Álvaro Pombo - La Fortuna de Matilda Turpin

Здесь есть возможность читать онлайн «Álvaro Pombo - La Fortuna de Matilda Turpin» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Fortuna de Matilda Turpin: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Fortuna de Matilda Turpin»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Planeta de Novela 2006
Una elegante casa en un acantilado del norte de España, en un lugar figurado, Lobreña, es el paisaje inicial y final de este relato. Ésta es la historia de Matilda Turpin: una mujer acomodada que, después de trece años de matrimonio feliz con un catedrático de Filosofía y tres hijos, emprende un espectacular despegue profesional en el mundo de las altas finanzas. Esta valiente opción, en este siglo de mujeres, tendrá un coste. Dos proyectos profesionales y vitales distintos, y un proyecto matrimonial común. ¿Fue todo un gran error? ¿Cuándo se descubre en la vida que nos hemos equivocado? ¿Al final o al principio?.

La Fortuna de Matilda Turpin — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Fortuna de Matilda Turpin», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Hubo en el exabrupto de Fernando Campos una mezcla escénica de súplica y agresión: fue como si, animado a dirigirse directamente a su padre por Antonio, hubiese Fernando repasado a gran velocidad la lista entera de sus recursos, sus posibles. Y eligió maricón como el disfraz más intrigante. Es cierto que Fernando tradujo mediante la palabra maricón un complejo estado de ánimo que incluía, por supuesto, sus agradables relaciones homoeróticas con Emeterio (que no habían tenido, sin embargo, prolongación ninguna en su vida universitaria) y que volcó sobre esa vivencia erótica una figura pública, un calificativo, un juicio social peyorativo, que le parecía resultón. La relación con Emeterio era muy estable aunque también discontinua a causa de la vida académica de Fernando. En esa discontinuidad había que incluir las novias provincianas de Emeterio que Fernando fingía ignorar y con quienes Emeterio mantenía relaciones profusas pero superficiales: Emeterio en esto hacía lo que se hacía en los grupos juveniles de Lobreña, todo el mundo ligaba los fines de semana. Entre ellos dos no se referían a su relaciones amorosas en término ninguno. Aquí era Fernando cuidadoso y Emeterio, en cambio, inocente. Ambos daban por supuesto que lo que hacían no requería explicaciones ante ellos mismos ni tampoco justificaciones ante los demás: estaban acostumbrados a ese interior afectivo de juego y experimentación corporal desde hacía años. Fernando sospechaba que una verbalización demasiado explícita del asunto hubiera perturbado a su compañero de juegos. Y Emeterio -quizá menos inocente, de hecho, de lo que parecía- aceptaba gustoso el vivirse los dos en la confianza gratificante del deseo sin necesidad de hablar de ello. Así que seleccionar la frase soy maricón para presentarse ante su padre después de un período de distanciamiento fue una argucia de Fernandito, un efecto buscado, equivalente en el fondo a aquel maravilloso efecto que Fernando, de crío, buscaba y obtenía al encaramarse de pronto en una roca puntiaguda al borde de la rompiente (tras haber observado que había profundidad de sobra para un cole) y exclamar ¡mira qué cole!, ante los temerosos ojos de Juan Campos o de Antonio y los demás hermanos. Lo que ocurrió fue que -a diferencia de la situación de la zambullida infantil que permitía al astuto Fernandito un previo cálculo de la peligrosidad del salto- Fernando se impresionó a sí mismo con su declaración: Fernando Campos fue el primer escandalizado por su propia frase. Había empleado un término vulgar, callejero que designaba, como Fernando sabía, un mundo turbio donde se entrecruzaban, carnavalescos, bujarras y nenazas, policías y drogatas, putas y putos: era, a sus ojos de entonces, un término insultante que desvelaba implosivamente toda suerte de vicios y maldades efectistas. Le pareció infalible. Tan infalible como arrojarse al mar desde una roca. En la situación del cole Fernandito sabía más o menos dónde se tiraba, aprovechaba el lomo creciente de la ola para ganar profundidad. En cambio, la profundidad paterna le desconcertó nada más entrar en la habitación. Su padre era un mar inmóvil, gris-azul, poderoso e inmóvil. Era como arrojarse al Cantábrico desde el bote o la motora una tarde de maganos. Daba miedo el anélido mar, gravemente ondeante y sin fondo. Daba miedo Juan Campos aquella tarde, sentado ante la chimenea y como dormido. Ya no era el buen padre distante pero afectuoso, interpretado siempre en los términos de alegre camaradería de Antonio Vega. Era ahora un solitario fondo marítimo, ondulado y temible. Por eso el exabrupto sonó terrible al propio Fernandito. Y por eso la reacción paterna, tan neutra, le enfureció tanto. No sabía, cuando abandonó el despacho, si su furia obedecía a sentirse engañado porque su padre era un mar somero que desvirtuaba el formidable cole del chaval o al revés, siendo un mar infinitamente profundo y arcaico, el cole del chico, en toda su peligrosidad, no había causado el más mínimo impacto. Nada más trancarse en su dormitorio, un pelotón agigantado de ocurrencias se apoderó de Fernandito y le rebotó dentro de la cabeza como en el interior de un frontón inmenso. ¿Por qué su padre estaba tan inmóvil, tanto que daba la impresión de no sentir ni padecer? ¿Por qué comparado con su padre era tan móvil su madre, tan fugaz, tan alegre? Y también tan distante como el padre, sin embargo. ¿Y por qué no hacer la misma prueba con la madre? ¿Por qué no someter a Matilda al mismo experimento teatral que acababa de neutralizar tan desconcertantemente Juan Campos? Hubo dos tiempos, pues, a partir de aquella tarde: todo el tiempo anterior, que era la niñez, y todo el tiempo posterior que se convirtió en un presente ambiguo e incómodo. Al cabo de un par de horas las cuatro paredes del dormitorio se le vinieron encima a Fernandito y fue en busca de Emeterio… para sentir su presencia y no contarle nada. Omitir lo sucedido era parte esencial de la conservación del mundo. Y, curiosamente, algo parecido ocurrió con Antonio, quien, más perspicaz, había inquirido acerca del estado de ánimo de Fernandito, que le pareció sombrío. También con Antonio omitir lo sucedido formaba parte de la estrategia de defensa y protección de Fernando Campos y su mundo. ¿Y Matilda? Matilda, como siempre, iba y venía o llamaba por teléfono. No resultaba ni más ni menos inaccesible que antes. Fernando sin embargo decidió protegerla a ella también a la vez que se protegía a sí mismo de la radiación extraña que, a su juicio, determinaba la inmovilidad paternal. Como si hubiese detonado un ingenio nuclear tras la fallida conversación con Juan Campos, su hijo le observó con una mezcla de hostilidad y temor. ¿Por qué estaba tan quieto? ¿Qué ocultaba en su silencio y su inmovilidad? Y una nueva pregunta surgió por entonces: ¿a quién de los dos, a mi padre o a mi madre, me parezco yo mismo más en el fondo? Fernando Campos se daba cuenta de que al hacer acerca de sí mismo una declaración como la que acababa de hacer ante su padre, no estaba proponiendo nada concreto: no estaba preguntando nada o exponiendo un problema o una dificultad: estaba sencillamente imponiéndose. Entonces se le ocurrió a Fernando que su reacción de aquella tarde tenía gran parecido con la actitud de su madre ante todos ellos y en especial ante su marido: también Matilda había impuesto, en opinión de Fernandito, mucho antes de que Fernandito y sus hermanos se dieran cuenta, un modo de vivir la familia que tenía muy poco en común con las familias españolas habituales. Muy pocas mujeres de la edad de Matilda estaban en condiciones de iniciar una brillante carrera económica como altas ejecutivas. E incluso dentro de las universitarias más cualificadas, ninguna tenía las posibilidades y conexiones económicas precisas para que un proyecto así saliera bien: mi madre, decidió Fernandito, y yo somos iguales: los dos hemos necesitado imponernos para no ahogarnos en este mar del tedio que es mi padre. Esta idea le sobrecogió y reanimó como nos revive de pronto una ocurrencia feliz, una hipótesis omnicomprensiva, que parece dar cuenta de pronto de todos los detalles de nuestras vidas. Entonces se le ocurrió -como una ocurrencia complementaria- que ahí sí que tenía un asunto que podía tratar con Antonio Vega sin necesidad de perturbar la calma, la deliciosa buena armonía de esa amistad.

– Tú crees, Antonio, que mi padre y mi madre estuvieron enamorados alguna vez? -Había hecho por encontrarse con Antonio en el garaje.

El garaje era ya entonces el lugar natural de Antonio Vega. Se había construido en una esquina una habitación que en un principio sirvió para guardar las herramientas del jardín a la cual se añadió luego un pequeño banco de carpintería, más tarde una mesa camilla que desecharon Boni y Balbi y que Antonio recubrió con un tapete portugués de colores vivos y por último instaló la salamandra, un estufón rectangular con un bonito tubo de humos pavonado que salía por un lateral del garaje. Este cuarto sustituyó al cuarto de jugar de los niños cuando los niños se hicieron mayores: era un sitio apto para la tertulia y rondas de Coca-Colas y cafés y cervecitas Mahou. Era un lugar delicioso que Fernando y Emeterio adoptaron en seguida como propio y que llamaban en recuerdo de los libros de Richmal Crompton y de Guillermo el cobertizo. Característico del ascendiente que Antonio tenía sobre los jóvenes y la confianza que inspiraba fue que reunirse allí fuese desde siempre una costumbre tranquilizadora para Emeterio y Fernando. Y ahí fue donde Fernandito lanzó como un complicado aparejo, como una historiada guadañeta de maganos, su pregunta acerca del enamoramiento de sus padres.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Fortuna de Matilda Turpin»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Fortuna de Matilda Turpin» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Fortuna de Matilda Turpin»

Обсуждение, отзывы о книге «La Fortuna de Matilda Turpin» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x