– ¿Fue una época de intensa actividad política?
– Sí, el Partido Baaz y los comunistas seguían moviendo la calle. Pero los occidentales presionaron a través de la Alianza de Bagdad para apagar las voces sirias. Fue entonces cuando apareció Nasser con su idea de la Unión, porque existía la convicción de que con esto seríamos más fuertes. Éste fue un momento de gran influencia soviética.
– Esta Unión, ¿estaba concebida como el primer paso hacia una Unión de todos los pueblos árabes?
Se detuvo un instante e hizo un levísimo gesto de impaciencia, y como si su destino fuera contar siempre la misma y única historia para intentar que la comprendiéramos los occidentales, dijo:
– Los cruzados sólo pudieron ser expulsados del país cuando se unieron los árabes y esto mismo comprendieron entonces los que forjaron la Unión. Y causó pánico en Occidente: Nasser había acabado con el canal de Suez y se estaba metiendo en el Líbano. Sin embargo se cometieron muchos errores y las cosas se complicaron. Además había un gobierno muy débil en Siria.
– ¿Habrían podido evitarse? -le interrumpí, pero ya no parecía reparar en ello y continuó:
– El 8 de marzo de 1963 -decía las fechas con la misma precisión con que mi padre recordaba los grandes logros de la República llegó al poder el Partido Baaz, con un golpe de estado al que se llamó Revolución Social que pretendía destruir las clases sociales y llevar a cabo una reforma agraria. Era un partido sin experiencia y hubo grandes problemas debidos en gran parte a que no todos los que participaron en él estaban dispuestos a apoyar la revolución.
Hasta que el 23 de febrero de 1966, el ala izquierda del Partido consiguió eliminar a los que no eran revolucionarios. Se cortaron las relaciones económicas, culturales y políticas con Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, y se inició la reforma agraria. Este periodo en que dominaron los revolucionarios del Partido Baaz duró hasta el 5 de junio de 1967 cuando se produjo la invasión israelí del Golán y de Egipto. No fueron Siria y Egipto quienes invadieron, sino los israelíes con el apoyo que tuvieron desde el primer momento de los americanos y de Arabia Saudí, para deshacerse de Nasser en Egipto y del Partido Baaz de Siria.
– ¿Esto es una acusación o una suposición?
Me miró como si mi duda le ofendiera.
– Si quiere puedo mostrarle los documentos que así lo prueban.
Como si pidiera disculpas, hice un gesto indicando que no hacía falta, no sé muy bien por qué, porque nada me habría gustado más que verlos. Y él continuó:
– No hace ni dos años, en 1991, salieron a la luz una serie de cartas entre Arabia Saudí y el Iraq, países creados y apoyados por ellos para defender sus intereses, que mostraban la preparación de la invasión de Israel e indicaban que se iniciaría con el bombardeo a los aeropuertos, como así ocurrió, para continuar en los Altos del Golán. Y -añadió adelantando un poco el cuerpo para hacer más hincapié en lo que decía-, un amigo del frente popular me ha dicho que tiene documentos cruzados entre el rey Faisal y los Estados Unidos en los que queda claro que Arabia y el Iraq eran los primeros interesados en que desaparecieran los partidos de izquierda tanto en Egipto como en Siria.
– Pero ¿en el Iraq no había tomado también el poder el Partido Baaz en 1963 y se había intentado hacer una federación tripartita entre Siria, el Iraq y Egipto?
– Así es, sin embargo no se llegó a un acuerdo porque las ambiciones del Iraq siempre fueron desorbitadas.
– ¿Cuál es la visión de la guerra del Golfo desde este país?
– Supongo que se ve de forma muy distinta a la que se ve en Europa. Para nosotros es evidente que el Iraq había llegado a ser el policía de la zona y de la mano de los Estados Unidos y de los franceses había conseguido una fuerza científica y militar equivalente a la de Israel. Es posible que fueran los Estados Unidos los que, asustados por tanto poder y creyendo que era una forma de aniquilarle, le empujaran a invadir Kuwait para luego derrotarle y poner a otro en su lugar. Pero lo más seguro es que los Estados Unidos tras la invasión se vieran obligados a intervenir por razones de prestigio frente a su propio país y sobre todo a Arabia, el otro policía de la zona enemigo del Iraq, y pactaran de antemano la permanencia de Saddam Hussein. Porque temían que en caso de llegar toda esa fuerza a manos de otro la utilizara en contra de los intereses americanos en la zona. Por esto eliminaron la fuerza manteniéndolo en el poder. No cabe pensar en otra persona capaz de prestar mejor servicio a los Estados Unidos que Saddam Hussein: les vendió su país a cambio de quedarse en el poder, será él quien siga luchando contra el Irán y contra los kurdos, quien haga el trabajo sucio sin que sea necesaria la intervención de ninguna fuerza occidental.
Ningún país occidental con intereses en el Oriente Medio tendrá que ensuciarse las manos.
Yo no pude por menos de acordarme de la apuesta que habíamos hecho a raíz de la guerra del Golfo en abril de 1991, mi amigo Mario Sexer y yo. Yo defendía, como ahora el político, que si las armas que el Iraq adquirió a los países occidentales no habían servido para atacarles ni responder a sus ataques; que si la llamada coalición había detenido unilateralmente la guerra sin que hasta hoy se hayan dado explicaciones convincentes sobre ello; que si el presidente Bush habiendo animado a los iraquíes de la oposición a sublevarse contra Saddam Hussein, les había abandonado después a su suerte limitándose a echarles panes en paracaídas con el pretexto de “no injerencia” en los asuntos internos de otros países; que aun cuando una de las condiciones del alto el fuego decretado por los Estados Unidos exigía que los iraquíes no utilizaran aviones de combate ni helicópteros, no protestaron cuando Saddam Hussein los empleó contra los kurdos, etc., etc., todo hacía suponer que había un acuerdo tácito entre ellos como había dicho mi amigo, el político del 23 de febrero, cuyas sensatas palabras me llenaban ahora del regocijo que invade nuestro espíritu cuando alguien, lejano en el tiempo, en la distancia y en la historia, coincide con una de nuestras convicciones. Y me hizo albergar cierta esperanza de que quizá algún día apareciera la persona, el documento o -como dicen ahora los periódicos la “evidencia” que nos darían la razón al político y a mí, y yo además ganaría la apuesta. Siempre estamos más predispuestos a creer aquello que se conforma a nuestras convicciones.
– ¿Existe en Siria el problema kurdo? -continué con el interrogatorio.
– No, nunca lo hubo. La zona del noreste del país donde ahora se han refugiado estuvo desde siempre habitada por los asirios, los caldeos y otros pueblos, pero jamás por los kurdos. Los kurdos son un pueblo formado por un conjunto de emiratos que vivían en la zona norte del Irán y en el sureste de Turquía. Estos emiratos que son mercenarios desde hace cuatrocientos años, han luchado contra los turcos, los chiíes, los iraníes o los suníes, siempre en favor del que pagaba más. Fueron los mercenarios kurdos los que, pagados por los otomanos, realizaron las matanzas de sirios en el siglo pasado.
– ¿Cómo se vivió en Siria la derrota de la invasión de Israel?
– La derrota causó la distorsión del sistema político y social porque costó mucho aceptarla. Nosotros pensamos que no estábamos preparados para otra guerra, que antes debíamos elevar el nivel de vida de la gente, su capacidad adquisitiva y no comenzar a pensar seriamente en enfrentarnos al peligro hasta que se contara con cierto desarrollo social. La nueva situación y el cambio de objetivos transformaron las relaciones internacionales y nos volvimos hacia la Unión Soviética. Fue el tiempo de la gran presa del Éufrates, que dio agua a todo el país, el momento en que se inició el desarrollo industrial.
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