Andreas bebió otro trago de vino antes de continuar.
– Y ¿qué pasaría en ese caso? Si tuviéramos suficientes elementos para demostrar que en efecto ese estudio se realizó, la cuestión se convertiría inmediatamente en un problema de seguridad nacional e internacional. Aun así, nadie publicará la investigación. Antes de poder divulgarla habría que analizar los datos de que se dispone y llegar a las mismas conclusiones.
»Después habría que realizar una investigación análoga para confirmar los resultados de la primera. Y aquí es donde surgen dos problemas, de los cuales el primero es ético: ¿se va a sacrificar a otro grupo de personas que hagan de conejillos de indias en un experimento que podría conducirlos a una muerte casi segura? El segundo es un problema de tiempo: los datos de confirmación estarían listos dentro de nueve años. En cualquier caso, no se hablaría de ello públicamente. No existen sólo organizaciones privadas, también hay organizaciones militares, de la policía y muchas otras. Todas tendrán algo que decir. Antes de que tomen decisiones serias pasarán años. ¿Sabes cuánto han esperado antes de informar al público de que el tabaco es nocivo? Y, a pesar de que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer clasificó el tabaco como cancerígeno, nadie lo ha prohibido. Únicamente se limita su consumo, con restricciones e impuestos cada vez mayores. Quizá harían algo parecido con los móviles.
»Además, ese estudio demuestra que es necesario un uso intensivo durante un período bastante largo antes de tener la certeza casi absoluta de enfermar. -Andreas se estaba alterando.
Ulrike se dio cuenta: empezaba a levantar la voz.
– Respira profundamente, cariño.
Él hizo una pausa y terminó lo que le quedaba en la copa.
– Aumentarán los impuestos de los móviles y el tráfico que generan, es así como resuelven los problemas. Inculpan a los consumidores. ¡Estúpidos consumidores!
– ¿Qué es lo que estás intentando decirme?, ¿que no vas a hacer nada? -preguntó Julia, que empezaba a perderse en el discurso de Andreas.
– No he acabado, déjame terminar, luego podremos decidir qué hacemos.
»Supongamos que conseguimos encontrar los datos, o que de alguna manera logramos que nos crean. Convencemos a la policía alemana, o a un periodista competente, o usamos nuestros ahorros para contratar a un investigador privado que confirme al menos la veracidad de los puntos básicos del estudio. Es decir, la existencia de un centro de llamadas a unos cuatrocientos kilómetros de Bhopal cuyos empleados de los últimos nueve años estén más o menos todos enfermos o muertos a causa del cáncer. De este modo quizá podamos provocar que alguien haga una investigación al maldito Lee y al doctor Kluge.
»Quizá, gracias a la investigación, puedan localizarse llamadas que también prueben su implicación en la muerte de Jan.
– ¡Eso es lo que tenemos que hacer! -intervino Julia, que parecía haber recobrado alguna esperanza.
Ulrike estaba triste. Estaba triste porque la investigación había fracasado: un estudio no oficial contra centenares de prestigiosos entes.
Andreas continuó.
– Sí, Julia, sería lo mejor que podríamos hacer. Pero tengo que añadir un elemento más. Las implicaciones para nosotros. La noche que estaba en mi oficina intentando descifrar los datos entraron dos hombres y me quitaron el ordenador. Seguramente los había enviado Kluge o Lee.
»No fueron muy amistosos. El dedo me lo rompieron ellos para saber si había hecho copias del archivo que habéis leído.
A Julia la recorrió un escalofrío.
– Pero no penséis que soy ningún héroe, la copia que habéis leído la hice después. Cuando acabábamos de salir por la parte trasera del edificio, esos hombres fueron asesinados delante de mis ojos. Los dos.
Se pasó las manos por la cara, seguía viendo aquella imagen de sangre, las caras inmóviles, torcidas en una expresión atroz.
– Fueron los agentes de Jasmine. Quizá me salvaron la vida, no lo sé. Me llevaron al consulado, donde descifré lo que habéis leído. Fue allí donde copié el archivo en mi móvil sin que me vieran.
»Jasmine lo leyó después de mí. Fue taxativa.
»Si comunicamos a alguien lo que sabemos, ella no podrá defendernos más. Y dijo claramente que eso también va por ti, Julia. Quería que supieras por qué murió Jan. Nada más. Y, si quieres mi opinión, la creí cuando dijo que si descubren que hemos intentado hacer pública la investigación nos quitarán de en medio.
– Pero ¿por qué?, ¿por qué querrían vernos muertos?
Ulrike tomó entonces la palabra.
– Julia, se trata de un descubrimiento estremecedor, es cierto, pero también es una investigación que ofrece posibilidades enormes en términos de ventajas económicas para quien la explote de forma adecuada. Pasarán años antes de que otro estudio se acerque sólo remotamente a los resultados de éste. Mientras tanto China puede decidir qué quiere hacer: desarrollar tecnologías alternativas, invertir en tratamientos. También puede prohibir el uso de móviles en su territorio y esperar que se produzca una hecatombe en los demás países. Habrá comités políticos y militares que valorarán las mejores oportunidades económicas que una investigación de este tipo puede generar, sobre todo si le llevas diez años de ventaja al que venga detrás.
– ¿Y tú crees que nos quitarían de en medio? -le preguntó Julia a Andreas.
– Estoy convencido.
– ¿Y que nuestro sacrificio serviría para algo?
– Si tuviéramos los datos, podría ser. Pero si tenemos que hacer lo que he explicado antes, averiguaciones para validar la existencia de la investigación, no creo que pasáramos desapercibidos, y en ese caso estoy bastante seguro de que nos detendrían a tiempo.
No se miraban.
Reflexionaban, sabiendo que no podían permitirse desestimar ni una sola opción.
– Y si mandas copias anónimas del extracto de la investigación a centros de estudios, periódicos, políticos, ¿no crees que alguien se lo tomaría en serio? -preguntó Julia, que todavía necesitaba tiempo para digerir el panorama que Andreas había profetizado.
– Te lo repito: si lo hubiera recibido yo sin saber nada de lo que ha pasado, lo habría tirado a la papelera.
– Y, sin embargo, es real -comentó amargamente Julia. Necesitaba estar un rato a solas-. Tengo que pensarlo, quizá se me ocurran otras preguntas que haceros. Ahora me voy a la cama, se ha hecho tarde. Mañana no será un buen día. ¿Queréis el coche para volver al hotel? Podéis devolvérmelo mañana por la mañana.
– Muchas gracias, Julia, iremos dando un paseo, nos irá bien -le agradeció Ulrike.
Salieron de la casa y fueron caminando lentamente por la acera. Oyeron que se encendía el motor de un coche detrás de ellos. Se volvieron. A bordo iban dos chinos. Debía de ser su escolta.
No se dijeron nada durante el trayecto, por miedo y por cansancio.
Entraron en el hotel, cogieron las llaves y se dirigieron al ascensor. Una vez en la habitación se prepararon para irse a dormir. Fue otra noche especialmente inquieta.
El funeral empezó puntualmente en casa de Julia. Estaban todos: familiares, amigos, viejos compañeros de trabajo. Sólo entre estos últimos Andreas vio a algunos a quienes no conocía.
Hay funerales en los que se habla y otros en los que no hay nada que decir; ése pertenecía a la segunda clase. La mayor parte de la gente se conocía bien y no tenía nada que añadir al dolor del de al lado.
Después de la ceremonia hubo un pequeño refrigerio en casa, una ocasión para que alguien pudiera desahogar su dolor con alguna copa de más.
Hacia las cuatro se fue el último de los asistentes que no dormía en la casa. Julia, Andreas y Ulrike se sentaron en el estudio donde habían estado la noche anterior.
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