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Philip Pullman: El buen Jesús y Cristo el malvado

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Philip Pullman El buen Jesús y Cristo el malvado

El buen Jesús y Cristo el malvado: краткое содержание, описание и аннотация

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Philip Pullman decide revisitar la historia más influyente de todos los tiempos y construye una versión ingeniosa y polémica de la vida de Jesús. Todo comienza cuando la virgen María tiene gemelos: Jesús y Cristo. Desde pequeños los hermanos son muy diferentes. Jesús es apasionado y revolucionario, Cristo es calculador y realista. Mientras Jesús detesta las jerarquías y el status quo, Cristo ansía pasar a la Historia y asentar los cimientos de la Iglesia.

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Con el tiempo, Cristo advirtió que el relato cambiaba. Empezó con el nombre de Jesús. Al principio era solo Jesús, pero de ahí empezaron a llamarle Jesús el Mesías, o Jesús el Cristo, y al final simplemente Cristo. Cristo era la palabra de Dios, la luz del mundo. Cristo había sido crucificado. Cristo había resucitado de entre los muertos. En cierto modo, su muerte sería una gran redención, o una gran expiación. La gente estaba dispuesta a creerlo, aunque le costara explicárselo.

El relato también evolucionó en otros aspectos. La versión de la resurrección se mejoró sobremanera cuando empezó a contarse que después de que Tomás pidiera ver las heridas, Jesús (o Cristo) se las mostró y le permitió tocarlas para disipar sus dudas. Fue una experiencia inolvidable; no obstante, si el relato decía eso no podía decir también que los romanos le habían partido las piernas, como solían hacer con los crucificados, pues si un tipo de herida permanecía en su carne también debían hacerlo las demás, y un hombre con las piernas rotas no habría podido incorporarse en el jardín ni caminar hasta Emaús. Así pues, independientemente de lo que hubiera sucedido en realidad, la historia acabó contando que murió por la punzada de una lanza romana, y que conservó los huesos intactos. Y así fue como las historias empezaron a entrelazarse.

Cristo, lógicamente, había dejado tan poca huella en el mundo que nadie lo confundía con Jesús, pues era muy fácil olvidar que habían sido dos. Cristo sentía que su propio ser iba menguando a medida que el Cristo fruto de la especulación crecía en importancia y esplendor. Muy pronto el relato de Cristo comenzó a extenderse en el tiempo, hacia delante y hacia atrás. Hacia delante hasta el fin del mundo, hacia atrás antes de su nacimiento en un establo: Cristo era hijo de María, de eso no había duda, pero también era el hijo de Dios, un ser eterno y todopoderoso, un Dios perfecto y un hombre perfecto, engendrado antes que todos los mundos, que reinaba en los cielos a la derecha de su Padre.

El tejedor de redes

El extraño le hizo entonces una última visita. Cristo vivía con nombre falso en una ciudad de la costa, un lugar donde Jesús nunca había estado. Se había casado y se ganaba la vida haciendo redes.

Como de costumbre, llegó de noche. Llamó a la puerta justo cuando Cristo y su mujer se sentaban a cenar.

– Marta, ¿quién puede ser? -dijo Cristo-. Ve a ver.

Marta abrió la puerta y el extraño entró cargado con un pesado saco.

– Vaya -dijo Cristo-. ¿Qué problemas me traes esta vez?

– ¡Menudo recibimiento! Te traigo tu obra, todos los pergaminos que me diste. Los he mandado copiar diligentemente, y ya es hora de que los tengas tú y empieces a ordenar el relato. ¿Es tu esposa?

– Marta -dijo Cristo-, este es el hombre del que te hablé. Pero ignoro cómo se llama.

– Por favor, siéntate y come con nosotros -dijo Marta.

– Será un placer. Este pequeño ritual que inventaste -dijo el extraño cuando Cristo partió el pan- ha sido un verdadero éxito. ¿Quién iba a pensar que invitar a los judíos a comer carne y beber sangre sería tan popular?

Cristo apartó el pan.

– No fue eso lo que les dije que hicieran -replicó. -Pues es lo que los seguidores de Jesús están haciendo, tanto judíos como gentiles. Fuiste excesivamente vago en tus instrucciones, amigo mío. La gente se agarra a cualquier significado que pueda encontrar, por nimio que sea, aunque no fuera esa la intención del autor.

– Como dejaste claro en otra ocasión, no tienes una opinión muy elevada de la gente.

– Veo a las personas tal como son. También tú tuviste en otros tiempos una idea realista de sus capacidades y limitaciones. ¿Te estás pareciendo más a tu hermano con el paso del tiempo?

– Él conocía bien a la gente. No se dejaba engañar por ella, pero la amaba.

– Cierto -dijo el extraño, sirviéndose pan-, y su amor es lo más valioso de todo. Por eso debemos protegerlo cuidadosamente. La nave que trasladará el amor y las enseñanzas de Jesucristo a tiempos futuros será la iglesia, y la iglesia debe proteger ese amor y esas enseñanzas día y noche para conservar su pureza e impedir que la corrompan malentendidos. Sería una desgracia, por ejemplo, que la gente acabara interpretando algunas de sus enseñanzas como un llamamiento a la acción política; tú y yo sabemos que nada tienen que ver con eso. Por tanto, debemos hacer hincapié en la naturaleza espiritual de su mensaje. Tenemos que conseguir que nuestra postura sea difícil de rebatir, mi querido Cristo, y al hablar del espíritu hacemos justamente eso. Estamos sumamente preparados para hablar de espiritualidad.

– Ya no me atrae ese tipo de charla-dijo Cristo-. Será mejor que te lleves los pergaminos y pidas a otro que narre el relato.

– El relato será narrado muchas veces. Nosotros nos encargaremos de que así sea. En los años venideros, separaremos las versiones útiles de las inútiles. Pero ya hemos hablado antes de eso.

– Sí, y estoy harto. Tus palabras son finas pero tu pensamiento es burdo. Y el éxito te ha vuelto más burdo todavía. Las primeras veces que hablamos eras más sutil. Ahora empiezo a ver cómo es ese relato que tú, mi hermano y yo hemos estado interpretando. Será una tragedia, tenga el final que tenga. La visión de mi hermano nunca podrá hacerse realidad; la visión que se haga realidad no será la suya.

– Hablas de mi visión y su visión, pero si fuera tu visión poseería el mérito de la verdad además de…

– Sé bien cuál es tu verdad -repuso Cristo.

– Naturalmente. Sin embargo -dijo el extraño, partiendo otro trozo de pan-, ¿qué es preferible: aspirar a la pureza absoluta y fracasar en el intento, o transigir y tener algo de éxito?

Cristo sintió unas náuseas repentinas, pero no podía recordar por qué. Marta deslizó una mano en la de su marido para tranquilizarle.

Pero mientras Cristo veía al extraño comerse su pan y servirse más vino, no pudo evitar pensar en el relato de Jesús y en cómo podría mejorarlo. Por ejemplo, podría introducir una señal milagrosa para celebrar el nacimiento: una estrella o un ángel. Y la infancia de Jesús podría contener encantadoras anécdotas sobre sus travesuras infantiles, salpicadas de magia, que podrían interpretarse como el anuncio de milagros mayores. Y había cuestiones con una trascendencia narrativa más profunda. Si Jesús hubiera sabido lo de su ejecución, si hubiera contado a sus discípulos lo que le esperaba y hubiera ido a su encuentro de buen grado, la crucifixión adquiriría un sentido más profundo aún, un sentido que abriría nuevos misterios que los eruditos podrían explorar, estudiar y explicar en el futuro. Y volviendo al nacimiento, si el niño nacido en el establo no fuera humano sino la encarnación de Dios, cuánto más memorable y emotivo resultaría el relato.

Había cientos de detalles que podrían aportar verosimilitud. Sabía, con una punzada de culpa mezclada con deleite, que él ya había inventado algunos.

– Lo dejo en tus manos -dijo el extraño, levantándose y sacudiéndose las migas-. Esta ha sido mi última visita.

Y sin decir más, se dio la vuelta y se fue.

Cuando se hubo marchado, Marta dijo:

– No le has preguntado su nombre.

– No quiero saberlo. ¡Menudo iluso he sido! ¿Cómo pude llegar a creer que era un ángel? Parece un próspero mercader de frutos secos o alfombras. Marta, estoy atormentado. Cuanto él ha dicho es cierto, pero me pongo enfermo cuando pienso en ello. El cuerpo de fieles, la iglesia como él lo llama, hará muchas cosas buenas, espero, creo, debo creerlo, pero temo que, llevado por su fervor y sentido de superioridad moral, también haga cosas horribles… Bajo la autoridad de esa iglesia las palabras de Jesús serán tergiversadas, se dirán mentiras sobre él, será traicionado una y otra vez. ¿Un cuerpo de fieles? Fue un cuerpo de fieles el que decidió por una docena de buenas razones entregarlo a los romanos. Y aquí estoy yo, con las manos cubiertas de sangre, vergüenza y lágrimas, impaciente por empezar a contar el relato de Jesús, y no solo para dejar constancia de lo que sucedió, sino porque quiero jugar con ello.

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