– Tu perro es cantante de ópera -respondió ella, dejando el cigarrillo que se estaba fumando en el borde del cenicero para poder acariciar las orejas de Booger-. Me despierta: ¡Auuu! ¡Auuu!, así que lo llevo a pasear. Y le doy de comer. ¿Dónde está comida de perro?
– No tengo.
– ¿Es de allí? -preguntó ella, inclinando la cabeza en dirección a Jimmy's.
John asintió.
– Pobrecito. -Se inclinó hacia delante y le plantó al perro un beso en la enorme frente. Booger giró la cabeza para devolverle el gesto, pero ella ya estaba fuera del alcance de su lengua-. Gracias a Dios, no herido.
– ¿Quieres quedártelo? -dijo John esperanzado.
– ¡Ja! -profirió-. ¿Qué hago yo con perro? No, Dios envió a ti. Lo quedas tú. Pero compras comida. Yo doy bocadillo de carne y queso, y ahora ¡gases! ¡Puaj! -exclamó, arrugando la cara y agitando una mano delante de la nariz.
John suspiró y se sentó en la cama, que se hundió bajo su peso. Ivanka bebió un trago de vodka directamente de la botella y se dio la vuelta para apagar el cigarrillo.
– ¿Quieres un vaso? -le preguntó a Ivanka. Esta negó con la cabeza.
John se inclinó hacia ella para observarla más de cerca. Tenía los ojos enrojecidos y la nariz irritada.
– ¿Has estado llorando?
– Qué va. Bueno, puede que un poco -dijo, sorbiéndose la nariz.
– ¿Qué pasa? -preguntó John.
Ella puso cara de rana e hizo un gesto de desdén con la mano.
– Bah, no importa -dijo.
Siguió mirando fijamente la televisión, donde una mujer con el pelo rubio platino a lo bob estaba sentada en un plato entre un hombre y otra mujer. La mujer lloraba mientras leía una lista de las transgresiones sexuales del hombre. La audiencia, compuesta íntegramente de mujeres encolerizadas, gritaba y agitaba los puños en el aire. La anfitriona, que tenía el pelo como un casco, soltaba tópicos sin parar y se deslizó hasta el borde del asiento para poner la mano sobre la rodilla de la mujer y dirigirle al hombre una mirada fulminante. La cámara se giró hacia él. Unos guardias lo agarraron por los brazos y se lo llevaron a la fuerza del plató hasta el mar de mujeres, que se levantaban de los asientos para ir hacia el pasillo y pegarle con el bolso. Él ni siquiera se resistió, se limitó a poner mala cara y a protegerse la cabeza sin demasiado entusiasmo. Cuando desapareció por un pasillo, el programa hizo una pausa para la publicidad.
– No, en serio, me gustaría saberlo -dijo John. Ivanka volvió a mirarlo, frunció los labios y puso los ojos en blanco.
– La culpa es de trabajo. Y de Faulks.
– ¿De Ken Faulks?
– Sí. -Ella giró la cabeza e hizo como si escupiera rápidamente dos veces seguidas, ¡chup!, ¡chup! Booger se estremeció las dos veces, pero se quedó quieto.
– ¿De qué conoces a Ken Faulks?
Ivanka suspiró. John se percató de que se le había formado una gota al final de la nariz y le pasó un trozo de papel higiénico.
Ella lo cogió y se secó los ojos y la nariz.
– Gracias. Resulta que él viene a Bob el Gordo. Quiere baile erótico en regazo, baile en regazo privado, ya sabes. Yo no hago, pero ahora negocio no muy bien. Los trajeados antes metían billetes de cinco y de diez en tanga. Ahora meten de uno. ¿Creen que no damos cuenta? ¿Que no sabemos contar? -Sus ojos ardieron de indignación justificada durante unos segundos y luego se apagaron. Aún tenía la mano derecha sobre la cabeza de Booger. Las continuas caricias lo habían acunado hasta quedarse dormido, o algo parecido-. Pues Faulks me ve, me pide a mí. Creo que es porque me reconoce, porque yo una de las auténticas Jiggly Gigglies y estoy cansada de esto, quiero volver a películas, ganar un poco de dinero, retirarme. Tal vez casarme. Puede que tener hijos. ¿Quién sabe? Él ahora tiene esa serie, Tigresas alocadas, ¿sabes?
John asintió.
– Así que pregunto a él ¡y él dice que no! -dijo incorporándose-. ¡No! ¡No se acuerda de mí y soy demasiado vieja para tigresa! ¡Y luego quiere baile en regazo igual! -Cogió el papel higiénico y lo volvió a usar. Se encogió de hombros y arrojó la bola de papel húmedo sobre la mesilla. Tenía los ojos llenos de lágrimas y de resignación-. Así que yo hago. Hago y listo. ¿Entiendes? -Su mirada se perdió unos instantes en el infinito y luego, de repente, se giró hacia él-. ¿Crees que soy demasiado vieja para tigresa?
John negó con la cabeza, pero ella se echó a llorar de nuevo, de todos modos. Se acercó a ella y la rodeó con los brazos. Ella apretó la botella de vodka contra su espalda y sollozó en su hombro.
– ¿Ivanka? -le dijo cuando los gemidos se habían convertido en hipidos-. ¿Podrías hacerme un favor?
Ella se echó hacia atrás y asintió. Volvió a coger el papel, pero se lo pensó mejor y se secó los ojos con las mangas.
– ¿Podrías llamarme si Faulks vuelve a aparecer por el club?
Ella enderezó la columna, recobrando la compostura.
– Claro -repuso con fingida despreocupación-. ¿Por qué no?
John cogió un bolígrafo y empezó a revolverlo todo con desesperación en busca de un trozo de papel en el que escribir su número. Ivanka le tendió un enjoyado móvil rojo.
– Toma. Añade a contactos -le dijo.
* * *
Minutos después de que Ivanka se fuera, llamaron a la puerta. La entreabrió y se encontró a Amanda.
Durante un segundo pensó que estaba alucinando. Cuando se dio cuenta de que no era así, la abrió de par en par y fue hacia ella con los brazos abiertos. Ella dejó caer las bolsas al suelo y lo abrazó. Antes de darse cuenta, estaba llorando sobre su cuello.
– Tranquilo, no pasa nada -le dijo, acariciándole el pelo. Durante un minuto, se limitaron a abrazarse.
– ¿Qué haces aquí? -preguntó él finalmente, conduciéndola al interior de la habitación.
– ¿Cómo no iba a venir después de lo de anoche? Ya he visto los restos del edificio al otro lado de la calle. Es increíble. Debe de haber sido horrible.
– Fue lo más desagradable que he visto en mi vida. El olor, cómo gritaba, la cara… Ojalá no lo hubiera visto ni oído.
– Pero le salvaste la vida.
– No creo. -John sacudió la cabeza con rapidez, sorbiendo por la nariz-. No sé qué ha sido de él. Debería llamar. Debería llamar, ¿no?
Amanda le acarició la mejilla.
– Ya llamaremos mañana. ¿O necesitas saberlo ya?
– No. De todos modos da igual y creo que hoy no me apetece saberlo. Sobre todo ahora que estás aquí.
Ella lo abrazó de nuevo y, de pronto, se puso tensa. Se alejó de él y John vio cómo miraba alternativamente la cama sin hacer y el cenicero lleno de colillas manchadas de carmín.
– ¿Qué es eso?
– La mujer de arriba es… -dijo, señalando el techo desesperanzado-. Es complicado.
Amanda abrió la boca para continuar con la investigación y descubrió a Booger.
– Pero ¿qué…?
Se volvió hacia John con los ojos como platos, olvidándose de los cigarrillos.
– ¿A esto es a lo que te referías el otro día? ¿Ya tienes un perro?
– No. Es del laboratorio de metanfetaminas. Se coló en mi habitación mientras la puerta estaba abierta, durante el incendio.
Amanda se dio la vuelta para mirar al perro.
– Anoche no me hablaste de él.
– No sabía que estaba aquí. Debía de estar escondido en el baño. Se subió a la cama en plena noche.
– Vaya, pobrecito -dijo Amanda. Fue hacia el perro y se agachó a su lado.
– ¡Ten cuidado! -exclamó John-. ¡Es un perro de un laboratorio de metanfetaminas, por el amor de Dios!
Amanda extendió el brazo para rascarle la barbilla al perro.
– Eh, amigo -susurró. Él le apoyó el morro y la nariz de color marrón oscuro en la mano, de manera que ella aguantó todo el peso de su cabeza. Empezó a golpear la delgada cola contra el suelo-. Pobrecito -repitió-. ¿Sabes cómo se llama?
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