Fernando Schwartz - El Engaño De Beth Loring

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El Engaño De Beth Loring: краткое содержание, описание и аннотация

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A inicios de los años sesenta, una joven australiana, Beth Trevor, se instala en Mallorca con su hija pequeña, Lavinia. Beth ha acudido a la isla atraída por el prestigio de un mítico poeta británico que vive allí desde hace años, rodeado de fervorosos discípulos. La colonia extranjera, formada principalmente por artistas, escritores y vividores, acoge a madre e hija como parte de los suyos. Poco a poco, en ese luminoso microcosmos mediterráneo, en el que extranjeros e isleños se observan los unos a los otros como si fueran actores de sus respectivos teatros, la ambiciosa Beth comienza a disponer las piezas de un ingenioso engaño por el que su hija terminará siendo considerada la descendiente de una antigua y aristocrática familia europea.

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– Yo también me senté en aquella mesa -dijo Tono.

– Y yo -dijo Carmen.

– Y yo -dijo la Pepi.

– El caso es que allí nos pusimos todos a charlar como si fuéramos amigos de toda la vida. Y bien simpático que era el bueno de Gaddo. Pero, por más que me esfuerzo…

– … Ya sé lo que vas a decir -interrumpió Carmen-. Vas a decir que por mucho que Gaddo fuera un personaje importante, por mucho que tuviera una personalidad exuberante y ruidosa, allí pintaba poco. Podía haber sido cualquier otro famoso, un actor de cine, un político, un concertista de piano o simplemente un millonario de escándalo, hubiera dado igual…

– … Sí, eso es. Eso es lo que quería decir. Exactamente eso. A lo mejor es que no era de los nuestros…

– ¡Tonterías! -dijo la Pepi-. Estábamos todos con la boca abierta, allí codeándonos con este monstruo, que nos pareció bien simpático, os lo recuerdo, ¿eh?, que se iba a casar con Love… Venga, no me vengáis ahora con que allí no pegaba y tonterías de ésas. Ni hablar.

– No, bueno -dijo Tono-, estoy de acuerdo hasta cierto punto. Entonces estábamos boquiabiertos y dispuestos a todo. ¿Y os acordáis de aquel retén de abogados que se trajo el Gaddo para preparar el acuerdo matrimonial? ¿Eh? ¿Para ver lo que había allí y tal?

– Vaya… El almuerzo preboda. ¿Cómo lo vamos a olvidar?

– Bueno, el caso es que entonces no me lo pareció, pero años más tarde, recordando todo aquello, me di cuenta de que aquel fue el show de Love y de que la protagonista era ella y nadie más. Tanto Gaddo y tanta cosa… y mira que era grande y ruidoso…

– … Simpático -dijo Carmen.

– Sí, simpático, bien, pero aquello era el show de Lavinia. De nadie más.

– Mosquita muerta -concluyó Carmen con simpatía.

El almuerzo preboda fue un disparate («un show, eso sí que fue un show», dijo la Pepi) con ribetes de comedia negra.

Buonarroti había manifestado su deseo de conocer a Beth nada más llegar a Mallorca. Fue un encuentro entre el divo y la reina madre. Gaddo desplegó todo el considerable encanto latino de que era capaz pero Beth no bajó la guardia ni por un solo momento. Sabía bien que, en su caso, la campechanía era muy traidora. No.

Mantuvo el aire hierático y algo distante (que ella consideraba propio) de una gran dama para evitar así que se le despertara el lado canalla, irresistible para una aventura erótica, poco recomendable para acuerpar el matrimonio de una hija.

Lo admirable de todo es que no cometió ni un solo desliz. Ni uno. A la hora de la verdad, se comportó de forma ejemplar.

Beth esperaba a la comitiva sentada en el mismo lugar del jardín de El Mirador en el que había recibido los parabienes de los amigos, sólo que esta vez leía los periódicos del mundo. Una madre bien informada vale por dos, sobre todo para que nadie crea que por vivir en un pueblo descuida una la tutela de los intereses de una hija desvalida.

– ¡Ah, signora Von Meckel! -exclamó Gaddo con su vozarrón-, cuánto quería conocerla, cómo me ha hablado de usted su hija… Permítame que le bese la mano -todo dicho casi sin respirar. E inclinándose sobre Beth, tomó su mano derecha entre las dos suyas y con delicadeza posó sus labios en ella-. ¡Pero mi Lavinia no me había preparado suficientemente para la belleza de su madre! Nosotros, los italianos, cuando pensamos en la mamma, imaginamos a una adorable anciana, vestida de negro, bien rellenita, que nos prepara la pasta con tomate y la pizza… No puedo creer cómo es esta mamma.

Beth sonrió y por un momento estuvo tentada de decir que no sabía él cómo era esta mamma, pero se contuvo recordando su propósito de buena conducta.

– Ah, querido Gaddo. Lavinia también me ha hablado mucho de usted, de lo encantador que es y de lo bien que se porta con ella… de lo enamorados que están… Pero siéntese aquí a mi lado…

– …y hablemos de música, de ópera y de amor -concluyó Buonarroti, riendo.

Nadie es capaz de recordar con exactitud cómo fue introducido el tema de la preboda.

– La batería de siniestros se quedó en el pueblo -dijo Tono-. Se quedaron sentados en una mesa de La Fonda consultando papeles que iban sacando de sus carteras mientras las dos secretarias tomaban notas y tal. Dan el sueco dijo que una de las dos estaba buenísima y que él no nos acompañaría; prefería quedarse por ver de ligársela, cosa que si no recuerdo mal hizo aquella misma tarde… Pero en el fondo, Dan lo que quería era vigilar a aquellos tipos de ciudad que, le parecía, no tramaban nada bueno… La batería de siniestros, todos ellos abogados según supimos luego, se alojaron en el hotel de Reinhardt el alemán a la espera de ser convocados para la preboda, ya veis.

– Sí -dijo Carmen-, allí estaban, como buitres. La verdad es que no recuerdo bien cómo Gaddo propuso la comida aquella… me parece que no debió de ser ni él. No sé.

– Por lo que yo recuerdo… -dijo Juan Carlos.

– ¡Pero si ni estabas allí! -exclamó la Pepi.

– Es verdad, pero a mí me cuentan cosas, colijo, estudio, comparo, y acabo sabiendo más o menos lo que pasó.

– Venga, venga, anda, que no estabas y eso es lo único que cuenta.

– Vamos a ver -dijo Tono, levantando una mano en señal de paz-, que me parece que fue el propio Gaddo el que sugirió el tema y propuso que se celebrara un almuerzo al día siguiente para tratarlo y resolverlo. ¿No os acordáis? Todos estábamos allí.

E non se ne parla più -dijo Gaddo-. Los abogados, pájaros de mal agüero -añadió con una gran risotada y frunciendo las cejas en un gesto de dramática comicidad-, controlan mi vida, toda mi vida… hasta el jabón que uso… No me dejan ni vivir. Dicen que me defienden del fisco… Se empeñan en conocer todos los detalles de lo que hago, de lo que me propongo hacer y de cómo voy a hacerlo. Es imposible vivir con ellos subidos a mi espalda como buitres… Muchas veces he decidido quitármelos de encima, pero me tienen tan agarrado por… en fin, me tienen tan agarrado que ya ni puedo tomar esa decisión. -Abrió los brazos con resignación-. Me siguen a todas partes, controlan cómo me gasto el dinero… en fin, que muchas veces añoro los tiempos en que cantaba en las pizzerías de Nápoles y vivía con cuatro perras. -Gaddo nunca había cantado en pizzería alguna, desde luego, y el secreto mejor guardado del mundo era que había nacido en un pequeño pueblo del estado de Kentucky, aunque eso sí, de padres emigrantes napolitanos.

– Comprendo que a veces una vida sencilla, como la que hacemos aquí -dijo Beth-, o como la que se puede hacer en Nápoles, con poco dinero y sin grandes preocupaciones, es lo que más apetece. Pero… luego se nos cruza el destino y nos lanza hacia mundos insospechados, ¿verdad?

– Desde luego. -Gaddo suspiró-. Qué se le va a hacer… ¿De qué estábamos hablando? Ah, sí. Los abogados. -Se frotó las manos-. Los abogados, sí. Buitres todos. En fin, que han venido todos en batería siguiéndonos como si nos espiaran… Me insisten, me insisten, tengo que disciplinarme, el fisco me persigue, todos me persiguen. Madonna mia. Qué desesperación… En fin, por hacer la historia breve, vamos a tener que establecer, sólo para satisfacer a estos buitres miserables, vamos a tener que establecer un acuerdo prematrimonial Lavinia y yo… nada muy especial, una tontería llena de generalidades, para mostrar a esos imbéciles que, vaya, no vamos a salirnos de las normas financieras que ellos nos impongan. -Puso su enorme mano sobre la muñeca de Beth-. Son las únicas normas que vamos a establecer, ¿eh?, Lavinia y yo. -Levantó la otra mano haciendo una pirueta en el aire-. Lo demás, ¿eh?, es fantasía, amor, inspiración divina, verdad. Un escenario es un escenario, construido con madera y cemento y hierro, fijo, inmutable. Pero el tenor que canta sobre él, ¡canta libre!, ¡canta inspirado! Y puede crear bellezza -soltó una carcajada-,… seguro de no hundirse en el foso de la orquesta. -Se volvió hacia Lavinia, que había seguido en silencio toda la perorata, sonriendo con amabilidad-. Vero, tesoro?

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