus plegarias y sin embargo…
Cristobalina Sosa había llegado a España de su Cuzco natal treinta años atrás con una maleta de cartón y un escapulario del Señor de los Temblores por todo equipaje. En cuanto puso pie en Madrid y aún sin haber visto nunca Lo que el viento se llevó -ni tampoco ninguna otra película, dicho sea de paso- besó aquella tierra que le era extraña y, con un puñado de ella en la mano, desafió a los cielos jurando que nunca más volvería a pasar hambre. Su primer año en la capital fue un compendio de obviedades. Comenzó sirviendo en una casa cerca de la plaza Castilla, pero sólo estuvo allí el tiempo suficiente como para conocer un poco los alrededores y poder hacerse con algunas cosas indispensables: unas botas de charol negro, una mini-falda decididamente poco favorecedora para sus piernas chuecas, un perro callejero al que llamó Pisco y unos ahórralos que le permitieran alquilar durante quince días un cuartucho cerca del metro de Tetuán. Y aunque existen ciertas profesiones para las que resulta delicado solicitar la bendición del Señor de los Temblores, Cristobalina le recordó a éste su debilidad por la Magdalena al tiempo que le rogaba «que un día, Papá Lindo, estas manos mías luzcan anillos caros y grandes como los de las señoritas de Arequipa. Y ya que estamos metidos a plegarias, Diosito, que otro día un poco más adelante, tenga yo una niña tan relinda que no necesite anillitos ni oros para hacerse querer y respetar.»
En sociedad con su perro Pisco, Cristobalina hizo la calle durante siete u ocho fructíferos años. Es cierto que no era muy agraciada. Además de las piernas zambas, era petisa, tenía la piel áspera como un sapo y le faltaban dos o tres dientes, pero tenía, en cambio, unos bellos ojos y un arma infalible: el don de hacer creer a un hombre (aunque fuera durante poco tiempo, aunque fuera completamente inverosímil) que no había en el mundo nadie tan regio como él. Pronto aprendió además que los varones europeos, en especial ciertos caballeros de posibles, lejos de abominar de cholas feas como ella, deliberadamente las buscaban para satisfacer algunos deseos recónditos. Así, aprendió el significado de varias palabras desconocidas para sus oídos hasta entonces como «lluvia de oro», «beso negro», «piolita», «carrete» y otras por el estilo. Y qué importaba que aquellas palabras raras escondieran ni se imagina nadie qué chanchadas; lo importante es que pagaban el alquiler del cuartito (que fue creciendo en metros y mejorando de barrio), las botas de charol (que ya no eran de plástico sino de Moschino) y también alguna que otra joyita que demostraba a las claras que el Señor de los Temblores comprendía e incluso aprobaba su conducta tal vez porque había captado la indirecta sobre la Magdalena. Cuando tuvo por fin un capitalito aceptable y el perro Pisco había partido de este mundo dejándola sin un cariño verdadero, Cristobalina consideró que había llegado el momento de planear la segunda parte de sus sueños y el más difícil milagro de los dos que había solicitado hasta el momento al escapulario del Señor de los Temblores. Cristobalina sabía para entonces cómo funcionaban las cosas arriba, en el Más Allá. Si uno quiere que le hagan un milagrito acá abajo, es imprescindible poner los panes y los peces. Y en este caso nada más fácil, se dijo. Si ella deseaba tener una niña relinda, lo único que debía hacer era encontrar el papá adecuado. Pero no, no hacía falta que se alarmaran sus clientes, ella no iba a solicitarles pensión ni ayuda alguna (algo imposible de conseguir en cualquier caso en aquel entonces), lo único que pensaba tomar de sus señorías era su semen, su semillita y cuanto más bella mejor. Por eso, durante meses y como si fuera la responsable del casting en una agencia de modelos (premonitorio, esto, por cierto), Cristobalina se dedicó a calibrar las virtudes y atributos de diversos candidatos. Contaba con mucho y muy buen material, puesto que en su cartera de clientes figuraban políticos de renombre y prohombres intachablemente virtuosos más allá de las cuatro paredes de casa de Cristobalina. Había también actores de fama, grandes periodistas que eran la conciencia moral de Occidente, profesionales de todos los ramos, e incluso tres o cuatro estrictos miembros de una Santa Obra. Y ella, que no sabía de genética más que lo que le dictaba el sentido común, unido éste a la sabiduría popular de su tierra milenaria, se dijo que, más que inteligencia, lo que debía procurar añadir al bagaje de la criatura era una sobredosis de belleza y dulzura, por lo que acabó decantándose por el donante ideal: Fernandito Lugones. Como Dios y el Señor de los Temblores -a pesar de evidencias en contra- no son del todo injustos, en Fernando Lugones, hijo predilecto de un famoso notario de la capital, gran jugador de golf y consumado bailarín, la Providencia había derramado una belleza sin par pero, para equilibrar, lo dotó en cambio de un cerebro de mosquito. Sin embargo, en opinión de Cristobalina, poco importaba tal inconveniente porque, como guinda de tan bello pastel, los cielos habían derramado sobre Fernandito otro don: una extraordinaria bondad, algo que a Cristobalina le pareció una virtud sumamente deseable para su hija. «Belleza y dulzura son una combinación perfecta para triunfar y, a la vez, agradar al Santo Cristo -se dijo-. Sobre todo -concluyó- porque el otro ingrediente fundamental para tener éxito en la vida, las luces y las entendederas, ya las aporto yo.»
Así, con todo atado y bien atado, Cristobalina durante casi un año se ayudó de unas sabias hierbas cuzqueñas que, según dicen, resultan infalibles cuando se quiere concebir una niña y no un niño (algo que hubiera sido un gran contratiempo) y, unos meses más tarde, acunaba ya en sus brazos aquel prodigio.
– Lo tengo -dijo cuando la enfermera le preguntó si había pensado en un nombre para la bellísima criatura que acababa de nacer. Y acto seguido, cuando la misma enfermera, acostumbrada a alumbramientos como el de Cristobalina, inquirió con tacto si era su deseo tal vez darla en adopción, ella exclamó que no, que de ninguna manera, que la niña tenía nombre y también apellido. «Sonia San Cristóbal, nada menos», enfatizó la madre, por lo que la partera no se atrevió a preguntar quién se escondía tras aquel santo que invocaba con la cabeza tan alta. De haberlo hecho, ella habría improvisado cualquier embuste para despistar, mientras que la verdadera razón era que si llamó a su hija Sonia fue porque ese nombre salía a menudo en las revistas de moda que solía leer para sacar ideas y aprender las maneras del gran mundo. «Un nombre de niña de casa bien», se dijo, mientras que la razón del recién inventado apellido San Cristóbal era, simplemente, que constituía una variante dignificada de su nombre de pila. Un recordatorio, además, de todo lo que había tenido que trajinar antes de permitirse el lujo de concebir a tan divina criatura. Pero es que además hay que señalar que, por esas fechas, Cristobalina como nombre había dejado de existir. Hacía ya una temporada que ella se hacía llamar Ana Christie. Primero, porque, por aquel entonces, acababa de descubrir su fascinación por el Séptimo Arte y en especial por las actrices antiguas, tan elegantes, tan señoras ellas. Y segundo, porque Ana Christie sonaba mucho mejor que Cristobalina, dónde va a parar, y gustaba enormemente a los clientes.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Invitación a un asesinato»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Invitación a un asesinato» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Invitación a un asesinato» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.