La pareja de recién casados agradeció a mosén Higinio la lección -"por Dios, eso lo encontráis en cualquier enciclopedia"-, y distendieron la charla hablando de la situación de Andalucía en general, región que por lo prolífera a no tardar sumaría, junto con las de Extremadura y Galicia, casi la mitad de la población española…
– Ya me explicaréis si el panorama es optimista o no. La demografía cuenta mucho, pesa lo suyo. Dentro de unos años el peso de Andalucía se hará sentir como la climatología o como las conquistas del Gran Capitán…
Aquí terminó la charla, y Gracia y José Luis se retiraron a su improvisada alcoba experimentando un agotamiento que no acertaban a explicarse.
* * *
La pareja regresó a Gerona. Y encontraron a Marta presa de una pena honda. Y de una honda soledad. Ellos procurarían aliviarla, pero no iba a ser fácil. La madre de Marta, pese a sus largos silencios, había dejado un hueco imposible de llenar. Madre e hija se complementaban al máximo, sin fisuras. La madre se llamaba Inmaculada Concepción; ahora se la comerían los gusanos.
Marta se pasaría un tiempo ordenando los recuerdos de su madre en aquel piso que, en tiempos, oyó resonar la voz del comandante Martínez de Soria, con el que la muchacha había cabalgado -caballo blanco- por la Dehesa. Encontró cartas de amor fechadas en Valladolid en los años 1920, 1921, 1922. Vivían en la misma ciudad y a pesar de ello se escribían. Él firmaba con letra gótica, ella con letra redondilla. Se decían lo de siempre, lo eterno: "Mi corazón está a tu lado". "Te mando mil besos". "Sólo pienso en ti". Con frecuencia aludían a "los hijos que llegarían -milagrosamente- debido a su unión", Los hijos habían llegado y ahora uno de ellos, Marta, leía aquellas cartas arrugadas y apergaminadas por el tiempo, pero que conservaban la recia grafía de los dos.
Marta se formulaba pensamientos absurdos. Por ejemplo, si muerta su madre ella tenía derecho a proseguir coleccionando muñecas. José Luis y Gracia sacudían la cabeza. Precisamente le habían traído de Andalucía varios ejemplares con que enriquecer su colección, que empezaba a ser impresionante, pues las tías de Pilar y de Ignacio -Josefa y Mirentxu, de Bilbao-, cada año por Santa Marta, patrona de las amas de casa, de los bodegueros y de los taberneros, le enviaban un lote con "las últimas novedades". Marta también se preguntaba si debía guardar en los armarios de la alcoba los trajes de su madre o entregarlos a Auxilio Social. Decidió guardarlos, puesto que los uniformes de su padre estaban todavía allí, firmes, prestos a presentar armas. "Sí, sí, ya lo sé, es una tontería -le decía a su hermano, partidario de traer a la casa aire fresco-. Pero así me parece que en cierto modo ella está todavía conmigo". José Luis, sin pedir permiso, procedió a desinfectar la habitación en la que su madre estuvo de cuerpo presente una noche y una mañana enteras. "Aire fresco, Marta. La vida debe continuar".
Era fácil hablar de esta guisa. José Luis tenía a su mujer, Gracia y políticamente no era, ni mucho menos, un obcecado. Cumplía con su deber, había deseado el triunfo del Eje, pero no por ello se hacía mala sangre. Marta, sí. Era como Mateo, tal vez más fanática aún. Los aliados habían ocupado Colonia y Bonn, las dos hermosas ciudades alemanas y todas las noticias que llegaban coincidían en que el fin de la guerra en Europa se acercaba. Las armas secretas anunciadas por Hitler y Goebbels no habían sido suficientes para darle un vuelco a la situación. Ni siquiera la súbita muerte de Roosevelt, por hemorragia cerebral, había frenado el incontenible avance de las democracias. Le sustituyó en el acto el oscuro Harry Truman, al que la prensa llamaba "el hombre que no quería ser presidente". Gracia Andújar le dijo a su cuñada: "Tal vez la ventaja de las democracias sea ésta: la continuidad. Aquí, si muriera Franco, qué ocurriría?". Marta no quería ni pensar en tal posibilidad. Y se agarraba a noticias mínimas para mantener alta su moral y dar órdenes a "sus muchachas" repartidas por Gerona y la provincia. Por ejemplo, que De Gaulle acababa de ordenar a los maquis españoles que evacuaran los consulados que habían ocupado en el sur de Francia. Y que pronto habría una concentración de la Sección Femenina en Madrid y que el jefe nacional del SEU había lanzado la iniciativa de costear y reconstruir la Universidad de Manila, destruida por los japoneses, y que en Valencia se había botado un nuevo petrolero español, bautizado Campeón. Y que en la catedral se había celebrado un Te Deum el día del Papa, quien acababa de recibir al antiguo rabino de Roma, Eugenio Poli, que se había convertido al catolicismo.
Era el pro y el contra, la partida de ping-pong que la vida jugaba con los seres. A Marta no le gustaba nada que en Nueva York empezara a publicarse un periódico titulado España Libre, del que, a través del gobernador, le había llegado un ejemplar. Periódico espléndidamente confeccionado y con artículos insultantes pero espléndidamente escritos. Oh, claro, no todos "los que se fueron" eran tontos de capirote. Había muchos intelectuales que preparaban el retorno, con la solapada ayuda de personas como Núñez Maza.
Marta se esforzaba en no ser el aguafiestas de José Luis y Gracia. No tenía ningún derecho a ello. De modo que procuraba estar en casa lo menos posible y, al estar en ella, sonreír. La pareja advertía el esfuerzo de la muchacha y se lo agradecía teniendo para con ella toda clase de atenciones e infundiéndole ánimo. "Que el Eje pierda la guerra no significa que los que editan Espa'ña Libre vayan a plantarse aquí. Va a resultar que nosotros confiamos en Franco más que tú misma…" Marta se apartaba el flequillo de la frente. "No es que no tenga confianza. Pero ayer mismo el Caudillo rompió las relaciones con el Japón". "Y eso qué tiene que ver? Es la respuesta a las salvajadas que los japoneses cometieron contra España en Filipinas…"
A todo esto, Ignacio había ido a casa de Marta a darle el pésame, mientras José Luis y Gracia estaban en Andalucía. Al encontrarse los dos solos, mil sentimientos les invadieron. Marta llevaba en las ojeras la huella del luto y fue tal su sobresalto que apenas si le salían las palabras. Ignacio estuvo perfecto. El peligro radicaba en que se le notara aire de vencedor… Nada de eso. Ignació había admirado siempre mucho a la madre de Marta y comprendía la situación de la muchacha. Fue una escena penosa, por descontado, pues no podían hablar del pasado, ni del presente, ni del porvenir. Ignacio había dudado entre llevar o no consigo a Ana María. Ésta se puso en contra. "Parecería un desafío". Pero he ahí que Ignacio, solo, se sentía incapaz de resolver la papeleta. Finalmente hablaron de la boda de José Luis y Gracia, y Marta de pronto se levantó y le invitó a admirar la colección de muñecas… Ignacio se impresionó. Parecían seres humanos que sólo esperaban el aviso, el soplo, para lanzarse a vivir. El muchacho la felicitó. "Yo sólo colecciono libros, presididos por un precioso icono que Mateo nos trajo de Rusia y nos regaló".
Ignacio se despidió a tiempo y Marta se quedó más meditabunda aún. Le saltaron las lágrimas. Había amado a Ignacio con toda el alma y ahora, en secreto, envidiaba a Ana María. Sólo un consuelo lejano, brumoso, en el horizonte: Ángel, el arquitecto, rondaba por Falange cada dos por tres y trataba a Marta con indisimulable delicadeza… Qué pretendía? No se sabía. El muchacho tenía fama de solterón Y además era ajedrecista… a ciegas. Imposible adivinar cómo y en qué momento movería las piezas; pero, entretanto, en los momentos de angustia, Marta también se agarraba a esta posibilidad. Ella misma se sorprendió de su propia reacción. Durante mucho tiempo creyó que la Sección Femenina se bastaría para llenar su vida; ahora se daba cuenta de que no era así. Todo el mundo formaba un hogar: Ignacio y Ana María, Alfonso Estrada y Asunción, Jorge de Batlle y Chelo Rosselló, Paz Alvear y la Torre de Babeü, José Luis y Gracia Andújar… La camisa azul no estaba reñida con el matrimonio. La propia María Victoria, en Madrid, se había casado con el capitán Sandoval. Como ejemplo estaba sólo Pilar Primo de Rivera, pero ésta pertenecía a una dinastía que no era propiamente la suya…
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