Las versiones que de su tierra nos dan los nativos son a veces tan extremas y distantes que uno se desconcierta y piensa que no estamos hablando del mismo país. Y en el fondo tales versiones por contradictorias que sean, son las únicas que, amalgamadas, mezcladas, digeridas y debidamente contrastadas, nos aproximan a la realidad.
Al entrar en el coche, de nuevo comencé a hacer preguntas a Adnán sobre lo que pensaba de la situación actual. Con cuidado al principio, porque todavía no sabía cómo pensaba, ni si querría darme su opinión. Las cuestiones políticas son siempre difíciles de exponer, incluso en países como el nuestro donde la mayoría de los ciudadanos no tienen más ideología que la de arremeter contra los responsables del último escándalo, aunque son incapaces de elaborar una síntesis de las razones por las que defienden o atacan al encausado. Más aún en Siria, un país sometido a una dictadura y con escaso, por no decir nulo, debate político. Yo no quería que Adnán me hablara de la corrupción de las altas esferas económicas, políticas y sociales, que daba por supuesta y me interesaba muy poco, sino de lo que la prensa llama el pulso de la calle, de su actitud, de la esperanza en el presente y en el futuro, aun sabiendo que influiría en buena parte de todo ello su propia biografía. Adnán tenía un buen empleo, un apartamento antiguo y destartalado pero espacioso y cómodo, una mujer culta y hermosa con la que se entendía bien, y una capacidad de coger al vuelo las oportunidades que la vida le deparaba, que por fuerza habían de teñir su existencia con un matiz de optimismo y confianza.
La carretera general que va al norte estaba llena de coches y camiones cargados de gente. Conducían de cualquier modo, sin cinturones por supuesto, y con el niño en las rodillas del conductor, cuatro o cinco personas en los asientos delanteros, y en muchos tramos directamente por la izquierda porque por la derecha la carretera estaba peor. Pero a nadie le importaba, porque hoy y por encima de todo era un día de alegría, incluso en los campamentos que descubríamos desde la carretera donde se hacinaban los refugiados palestinos en sus barracas de chapa y uralita.
Yo apenas miraba el paisaje pendiente de Adnán y Teresa que, lejos de mantenerse en una actitud de reserva, se mostraban complacidos de poder explicarme lo que sabían de un país al que adoraban porque era el suyo y, añadieron, porque es el más hermoso de la tierra. Al principio se limitaban a dar una versión impersonal de Siria, pero, poco a poco, comencé a entender su actitud frente al régimen (me reía al recordar que, como en la España de Franco, en Siria se hablaba también de “régimen”)
y sobre todo el apoyo que prestaban no tanto a su presidente como a su actitud frente a Occidente.
– Los gobernantes de todos los países tienen ante todo que preservar la integridad de su población y la conservación de sus fronteras.
No hay gobernante que no sepa que más peligrosos que las bombas y los misiles son los intentos de desestabilización que, amparándose en verdades a medias, se les imponen desde el exterior. Muchas veces, al defender a las minorías, no se busca más que afianzar y radicalizar diferencias seculares con ánimo de dividir la opinión y el territorio nacional y sacar ventaja en favor propio. Así lo hemos visto mil veces y así lo veremos aún, mientras los poderosos recelen de los países grandes y unidos.
Así empezó.
– Por su situación geográfica, Siria ha sido camino de civilizaciones y escenario de luchas entre ellas, y por haber estado rodeada de poderosos vecinos y haber sido invadida y conquistada una y otra vez, es un mosaico de minorías, razas, religiones y lenguas: ésta es su identidad. Siria era Siria en los albores de la historia y bajo todos los imperios. Siria fue Siria incluso durante los cuatrocientos años de dominación turca, y lo seguía siendo cuando una vez terminada la Primera Guerra Mundial iba a alcanzar la prometida independencia por haber luchado contra los turcos y los alemanes.
E incluso lo era cuando fue dividida y fueron repartidos sus territorios entre franceses e ingleses.
– ¿Quién decidió el reparto?
– Fueron sir Mark Ykes por Inglaterra o mejor por el Imperio Británico y monsieur Charles Georges-Picot por Francia los que establecieron un acuerdo en nombre de sus respectivos gobiernos en el que, “reconociendo y al mismo tiempo protegiendo un Estado Árabe independiente o una Confederación de Estados Árabes” los dos países dividían el Oriente Medio en dos zonas de influencia: el norte estaría bajo tutela de los franceses y el sur bajo la influencia británica. No hay más que ver las fronteras para comprender que se dividieron el territorio con tiralíneas, como los estados americanos, sin tener en cuenta su historia ni su pasado que ni conocían ni comprendían ni querían comprender en absoluto, y mejor aún si podían borrarlo todo de un plumazo. Se ha dicho en mil ocasiones que no éramos una nación en el sentido en que lo son las naciones de Europa, que los nuestros son países con fronteras naturales, países distintos que pretendían cada cual su independencia. Y no es exactamente así, lo que ocurre es que nuestra idea de unidad, de nación, no es occidental. Las luchas entre las tribus y las distintas facciones de un país han sido siempre excusas que Occidente ha aprovechado para hacerse con él, como si los países de Occidente no hubieran luchado entre sí con brutalidad y no siguieran haciéndolo. Y una vez más, apoyándose en reinvidicaciones de minorías, de las minorías predilectas de las grandes potencias se hizo una división, espoleando las diferencias, a fin de que el reparto fuera más fácil y una vez dividido el territorio no hubiera que hacer frente a una nación unida y grande, con la confianza de que al avanzar la historia se fortalecieran, aunque sólo fuera momentáneamente, las situaciones impuestas.
– ¿De ahí parten las líneas rectoras del Partido Baaz?
– Quizá no tanto como ideas rectoras pero sí, en buena parte, como necesidad de defensa frente a Occidente. El origen del Partido Baaz que está hoy en el poder en Siria se remonta a 1941, cuando comenzaron a crearse círculos de estudio sin orientación ideológica precisa. Pero poco a poco fue tomando cuerpo la doctrina que había de darle el respaldo popular para llegar al poder y mantenerse en él: el nacionalismo árabe, la liberación de la nación árabe. De ahí que en los primeros años fuera prioritaria la libertad frente a la presencia colonial francesa, que no había de acabar hasta 1946. El desarrollo posterior mantuvo siempre dos grandes corrientes, la de los liberales nacionalistas y la de los izquierdistas, pero en ambos casos la divisa del Partido fue siempre la misma: “una nación árabe con una misión eterna”.
– ¿Qué quiere decir una misión eterna?
– Lo mismo que queréis decir vosotros cuando habláis y sacralizáis la “civilización occidental”.
– ¿Quién fundó el Partido? -seguí el interrogatorio sin darme por aludida.
– Michel Aflaq y Salah Bitar, que capitaneaban un pequeño grupo formado por miembros de la pequeña burguesía nacionalista de la elite damascena. La información sobre la fecha exacta de su creación y las actividades de los primeros siete años son confusas aunque se acepta que desde el principio el Partido se llamó a sí mismo socialista y se sabe que el primer congreso y el primer acto oficial tuvieron lugar en 1947.
– Y ¿qué ideas se adoptaron en este congreso?
– Las principales fueron: la tierra árabe es una unidad política y económica indivisible y no hay desarrollo posible en el aislamiento; la nación árabe es una unidad cultural y las diferencias aun siendo accidentales debilitan la conciencia árabe: la tierra árabe es la cuna de los árabes y ellos son los únicos que tienen derecho a dirigir sus propios asuntos, a disponer de sus recursos y a organizar su porvenir.
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