– Parece lo natural, ¿no?
– Ahora lo parece, pero cuando se adoptaron esos principios estábamos en el último peldaño de la sumisión y la esclavitud. -Y continuó-: El Baaz era y es, pues, un movimiento nacionalista, socialista, democrático y revolucionario, y antes que nada árabe, entendiendo por árabes el conjunto de los países árabes, incluidos los territorios ocupados, como Palestina ocupada por Israel, Alexandreta por Turquía y el Arabistán por el Irán.
– ¿Cuándo accedió al poder el Partido Baaz?
– Después de la liberación, en 1946, hubo un breve periodo de poder civil, hasta que el último presidente, Chukri al Quatli, fue derrocado por el ejército en 1949.
En 1954 los militares baazistas ya dominaban el país y, fieles a su ideario, en 1958 llevaron a cabo la unión con Egipto, entonces Siria se convirtió en la provincia del norte de la República Árabe Unida. El presidente Nasser de Egipto se dedicó a limpiar el país de la extrema derecha y de los comunistas, pero cuando puso al frente de la dirección política nacional a un egipcio, la indignación de los sirios se añadió al sentimiento general de frustración por sentirse tratados como subalternos y se produjo la crisis que en 1961 había de desembocar en la separación definitiva.
– ¿Fue un periodo de paz?
– No exactamente, hasta 1963 se sucedieron los golpes militares.
El del 8 de marzo de ese año dio el poder al ala izquierdista y revolucionaria del Partido Baaz, que eliminó a los comunistas, o dicho de otro modo, a los más radicales, e intentó la unión con el Iraq donde acababa de tomar el poder también el Partido Baaz, pero los esfuerzos no se materializaron. En febrero de 1966, otro golpe dentro del mismo Partido eliminó de la dirección a los fundadores y a los miembros menos radicales. De hecho, el Partido Baaz ha gobernado en Siria desde su fundación, sea con una facción radical o una más occidentalista.
En 1970 el ejército jordano masacró a los guerrilleros palestinos apoyados por Siria en una operación que ha pasado a la historia con el nombre de “septiembre negro”, y fue entonces cuando se produjo de hecho otro golpe de Estado incruento en el interior del propio Partido. El jefe supremo fue el entonces ministro de Defensa, Hafez al Assad, un alauí que rechazaba el radicalismo de ambos extremos y quería ampliar la base del régimen con una apertura económica y democrática y evitar el aislamiento político.
– ¿Sin oposición?
– Hoy, la oposición al régimen de Al Assad viene de los miembros del Partido que defienden posiciones más extremas o que no están de acuerdo en que el gobierno, aun con la prudencia del actual presidente de tener ministros de todas las religiones, esté en manos de la minoría alauí, que no representa más del 11,5%· de la población.
Pero sobre todo de los hermanos musulmanes, los integristas. En 1981 la pertenencia a los hermanos musulmanes se castigaba con la pena de muerte, aunque ahora se ha moderado la posición oficial e incluso se ha permitido el regreso de algunos exiliados.
– Pero, ¿tiene Al Assad el apoyo de la mayoría?
– Al Assad -afirmó contundente Adnán eludiendo la respuesta- es uno de los hombres más cautos, más listos y más inteligentes de la política del mundo árabe y de todo el mundo en general, que ha sabido sacar a su país de la miseria y el subdesarrollo en que lo encontró.
Por la estabilidad y la tranquilidad que hoy gozamos, ha conseguido el apoyo de distintas fuerzas y segmentos de la sociedad. En política exterior ha sabido estar con quien le ha interesado a su país, y nunca ha aceptado la presión de las potencias extranjeras, fueran los soviéticos antes o los americanos ahora, sin enfrentarse jamás a ninguno de ellos ni ser represaliado por sus favoritismos en un momento determinado. Es cierto que ha reprimido con dureza la oposición fuera y dentro del Partido. Ha quedado como un hito de su determinación, la brutal represión de febrero de 1982 en Hamma sobre todo, en la que murieron entre uno y otro bando no menos de veinte mil personas, en una batalla que comenzó cuando un grupo de hermanos musulmanes tendió una emboscada a las fuerzas de seguridad sirias para iniciar una insurrección general, según la versión oficial.
– ¿Cuál es el poder que se arroga el presidente?
– Assad ostenta el poder real de la República, ya que es jefe del Partido Socialista Baaz Árabe y jefe del gobierno, con poder para nombrar ministros y personal militar, declarar la guerra y legislar. La democracia en el país tiene pues grandes limitaciones.
Pero Al Assad ha sabido dar a su pueblo un sentido de defensa de los valores árabes, aunque no ha logrado desprenderles de la pasión por los productos de Occidente -y por primera vez en todo el discurso le vi sonreír a través del espejo retrovisor. Pero añadió con pasión-: Occidente le acusa de no ser demócrata ahora que ya se fueron los colonialistas franceses. Sin embargo, cuando Francia, que según un mandato de la Sociedad de Naciones había de mostrar al país formado entonces por Siria y el Líbano la forma de gobernarse a sí mismo, vio amenazado su poder por las violentas manifestaciones de los nacionalistas sirios, que pedían la independencia y, con toda probabilidad, la democracia, asesinó sin juicio a cientos de insurrectos y los expuso para su escarnio en la plaza de Mezzè sin que el mundo civilizado protestara ni hablara entonces de democracia. Ni cuando en represalia incendió aldeas enteras del Guta. Y cuando sin saber qué más hacer bombardeó Damasco desde la colina de Mezzè frente al Casiún, donde ahora se levanta el palacio de recepciones de Kenzo Tangue, las tímidas protestas de China, Egipto y los Estados Unidos no lograron la retirada del suelo sirio de tan demócratas gobernantes.
Llevado de su pasión, Adnán no podía parar:
– Cuando Occidente era defensora de la democracia para sí pero imponía su yugo colonial a los países subdesarrollados, nadie se metió con Siria. Ahora que ya nadie tiene intereses directos en el país, se le exige que adopte la misma forma de gobierno que Occidente. Y cuando tras la independencia los sirios tuvieron unos pocos años de democracia nadie les ayudó a conservarla, sino todo lo contrario: los países occidentales, todos ellos contrarios a los nacionalistas, defendían cada uno su propio grupo de presión, como hacen ahora en Somalia, Ruanda, Mozambique o Yugoslavia, que alcanzaba el poder y lo perdía sumiendo al país en una sucesión de incertidumbre y luchas intestinas. En cambio, defendieron siempre a los fundamentalistas, al principio sólo por ser enemigos de los nacionalistas, como les ocurrió en el Irán.
Y añadió con la rabia del que sabe que va a perder pero le consuela que con él pierda el enemigo:
– No querían los nacionalistas y ahora tendrán los fundamentalistas. -Y continuó-: Es cierto que Al Assad es un dictador, lo es, y que hay presos políticos en las cárceles de Damasco, de Palmira, de HÖms y Hama. Pero no tan dictador como los jeques de Arabia Saudí, de los Emiratos Árabes y del resto de los países del Golfo, incluido Kuwait, donde continúan produciéndose formas solapadas de esclavitud, donde se persigue a los ciudadanos por sus modos de vida, donde las mujeres están reducidas a meros instrumentos domésticos, laborales y sexuales, y donde no hay libertad religiosa, ni política, ni social, y donde se cortan manos y pies para escarmiento de los ladrones.
– ¿Qué es lo que molesta de Assad a los países occidentales?
– le pregunté para que no se detuviera, porque el apasionamiento en un árabe es siempre un espectáculo: el ardor se concentra en el resplandor de la mirada, se le crispan levemente los labios al hablar y la dicción adquiere la soltura y la fluidez propia de un discurso o una arenga en la plaza, aun manteniendo el cuerpo y el cuello estáticos y un perfecto control de sus gestos y movimientos.
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