La inmensa vaquera se pesó, pestañeó, gruñó y, para alivio de todas, salió por donde había venido. En el camino de vuelta al barracón, mientras el veranillo de San Martín presentaba sus respetos a la carne que rebosaba por los bordes de su traje de baño, Big Red tuvo un fogonazo, una visión mental quizá no menos intensa que las visiones primera y segunda de Delores del Ruby. Presa de la inspiración, Big Red pensó: «Sería maravilloso, desde luego, que hubiese una máquina que pudiese conectarse al plato de comida y extrajese de él los sabores. Después de comer todo cuanto tu estómago pudiese manejar cómodamente, podrías meterte un tubo de plástico en la boca, accionar la maquinita, y los sabores continuarían llegando mientras quisieses, sin que al estómago fuese nada que lo hiciese más grande y más gordo. Mmmmm, señor, señor; jamón, pastel de cebolla y queso, chiles, pastel de arroz, señor.
En la sala principal de ejercicios del Rosa de Goma, había un mercado inmediato para tal artilugio y, sin duda podrían contarse por decenas de millones las ventas en todo el mundo, pese a la situación internacional. Significaría además un beneficio sin precedentes para el género humano, que apartaría a tantas personas de las calles como la televisión y ahorraría más vidas que una cura del cáncer.
En consecuencia, en interés público, También las va queras sienten melancol ía ofrece esta idea de Big Red completamnete gratis a cualquier inventor capaz de hacerla realidad.
– JULIÁN, TENGO una amiga.
– ¿Una amiga dices, querida? -se oía pasablemente-. Magnífico. Las nuevas amistades siempre son agradables.
– No me entiendes. Te digo que tengo una amiga. Y hasta ahora no la había tenido nunca.
– Vamos, querida, exageras. ¿No es Marie amiga tuya?
– Marie es amiga tuya. Yo sólo le intereso como coño exótico.
– ¡Sissy! ¡Estamos hablando por teléfono!
– Perdona. Sólo quería hablarte de Jelly, pero da igual.
– Jelly es esa alborotadora a la que tenías que vigilar por encargo de La Condesa, ¿no? ¿Cómo van las cosas con esas vaqueras? Espero que todo esté tranquilo ahí. Me tienes muy preocupado.
– No tienes que preocuparte por mí. Llevo encima, en las manos, mis ángeles guardianes.
– Sissy, no deberías burlarte así de ti misma; no es saludable. En fin, querida, mi preocupación por ti no me ha impedido del todo divertirme. He ido mucho a comer por ahí. Elaine's, La Grenouille, La Carabelle. Estuve bailando el sábado por la noche en Kenny's Castaways con los Kright y los Sabol. Howard tenía trabajo hasta tarde, así que Marie vino con, como se llama… Colacello. Bailar al cachetito es una moda que está haciendo furor en Nueva York estos días. Yo no lo sabía. Espero poder ir contigo cuando vuelvas. Te encantará si pruebas. Esta noche vienen aquí unos cuantos a cenar. Una cena íntima. Estoy instalando una mesa de chaquete. Cuánto me gustaría que estuvieses aquí. Ah, hoy compré una muñeca deliciosa en la tienda de regalos del museo de Brooklyn… arte popular. Ya verás, ya verás. Estoy acabando el cuadro que empecé el día antes de irte tú, el grande, el que tú creías que iba a ser una tienda india: No es nada de eso, claro; es…
– Julián, ¿qué ruido es ése?
– ¿Ruido? Ah, sí. Una sorpresa, querida. Es… ¿No lo supones? Es Butty. Carla y Rupert están otra vez juntos. Dios mío, sí, se me olvidaba decírtelo. Carla volvió a la ciudad y no puede seguir con Butty en su piso. Así que nuestro viejo amigo está otra vez aquí. Si te fastidia mucho, siempre puedo venderlo. Los perros como Butty hacen furor en Nueva York ahora; todos los que dirigen la moda, los que marcan las nuevas tendencias, tienen dos por lo menos. Andy Warhool llevó su dachshund miniatura, Archiel, a Kenny's Castaways la otra noche, imagínate. Bueno, Sissy, respecto a esas vaqueras con quienes estás, ten mucho cuidado, ¿de acuerdo?
Los cables larga distancia hicieron esos ruidos que son en parte gorgoteos y en parte gemidos. Los rumores que podría hacer un bebé robot en su cuna. Intercambiaron cariños y Julián colgó… sin tener ni idea de que la conversación que habían sostenido la había hecho posible Bonanza Jellybean, que, como prueba de amistad había pospuesto el corte de los hilos telefónicos del Rosa de Goma.
SI PODEMOS decir que el hombre civilizado es más listo pero no más sabio, podemos decir también que la pradera es seca pero tiene agua. Sobre la pradera hay ríos fugaces, fugaces arroyos, lagos, charcas y re-volcaderos inundados de búfalos. Como el propio sistema norteamericano, la mayoría de las lagunas y lagos de la pradera son operaciones de «vuelo nocturno». Aunque puedan medrar temporalmente, manteniendo una cadena alimentaria global que puede ir desde las plantas acuáticas a las ratas almizcleras y los buhos, desde los ninfálidos a los peces lunas y a las tortugas mordeduras, o de las salamandras a las urracas y las comadrejas, llega un momento en que lagos y lagunas quedan invadidos por la vegetación, cegados por el lodo y reducidos, en las sequías estivales, hasta boquear (!) y morir, haciéndose ciénaga y luego otra vez pradera. Muchas veces las lagunas de la pradera no viven lo bastante para ganarse un nombre.
El Lago Siwash, dado que halló asiento en una depresión relativamente profunda entre los cerros de las morrenas terminales que dejó la capa de hielo continental, ha disfrutado de cierta permanencia, aunque sus implorantes orillas de saetillas, espadañas y cañas evidencian que también él va entrando en la fase ciénaga de su existencia y que llegará un momento en que no podrá siquiera proporcionar humedad suficiente para refrescar el morro de un renacuajo.
Aún le quedan, sin embargo, unos cuantos años buenos a este pequeño lago, que resplandecía como una gota de tinta invisible cuando le miraban Sissy y Jelly desde el cerro situado detrás del parapeto de los cineastas. Sissy y Jelly pasaron la cima del cerro, tras atar los caballos al cerezo, y allí estaba el lago, langueando. Con trigo silvestre y ásteres hasta las rodillas, Sissy y Jelly pasaron la cima del cerro desnudas, tras dejar la ropa junto al cerezo, y allí estaba el lago debajo de ellas, resplandeciente. Sissy y Jelly cruzaron la cima del cerro desnudas, por donde daba el sol, y resultaba desde luego muy difícil creer, mientras contemplaban el Lago Siwash, que también ellas, Sissy y Jelly, eran principalmente agua. (El cerebro, con sus fragmentarías y alusivas características, sí, es agua; pero, ¿y la carne del cuerpo?)
Como las cámaras ocultas estaban dirigidas a la orilla del lago, no podían registrar las imágenes que se movían en la cima del cerro, ni los micrófonos ocultos podían espiar su conversación. Sissy y Jelly hablaron mientras cruzaban la cima, y, después de estudiar un rato el lago, se sentaron y hablaron de nuevo.
Delores vivía en Lousiana, en un pueblo de cabañas construido por esclavos fugitivos, en los pantanos. Ésa es una de las historias que se cuentan, en realidad. He oído también que estuvo viajando por Yucatán con un circo, que le quitaba las pestañas postizas a un mono ancestrado con el látigo. Da igual donde estuviese, el caso es que una noche tomó peyote y tuvo una visión. Niwetúkama, la Diosa Madre, se le apareció montada en una corza, con colibríes que le sorbían las lágrimas que derramaba, y le gritó: «Delores, debes dirigir a mis hijas contra su enemigo natural.» Delores pensó largo rato sobre esto (fue una visión muy vivida) hasta que determinó que el enemigo natural de las hijas eran los padres y los hijos. Aquella misma noche, la emprendió a latigazos con su amante negro, o con el propietario del circo, da igual quien fuese, y se largó. Anduvo un tiempo por ahí, sin mundo fijo. Se ganaba la vida vendiendo peyote a los jipis. Luego volvió a aparecérsele Niwetúkama y le dijo que debería ir a cierto lugar y prepararse para su misión, cuyos detalles concretos le serían revelados en otra visión. Y la madre Peyote la encaminó al rancho Rosa de Goma. ¿Increíble, verdad? Toma peyote por lo menos una vez a la semana, pero no ha tenido hasta ahora la Tercera Visión. Por otra parte, ella y Debbie andan siempre rivalizando y enfrentándose. Tensión. ¡Tensión entre vaqueras! Qué fastidio.
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