– Franco ha sido quien ha impuesto como costumbre, al final de los discursos, decir: "Muchas gracias". Antes se decía: "He dicho".
– Don José María Pemán, poeta insigne, autor de El divino impaciente, ha sido nombrado presidente de la Real Academia Española.
– El ministro de Marina presidió la inauguración de la exposición de barcos en botella.
– Gran fiesta en el Ritz, organizada por la revista Hola.
– Gran exportación de naranja a Inglaterra.
– Importante factoría bacaladera en Galicia.
– El Times publica su número 50000!
– Se declara obligatorio el doblaje de las películas, "evitando así que nuestro público se habitúe a fonéticas extranjeras".
– Aparece el insecticida DDT. Churchill le dedicó un párrafo en un discurso, diciendo que gracias al DDT se pudo evitar en Napóles una epidemia de tifus exantemático.
– Se ha concedido la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio al abad coadjutor de Montserrat, padre Aurelio María Escarré.
– Normas para el fomento de la raza bovina karabul, de la que se importarán ejemplares.
– Entierro de dos falangistas asesinados en Madrid. Asistieron 300 000 personas.
– Petición de aparatos ortopédicos para los mutilados del otro bando, que a los seis años de haber terminado la guerra civil todavía no han podido proveerse de una prótesis que haga más llevadera su desgracia.
– La empresa INI empieza la fabricación en serie de los camiones Pegaso, que figuran entre los mejores del mundo.
– Barcelona ha consumido en un mes dos millones y medio de kilos de carne.
– Ha llegado a Barcelona el piloto alemán Haigen Papejhagen, que ha alcanzado los tres millones de kilómetros de vuelo. Ha sido muy agasajado por las autoridades.
– Cuando esté erigido el Cerro de los Angeles se celebrará una ceremonia de desagravio a los Corazones de Jesús y de María, con asistencia de 50 generales, 1 500 oficiales, el gobierno en pleno y, naturalmente, el Caudillo.
– El embajador de los Estados Unidos, mister Hayes, destaca que el convenio aéreo suscrito entre su país y España crea un nuevo lazo de amistad entre España y América. Etcétera.
* * *
Núñez Maza había mejorado mucho. Con la estreptomicina que el doctor Chaos -bendito fuera!- le proporcionó, empezó a notar un alivio y transcurrida sólo una semana expectoraba menos y respiraba mejor.
Desde su destierro, cuánto quería a España! "España me duele", solía decir. Cuántos prohombres lo habían dicho antes que él. Coleccionaba esos recortes de periódico en álbumes, como si fueran una colección de sellos. Atendía a todas las visitas, que a veces le dejaban agotado. Recibió a Ángel, que quería conocer su Ideario. Y a Jorge de Batlle y Asunción. Se había dejado crecer la barba! A todo el mundo les decía que España debía unirse. Hombres como Ortega, Marañón y Cambó debían regresar al país y preparar un plebiscito que respaldara la nueva Monarquía. La barba le confería diez años más; tanto mejor. Como un gurú -expresión de Ignacio-, su aspecto era así más respetable.
A veces se sentía solo. Y quién no? Al anochecer, Caldetas apenas si era pueblo: las aguas termales, que no funcionaban y el hotel Colón. A través de la ventana miraba las lucecitas de las barcas allá en el horizonte y oía sus motores al regresar. Se había llevado la gran sorpresa al comprobar que todo el mundo hablaba catalán; lo mismo el gerente del hotel, que el maitre, que los camareros y que los pescadores. Y esto era así en toda Cataluña. Ello le llevó a replantearse también el problema de la unidad, de la uniformidad. Cómo arrancar de los seres humanos la lengua materna? Y el País Vasco. Y Galicia. La unidad, en el sentido que él tanto había reclamado, era un acto contra natura. La cuestión era no hacer de eso un arma arrojadiza. "Si yo hubiera nacido en Caldetas en vez de Segovia, ahora escribiría los sonetos en catalán". Idioma, por cierto, que también empezó a interesarle, porque, al ser básicamente monosilábico, era muy apto para la poesía, al igual que ocurría con el inglés. Empezó a leer a Maragall, a Eugenio d'Ors y la revista Destino, en la que destacaba un tipazo ampurdanés llamado José Pía, que por lo visto llevaba boina, vivía aislado como él y liaba los cigarrillos.
Le gustaba ver a los pescadores jugar a los bolos en la explanada que había frente al hotel. Costumbre francesa. Por qué no? "Hay que sumar, nunca restar". Los pescadores tenían un defecto agrio, abrupto: blasfemaban. Blasfemaban mucho. Eso le sonaba fatal. Pero era posible que no hubiera en ellos malicia alguna. Era su costumbre, su interjección, su ignorancia…
Si bien eso de la ignorancia había que ponerlo en cuarentena. Hablando con ellos -Núñez Maza, durante el día, se acercaba a la playa donde remendaban las redes y pintaban las barcas-, se daba cuenta de que tenían un decálogo personal, un sistema de pesas y medidas harto peculiar. Formaban una comunidad. El que engañase a uno quedaba excluido del clan. Él se ganó su confianza porque sabían que sufría y que lo que quería era la paz. Con ellos sobraban las grandes palabras. Era preciso ponerles ejemplos concretos. "Yo soy como uno de esos tiburones que se despistan y que van a morir en una playa lejos de la manada".
Les propuso que le llamaran "camarada", pero fue imposible. Se rieron. Se rieron en sus "barbas". Uno de ellos, el Chiquitín, llevaba un mostacho de cosaco. "Eso de camarada es una coña. Usted es un señorito". Ramón remachó. "En el buen sentido de la palabra, se entiende".
Les costaba esfuerzo hablar castellano. Si Salazar les conociera! Si les conociera Pilar Primo de Rivera! En Madrid vivían de espaldas a la realidad. La filosofía de aquellos pescadores se basaba en el estoicismo -soportaban las tempestades-, en la poesía natural -les gustaba la luna llena-, y en los placeres sensuales. Eran de una sensualidad carnal, arterial, que se manifestaba en los nombres que les ponían en las barcas, casi todos nombres de mujer. Les gustaba la buena mesa, el yantar y el vino tinto. Fumaban con delectación, sin prisa. Se rascaban la frente con la uña del dedo índice. Núñez Maza tenía en el pueblo todas las casas abiertas, incluida la del cura, y a excepción de la del alcalde y jefe local del Movimiento. El cura, joven y solícito, no le preguntó nunca si creía en Dios. Y nunca le echó en cara que no asistiera a misa. Jugaba con él interminables partidas de damas, estrategia en apariencia simple pero en la que Núñez Maza llevaba inexorablemente las de perder.
Un día se presentó en el hotel el gobernador, camarada Montaraz; al volante del coche, Miguel Rosselló…
– Arriba España!
– Arriba! -contestó Núñez Maza.
– Lo lamento mucho, camarada, pero he recibido orden de Madrid de registrar tu habitación…
Núñez Maza le clavó sus ojos antaño enfebrecidos.
– Pide la llave al conserje -le indicó Núñez Maza.
– Te quedas aquí, o prefieres subir?
– Prefiero quedarme aquí.
El camarada Montaraz se encontró con varias pilas de periódicos y revistas y también con muchos ejemplares de ' La Codorniz'. De hecho, afrontó aquella tarea con espíritu dual. Por un lado, le gustaba porque Núñez Maza era un "bicho" que se había merecido el paredón; por otro, la mirada de su "enemigo" le dejó helado. Éste tenía burbuja personal, magnetismo. En el lavabo había muchas medicinas; en la almohada, la huella de su cabeza. Muchos libros de poesía en catalán. Pediría permiso para hacer con ellos una hoguera. La orden había sido: "Toma nota de lo que encuentres, pero déjalo intacto". Borradores de sonetos… Uno de ellos, dedicado a fray Luis de León.
De pronto, en un cajón, una pistola. El camarada Montaraz se acarició la cicatriz de la mejilla izquierda y lamentó no tener a mano un cacahuete. Era una pistola rusa, calibre 16, que posiblemente se trajo de la División Azul. Por qué la tenía allí? Qué mosca le había picado?
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