Mateo, de acuerdo con el gobernador, estaba convencido de que nadie le tocaría un pelo al Caudillo. No sólo por las declaraciones de Churchill a su favor sino por sentido común: a las dos democracias, Inglaterra y los Estados Unidos, no les convendría que los "rojos" volvieran al poder en la península Ibérica. Necesitaban de una plataforma para pararle los pies a Stalin y esta plataforma eran España y Portugal. Partiendo de esta base protegerían al Caudillo, aunque tal vez, para disimular, hicieran concesiones verbales a sus oponentes.
Cuando Ignacio y Ana María estaban presentes -a ambos les interesó conocer a Núñez Maza-, Mateo se sentía casi acorralado. La pareja opinaba lo que el ex consejero nacional, con una salvedad: que Núñez Maza no pretendiera ahora, si conseguía recobrar la salud, erigirse en líder de la oposición al Régimen. Había llegado demasiado lejos para que esto fuera tolerable.
– Siento hablarte tan claro -le decía Ignacio-, pero un hombre que fue uno de los soportes de Franco durante la guerra civil y que mandó a Rusia dieciocho mil combatientes, si ha llegado a la conclusión de que se equivocó lo que debe hacer es retirarse a una isla desierta, o casarse y tener hijos. Pero jamás adoptar ese aire prepotente que a menudo adoptas -Ignacio utilizaba su boquilla con anillo de oro-. Los conventos de clausura también sirven para ese menester.
A Núñez Maza le gustó Ignacio. Era brutalmente sincero, coherente, jamás hablaba por que sí. No llevaba la carga de dinamita que llevaba Mateo y tal vez ello explicase que uno ejerciera de abogado y el otro solamente se acercara renqueante al ecuador de la carrera.
Núñez Maza se defendía. Él no trataba de erigirse en líder. Simplemente, pretendía aprovechar su prestigio en pro de lo que creía que podía ser la salvación de España. De Madrid le llamaban constantemente y Caldetas era un desfile de falangistas decepcionados, porque los católicos les acusaban de ateos, los monárquicos, de totalitarios y su idea, que era "reducir la diferencia de clases", chocaba con la burguesía dominante.
– Si contribuyo a popularizar la candidatura de don Juan me daré por satisfecho y tal vez escuche tu consejo y me retire a un convento de clausura a escribir sonetos, que en el fondo es lo que más me gusta.
Mateo había leído un volumen de sonetos de Núñez Maza y le parecieron realmente espléndidos: un cerebro privilegiado. Le gustaba más que Antonio Machado, que cometió la torpeza de dedicar varios panegíricos a Líster, a la Rusia comunista y demás. Tal vez los sonetos de Núñez Maza tuvieran un defecto: demasiado exactos. Parecían labrados en piedra y no emanados de la sangre caliente. Mateo no era un experto en cuestiones literarias. Ana María había leído diez veces más que él; incluso había leído novelas francesas para señoritas. Y mucha literatura anglosajona, de la que Mateo estaba en ayunas. Ana María opinó que los sonetos de Núñez Maza eran excelentes.
– Estoy de acuerdo contigo -le dijo la muchacha- en que el papel de la Falange se acabó; pero yo no achacaría la culpa ni a los monárquicos, ni a los católicos, ni a los aliados, sino al propio Régimen. El Régimen se corrompió al día siguiente de la victoria. Yo era una niña y me di cuenta. De aquellas montañas de muertos y de héroes sólo ha quedado esto: la corrupción. Y te hablo así con conocimiento de causa, puesto que mi padre, que estuvo preso en el Uruguay, pasó luego factura y se dedicó a negocios ilícitos, hasta el punto de que ahora, que lo iban a cazar, se ha largado al Brasil…
Núñez Maza se agarró a este argumento.
– Es cierto… Mujer, te felicito. Esa espontaneidad la echo de menos en la gente que trato. Y ya ves con qué tipo de noticias pretenden deslumbrar al pueblo… Ahí tienes el Amanecer de hoy: treinta y cinco mil ferroviarios de la RENFE han aclamado al Caudillo, éste ha regalado un lote de carneros para que los musulmanes pobres puedan celebrar la Pascua de Aid-El-Que-bir y, sobre todo, la cosecha de capullos de seda que antes de la Cruzada era de ciento veinticinco mil quilos, este año ha sido de quinientos mil -Núñez Maza se sacó el pañuelo-. De modo que, ya lo sabes: nos salvaremos gracias a los capullos de seda.
Tanta ironía acabó por molestar a Mateo, quien dijo: "Basta ya… Voy a respirar aire fresco". Y se fue a la alcoba, donde en una cuna preciosa dormitaba el pequeño César.
Pilar se mantuvo en el comedor, a la luz de la lumbre. Enfadada consigo mismo porque no parecía tener criterio propio. Hablaba uno y pensaba: tiene razón. Hablaba otro y pensaba lo mismo. Pilar, sobre todo ante Ana María, se sentía acomplejada. Especialmente desde que ésta había "heredado" el chalet de San Feliu de Guíxols y el yate. Menudo salto el de Ignacio! Claro que se lo tenía merecido… Mateo, el pobre, cojeando y especulando sobre si la Falange iba a desaparecer o no. Si desaparecía, qué iban a hacer? Se acabaría el coche, se acabarían los troncos de leña, se acabaría el racionamiento extra -tal vez injusto…- y se acabarían las prebendas. Menos mal que nadie les quitaría a César… y tampoco la amistad de Marta, quien andaba preocupada por el porvenir inmediato.
* * *
Washington, 25 de enero de 1945 Querida familia Alvear:
Estamos bien, y contentos por haber recibido noticias vuestras, por mediación de Matías. Enhorabuena a Ignacio, abogado ilustre, casado con un bombón y haciendo excursiones por la montaña. Enhorabuena a Pilar, madre jovencísima, diría yo. Claro, es de suponer que Mateo, acostumbrado a luchar, no le haga ascos a la familia numerosa, que según tengo entendido recibe un premio del general Franco…
Por aquí todo sigue igual. Los Estados Unidos son siempre los mismos; es decir, avanzan cada día varios quilómetros. Un día es en Normandía, otro en Italia, otro en Filipinas… Y en casa, no digamos. Investigación, investigación. Como continúen así, esos hombres son capaces de llegar a la Luna, aunque Amparo pretende que una vez allí se aburrirían de muerte.
He estado charlando con Rosendo Sarro. Le localicé a través de un amigo -de un "hermano"- y fui a Río de Janeiro, viaje de ida y vuelta. Le encontré un tanto desmejorado pero con ganas de luchar. Ha emprendido varios negocios, con éxito, al parecer. Dicho de otro modo, el hombre ha levantado cabeza. Sólo me dijo que, a veces, echa de menos a su mujer, Leocadia, si no me equivoco, a quien no tengo el gusto de conocer.
David y Olga, haciendo las maletas. Están convencidos de que de un momento a otro saltarán al aire los obstáculos y que podrán ir a saludaros otra vez. Yo no soy tan optimista, porque no acostumbro a analizar los hechos a través del sentimentalismo. Sospecho que la fruta no está todavía madura. No me quejo, que conste. Desde mi última carta la cosa ha mejorado mucho; pero en la vida hay que tener en cuenta los imponderables, palabra difícil, que Amparo no sabe en qué consiste exactamente.
El problema de los negros sigue igual. Lo peor son sus encías de color de rosa y el olor de su piel. Aunque los pequeños son una "monada". Hay un botones en el hotel que a gusto me lo ahijaría y lo mandaría a la escuela; pero el muy tunante de eso último no quiere ni oír hablar y me dice ademas que echaría de menos el servir el desayuno a las "viuditas" americanas en sus lujosas habitaciones…
Nada más por hoy. Tenéis noticias de José Alvear? Supongo que vivirá en lo alto de la torre Eiffel. Roosevelt está muy mal. Lo maquillan antes de presentarse en público, pero está muy mal. Y ese Truman, nombrado vice, nadie sabe quién es. Creo que vendía corbatas o algo así. Pero este país funciona como la Iglesia Católica, por inercia. Nunca habrá una hecatombe, como no sea meteorológica.
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