– Quizá lo que le molesta a Occidente en el caso de Al Assad -respondió sin apenas pensarlo- no sea tanto la falta de democracia cuanto que, aun siendo un dictador, no es en absoluto tan burdo ni manipulable como los dictadores aliados de las democracias occidentales. Me refiero a Pinochet, a Somoza y a tantos otros. Al Assad sabe lo que quiere y cómo lo quiere, y si no puede conseguirlo por lo menos no se deja amilanar ni por unos ni por otros, ni se deja comprar con los préstamos del Banco Mundial o del Fondo Monetario, meras imposiciones de la forma en que hay que transformar la economía para que sea beneficiosa a Occidente. Al Assad cambia de aliados en los momentos oportunos y siempre sabe sacarse de la manga la carta precisa que falta para seguir el camino que ha trazado para su pueblo. Esa especie de Maquiavelo oriental que trae a los países de Occidente por la calle de la amargura, tiene su forma de comportarse y de ser imprescindible para gobernar un país que no sólo tiene que estar alerta por Israel sino también por la Turquía de la OTAN, y vigilar a los países del Golfo y al gendarme de los árabes, Arabia Saudí, al Iraq y al Irán, sin contar con el jefe supremo de todas las alianzas, el poderoso Tío Sam.
Y ya en el punto álgido de su apasionamiento añadió:
– Lejos de mí defender las dictaduras, pero lejos de mí también alinearme con los enemigos de Siria que en cualquier momento, por conveniencias coyunturales que nada tienen que ver con la democracia o la ética, pueden convertirse en sus aliados. No hay que olvidar lo que ocurrió cuando el Iraq perpetró la horrible matanza de los kurdos con armas químicas: no hubo un solo país occidental que se levantara en las Naciones Unidas ni fuera de ellas para condenarlo, y en cambio antes de dos años se había convertido en el demonio de los infiernos, sólo por haber invadido un país que Occidente le había desmembrado cuando dividió la zona en su propio beneficio y en el que de un modo u otro, clara o solapadamente, sigue existiendo la esclavitud, y de democracia ni se habla.
– Pero ¿hay oposición organizada?
– No hay oposición, sólo lucha por el poder. La única oposición muy clandestina es invisible, es la de los integristas apoyados por Arabia Saudí y el Irán. Pero hay 519.821 afiliados a los sindicatos, lo que en un país de casi veinte millones de habitantes no es poco, aunque los sindicatos sean en su mayoría gubernamentales.
– También hay pequeñas muestras casi domésticas de oposición -añadió Teresa- que esconden mayores organizaciones, como por ejemplo, el pañuelo en la cabeza de las mujeres que muchas veces no significa tanto una vuelta al fundamentalismo como una mayor voluntad de defensa de lo árabe, amenazado por la invasión comercial de Occidente. En 1982, cuando yo fui a la Universidad de Damasco, ni una sola mujer llevaba pañuelo y ahora lo llevan por lo menos el veinticinco por ciento. Y lo mismo ocurre en las oficinas. En los años sesenta, en Siria las mujeres adoptaron la minifalda y en este momento ni una de ellas se atrevería a llevarla por la calle. Aumenta el integrismo como en Occidente aumentan el conservadurismo, el nazismo y las sectas religiosas.
– Pero Siria sigue siendo un país laico -retomó la palabra Adnán-. De todos modos no puede haber oposición al margen de los suníes que son la mayoría del país y que apoyan al presidente y buena parte de su gobierno aun siendo alauí, porque, según reconocen ellos mismos, nunca habían tenido tanto dinero ni tantas prebendas.
Los alauíes siempre fueron gentes de montaña y de hecho hasta ahora pertenecían a una clase social inferior sin apenas otra salida que el ejército. Muchos de ellos proceden aún de familias que militaron en el ejército de los franceses.
Los suníes en cambio siempre han sido comerciantes y por tanto ricos en todas las situaciones y ahora, que ya pasó la época de la reforma agraria y de las nacionalizaciones, defienden la situación creada por el presidente, que está abriendo las puertas al comercio mundial y les deja que sean ellos los que negocien, controlen y se enriquezcan. ¿No te has dado cuenta de la cantidad de ricos, riquísimos que se ven en Damasco? En los dos o tres últimos años han proliferado los restaurantes de lujo, las boutiques donde se venden trajes cuyo precio es diez veces superior al sueldo de un profesor de universidad, los grandes coches y limusinas que comienzan a aparecer mezclados con los descacharrados taxis. Estamos entrando en la civilización occidental y en la televisión nos bombardean con productos europeos y americanos que la gente del pueblo intenta adquirir o por lo menos imitar.
Y añadió:
– No es extraño que frente a esta nueva invasión que empieza por desnudarnos de nuestras costumbres y de nuestra identidad, para muchos árabes no haya más contención que el extremismo, el fundamentalismo, la vuelta a los orígenes.
– Ni tampoco parece extraño que los países que defienden este fundamentalismo sean cada vez más intransigentes y más radicales -dijo con tristeza Teresa.
Los cementerios.
Más allá de la carretera que corría paralela al desierto, el paisaje desolado estaba ciego por la reverberación del sol. De vez en cuando nos veíamos obligados a detenernos porque los coches y las motos se aglomeraban en las puertas de los cementerios y la multitud atravesaba la carretera con niños y ramos para hacer sus ofrendas a los muertos.
En general los cementerios árabes se construyen sobre las lomas cercanas a las aldeas. Están ordenados con tal primor y los mantienen tan pulcros que transmiten una especial sensación de reposo, quizá porque las lápidas de las tumbas se levantan a los pies y en la cabecera como camas de piedra. Los muertos no se entierran en cajas de madera, sino envueltos en una sábana en contacto directo con la tierra, el cuerpo recostado de lado mirando a La Meca, los pies hacia oriente y la cabeza hacia poniente.
No hay inscripciones en las losas de las sepulturas porque, conocedores de que todo ha salido de la tierra y a ella ha de volver, no necesitan inscripciones para que el futuro les reconozca: la memoria del pasado la recogen las familias y los registros.
Algunas lápidas están pintadas de azul cobalto, como las piedras de lapislázuli que venden en el zoco para los collares, y ese día los familiares los cubrían con arrayán de un verde intenso y brillante que se destacaba sobre el ocre de la tierra.
Al salir del cementerio nos detuvimos en una casa contigua a él. La mujer que estaba en la puerta, al ver que yo era extranjera nos invitó a tomar una taza de té con menta. Teníamos poco tiempo pero aceptamos, porque caía el sol como en los campos de Maqueda en pleno mes de julio y bajo la parra de la entrada corría el airecillo y era agradable ver entrar y salir a los grupos de gente con sus ramos de arrayán.
Junto a la casa había unos grandes depósitos de obra vacíos cuya utilidad nos contó la mujer a grandes gritos, muy satisfecha de que la vieran con forasteros:
– Desde tiempo inmemorial -dijo-, los vecinos de la aldea reúnen aquí su trigo a partes iguales, y aquí lo hervimos. Un tercio se reserva para hacer harina, otro tercio se guarda para plantel y el tercero se hierve. Cuando está todavía caliente lo extendemos sobre sábanas en las azoteas durante tres días para que se seque, y después lo llevamos a moler, pero no como la harina sino tan sólo machacado. Lo llamamos ‘halé’ y con carne es uno de nuestros platos más comunes, una especie de arroz que guardamos durante todo el año en sacos o en barreños de madera.
Ya en el coche, cuando nos alejamos del cementerio y de la mujer que vino a despedirnos con un ramo de espliego, me contó Adnán que cuando el trigo se seca aprovechan los vecinos para celebrar una pequeña ceremonia que consiste en dárselo a probar unos a otros en prueba de buen entendimiento, como hacen los payeses del Ampurdán con los buñuelos de Pascua. En otras partes del país tienen una variante llamada ‘frique’ que consiste en abrasar someramente el trigo cuando aún no está maduro, para que el grano quede verde en el interior y quemado por fuera, tras lo cual se le quita la paja y se come también como si fuera arroz.
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