Hablaba sin atropellarse pero sin descansar como si fuera consciente de que en lo que le quedaba de vida por dilatada que fuera apenas tendría tiempo de decir una pequeña parte de todo lo hermoso que contenía su corazón:
– Somos hermanos -había dicho al estrecharme la mano-, hermanos espirituales porque la cultura es lo que une a los pueblos. El mayor bien que se le puede hacer a la humanidad es darle entrada en el patrimonio cultural.
Y ahora, al atravesar el jardín donde se exponían al aire libre antigüedades de piedra de distintas épocas, añadía:
– Cada pueblo es distinto y todos son una parte de ese patrimonio, cada arte tiene tras de sí su idea: para el egipcio es la eternidad; el arte griego tiene como centro el hombre; la filosofía del arte islámico es que la vida no tiene fin, como una cenefa cuya meta última es sucederse, es decir, que la vida continuará después de que nos hayamos ido.
Luego seguimos hasta detenernos ante la fachada de la puerta principal.
– Éste es el pórtico del antiguo palacio del desierto de la época del califa omeya Hicham, del año 688, que ha sido transportado a Damasco piedra a piedra y reconstruido. El mundo -añadió en un susurro señalando una cenefa de flores labradas en la piedra como si me hiciera partícipe de un secreto- es un símbolo místico del principio y del fin. El artesano, el artista, expresan sus ideas científicas, de la misma forma que las flores añadidas a la decoración geométrica expresan la idea de infinito.
Y como si quisiera convencerme añadió:
– El Museo es una verdadera joya donde el más inexperto puede pasar años enteros admirando las maravillas que contiene, aunque en dos días apenas queda en el alma el recuerdo de unas pocas piezas que sobresalen de la amalgama de todo lo que se ha visto.
Una vez dentro del edificio comenzó por explicarme de forma sistemática, casi pedagógica, las seis grandes áreas que contiene el Museo:
– El departamento de la prehistoria, con antigüedades descubiertas en la cuenca del Orontes y del Éufrates; el de antigüedades sirias, amorreas, cananeas y arameas descubiertas en Ugarit, Ebla, Amrit, de la época que va del tercer milenio a.C. al siglo IV a.C.; el de antigüedades sirias de la época clásica, helenísticas, romanas y bizantinas procedentes sobre todo de Palmira, Afamia y Bosra; el de antigüedades árabes islámicas; y el de arte contemporáneo.
·Contrariamente a lo que se cree y se hace -añadió-, la forma de visitar un museo arqueológico no es comenzando por lo más antiguo sino por lo más moderno, de forma que nos vayamos alejando paulatinamente en el tiempo y adentrándonos sin sobresaltos en la antigüedad.
Aunque no lo hicimos exactamente así: comenzamos por las esculturas de basalto negro descubiertas en Horán, cerca de Bosra y los frescos de Qasr al Hair, y las cerámicas y manuscritos de la época islámica.
– No es cierto que el Islam no admita las figuras humanas -dijo queriendo aclarar una creencia difundida pero no del todo exacta-, quizá no las admite en las mezquitas pero las encontramos en los manuscritos, y los libros son los vasos del conocimiento -y me miraba para ver el efecto que esas verdades tan contundentes tenían en mí-.
O en los platos de cerámica. ¿Sabía usted que el nombre de cerámica en árabe es ‘marci’? Quizá Marci viene de Murcia -dijo como un cumplido-, y así la llaman porque la cerámica de Murcia es la mejor.
Tampoco es cierto que en el Islam no se acepten los espejos. No hay que ver en ellos sólo un símbolo de vanidad extrema, no, sino más bien el de la curiosidad íntima de saber lo que uno mismo es. El hombre siempre quiso comprenderse, mirarse, verse, conocer cómo era: al principio utilizó el agua, después el bronce, más tarde los fenicios inventaron el cristal, y se acabó con el espejo: poco a poco todo va tomando su forma y perfilándose para satisfacer los deseos profundos del alma humana.
·He aquí -dijo ante una figura alada de Yabal- de cuán poco sirve el ingenio y la imaginación si no existe la previsión. Ésta es la figura de un hombre, Abbás ben Firnás, que hacia el siglo XI inventó unas alas para despegar de la tierra y comenzar a volar, pero no había previsto la forma de volver al suelo y cuando quiso hacerlo se estrelló.
Al llegar a las salas dedicadas a Palmira se detuvo en una de las cabezas magníficamente conservadas:
– Los poetas cantan la belleza de la mujer, igual que los escultores. -Y añadió-: Un día había alrededor de esta cabeza tres hombres jóvenes que yo creía estudiantes. ¿Qué temas os interesan más?, les pregunté. No nos interesan los temas, sino los peinados, respondieron, porque no somos estudiantes, sino peluqueros. Habían venido a copiar los peinados que lucían las mujeres hace más de dos mil años. -Y ladeando la cabeza como si no pudiera comprender tan gran verdad, declamó más que dijo-: Todo vuelve, todo lo que fue hermoso sigue siéndolo, el arte es inmortal y no admite modas.
Luego se acercó a una de las vitrinas que contenía joyas:
– Repare usted en el milagro de estos pendientes -dijo como quien cuenta las virtudes de su hijo predilecto-, no falta uno. Yo no conozco hoy a ninguna mujer que no haya perdido un pendiente alguna vez. Aquí hay muchos pendientes y ninguno desparejo. Se diría que las mujeres de la antigüedad eran más cuidadosas. -Y sus ojillos brillaban al ver cómo yo reía la gracia.
Pero no se limitaba a los comentarios más o menos agudos sino que a veces enunciaba pequeñas tesis sobre la vida cotidiana de sus héroes. Frente a unas flautas del siglo III d.C., que se habían encontrado en unas tumbas de médicos excavadas en Dura Europos junto con instrumentos de medicina y cirugía, señaló:
– Esto quiere decir que tal vez con la música de la flauta trataban de reducir el dolor que habían causado con las operaciones.
O ante los bajorrelieves de mujeres veladas:
– La cultura del velo en la mujer ya estaba vigente en el siglo I, estos bajorrelieves nos dicen que la tradición es antigua y ponen de manifiesto que ya antes de los musulmanes las mujeres se cubrían la cara con el velo porque el viento del desierto azota la piel y el sol la cuartea.
Frente a las tallas funerarias donde cada difunto iba acompañado de los utensilios que utilizaba en vida para llevar a cabo su oficio, afirmó:
– El trabajo es importante para el hombre, de ahí que todas las figuras que se han encontrado en Palmira sostienen en la mano el símbolo de lo que hicieron en vida, el escultor su cincel, el escritor la pluma, el músico el arpa, el albañil la paleta y la espuerta, el herrero el yunque y el martillo…
– Y añadió con nostalgia-: Antes, la gente trabajaba en su casa y mientras tanto hablaba con los demás, pero ahora la televisión ha acabado con todo, ni se trabaja ni se habla, y estamos perdiendo el placer de la conversación.
·¿No le parece significativo -dijo al poco, volviéndose a mí-que en las excavaciones se hayan descubierto tantas mujeres, diosas, sacerdotisas, cantantes, matronas y madres? -Y como si me echara un piropo o me dedicara un cumplido o me rindiera un homenaje, añadió-: Es la contribución de la mujer a la cultura del mundo.
Gracias, estuve a punto de responder, pero ya se había detenido en un bajorrelieve en el que aparecía una carrera de carros que se atropellaban unos a otros y se había lanzado a contarme una historia que, a su entender, explicaba el origen de los juegos olímpicos:
– El rey Onomas -decía con tal fe que concitó mi atención como si se tratara de un viejo cuento-, acosado por sus ministros y por el pueblo que deseaba la boda de su hija para que el reino tuviera un heredero, y no queriendo él aceptar una predicción de la pitonisa, según la cual moriría a manos de su yerno, organizó una carrera para todos los pretendientes y anunció que el vencedor se casaría con la princesa, pero les hizo saber al mismo tiempo que él, el rey, también participaría. Cundió el pánico entre los jóvenes aspirantes porque el rey tenía un carro y unos caballos más veloces que el viento.
Читать дальше