LAS FRIKIS TAMBIÉN FOLLAMOS SOÑAMOS
© Ayla Hurst
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2020.
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ISBN: 978-84-18470-12-7
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
¡Mira mamá! Lo estamos consiguiendo. .
«Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco» .
Frida Kahlo
Y es que precisamente de esto tratan estas historias: de conocerse a una misma, de una persona solitaria, con gustos y aficiones diferentes, estrambóticas, con pasiones indescriptibles. Estas historias tratan de mí, de una friki . No todas hemos tenido la suerte de nacer como la mayoría. No, otras somos distintas, somos monstruos, somos frikis , se nos niegan ciertos aspectos de la vida que debemos aprender por nuestra cuenta y en nuestra solitaria existencia.
He recreado y recopilado estas historias y estas experiencias trasladándolas a mis mundos y a mis personajes. De esta manera he aprendido sobre las relaciones, el sexo y la amistad. He dejado de ser una niña y me he convertido en una mujer en un mundo de hombres, he aprendido sobre amores imposibles, prohibidos, tormentosos… pero a través de los ojos de una friki . Entre estas páginas os encontraréis con mundos fantásticos, futuros apocalípticos, vampiros y ángeles, guerreras y princesas legendarias. Relaciones abiertas, cerradas, abusivas, maravillosas… Enamoramientos y rupturas, discusiones, decisiones y hasta luchas con espada… Sexo con amor y amor sin sexo… De dos, de tres o de uno.
En Las frikis también soñamos te muestro mi ser: mis realidades y mis aventuras, mis más profundos e íntimos pensamientos desde mi extravagante forma de pensar.
Son mis sueños y mis deseos más oscuros, son las historias que una se inventa encerrada en una habitación, sentada delante de una pantalla, mordiéndose el labio, imaginando lo bonito que puede llegar a ser que alguien te mire a los ojos y vea lo que hay más allá de la friki de la clase. 11
Estocolmo
No me amenaces con pasar un buen rato
Otro absurdo y trágico cuento de princesas
La condesa de Hedeby
Diario de una fan girl
—La gente no cambia tan rápido de opinión —dijo el capitán Driver mientras sorbía su infusión diaria antes de acostarse.
—Sí que lo hace —respondió la muchacha sin apartar la vista de su trabajo, un intrínseco código sobre un mapa en tres dimensiones.
—¿Qué motivos te han llevado a cambiar de opinión tan deprisa? Hace unas semanas me odiabas, me escupiste en la cara y me intentaste matar, y ahora trabajas para mí sin rechistar, ¿por qué?
La muchacha estaba agachada sobre la moqueta gris de los aposentos del capitán: en el suelo se extendía un enorme mapa antiguo, con partes incompletas, que la joven intentaba cartografiar a partir de viejos textos, libros y supuestas coordenadas. Sin soltar el lápiz con el que dibujaba y con absoluta calma en la voz respondió:
—Porque me he enamorado de ti.
Al capitán le dio un vuelco el corazón, pero estaba tan entrenado para no mostrar sus emociones que apenas suspiró ante la confesión, únicamente una gota de sudor frío resbaló por su frente:
—Te secuestré, te hice mi esclava, mi prisionera. Te obligo a trabajar para mí, ¿cómo puedes haberte enamorado?
La chica se incorporó y se volvió hacia él: dos brillantes ojos verdes se posaron en los suyos, tan negros como negro era el agujero que tenía en lugar de corazón:
—No lo sé —dijo encogiéndose de hombros—. Llámalo Síndrome de Estocolmo si quieres, o simplemente quédate con el tópico de que «nos gustan los chicos malos». La cuestión es que me he enamorado de ti, y aguardo con paciencia hasta que tú también te des cuenta y me llames para pasar la noche a tu lado.
El tono de voz de la muchacha era tan sobrio como el de una despreocupada conversación sobre el clima. Volvió a inclinarse sobre su mapa y continuó trabajando.
—Eso no sucederá jamás.
—Sí, sí que pasará…
El capitán Driver dio un puñetazo sobre la mesa y derramó la infusión que «teóricamente le ayudaba a conciliar el sueño».
—Ya has trabajado suficiente por hoy, vete a acostar.
La chica obedeció en silencio. Era muy menuda comparada con él, de tez pálida y rasgos suaves, una década más joven que Driver, aunque no sabía exactamente con los años que contaba. Ya hacía un par de meses que la había sacado del vertedero en el que vivía y la había subido a bordo de ese crucero, aún sin rumbo determinado. El mundo estaba en guerra, había estallado la Gran Guerra y su bando, al que la muchacha había autodenominado como «los malos» perdían. Solo unos antiguos seres, prácticamente extinguidos y casi imposibles de dominar podían proclamar un nuevo Orden Mundial y terminar con el conflicto. Esos seres volaban con grandes alas capaces de ensombrecer una ciudad, de su boca emergía un fuego abrasador, más potente que cualquier cañón y sus escamas eran casi imposibles de atravesar con cualquier arma. Aquellas bestias incontrolables habían desaparecido hacía siglos, aunque recientemente los científicos del capitán habían descubierto que, calentando sus huevos a su debida temperatura, aquellos fósiles petrificados podían eclosionar, aunque tuviesen siglos de antigüedad. Y allí era donde entraba en juego la muchacha, solo las de su «raza» podían montar y llegar a controlar aquellas bestias, gracias a un gen que se transmitía de mujer en mujer y que aparecía una vez cada cuatro generaciones. Aquellas chicas se distinguían de la mayoría por el color de su pelo, que crecía blanco y brillante desde temprana edad, y de una marca de nacimiento con la forma de la bestia, que aparecía en su cuerpo. Solo ellas aprendían la Antigua Lengua que les permitía comunicarse con los animales, y en este caso descifrar el código que los llevaría al yacimiento de huevos que necesitaban para ganar la guerra.
El capitán Driver estaba al mando de la misión: fue difícil encontrar a la chica con el gen especial, casi se habían extinguido, pero fue muy sencillo llevársela. La muchacha (el capitán no sabía su nombre, así que siempre la llamaba así) era una paria social, vivía en un basurero, sucia, mugrienta y hambrienta. No tenía familia ni amigos, ni puesto de trabajo, así que nadie iba a echarla de menos. Cuando cayó en sus manos, el capitán Driver se aseguró de que fuese de verdad la joven que buscaba: le cortó la larga cabellera blanca hasta la altura de los hombros y se la tiñó de castaño, aunque en seguida se le volvieron a poner las puntas blancas y le colocó un brazalete localizador en la muñeca izquierda, que la identificaba como propiedad del Capitán AD. Driver Wright.
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