El Gobernador recibió oficialmente la noticia y se la comunicó a Miguel Rosselló y a su hermana, Chelo. Miguel y Chelo se quedaron anonadados. En esa ocasión fue Jorge de Batlle quien tuvo que consolar a su joven esposa, utilizando argumentos similares a los que con anterioridad ella había utilizado con él.
Pero a Miguel, sustituto de Mateo en la Jefatura Provincial de Falange, ¿quién lo consolaba? Con la ausencia había aprendido a querer a su padre, y a perdonarlo. "Pero ¿qué ha ocurrido? -le preguntaba Miguel al Gobernador-. Cuando lo visité lo vi fatigado, pero sano. Y nunca había padecido del corazón". El Gobernador titubeó un momento… y por fin hizo un gesto de impotencia. "La cárcel es dura, mi querido Miguel. Tienes que resignarte".
Miguel y Chelo hubieran querido celebrar funerales públicos en memoria de su padre, el doctor Rosselló, pues estaban convencidos de que en Gerona había mucha gente que lo quería; pero el Gobernador se opuso a ello. "Lo lamento -dijo-, pero no lo considero prudente…" Fue la primera vez que Miguel Rosselló miró a su jefe con ojos coléricos. En cuanto a Chelo, se fue a ver a Marta y le dijo: "Es lamentable que la política no respete a los hombres ni siquiera después de muertos".
Tampoco podía faltar, a la cita de las sorpresas, Pachín… Pachín, en el Club de Fútbol Barcelona, triunfaba en toda la línea. En las ocho primeras jornadas del Campeonato de Liga había marcado siete goles como siete soles y se había convertido en hombre popular en España entera. Tan popular, que se pasaba el día entrenándose, durmiendo, leyendo Tebeos con displicente satisfacción… y olvidándose de Paz. Todavía no le había hecho a ésta ninguna visita, alegando "que el entrenador no le daba permiso". Y espaciaba las cartas, alegando "que escribir no era su fuerte". La llamaba por teléfono a Perfumería Diana, le decía "mi pichoncito", le prometía que se casarían cuando llegase el momento y colgaba el auricular. Paz echaba una mirada de reto a la tienda y al mundo. Pero ¿qué hacer? Su venganza consistió, al pronto, en ocuparse otra vez con tesón del Socorro Rojo y en pedirle a Ignacio las señas de su primo, José Alvear. Paz aseguró que "necesitaba con toda urgencia ponerse en contacto con él". Ignacio le dijo: "No sabemos dónde está, Paz. Te lo juro. Escribimos una carta hace tiempo a Toulouse, a la dirección que tenía antes, pero nadie nos ha contestado". El primer perjudicado fue Cefe, el pintor de retratos. Paz le dijo al artista: "Ya no me desnudo ante ningún hombre. Sois todos unos bestias".
Tampoco el señor obispo podía faltar a la cita de las sorpresas… El doctor Gregorio Lascasas, contento por aquellas fechas porque su dilecto amigo, el obispo de Salamanca, doctor Pía y Deniel, acababa de ser nombrado arzobispo de Toledo y Primado de España, comunicó a los feligreses su propósito de abrir otra Causa de Beatificación en la diócesis: la del vicario mosén Francisco…
Al señor obispo le había costado cierto esfuerzo tomar tal determinación. El hecho de que mosén Francisco se hubiese ido en calidad de voluntario con los 'rojos' al frente de Aragón, lo había desconcertado, y prefirió meditar una temporada. Pero a medida que pasó el tiempo fue recibiendo más y más noticias de mosén Francisco y todas ellas coincidían en proclamar su santidad. Un miliciano, que fue detenido en Barcelona y que declaró haber sido testigo presencial de la muerte del vicario en la checa comunista de Gorki, relató los últimos momentos de su martirio, verdaderamente patéticos. Las hermanas Campistol, que en los primeros meses de la guerra tuvieron escondido a mosén Francisco en su taller de modistas, fueron llamadas a Palacio y contaron tales detalles que el doctor Gregorio Lascasas, muy sensible a la ejemplaridad de los jóvenes sacerdotes, se las vio y deseó para contener las lágrimas. Si bien el máximo propulsor de la Causa fue, desde el primer momento, mosén Alberto. Mosén Alberto había afirmado una y otra vez que no había razón para suponer santo a César y no a mosén Francisco. "Eran almas gemelas, cada una según su condición", era su tesis. Por fin vio colmados sus deseos y fue nombrado vicepostulador; tocándole en este caso al padre Forteza el papel de "abogado del diablo". Es decir, se invirtieron los términos, lo que arrancó de ambos un comentario socarrón: "Vamos a ver si sincronizamos nuestros disparos…"
Y sin embargo, la sorpresa mayúscula, la sorpresa que iba a poner un digno colofón a todas las demás, la dio a los gerundenses el mismísimo Gobierno: el día 27 de noviembre, declarado Día del Maestro, el Gobernador Civil, el camarada Juan Antonio Dávila, recibió un oficio del Ministerio de la Gobernación en el que se disponía su traslado al Gobierno Civil de Santander.
El oficio era escueto y terminaba diciendo que el 15 de diciembre recibiría en Gerona a su sucesor y que él debería tomar posesión del nuevo destino el día 20 del mismo mes.
El Gobernador sintió, al leer aquel texto, que no le penetraba aire en los pulmones y por unos momentos temió que sus habituales y expertos ejercicios respiratorios no le sirvieran para nada. ¡Inesperado golpe! No conseguía comprender, hacerse a la idea. Estaba en su despacho, solo. Lo miró, con calma musitada. Miró el techo, las paredes, la mesa, los sillones, las alfombras, los teléfonos… El teléfono amarillo no consiguió, en esta ocasión, hacerlo sonreír. Parecióle incluso que había allí objetos que no había visto nunca. ¿Desde cuándo aquella lámpara, de pie caracoleante, detrás de la puerta?
Su primer impulso fue llamar a Madrid para pedir que se anulase la orden. Pero se dio cuenta de que sería inútil… y ridículo. ¿A quién pedírselo? ¿Al Ministro, que era el firmante del documento? ¿Al Caudillo, al que había jurado fidelidad y obediencia, con la mano puesta sobre los Evangelios?
Inmediatamente después se dijo que aquello no podía ser sino el fruto de alguna maniobra maquiavélica. Pensó seguidamente en el coronel Triguero…, e incluso en su propia esposa, María del Mar. El coronel Triguero, la última vez que le habló, le sonrió de forma más enigmática que de costumbre. ¡Tenía, el muy canalla, tantas agarraderas! En cuanto a María del Mar, no había acabado de aclimatarse en Gerona y ahora cuando fue a buscarla a Santander, la encontró, como es sabido, rejuvenecida, sonrosadas las mejillas y sin la menor prisa por regresar.
El Gobernador acabó irritándose consigo mismo.¿Por qué pensar en "maniobras maquiavélicas"? Desde un punto de vista objetivo, el traslado significaba un ascenso. Santander era capital más importante que Gerona, y sin duda lo que el Ministro perseguía con su nombramiento era poner al frente de aquella provincia, que había recibido el azote del incendio y del huracán, a alguien que la conociera a fondo: que tuviera, como él tenía, raíces en el propio lugar.
¡Y a lo mejor ni siquiera eso! Los relevos eran frecuentes, formaban parte del juego político habitual. Él mismo había estado jugando al ajedrez con los alcaldes.
Acabó reprochándose el haber pensado mal de María del Mar. ¡Ésta se alegraría del traslado, por supuesto! Se alegraría enormemente, y a duras penas conseguiría disimularlo. Pero le era fiel y por nada del mundo hubiera sido capaz de intrigar a espaldas suyas.
El Gobernador, sin saber a ciencia cierta por qué, se reservó la noticia por espacio de veinticuatro horas. Hasta que comprendió que aquello era absurdo y decidió darla a conocer.
Primero se la comunicó, naturalmente, a la familia; luego, a las autoridades; por fin, a la población.
¡Ah, cuan cierto era el refrán: "De todo hay en la viña del Señor"! María del Mar se tapó la boca con la mano pero sus ojos, efectivamente, gritaron: "¡Viva!". Pablito retrocedió un paso. Hubiérase dicho que se mareaba. "Pero…", balbuceó. Era evidente que su pesar era enorme, tanto o más que el de su padre. "Papá, ¿por qué no llamas a Madrid y procuras arreglarlo?". Cristina miró a los suyos con semblante atónito. A ella lo mismo le daba. Por el momento, las cosas le parecían sustituibles; las cosas y las personas. También en Santander tendría amigas, y una habitación con animalillos de trapo, y graciosos pijamas. También allí sería "la hija del Gobernador".
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