Fernando Schwartz - El Peor Hombre Del Mundo

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Novela negra de trazos muy nítidos en el más puro estilo del género, El peor hombre del mundo combina la acción vertiginosa con el humor, la pasión y el riesgo. El secuestro de un millonario en Amsterdam desencadena una serie de acontecimientos que desembocan en el submundo de la droga de Madrid. A su vez, el ex-agente Horcajo, el peor hombre del mundo, ha abandonado su refugio en Colombia y ha regresado a la ciudad. ¿Qué le ha hecho volver a un lugar en el que se sabe condenado a muerte? ¿Qué papel juega en todo esto Paloma, una madrileña rompedora? Y, por cierto, ¿cómo se cobra un rescate sin ser detenido?.

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– Pues más a mi favor. Es un Santana. Oye, que lo compró mi cuñado hace ocho años en la casa aquí mismo en Madrid.

– Lo compraría donde quisiera, majo, pero sigue siendo un Suzuki japonés. No hay más que mirarle los embellecedores para ver que es un Suzuki auténtico. -Se rascó la barba-. Y además, ¿a ti qué más te da? Con tal de que ande…

– ¡Claro que me da, coñe! Oye, Carlos, que no es lo mismo un Santana de Córdoba o de donde los hagan que un Suzuki de Tokio. El Santana es nacional y estamos en la década del ensalzamiento de las cosas patrias, ¿no?

Carlos sonrió y levantó una mano. -Andrés, hombre, no seas rata, ponnos unas aceitunas. No es lo mismo, Gera, no. El de Tokio anda -rió-. La técnica japonesa al servicio de los pueblos. Domo arigató. Oye, si en la factoría Santana de Córdoba hay un japonés que todas las mañanas, antes de tirarse al tajo, pone a todos los currantes a hacer gimnasia oriental… De modo que da lo mismo. Japonés por japonés, tú me dirás. Además, no sé por qué te pones así. ¿Desdeñas acaso las inmensas y profundas virtudes de la reflexión al modo del sol naciente?

Andrés, desde detrás de la barra, dijo:

– Tío, es que hablas que esculpes, que pareces un libro abierto.

– Déjale, que, con esto de lo cultural, se pone lírico -dijo el Gera.

– ¿Quién se pone lírico? -preguntó desde la puerta del bar José Luis Álvarez-. ¡No me lo digáis, no me lo digáis! Estáis hablando del inspector más culto de la brigada, qué digo de la brigada, de la policía entera. Llegaré hasta sugerir que de España. El inspector Carlos José de Juan, aquí presente… -Dio un paso hacia el interior del local-. ¿Dan ustedes su permiso?

– ¡Anda! -dijo Andrés-. ¿Ya te han soltado?

– Sí, con tu madre esta mañana -rió con estrépito.

– Pasa, anda, José Luis, que tenéis más coña… -dijo Carlos-. Dice éste que prefiere un Suzuki Santana a un Suzuki de verdad, de los que hacen en Japón. Porque no tengo coche, pero, de comprarme uno, me tiraría al de la tecnología extranjera, ¿eh? Nos ha salido nacional el Gera, qué le vamos a hacer.

– Porque tengo un suegro -dijo el Gera - que es más facha que el valle de los Caídos y, si le llevo un coche chino, capaz que le dé una apoplejía. Es un Santana. -Rieron-. Además, los únicos repuestos que encuentras son Santana, españoles, ¿te enteras? Lo que yo te diga, te vas al cementerio de coches que hay en Canillejas y sacas todas las piezas de Santana que quieras.

– Oye -dijo José Luis Álvarez-, ¿y no habrá en ese cementerio un renol cinco apañadito? Me anda la parienta dando el turre.

– De todo hay allí. Lo que quieras, José Luis. Es cuestión de buscar… No, no quiero más, que tengo que comer. Ponle un vermú a éste -dijo el Gera señalando a José Luis Álvarez con el pulgar-. ¿Habéis oído que trasladan al jefe?

– ¡Venga! -exclamó José Luis.

– Lo que yo te diga. A mí me huele fatal. Después del lío aquel de los colombianos. A mí me parece que se pasó -dijo el Gera y meneó la cabeza.

– Nada, tío, ellos sabrán -dijo Carlos-. Yo creo que hizo una idiotez, pero, ya sabes, allí en las alturas, se protegen entre ellos. Además, si a mí me hace el colombiano lo que le hizo al jefe, no le doy en los cataplines; lo despellejo. ¿Tú conoces, José Luis…? Coño, pero si tú estabas cuando lo del colombiano, ¿a qué te haces de nuevas ahora?

José Luis se encogió de hombros.

– No, si digo venga porque no es que me sorprenda lo que le hizo al colombiano, que ya lo vi, sino porque me sorprende que lo trasladen. Andan todos compinchados y se protegen unos a otros. ¿Para qué coño le trasladan? Mira, esta mañana he estado en las Salesas en la coña esta del juicio de Marey… Bueno, tío, se oyen unas cosas… Que si lo sacaron de casa de noche y se equivocaron de tío, que si el ministro Barrionuevo lo sabía y dijo que lo retuvieran para presionar a los franceses… Bueno, bueno.

– Mira -dijo Carlos-, están todos viendo cómo se sacuden el mochuelo de encima y van a acabar pagando justos por pecadores.

– No te lo crees ni tú -dijo el Gera -. Venga, hombre, los que paguen serán todos pecadores. ¿O no? Vamos, que me vas a decir ahora que nadie se había enterado realmente de lo que hacían secuestrando a un tipo en Francia…, de lo que era el GAL… Igual que cuando lo del Nani hace años: nadie sabía lo de la mafia policial de las pelotas ¿eh? Son pistonudos. Les decían a los cacos dónde tenían que robar y luego los desvalijaban. ¿Eh, tío?

– Cien años de perdón -dijo José Luis Alvarez riendo.

Carlos rió.

– ¡Qué tíos! Y ahora, con esto del GAL, encima se buscan al más tonto del barrio, al chulo del comisario Amedo, que va por ahí comprando mercenarios corsos con la Visa oro…

– Porque ningún otro quería -dijo el Gera.

– Venga ya, Gera -dijo Carlos.

– Que es verdad. ¿Quién va a querer meterse en un berenjenal de muertes y represalias y secuestros y tal? Nadie. Oye, que aquí respetamos la ley.

Carlos levantó una ceja.

– ¿Sí? No me digas que no se habría apuntado una legión a hacer la guerra sucia si les hubieran dado garantías… ¿Con lo que hemos pasado tú y yo, por ejemplo? ¿Sabes lo que te digo? Nada de esto habría pasado si no lo hubieran descubierto. Hay que hacer bien las cosas.

– No me fastidies. ¿Cómo puedes tú decir eso?

– ¿Cómo? Pues que el crimen de Estado lo puedes cometer si nadie te pilla después, eso es lo que digo. Como los alemanes con la banda Baader Meinhoff, que se les suicidaron todos en la cárcel…

– Sí, hombre… O sea, que el crimen es menos crimen si no te pillan.

– Tú y yo hemos estado allá arriba pasándolas putas. -Carlos sacudió la cabeza-. ¿Te lo tengo que recordar? No me digas que no habrías participado en el secuestro de Marey y en las otras cosas -rió-, si te hubieran garantizado que no intervenía Amedo, el poli más tonto…

– No, ni hablar. Nunca. Yo no infrinjo la ley.

– Ya -dijo Carlos-, y si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta. -Levantó la voz-. ¿No? ¿No infringes? ¿Y no entiendes que otros compañeros lo hagan?

– Pues no, qué quieres que te diga.

– Hombre, jopé, tío, alguna vez pasa. Mira el Nani.

Pues sí, pues vale, oye, que se les muriera un quinqui. Oye, porque el Nani era un quinqui, coño. Y de la peor ralea, caramba. Que los vemos tú y yo por docenas todos los días.

– Ya. ¿Y? Tan malo es matar para defenderse de ETA como cepillarse a un tipo porque es un quinqui…

– Pues será. Pero a veces es necesario. Y además es distinto. Una cosa es que se me quede el tío en las manos porque, en vez de estarle preguntando por la última perrería que ha hecho, le estoy interrogando para ver dónde ha metido el botín y luego quedármelo yo. Pero, oye, porque sea un quinqui de mierda… Oye tú, un quinqui menos.

– ¡Hale, qué bestia, Carlos! -dijo Andrés-. Joder, tío, cualquiera diría que eres el Destripador de Vallecas.

– No, hombre, no digo eso. No digo que torturo a un tío hasta que se muera, no, hombre, carambas. Sólo digo que se te puede quedar y que si es un quinqui, oye, pues…

– Ya, y si te pillan, el que acaba en el chiquero eres tú.

– No te pillan.

– Ya me lo contarás cuando acabe la broma esta de Marey -dijo José Luis.

– ¡No, hombre, no! No les va a pasar nada. Estaría bueno. ¿Sabes lo que te digo? Si a mí mañana me dicen que para acabar con el crimen este tengo que meterme en el fango con guantes de cabritilla y luego sacarlos de la mierda como una patena… Oye, que se lo cuenten a otro.

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