En el buzón de su casa, de la calle de la Forsa, encontró varias cartas de su hermano, Sebastián, que andaba por el Caribe en el buque Montserrat, de la Compañía Trasatlántica. Su hermano le decía que estaba a punto de tomar una decisión: quedarse en tierra. "Cuando hayas regresado a Gerona, mándame un telegrama". Alfonso así lo hizo, acuciándole para que no se volviera atrás. Y es que, aparte del deseo de abrazar a Sebastián -apenas si se habían visto desde la terminación de la guerra civil-, Manolo le había llamado y le había hablado de la importante herencia que su padre les legó, sobre todo en terrenos de la Costa Brava, en la zona de Cadaqués.
– Que venga tu hermano, ponemos los papeles sobre la mesa y vosotros decidís lo que se debe hacer…
Alfonso Estrada tenía un defecto: le gustaba el dinero. Lo contrario de Sebastián, al que siempre le importó un comino. Naturalmente, Alfonso ignoraba la trayectoria que su hermano habría seguido en contacto con el mar y con los buques mercantes y de pasaje, pero podía asegurar que antes era un asceta que lo único que llevaba en los bolsillos era un espantaviejas. Y cuidado que muchos marinos habían amasado pequeñas y grandes fortunas a costas de la guerra mundial, con el contrabando, la consecución de navycerts y las joyas de los emigrantes!
– De acuerdo, Manolo… Confío en que mi hermano se quedará, y que estará conforme en partir la herencia en dos mitades iguales.
Esther comentó:
– Ese chico es un primor. Llega de Rusia como si llegara de Jerez de la Frontera… Será germanófilo?
– No lo creo. Lo sería si lo fuera la Virgen; pero tengo mis dudas de que la Virgen compagine con el mariscal Goering…
* * *
Mosén Falcó regresó más fanatizado que nunca y convencido de que Hitler estaba protagonizando la mayor gesta de la historia, al vencer a la gran Rusia. El obispo le encargó que se ocupara de los condenados a muerte, en vez del padre Forteza. Mosén Falcó era implacable. Sentía un odio visceral por los "rojos". Llegó a decir, en un sermón, que los condenados a muerte eran unos privilegiados, pues sabían a qué hora podrían presentarse ante el tribunal de Dios, en tanto que los demás mortales lo ignoraban.
Mosén Falcó era de Gerona. Sus padres tenían una tienda de ropas de caballero: sombreros, gorras, camisas, corbatas, mantas, sábanas, etc. En la Rambla. Su hermana Sara, comadrona que trabajaba con el doctor Morell, no estaba en absoluto de acuerdo con las ideas de su hermano, quien aseguraba que los pueblos eran un rebaño y que necesitaban de un pastor. "Pues yo he asistido a muchos partos. En un principio, muchos bebés parecen iguales; pero andando el tiempo se marcan las diferencias". A Sara le había impresionado mucho que en la pared del cementerio alguien hubiera hecho una pintada que decía:
Si no eres estraperlista,
del clero o falangista,
este invierno aquí te espero.
Mosén Falcó le decía a Sara que el prestigio de Franco había sido ganado a pulso, que era espontáneo, que la inmensa mayoría del pueblo español estaba a su lado y que andando el tiempo se hablaría de él como de un profeta. El sacerdote tenía una frente despejada pero una boca pequeña, que abría poco al hablar, de modo que las palabras que le salían parecían silbidos y soltaba un poco de saliva. Estaba muy en contra de María Fernanda, la esposa del gobernador, porque la sabía monárquica. Según él, eran pro británicos los generales Kindelán, Várela, Aranda, Moscardó y Solchaga.
Falangista hasta la médula, la frase que más solía repetir era "Dios de los Ejércitos", frase que precisamente el padre Forteza no empleaba jamás y que sumía en perplejidad al obispo Lascasas. Admiraba enormemente a Mateo, que había sacrificado su vida por la Falange. Cuando el obispo se enteró de lo que mosén Falcó había dicho en la cárcel sobre los condenados a muerte lo llamó a palacio y discutió con él muy fuertemente. Hubiera querido relevarlo del cargo, pero el camarada Montaraz se opuso y consiguió que continuase en él. El obispo se quedó chasqueado y formulándose mil preguntas sobre la Falange. "Quién manda a quién?". Por si fuera poco, mosén Falcó relevó a mosén Alberto en la censura de películas. También se mostró implacable, en nombre de la castidad. Al poco tiempo Matías, en el café Nacional, dijo saber de buena tinta que mosén Falcó, al que a gusto hubiera traspasado el reuma, con los trozos de celuloide que iba recortando se organizaba para sí un montaje erótico de primer orden.
* * *
El camarero Rogelio se lanzó a un proyecto de envergadura. Desde siempre se había jurado a sí mismo que, si regresaba a Gerona, abriría una cafetería moderna. Encontró el capitalista ideal: Miguel Rosselló. La cafetería se llamaría España y estaría ubicada en la Rambla. Una barra bien surtida, larga y pocas mesas para perder el tiempo jugando al dominó. Los contertulios del café Nacional se rascaron el cogote. "Esto es americano, esto no va a cuajar aquí". Rogelio, cuyo capitán, Arias, había muerto en Rusia, se carcajeaba. "No daremos abasto. Dentro de poco tendremos que comprar la mercería de al lado que no se come una rosca excepto los días de mercado".
* * *
Los tres divisionarios marginados en la estación, por ser desconocidos en Gerona, siguiendo los consejos de Mateo, a cuyas órdenes habían servido, decidieron tentar la suerte y, en principio, afincarse en la ciudad.
– No tendréis problema ninguno para encontrar trabajo. Yo me ocuparé de ello, según vuestras aptitudes. Y si dentro de tres meses decidís que el agua del Oñar huele mal, si te he visto no me acuerdo.
León Izquierdo, el más culto de los tres, fue nombrado ayudante de Ricardo Montero en la Biblioteca Municipal. Le gustaban mucho los libros por lo que, de entrada, hizo buenas migas con el librero Jaime, a quien rechazó las novelas de aventuras afirmando que comparadas con lo que él vivió en Rusia le parecerían una nimiedad. Dicharachero, le gustaba la gaita, que a Montero, ex depresivo, le sonaba a diablos. Pronto se supo que León Izquierdo estaba casado, que tenía un hijo en Pontevedra y que se alistó en la División Azul para huir de la familia. En el bar Montaña, el de los futbolistas, el del Niño de Jaén, hizo una entrada triunfal jugando al billar. 'El Niño de Jaén' afirmó que no tendría rival en Gerona, por lo que estaba dispuesto a abrillantarle gratis los zapatos. Mal hablado, León Izquierdo soltaba tacos constantemente.
Pedro Ibáñez, madrileño. Toda su familia, anarquista, se exilió a América, a través de Francia. Se alistó por "orfandad". Al enterarse de que el Responsable, jefe de los anarquistas gerundenses, estaba en Venezuela, hizo gestiones, se le dirigió por medio de la embajada. No recibió contestación. Alto y delgado como un alfil. Labio superior como lo tienen las liebres: leporino. Capaz de reproducir con palillos cualquier monumento en miniatura. En Rusia reprodujo una iglesia de Novgorod, que fue la admiración de todos y le valió un permiso de ocho días a Riga. Mateo lo colocó en Abastos, ocupando el puesto que un día dejó libre Pilar.
Evaristo Rojas, sevillano. Cabellera rubia, siempre decía que era descendiente de los ingleses, posiblemente a través de los Domecq. Cantaba saetas. "Es una lástima que la Semana Santa esté lejos porque os haría una demostración". Mateo consiguió colocarle en la Delegación de Obras Públicas, donde fue testigo de excepción de las importantes y meritorias obras que se estaban realizando en la provincia, especialmente puentes, carreteras y vías de ferrocarril. Conoció uno por uno a todos los encargados de los faros de la costa. En momentos de crisis los envidiaba, tentándole la plaza de torrero. Pasada la crisis, aborrecía la soledad y gustaba del bullicio y de las fiestas. Herido de guerra. Una oreja cortada, que intentaba disimular con el pelo, aunque Raimundo le dijo que le faltaba cabello, que debería tener una cabellera como Sansón, o como Mateo, para poderla ocultar. Toda su familia emigró a América.
Читать дальше