José Gironella - Ha estallado la paz

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Después de Los cipreses creen en Dios (época anterior a la guerra) y de Un millón de muertos (época de la guerra), José María Gironella en Ha estallado la paz trata de la posguerra. La familia Alvear sigue siendo el núcleo de la acción del libro y Gerona vuelve a ser la ciudad protagonista. Finalizada la contienda, todos los personajes retornan a sus hogares, excepto los exiliados, que se reparten a voleo por el mundo… La obra abarca los años inmediatamente posteriores a la guerra, con una mezcla de dramatismo, de poesía y de ironía que subyuga desde los primeros capítulos. El clima de aquellos tiempos aparece recreado con singular maestría, de tal modo que para el lector de edad madura constituye la ordenación de sus recuerdos, y para el lector joven un descubrimiento impresionante. En Ha estallado la paz, Gironella alcanza su momento cumbre de novelista nato, gran narrador que consigue fundir la historia con la ficción novelesca.

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Ignacio experimentó vértigo. Y se refugió en la intimidad. Sintió miedo, un miedo tan intenso como el de Mateo al recibir la fotografía de su hijo. Tuvo ganas de confesarse. Y al propio tiempo, de llamar a Adela por teléfono. Y de poner una vela bajo los cuadros de Picasso colgados en su habitación, cuadros que según Carmen Elgazu representaban la rotura del mundo.

Por último acertó a concretar y envió un sencillo telegrama a Ana María. "Necesito verte. El día quince iré a Barcelona. Te quiero". Y firmó.

Matías se abstuvo, por sistema, de hacer el menor comentario -únicamente se tomó en el Café Nacional dos copas seguidas de coñac-, subió al piso de la Rambla y, sosteniendo en la mano el sombrero, le propuso a Carmen Elgazu:

– ¿Qué te parece si nos fuéramos a ver a Pilar? Parece que César está un poco pachucho.

Carmen Elgazu, haciéndose cómplice del silencio de Matías respecto al rayo caído del cielo, contestó, con voz tranquila:

– Espera un poco a que termine de planchar.

Matías esperó. No sabía qué hacer entretanto y, tomando una rebanada de pan, la pinchó con un tenedor y la acercó a la estufa, que estaba al rojo vivo, para hacerse una tostada. Le puso luego un poco de aceite y sal y la mordisqueó. "¡Hum! -exclamó-. Esto es la gloria".

Por fin salieron, cogidos del brazo, camino de la plaza de la Estación. Allí se enfrentaron con la realidad. Encontraron a Pilar desolada. Lo de César no tenía importancia. Había dormido dos horas con toda normalidad y ahora estaba ya despierto y contento. Pero Pilar tenía el periódico en la mano y los ojos y el alma llenos de grandes palabras: Japón, los Estados Unidos, Rusia, Mateo…

– ¿Qué ocurrirá, padre? ¿Qué significa esto?

Matías hizo un gesto triste.

– Nadie lo sabe, hija mía… -Luego añadió, cortando en seco-. ¿Podríamos ver al niño?

Don Emilio Santos, que salía del despacho de Mateo, del que había quitado el pájaro disecado, contestó:

– ¡No faltaría más! Entren. Por ahí…

Todos entraron en la alcoba. César Santos Alvear, con su cuerpecito fajado y sus manitas preciosas, yacía en la cuna que Pilar había adquirido para él, colocada junto a la cama. Tenía los ojos azules abiertos de par en par, aunque su mirada no acertaba a fijarse en ningún punto concreto.

Como si adivinara que era el gran protagonista de la escena levantó las piernas y por un momento pareció que pedaleaba en una bicicleta imaginaria.

– ¡César! ¡Rico! ¡Pequeñín!

Carmen Elgazu le hizo cosquillas en la barriga y el niño pareció sonreír. Y volvió los labios como si se dispusiera también a pronunciar alguna palabra grande. Pero no fue así. Babeó un poco y Pilar, sacándose el pañuelo de la bocamanga -como solía hacerlo el señor obispo- lo secó.

La inocencia del hijo de Pilar conmovió de pronto a todos. ¿En qué mundo vivía? En un mundo sin guerras; en un mundo de sensaciones; en un mundo como el del amor puro anterior al pecado original.

Todos pensaban: ¿Qué cosas verá ese niño a medida que crezca, que se haga mayor? ¿Qué herencia le habremos dejado los que llevamos ya muchos años a cuestas? Sintiéronse responsables, aunque tampoco de nada concreto.

Pilar, que lo miraba con arrobo, balbuceó:

– Tengo miedo… Tengo miedo por él…

Carmen Elgazu corroboró:

– Ojalá no creciera nunca. Ojalá continuara así, sintiéndose amado y sonriendo.

Matías movió la cabeza. Aquello era utópico, antinatural. César Santos Alvear iría desarrollándose al margen de los acontecimientos y llegaría a ser como Ignacio; o como Mateo…

– Dejémosle… -propuso-. Tengo la impresión de que se da cuenta de que intentamos leerle la palma de la mano.

Todos obedecieron la indicación de Matías y salieron en dirección al comedor. Todos, excepto Carmen Elgazu. Carmen Elgazu permaneció fraudulentamente en la alcoba, y en cuanto vio que estaba a solas con el niño se encorvó cuanto pudo como para darle un beso… Pero lo que en realidad hizo fue trazarle sobre la tersa frente, con lentitud y extrema dulzura, la señal de la cruz.

Barcelona, Arenys de Mar, Benidorm, Barcelona.

Empezado el 3 de mayo de 1963 y terminado el 20 de abril de 1966.

José María Gironella

Ha estallado la paz - фото 2
***
Ha estallado la paz - фото 3
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