La multitud se puso en marcha alegremente, ignorando que, además de Mateo, había otros dos mutilados: Pedro Ibáñez, a quien, cerca de Gregorok, se le había congelado el pulgar del pie derecho y Evaristo Rojas, a quien una bala le había cortado una oreja.
Mosén Falcó, con su característico talante, propuso celebrar un Te Deum en la catedral; mosén Alberto le calmó. "Hablaremos con el señor obispo". Mosén Alberto sabía que el doctor Gregorio Lascasas se negaría a ello, debido a aquella pastoral que había hecho pública el nuncio de la Santa Sede, monseñor Cicognani. Todo fueron plácemes y cantos -el coro de la Sección Femenina-, mientras Pilar, detrás de los visillos del balcón de su casa, contemplaba el desfile de la muchedumbre, encabezada por el camarada Montaraz, Mateo y mosén Falcó. Se dirigieron a la iglesia de San Félix, cuyo campanario pareció erguirse un poco más que de costumbre. El párroco rezó un responso por los muertos y leyó unos salmos para los vivos:
"Cuando los malignos me asaltan
para devorar mis carnes
son ellos, mis adversarios y enemigos,
los que vacilan y caen.
Aunque acampe contra mí un ejército
no temerá mi corazón.
Aunque se alzare en guerra contra mí,
aun entonces estaré tranquilo".
Dichos salmos impresionaron mucho a los fieles que llenaban el templo a rebosar. Después de aquello, no cabía nada más. La salida y la dispersión.
* * *
En cuestión de un mes cada pieza ocupó su lugar. Mateo estaba contento, porque al parecer Pilar iba cediendo en su postura. Presintió que todo acabaría arreglándose, gracias, en buena parte, a César, que crecía, que crecía cada día un poco más. Ante sus sonrisas parecían diluirse de pronto todos los equívocos. Lástima que don Emilio Santos tosía mucho, tosía también cada día más, y apenas si salía del piso, recibiendo con alegría las visitas periódicas del notario Noguer y del profesor Civil, cada cual hablando de sus achaques.
Solita en Rusia había vivido lo suyo y no se arrepentía de su experiencia, que en cualquier caso la había ayudado a superar por completo el drama que la alejó del doctor Chaos. Pensaba en él a menudo, pero como excelente médico y excelente cirujano, nada más. La heroicidad de los hombres que trató en Rusia y las grandes tragedias que presenció la enseñaron a no exagerar con su anécdota personal. También la influyó el estoicismo de los soldados rusos siberianos.
Los regalos que se trajo fueron un gorro de astrakán mejor que el que lucía Cacerola, Adornó con él la cabeza de su padre, Óscar Pinel, fiscal de tasas, quien ante el espejo se rió estruendosamente, después de casi un año de no poder apenas sonreír. Se trajo también un par de iconos, uno para su hogar y otro para su hermana Remedios, monja teresiana en Ávila. Y también un termo de color azul, porque sabía que su padre en la oficina necesitaba al cabo del día muchas tazas de café. "Cada vez que uses el termo, piensa en mi bata blanca de enfermera en el hospital de Riga". Su padre se lo agradeció porque, en efecto, el café le resultaba indispensable. Sus "inspectores vascos" de la Fiscalía andaban exagerando, de acuerdo con las instrucciones dadas por el gobernador contra los estraperlistas. Dos condenados a muerte! Óscar Pinel no podía con su alma. Solita intentó consolarle, y también medicarle. Se puso en contra de los inspectores, tres de ellos "maestros depurados", que exageraban como si quisieran vengar a costa de los demás el daño de que habían sido objeto. Solita, en cuyos brazos habían muerto muchos divisionarios y algunos soldados soviéticos, trataba con dureza a esos indomables advenedizos.
Solita no tuvo problema ninguno para encontrar trabajo. Enfermera del doctor Andújar, de su consulta particular! De hecho, el doctor estaba esperando el regreso de la muchacha, sobre cuya competencia el doctor Chaos le dio los mejores informes. El doctor aplicaba ahora electrochoques y recetaba medicamentos fuertes, empujado por el sufrimiento de los pacientes. Solita le cayó como llovida del cielo. Le organizaría el fichero, se pondría al corriente de la especialidad. "Doctor, tenga un poco de paciencia comigo". En la División, los depresivos se morían de consunción en sus camastros o sus oficiales les pegaban un tiro por inhibición en el combate. Inhibición! Solita la conocía. También su padre, que fue a visitar al doctor Andújar para darle las gracias. A don óscal Pinel le temblaban un poco las manos, y el doctor y Solita temieron que fuera Parkinson.
Padre e hija, para huir del fantasma de la soledad, tomaron bajo su protección a Elvira, la muchacha que sólo hablaba alemán y que estaba al cuidado del profesor Civil. Elvira tuvo un hogar… La barrera del idioma, en un principio, fue fatal, pero pronto la chica empezó a espabilarse. Además, encontraron un profesor ideal: el padre Forteza, quien, como era sabido, hablaba alemán. El jesuita se lo tomó tan a pecho que juró por los doce apóstoles que antes de seis meses la muchacha sabría resolver las palabras cruzadas que "creaba" Solita. En efecto, Solita era una entusiasta de los crucigramas, hasta el punto de que se comprometió a entregar dos semanales para Amanecer.
Todo listo, pues. Solita no era germanófila -los nazis no le gustaron ni pizca-, pero menos aún le gustaban los soviéticos. De modo que, en el fondo, deseaba el triunfo de Hitler, como mal menor! Su padre miraba el icono colgado en la pared y decía: "Mira que yo deseando el triunfo del Führer…" Solita y su padre se dieron cuenta de que cuando Elvira oía el nombre de Hitler palidecía como si su memoria evocara algún drama ilocalizable.
– Doctor Andújar, a sus órdenes!
– Solita, no me trates así, por favor. Resérvalo para tu padre, que fue comandante de Intendencia…
– Mi padre no es mi padre, es mi hermano mayor…
Mateo, de acuerdo con el camarada Revilla, colocó a Cacerola de conserje en Sindicatos. El muchacho quería casarse, pero siempre visó demasiado alto. Gracia Andújar voló. Silvia voló, en pos de Padrosa, el muchacho vanidosillo que gracias a la Agencia Gerunda se vestía con el mejor sastre de la ciudad, llevaba siempre corbata roja y se había ahijado a Félix Reyes, el artista en ciernes. La Andaluza le dijo a Cacerola: "A ti te corresponde alguna sirvienta de buen ver". Al pronto, se enamoró de Teresa, la chica a las órdenes de Mateo y Pilar; pero Teresa le dijo nones, "porque le daban miedo los hombres que habían hecho la guerra". Cacerola era germanófilo hasta la médula y disfrutaba haciendo correr bulos contra los aliados. Estaba enamorado de Rommel, por sus hazañas en el desierto. El zorro del desierto. Estaba seguro de que ocuparía Egipto y Suez. "Pero, tú sabes dónde están Egipto y el canal de Suez?", le preguntaba Mateo. "Más o menos -rezongaba Cacerola-. En algún sitio de África donde hace menos frío que en el lago limen". Además, creía que los Estados Unidos podrían hacer poca cosa, dado que Roosevelt era paralítico. "Cuándo se ha visto que un paralítico gane una guerra?". Cacerola vestía siempre camisa azul, con el emblema del ejército alemán en la bocamanga.
Alfonso Estrada regresó sospechando que los nazis eran unos brutos. Había visto alguna escena repugnante. Eran anticatólicos, dijeran lo que dijeran algunas jerarquías españolas. Insistía en que lo malo de Rusia eran los dirigentes y que el pueblo sólo obedeció cuando Stalin le pidió luchar por patriotismo, por la Rusia eterna. Presidente de las Congregaciones Marianas -padre Forteza-, conversador nato, creía en fantasmas y tocaba el piano, ahora música rusa, y también de Sibelius, ya que vivió cerca de Finlandia. Reemprendería sus estudios de Filosofía y Letras, y Asunción, la maestra, estaba dispuesta a seguir los consejos de Marta y "no dejarlo escapar". Alfonso encontró en ella apoyo y estímulo, aunque la religión, de por sí, casi le bastaba. Se había alistado "por la Virgen ", convencido de que no le ocurriría nada malo, como así fue.
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