Manolo le preguntó a Ignacio:
– Qué pensáis hacer con la herencia que os ha llovido del cielo? El chalet de San Feliu de Guíxols y el yate Ana María… Si pertenecierais al Opus, la solución sería" fácil.
La pregunta dio en el clavo. Ignacio y Ana María se la habían formulado desde la marcha de don Rosendo Sarro y sobre todo desde la marcha de doña Leocadia. Ambos se sentían incapaces de habitar los veranos en un chalet tan enorme y pretencioso como el de don Rosendo; y en cuanto al yate, casi les parecía una agresión.
Sopesaron el pro y el contra y, finalmente, entendieron que lo que debían hacer era venderlo todo y alquilar una casa en San Feliu de Guíxols, bien situada, tal vez en la montaña de San Telmo, que dominaba el puerto, la playa y el pueblo.
Así lo acordaron, en fecha muy próxima a la Semana Santa, que aquel año -año tal vez último de la guerra- se presentaba con carácter muy particular. Ignacio fue a la Agencia Gerunda y la Torre de Babel y Padrosa le recibieron con todos los honores. Vieron la escritura, así como fotografías del chalet y del yate. "Esto es pan comido. Esto se va a vender en quince días… Tal vez tardemos un mes".
Se pusieron de acuerdo en el precio -por aquel entonces, una pequeña fortuna-, y la Torre de Babel y Padrosa empezaron a marcar números de teléfono.
Antes de ocho días el asunto quedó resuelto. Compradores: los hermanos Costa. Sin regatear. En el chalet cabían los dos matrimonios y el yate colmaba sus ambiciones, siempre y cuando recibieran permiso de don Eusebio Ferrándiz para hacerse a la mar…
La transacción se hizo en el despacho del notario Noguer, quien continuaba con su ex libris en forma de serpiente. Los fondos fueron depositados en el Banco Arús, ante el regocijo de Gaspar Ley. Ignacio no había estrechado nunca las manos de los hermanos Costa. Al hacerlo, se le antojó que estaban húmedas. Luego pensó que acaso estuviera húmeda la suya propia. Los Costa no cometieron la torpeza de invitarlo a brindar, tal vez porque Ana María estaba presente. Pero se advertía su euforia y como si hubiesen olvidado por completo aquel pleito en el que Ignacio debutó y derrotó a su competidor, el abogado Mijares.
Ignacio y Ana María estaban perplejos. Una pequeña fortuna! Había tanta hambre en el mundo, había tanta hambre en Gerona… De acuerdo con el gobernador hicieron un donativo para que la gente pudiera -había un precedente- recuperar las ropas empeñadas en el Monte de Piedad. Conservando el anonimato. Carmen Elgazu les dio también un pellizco para el ropero parroquial y Matías le pidió a su hijo: "Anda, Ignacio. Ayúdanos a modernizar la cocina y a empapelar la casa que, como ves, lo necesita. Y cómprale a Eloy un equipo completo para jugar al fútbol, puesto que el renacuajo empieza a entrenar con los juveniles y va para fenómeno".
Igualmente modernizaron la casa que Agencia Gerunda les proporcionó entre San Feliu de Guíxols y S'Agaró, no muy lejos de la vde Manolo y Esther. Ahí intervino Ángel, "demasiado vanguardista", a juicio de Ana María. Hecho esto, la pareja brindó en su casa con champán, mientras Ignacio entregaba a Pilar una discreta suma "para gastos" extra, sin que Mateo se enterase.
En resumen, tal y como Manolo había previsto, Ignacio estaba un poco endiosado. Todo le salía a pedir de boca, empezando por sus relaciones con Ana María, quien, pese a ello, echaba un poco de menos la vida barcelonesa, al igual que, según la última carta recibida, le ocurría a doña Leocadia en el Brasil. Ignacio en el bufete de Manolo iba de éxito en éxito, hasta el punto de que Manolo le advirtió: "Esta racha no puede durar. Esta profesión es muy dura y cuando menos lo esperas en la Audiencia te das el gran topetazo".
Así ocurrió. Antes de finalizar el mes de marzo Ignacio perdió su primer pleito, y ello por no hacerle caso a Manolo, quien le había dicho: "Rechaza este asunto… Lo perderás". Se trataba del despido de unos colonos de Jorge de Batlle. Éste, que había heredado un enorme patrimonio en masías de toda la provincia, había despedido "por rojos" a una familia de Vilajuiga, en su época de persecución. Al principio, la "denuncia" fue suficiente y los colonos malvivieron una temporada en una casucha del pueblo. Pero las leyes se habían suavizado al respecto, gracias a la Delegación Provincial de Sindicatos, y los colonos impugnaron la sentencia. Y ganaron, ante el asombro de Ignacio. A éste le pareció que se le hundía el mundo, y ni siquiera acertaba a explicarse por qué dramatizaba tanto la situación, y menos aún qué interés podía tener él en perjudicar a los colonos. Jorge de Batlle tenía un fortunen! Era el amor propio. No estaba acostumbrado a la derrota. Llegó a casa desencajado y tiró la toga sobre el diván.
Ana María comprendió. Fue la primera escena que enfrentó a la pareja. Ana María prestaba ya atención al endiosamiento de Ignacio, que no le gustaba ni pizca y creyó para sus adentros que aquella lección le convenía… Ignacio la regañó porque no parecía que el fiasco la hubiera afectado. "Te das cuenta? El primer pleito perdido". Ana María no dio su brazo a torcer. "Te convenía, Ignacio… Piensa lo que quieras, pero te convenía. La soberbia es mala consejera y tú ibas por ese camino. Mejor que tropieces ahora en una nadería que no que tropieces más tarde, cuando ya tengas bufete propio y te caiga un asunto de gran responsabilidad".
Fue la primera vez que Ignacio se marchó dando un portazo. Ana María, sorprendentemente, le pidió a Mari-Luz que le sirviera el té y se puso a silbar. Claro que le dolió el portazo, muestra inequívoca de mala educación. Pero estaba segura de que Ignacio se arrepentiría y le pediría excusas. Y había oído decir que lo mejor de los matrimonios era la reconciliación…
LA SEMANA SANTA FUE, en efecto, peculiar. La impresión general era que la guerra en Europa daba sus últimas boqueadas, pero, por lo mismo, cualquier noticia que llegaba a la calle volvía a adquirir una importancia singular. Se confirmaba la aseveración de un corresponsal: "El primer bombardeo es tan trascendental como el último". El último no había llegado todavía, pero, por de pronto, Tito había permitido la entrada de tropas rusas en Yugoslavia y en los alrededores de Madrid se había acondicionado un aeropuerto americano para la expedición de socorros a Europa, la Europa que estaba hambrienta en medio del terremoto.
Con motivo de la Semana Santa, el Caudillo había conmutado la pena a trescientos condenados a muerte, lo cual arrancó lágrimas de gratitud entre las familias afectadas. En Gerona, una de las personas que lloró fue el patrón del Cocodrilo. Se libró de la muerte un cuñado suyo, de Teruel, que cuando los "rojos" conquistaron la ciudad clavó tres puñales consecutivos en los cuerpos de tres cadáveres enemigos. También se dieron por conclusos los expedientes por responsabilidades políticas.
Carmen Elgazu, que andaba preocupada porque en Bilbao había aparecido una bandada de grandes peces que causaban graves destrozos a la pesca de sardinas y anchoas, sabía algo del estado de ánimo que imperaba en su propia casa al llegar Semana Santa. Todos se acordaban de César, el hijo ausente. Y reprochaban al pobre doctor Gregorio Lascasas que su proceso de beatificación no anduviera más de prisa. Pobres mosén Alberto y padre Forteza! Hacían cuanto estaba en su mano y ellos hubieran dado carpetazo al asunto, convencidos de que el muchacho podía subir al altar. Pero el arzobispo de Barcelona, doctor Gregorio Modrego, exigía más y más pruebas, siguiendo, era de suponer, las instrucciones de Roma. Matías se enojaba con este asunto. "Al final exigirán que descienda con alas de ángel del campanario de la catedral".
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