Fernando Schwartz - El Engaño De Beth Loring

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El Engaño De Beth Loring: краткое содержание, описание и аннотация

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A inicios de los años sesenta, una joven australiana, Beth Trevor, se instala en Mallorca con su hija pequeña, Lavinia. Beth ha acudido a la isla atraída por el prestigio de un mítico poeta británico que vive allí desde hace años, rodeado de fervorosos discípulos. La colonia extranjera, formada principalmente por artistas, escritores y vividores, acoge a madre e hija como parte de los suyos. Poco a poco, en ese luminoso microcosmos mediterráneo, en el que extranjeros e isleños se observan los unos a los otros como si fueran actores de sus respectivos teatros, la ambiciosa Beth comienza a disponer las piezas de un ingenioso engaño por el que su hija terminará siendo considerada la descendiente de una antigua y aristocrática familia europea.

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Lavinia asintió gravemente y, alargando el brazo, le acarició la mano.

Vero -dijo.

– Para terminar con esta tontería -dijo Buonarroti-, propongo que nos reunamos mañana en un almuerzo… ¿aquí?, ¿en este maravilloso jardín? ¿Sí? -Beth asintió, sonriendo-. ¡Claro! Muy bien… Un almuerzo de familia en este maravilloso jardín… ¡yo me encargo de todo! Traeremos a los abogados, los confinaremos al fondo, detrás de aquellas plantas, hablaremos Lavinia y yo con ellos -rió de nuevo-, ¡qué con ellos! Contra ellos, un ratito y después seguiremos celebrando. ¡Hay que celebrar! Quiero que en torno a la mesa estéis todos vosotros, todos los amigos de la infancia de Lavinia, todos, y será la mejor fiesta de compromiso que jamás se haya celebrado. ¿Qué os parece? -Se inclinó hacia adelante, expectante, queriendo que todos participaran de su felicidad, que todos aprobaran sus planes.

¿Y el origen de la familia? -preguntó con amabilidad el abogado del traje marrón que parecía el jefe del equipo de asesores-. ¿Está directamente ligado a la casa real de…? -y dejó la pregunta en suspenso, esperando con sonrisa inquisitiva e inocente una respuesta meramente informativa. Era obvio que no había intención maliciosa.

– Nada, la pregunta no tenía malicia -dijo Carmen.

– Eso lo dirás tú -contestó Tono-. Todavía me da taquicardia cuando me acuerdo. Yo, cuando Buitre Primero me la hizo con ese aire de no haber roto un plato, comprendí que la razón del almuerzo de preboda era exactamente ésa: averiguar si toda la historia de la familia de Lavinia, Prusia, los grandes ducados, el Imperio austro-húngaro, Carolo, su hermano Willi Glock, que se fue a Australia… todo eso era verdad.

– ¡Toda esa historia creada a partir de la imaginación de Beth y sin que Beth dijera nunca nada sobre ella! -exclamó Carmen-. Es verdad que lo que dice la Pepi es seguro: yo nunca he oído a Beth o a Lavinia afirmar que tienen sangre noble en las venas ni nada parecido…

– ¡Claro! -dijo la Pepi.

– … pero era esencial que Buonarroti, el tipo más esnob que he visto en mi vida, se convenciera de que él ponía el dinero y la fama, y Lavinia, la sangre azul…

– Ni hablar -dijo Juan Carlos-. Por lo que se ha visto después, el almuerzo preboda fue para establecer el régimen económico del divorcio… del divorcio, insisto, y no del matrimonio.

– Tonterías. La pregunta me la hicieron a mí. Y tú no estabas allí para saber de qué iba la comida aquella.

– Oye, Tono, ése era el momento de decir oiga, a mí qué me cuenta, si Lavinia, que además no se llama Lavinia, quiere decir que es princesa, allá ella, que a mí no me consta.

– Ya. Mira, Juan Carlos, la gente es perfectamente capaz de aprovecharse de la buena fe del prójimo. Sólo hace falta querer y echarle cara dura. ¿Y voy yo a ir por la vida desmintiendo a la gente porque no me gusta la última mentira que se les ha ocurrido? Ni hablar. Y además, en aquel almuerzo estábamos cogidos… Cogidos por los cuatro costados. -Levantó un dedo-. Uno, si nos poníamos a decir a todo que no, se iba a armar una de una violencia… de una violencia que a mí por lo menos nunca me ha apetecido. Si quieres, lo que me pasa es que soy un cobarde. Vale, me da igual. -Levantó otro dedo-. Dos. No nos iba Buonarroti de nada. Estábamos allí por Beth y por Lavinia, a lo que ellas quisieran… -Bajó la cabeza para reflexionar-. Vaya que si nos manejaron. Ya lo creo. Y sin decir nada. ¡Nunca dijeron nada para prepararnos! Nunca nos avisaron de la que se nos venía encima. Sabían que haríamos una con ellas. -Miró a Juan Carlos con intensidad-. Decías que el momento del triunfo de Beth fue cuando nos acogió en el jardín para recibir parabienes por el noviazgo de la Love. Pues ¿sabes lo que te digo? El momento triunfal fue en la preboda. Manejó los hilos como una maestra y ganó la partida por jaque mate. Que le dieran a ella buitres…

Gaddo soltó una carcajada estrepitosa y poniendo, no sin delicadeza, una mano en el hombro de Lavinia, exclamó con su vozarrón:

– Soy un hombre feliz. Un homo felice , si. Todo se ha arreglado, querida suegra, en un instante…

– Ya lo veo -dijo Beth con una sonrisa.

Lavinia aflojó un poco con las dos manos la presión del brazo de Gaddo y así pudo inclinarse hacia Luisa, a la que susurró algo que la hizo reír.

– No hablaremos nunca más de finanzas… eso queda para los buitres. -Guardó silencio durante unos segundos y después añadió-: Hasta los buitres han demostrado ser inocentes libélulas… Bien pensado, como hay sitios de sobra en la mesa, ¿les importaría que los invitáramos a sentarse con nosotros? ¡Pobre gente! Todo el día trabajando, aguantándome, y no tienen nunca un momento de descanso… -y, sin esperar a que nadie contestara, hizo un gesto amplio con el brazo que no sujetaba a Lavinia e invitó a los cinco abogados a sentarse. («Y lo que es más -dijo Tono-, con el mismo gesto sentó a Buitre Primero al lado de Beth y justo enfrente de mí.») Las secretarias se apartaron unos metros y fueron a instalarse a la sombra en uno de los bancos de piedra del paseo de las fuentes.

Nada más ocupar su silla y luego de beber medio vaso de vino, Buitre Primero se dirigió a Tono y le preguntó:

– ¿Y el origen de la familia? ¿Está directamente ligado a la casa real de…? -Inclinó la cabeza en señal de espera. El tono era de una amabilidad exquisita, un huésped extranjero manifestando la curiosidad cortés de quien desconoce el folclore local, pero todos en la mesa comprendieron que aquella pregunta nada tenía de su aparente inocencia.

Cogido por sorpresa, Tono levantó la vista y balbució dos o tres palabras sin sentido. Y al final dijo:

– Perdón, no le he entendido bien…

– Verá, señor alcalde, lo que quiero decir… -insistió Buitre Primero.

– Von Meckelburg-Premnitz Lothringen -interrumpió Augustus con firmeza-. La casa real de Prusia. Verá usted, tenemos establecido, en mi opinión sin lugar a dudas, que el hermano del kaiser Guillermo I de Prusia, el duque de Pomerania, tuvo al menos dos hijos. Bueno, dos hijos para lo que interesa en esta historia: el primero, Carolo, recaló en estas costas y, además de hacer otras muchas cosas, compró esta casa, como estoy seguro de que ustedes saben. Su hermano menor, Guillermo von Meckelburg-Premnitz, a quien los oropeles de la vida de la corte horrorizaban sobremanera, se cambió de nombre, adoptó el patronímico de Willi Glock, se casó con su enamorada de toda la vida, una bailarina polaca llamada Ludmilla Pomerova, y se escapó con ella a Australia. -Abrió las manos para indicar que había concluido el truco de magia.

– ¿Ah, sí? -dijo Buitre Primero.

Tono y Carmen y la Pepi abrieron los ojos con asombro.

– Sí.

Luisa sonrió.

– ¿Y qué más? -preguntó Buitre Primero. Lo mismo estuvo tentado de preguntar Tono, pero guardó silencio.

Beth no decía nada; tenía las cejas levantadas y no dejaba de mirar a Gaddo Buonarroti.

Lavinia bebía agua. Hasta aquel momento había estado ausente, como si se hallara a mil millas de aquel lugar. Pero cuando el abogado del traje marrón quiso saber más, se levantó de la mesa con delicadeza y dijo:

– ¿Me acompañas, Gaddo, mi amor? Quiero enseñarte mi rincón preferido del jardín… Allí, donde están las buganvillas, al pie de aquellas fuentes tan estropeadas.

– Bueno, hay poco más -dijo Augustus-. Beth comparte con su antepasado el horror por las cosas excesivas, los uniformes -miró el traje marrón de Buitre Primero, que se tiró de la solapa como si una chaqueta resultara demasiado solemne para la ocasión-, los bailes de la corte y la vida de la jet society…

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