Y en efecto, así fue. Al día siguiente estaban en Madrid, en el hotel Bristol, que íes recomendaron Ignacio y Ana María. Visitaron el Prado y El Escorial y dieron un paseo montados en un faetón. Y vieron toda clase de uniformes y toda clase de vendedores ambulantes. "Franco ha prometido hacer navegable el Manzanares". "Ahí apuesto a su favor. En cambió, se muestra incapaz de facilitar alimento al pueblo, y creo que esto es prioritario".
Córdoba les encantó. Sobre todo la mezquita, una de las maravillas del Islam. Por cierto, que Ignacio hablaba siempre de las religiones orientales y no mencionaba para nada el islam. "Debería visitar esta mezquita y tal vez se lo tomara más en serio". El Cristo de los Faroles lo visitaron de noche. Era una noche sin luna, lo cual les traicionó. Recorrieron a pie largos trechos, pareciéndoles que se sumergían en la Edad Media. José Luis era noctámbulo, Gracia Andújar, diurna. A él le atraía el misterio, a ella, la luz del sol. "Si no nos ponemos de acuerdo sólo podremos estar juntos al alba y al anochecer, y la gente nos tachará de crepusculares".
Granada les hipnotizó. Su guía y mentor fue mosén Higinio. Sacerdote del Albaicín, del Sacromonte! Era su gran condecoración. Mosén Higinio era un admirador de lo árabe, los únicos que habían entendido el significado del agua. Su libro de cabecera era la Biblia, pero también el Corán. Los llevó a las "cavas", como él las llamaba, para que Gracia Andújar, directora de ballet, se extasiase con el flamenco, con las zambras, con las sevillanas y demás.
En aquel ambiente -horadadas las rocas, todo encalado-, la muchacha se entregó. Dejó de pensar en la muerte, pese a los "quejíos" y al texto de las canciones. No era lo mismo ver bailar a las "faraonas" en su salsa que, solitariamente, al Niño de Jaén. Aquello formaba parte de un todo, empezando por el fulgor de las estrellas y terminando en las vasijas de barro. Allí había muerto García Lorca, quien habló mejor que nadie de aquella tierra y de los calamares borrachos. Mosén Higinio tuteaba a aquellas gitanas, que no tenían nada que ver con las que habían emigrado a Gerona. Éstas vivían del arte y algún día, cuando desaparecieran las guerras, sus ritmos serían escuchados en todo el planeta.
Una gitana, a la que llamaban Rafaela, les leyó la buenaventura. Era una mujer gorda, que nunca tuvo hijos pero que siempre parecía estar encinta. Repitió por tres veces "ay, ay, ay…", sobre todo al leer las rayas de la mano de José Luis. Vio espadas a mitad de camino. Vio la vida corta. En cambio, la mano de Gracia Andújar hizo que pidiera a los gitanos que tocaran la guitarra y bailaran un zapateado. "Hija, que veo aquí mucho deleite y mucho amor…" Gracia Andújar se rió. "Deleite", y dónde estaba el amor si la vida de José Luis fuera corta? Mosén Higinio le dijo: "Rafaela, anda, ahí tienes un duro, uno solamente, que me huele que hoy no estás en contacto con el más allá".
Estas palabras fueron claves para lo que aconteció después. De regreso a la casa del sacerdote, éste, achuchado por José Luis, se despachó a gusto sobre el tema del Maligno, de Satanás. José Luis veía su huella en todas partes, en la muerte y en la vida, en los reyes y en los gitanos, en las putas y en las mujeres que despiojaban a sus hijos en la calle de la Barca y en aquel barrio de Granada. Y, naturalmente, en la guerra. El propio Hitler había dicho: "Si mis enemigos fueran demonios, también los vencería". Satán, en hebreo, significaba el Adversario, el Enemigo; en griego, el Diablo, es decir, el Acusador, el Calumniador. Le era lícito a un cristiano odiar al enemigo? Les era lícito, a los hombres honestos, calumniar al calumniador? Cristo, ejemplar divino del cristiano, habló con Satanás durante cuarenta días y recibió el beso de aquel en quien Satanás se había encarnado para llevarlo a la muerte.
– A veces pienso, mosén Higinio, que las verdaderas causas de la rebelión de Lucifer no son las que comúnmente se cree y que las verdaderas relaciones entre Dios y el Diablo son mucho más cordiales de lo que suele imaginarse.
Gracia Andújar se llevó las manos a la cabeza, pero, ante su estupor, vio que mosén Higinio sonreía.
– Más de una vez he pensado en eso, José Luis… Por desgracia, sólo vivimos de palabras y de traducciones de traducciones. Yo también creo que el Maligno existe, incluso que lo llevamos dentro y que pulula por ahí, en la actitud de los ricos, de los terratenientes y también en la actitud de un pueblo cansado e indolente. Estoy de acuerdo contigo y no me siento capaz de discutir. Ni quiero hacerlo. Mañana he de decir misa, he de decir "éste es mi cuerpo", "ésta es mi sangre" y no quiero que mis pensamientos sean impuros…
– Quién lanzó la primera bomba, mosén Higinio? -continuó José Luis-. Satanás. Quién ha lanzado, desde entonces, millones de bombas? Satanás. Cómo es posible, si Dios todo lo puede, que no impida esa hecatombe? El Mal y el Bien coexisten y no aceptarlo es andar a tientas por el mundo…
Mosén Higinio asintió.
– Pero yo no quiero creer en el infierno, aun a sabiendas de que si me oye el cardenal Segura me va a excomulgar.
– Si admitimos que Satán es la sombra de Dios, el infierno desaparece -agregó José Luis-. Si Dios es el Todo y Satán es lo contrario, Satán sería la Nada. Pero puesto que actúa sobre los vivos y sobre los muertos, resulta que la Nada debe de ser también algo…
Llegados aquí, Gracia Andújar intervino. El tema la crispaba. No se sentía capaz de meter baza, pero intuía que aquello no era un problema dialéctico y que podía dársele vueltas y más vueltas sin parar. Además, no era una cuestión demasiado adecuada para una luna de miel. Sería mejor que mosén Higinio les hablara del pequeño, o grande, mundo de los gitanos…
El sacerdote y José Luis sonrieron. Admitieron que Gracia Andújar tenía razón. Entonces mosén Higinio se despachó nuevamente a su gusto. Dijo que los gitanos constituían una comunidad difícil, que tampoco podía despacharse en términos dialécticos. La sociedad los marginaba, pero también se marginaban ellos de la sociedad. En términos universitarios eran analfabetos, pero poseían una sabiduría antigua, sin duda milenaria, que se remontaba a los egipcios y posiblemente al norte de la India. Su lenguaje, el caló, era muy hermoso y evidenciaba un arte muy desarrollado para ganarse la voluntad de los demás, para convencerles. Eran capaces de llorar por fuera y reír por dentro. Claro que los había de muchas clases. En realidad, su razón de ser era el nomadismo, el vagabundeo, de modo que aquellos que, como Rafaela, tenían domicilio fijo, aunque fuera una cueva, en cierto modo eran desertores. El olor de los gitanos era distinto del olor del "payo", del hombre mediterráneo. Sus leyes nunca fueron escritas, se basaban en la fidelidad al clan, al jefe, al esposo, a la palabra dada a otro gitano… En sus creencias se advertían ciertas pervivencias de adivinación y culto a las divinidades femeninas, por lo que, los convertidos al cristianismo, veneraban sobre todo a la Virgen. Sus santuarios lo indicaban así, e incluso en Polonia existía la "Virgen del Rocío". Siempre fue un pueblo perseguido; y lo era ahora mismo, en la Alemania nazi. Hitler se había decidido a exterminarlos y Dios sabía lo que habría hecho con ellos en centroeuropa. De mentalidad impenetrable, el adulterio se castigaba con la pena de muerte. En fin, el tema daría también para hablar de él hasta el final de los tiempos…
Mosén Higinio concluyó:
– No me gusta tratar esto a la ligera, establecer síntesis, que siempre son erróneas si se confrontan con la realidad… Si verdaderamente el tema os interesa alquiláis un piso en Granada, os quedáis aquí un par de años y me acompañáis cada mañana al Albaicín. Yo hubiera querido convivir con ellos, pero el señor obispo me lo prohibió. Por lo visto la fruta no está madura todavía… La Iglesia debe procurar no contaminarse. De eso al suicidio hay un paso.
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