Al igual que hizo un retrato de la misa o un retrato de una feria ( Petrushka ), Stravinski hizo aquí un retrato del éxtasis bárbaro. Es tanto más interesante cuanto que siempre, y explícitamente, se ha declarado partidario del principio apolíneo, adversario del principio dionisíaco: La consagración de la primavera (en particular sus danzas rituales) es el retrato apolíneo del éxtasis dionisíaco: en este retrato, los elementos extáticos (la ejecución agresiva del ritmo, los escasos motivos melódicos extremadamente cortos, varias veces repetidos, jamás desarrollados y parecidos a gritos) se transforman en gran arte refinado (por ejemplo, el ritmo, pese a su agresividad, pasa a ser tan complejo en la alternancia rápida de compases diferentes que crea un tiempo artificial, irreal, absolutamente estilizado); no obstante, la belleza apolínea de este retrato de la barbarie no oculta el horror; nos enseña que en lo más hondo del éxtasis no hay sino la dureza del ritmo, los severos golpes de la percusión, la extrema insensibilidad, la muerte.
La aritmética de la emigración
La vida de un emigrado, he ahí una cuestión aritmética: Josef Konrad Korzeniowski (célebre con el nombre de Joseph Conrad) vivió diecisiete años en Polonia (eventualmente en Rusia con su familia proscrita), el resto de su vida, cincuenta años, en Inglaterra (o en barcos ingleses). Pudo así adoptar el inglés como su lengua de escritor y también la temática inglesa. Tan sólo su alergia antirrusa (¡ah, pobre Gide incapaz de comprender la enigmática aversión de Conrad por Dostoievski!) conserva la huella de su polonidad.
Bohuslav Martinu vivió hasta sus treinta y dos años en Bohemia, luego, durante treinta seis años, en Francia, Suiza, Norteamérica y de nuevo en Suiza. En su obra siempre se reflejaba una nostalgia de la vieja patria y siempre se proclamaba compositor checo. Sin embargo, después de la guerra, declinó todas las invitaciones que le llegaron de allá y, según su expreso deseo, fue enterrado en Suiza. Burlándose de su última voluntad, los agentes de la madre patria consiguieron, en 1979, veinte años después de su muerte, secuestrar sus despojos e instalarlos solemnemente en su tierra natal.
Gombrowicz vivió treinta y cinco años en Polonia, veintitrés en Argentina, seis en Francia. Sin embargo, no podía escribir sus libros más que en polaco y los personajes de sus novelas son polacos. En 1964, durante una estancia en Berlín, le invitan a Polonia. Duda y, por fin, rechaza la invitación. Su cuerpo está inhumado en Vence.
Vladimir Nabokov vivió veinte años en Rusia, veintiún años en Europa (Inglaterra, Alemania, Francia), veinte años en Estados Unidos, dieciséis en Suiza. Adoptó el inglés como su lengua de escritor, pero algo menos la temática norteamericana; hay mucho en sus novelas de personajes rusos. Sin embargo, sin equívocos y con insistencia, se proclamaba ciudadano y escritor norteamericano. Su cuerpo descansa en Montreux, Suiza.
Kazimierz Brandys vivió en Polonia sesenta y cinco años, se instaló en París después del golpe de Jaruzeiski en 1981. Sólo escribe en polaco, sobre temas polacos, y no obstante, aun cuando después de 1989 ya no hay motivos políticos para permanecer en el extranjero, no vuelve a vivir en Polonia (lo cual me permite el placer de verle de vez en cuando).
Esta mirada furtiva revela ante todo el problema artístico de un emigrado: los bloques cuantitativamente iguales de la vida no tienen el mismo peso si pertenecen a la juventud o a la edad adulta. Mientras la edad adulta es más rica y más importante tanto para la vida como para la actividad creadora, el subconsciente, la memoria, la lengua, todo el sustrato de la creación se forma muy pronto; para un médico esto no causa problema alguno, pero para un novelista, para un compositor, alejarse del lugar al que están unidos su imaginación, sus obsesiones y por lo tanto sus temas fundamentales podría causar una especie de desgarro. Tiene que movilizar todas su fuerzas, toda su astucia de artista para transformar las desventajas de esta situación en bazas a su favor.
La emigración es difícil también desde el punto de vista puramente personal: siempre se piensa en el dolor de la nostalgia; pero lo peor es el dolor de la alienación; la palabra alemana die Entfremdung expresa mejor lo que yo quiero designar: el proceso durante el cual lo que nos ha sido cercano pasa a ser ajeno. No se es víctima de la Entfremdung con respecto al país de emigración: en éste, el proceso se produce a la inversa: lo que es ajeno pasa poco a poco a ser familiar y querido. La extrañeza en su forma chocante, pasmosa, no se revela en una mujer desconocida que se conquista, sino en una mujer que, en otros tiempos, fue la nuestra. Sólo el retorno al país natal tras una larga ausencia puede revelar la extrañeza sustancial del mundo y de la existencia.
Pienso con frecuencia en Gombrowicz en Berlín. En su rechazo a volver a ver Polonia. ¿Desconfianza hacia el régimen comunista que allí imperaba por aquel entonces? No lo creo: el comunismo polaco ya se estaba descomponiendo, casi toda la gente de cultura formaba parte de la oposición y habría convertido la visita de Gombrowicz en un triunfo. Las verdaderas razones de su rechazo no podían ser más que existenciales. E incomunicables. Incomunicables por demasiado íntimas. Incomunicables también por ser demasiado hirientes para los demás. Hay cosas que no se pueden sino callar.
La vida de Stravinski está dividida en tres partes de casi igual duración: Rusia: veintiséis años; Francia y la Suiza francófona: veintinueve años; Estados Unidos: treinta y dos.
La despedida de Rusia pasó por varias etapas: Stravinski está primero en Francia (a partir de 1910) como en un largo viaje de estudios. Esos años son por otra parte los más rusos de su creación: Petrushka, Zvezdoliki (según el poema de un poeta ruso, Balmont), La consagración de la primavera , Pribautki , el comienzo de Les noces . Luego vino la guerra, los contactos con Rusia se hacen difíciles; sin embargo, sigue siendo compositor ruso con Renard e Historia del soldado , inspirados por la poesía popular de su patria; sólo después de la revolución comprende que su país natal ha quedado para él probablemente perdido para siempre: empieza la verdadera emigración.
Emigración: una estancia forzosa en el extranjero para quien considera su país natal como única patria. Pero la emigración se prolonga y una nueva fidelidad empieza a nacer, la del país que se adopta; llega entonces el momento de la ruptura. Poco a poco, Stravinski abandona los temas rusos. Escribe todavía en 1922 Mavra (ópera bufa inspirada en Pushkin), más tarde, en 1928, El beso del hada , en recuerdo de Chaikovski, y después, además de algunas excepciones marginales, ya no vuelve nunca más a ella. Cuando muere, en 1971, su mujer, Vera, obedeciendo a su voluntad, se niega a aceptar la propuesta del gobierno soviético de enterrarlo en Rusia y lo traslada al cementerio de Venecia.
Sin duda, Stravinski llevaba consigo la herida de su emigración, como todos los demás; sin duda alguna, su evolución artística habría tomado un camino diferente si hubiera podido quedarse allí donde había nacido. En efecto, el comienzo de su viaje a través de la historia de la música coincide más o menos con el momento en que su país natal deja de existir para él; al comprender que ningún otro país puede reemplazarlo, encuentra su única patria en la música; no es un giro lírico por mi parte, no puedo pensarlo más concretamente: su única patria, su único hogar, era la música, toda la música de todos los músicos, la historia de la música; en ella decidió instalarse, echar raíces, vivir; en ella acabó encontrando a sus únicos compatriotas, a sus únicos allegados, a sus únicos vecinos, de Pérotin a Webern; con ellos entabló una larga conversación que ya no se detuvo hasta su muerte.
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