Philip Pullman - El buen Jesús y Cristo el malvado

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El buen Jesús y Cristo el malvado: краткое содержание, описание и аннотация

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Philip Pullman decide revisitar la historia más influyente de todos los tiempos y construye una versión ingeniosa y polémica de la vida de Jesús. Todo comienza cuando la virgen María tiene gemelos: Jesús y Cristo. Desde pequeños los hermanos son muy diferentes. Jesús es apasionado y revolucionario, Cristo es calculador y realista. Mientras Jesús detesta las jerarquías y el status quo, Cristo ansía pasar a la Historia y asentar los cimientos de la Iglesia.

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– Calla, calla, ya he tenido suficiente. No quiero oír nada más por el momento. Me siento tremendamente cansado y disgustado. Regresaré aquí la mañana siguiente al sábado y haré lo que deba hacer.

María Magdalena en el sepulcro

Después de la crucifixión, Pedro, Juan, Jacobo y otros discípulos se habían reunido en una casa próxima al jardín de José, donde, cual hombres despojados de sus sentidos, permanecían perplejos y callados. La ejecución de Jesús había caído sobre ellos como un rayo en medio de un cielo azul; jamás habían imaginado que algo así pudiera pasar. El impacto no era menos chocante que si los cimientos de la tierra hubieran temblado bajo sus pies.

En cuanto a las mujeres que se habían congregado al pie de la cruz y habían ayudado a José a bajar el cuerpo, habían llorado y rezado hasta agotárseles las lágrimas. María, la madre de Jesús, había acompañado a su hijo hasta el sepulcro y pronto regresaría a Nazaret. La mujer de Magdala, también llamada María, iba a quedarse un tiempo en Jerusalén.

A primera hora de la mañana siguiente al sábado, María Magdalena fue hasta el sepulcro cargada con más especias por si se precisaban para conservar el cuerpo. El día no había clareado aún. Después del entierro, había visto a José y Nicodemo cubrir la entrada del sepulcro con la piedra, por lo que le sorprendió ver, en la penumbra, la piedra descorrida y la tumba abierta. Temiendo haberse equivocado de sepulcro, miró dentro con aprensión.

Y encontró la sábana vacía, sin cuerpo.

Corrió hasta la casa donde se alojaban los discípulos, y dijo a Pedro y Juan:

– ¡El sepulcro del maestro está vacío! ¡Vengo de allí! ¡La piedra ha sido retirada y el cuerpo ha desaparecido!

Les contó lo que había visto. Dado que el testimonio de una mujer tenía poco valor, Pedro y Juan fueron hasta el jardín para verlo con sus propios ojos. Juan corrió más deprisa y llegó primero, y cuando miró dentro del sepulcro vio la sábana vacía. Luego Pedro se abrió paso y encontró la sábana dispuesta de la forma que María había descrito, con la tela que envolvía la cabeza de Jesús separada del resto.

– ¿Crees que se lo han llevado los romanos? -preguntó Juan.

– ¿Por qué iban a hacer eso? -repuso Pedro-. Pilato cedió el cuerpo. No tendría sentido.

– ¿Qué ha podido ocurrir, entonces?

– A lo mejor no estaba muerto cuando lo bajaron, solo inconsciente, y de pronto despertó…

– ¿Y cómo descorrió la piedra desde dentro? Tenía las piernas rotas. No podía moverse.

Incapaces de encontrar una explicación, regresaron a la casa para contárselo a los demás discípulos.

María Magdalena se había quedado junto al sepulcro, llorando. A través de las lágrimas vio que se acercaba un hombre y lo tomó por el jardinero.

– ¿Por qué lloras? -le preguntó el hombre.

– Se han llevado el cuerpo de mi maestro. Señor, si sabes adonde se lo han llevado, te suplico que me lo digas para que pueda traerlo de vuelta y atenderlo como es debido.

Entonces el hombre dijo: -María.

María se sobresaltó y le miró con detenimiento. Aún había poca luz y tenía los ojos irritados, pero no había duda de que era Jesús, vivo.

– ¡Maestro! -gritó, e hizo ademán de abrazarle.

Cristo dio un paso atrás y le dijo:

– No, no me toques. No me quedaré mucho tiempo. Ve junto a los discípulos y cuéntales lo que has visto. Diles que pronto ascenderé para estar junto a mi padre, junto a Dios. Junto a mi Dios y vuestro Dios.

María corrió a contar a los discípulos lo que había visto y lo que Cristo le había dicho.

– ¡Era él! -les dijo-. ¡Os lo aseguro! ¡Jesús estaba vivo y me habló!

Los discípulos la escuchaban con cierto escepticismo, pero Pedro y Juan se mostraron más dispuestos a creerla.

– Ella nos contó cómo estaba dispuesta la sábana en el suelo, y fuimos y lo vimos. Si dice que Jesús está vivo, ¡eso lo explicaría todo!

Pasaron el día en un estado de esperanzada incredulidad. Se acercaron varias veces al sepulcro, pero no vieron nada más.

En el camino a Emaús

Más tarde ese mismo día, algunos discípulos se dirigieron a Emaús, un pueblo situado a dos horas a pie de Jerusalén, para comunicar la noticia a unos amigos que vivían allí. El informante de Cristo había regresado a Galilea y no estaba entre ellos. Por el camino entablaron conversación con un hombre que iba en la misma dirección. Cristo.

– Parecéis nerviosos -dijo el viajero-. ¿De qué hablabais con tanta pasión?

– ¿No has oído lo que sucedió en Jerusalén? -dijo un discípulo llamado Cleofás.

– No. Cuéntamelo.

– Debes de ser el único hombre en Judea que no se ha enterado. Somos amigos de Jesús de Nazaret, el gran profeta, el gran maestro. Enojó a los sacerdotes del templo, los sacerdotes lo entregaron a los romanos, y los romanos lo crucificaron. Lo enterraron hace tres días, ¡y esta mañana hemos oído que lo han visto vivo!

No hablaban de otra cosa. No miraron detenidamente a Cristo, pues estaban aún demasiado alterados y perplejos. Cuando arribaron al pueblo ya había anochecido y le invitaron a cenar con ellos.

Cristo aceptó y entró en la casa del amigo de los discípulos, donde fue bien recibido. Cuando se sentaron a cenar, el discípulo Cleofás, que estaba sentado delante de Cristo, levantó el quinqué y lo acercó a su rostro.

– ¿Maestro? -dijo.

Estupefactos, los demás miraron a Cristo bajo la llama parpadeante. No había duda de que ese hombre se parecía mucho a Jesús, y sin embargo no era igual; pero seguro que la muerte producía cambios, de modo que por fuerza tenía que estar un poco diferente; y sin embargo el parecido era increíble. Se habían quedado mudos.

Un hombre llamado Tomás dijo al fin:

– Si de verdad eres Jesús, enséñanos las marcas de las manos y los pies.

Las manos de Cristo, naturalmente, no tenían ninguna marca. Todos podían verlas mientras sostenía el pan. Pero antes de que pudiera hablar, otro hombre dijo:

– Si el maestro ha resucitado de entre los muertos, es lógico que todas sus heridas se hayan curado. Le hemos visto caminar, por lo que sabemos que sus piernas han sanado. Ha sido creado nuevamente perfecto, de ahí que todas sus cicatrices hayan desaparecido. ¿Quién puede dudar de eso?

– ¡Jesús no tenía las piernas rotas! -dijo otro-. ¡Se lo oí decir a una de las mujeres! ¡Murió cuando un soldado le clavó una lanza en el costado!

– No fue eso lo que a mí me contaron -intervino otro-. Yo oí que primero le partieron las piernas a él y luego a los otros dos. Siempre les parten las piernas…

Y se volvieron hacia Cristo, llenos de duda y confusión.

Cristo dijo entonces:

– Bienaventurados quienes, sin ver pruebas, siguen creyendo. Yo soy la palabra de Dios. Existo desde antes que el tiempo. Estuve con Dios en los principios y pronto regresaré junto a él, pero descendí al tiempo y a la vida para mostraros la luz y la verdad y para que fuerais testimonio de ella. Voy a dejaros una señal, y es esta: del mismo modo que el pan ha de partirse antes de poder comerlo y el vino ha de servirse antes de poder Deberlo, yo tuve que morir para poder resucitar. Acordaos de mí siempre que comáis y bebáis. Ahora debo regresar junto a mi padre, que está en los cielos.

Los discípulos querían tocarle, pero Cristo se levantó, los bendijo a todos y se marchó.

A partir de ese momento hizo lo posible por pasar desapercibido. Desde la distancia observaba cómo, estimulados por su esperanza y entusiasmo, los discípulos se iban transformando tal como el extraño había augurado: como si un espíritu santo hubiera penetrado en ellos. Viajaban y predicaban, ganaban conversos para su nueva fe en el Jesús resucitado e incluso conseguían hacer curaciones milagrosas, o por lo menos sucedían cosas que podían calificarse de milagrosas. Estaban llenos de pasión y fervor.

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