– ¡No se puede adoptar nietos, Gonzalito! -se pone seria doña Cristina.
– Todo se puede con plata y buenos amigos -dice Gonzalo.
– No te rías de mamá -dice Ignacio-. Es comprensible que tenga la ilusión de ser abuela. Yo no puedo darle un nieto. Dios lo ha querido así. Zoe y yo hemos hecho lo imposible para ser padres, pero no hemos podido.
– Yo sé, yo sé -dice Gonzalo.
– Sería una pena que, pudiendo tener hijos, te negaras a tenerlos, sólo por miedo a perder tu libertad -continúa Ignacio.
– Más que una pena, sería una ironía cruel -dice doña Cristina-. El que quiere tener hijos, no puede; y el que puede, no quiere.
– Así es la vida -dice Zoe-. Una siempre quiere lo que no puede tener.
Si yo no lo voy a saber, piensa. Por suerte, Gonzalo, a ti sí te puedo tener. En secreto, a escondidas, en ese hotel de dudosa reputación, pero te puedo tener, al menos por ahora, mientras dure esta aventura.
– No te preocupes, mamá, que si encuentro a la mujer apropiada y me enamoro de verdad, puede que me anime a tener un hijo -dice Gonzalo-. Pero, por ahora, no te hagas ilusiones.
La mujer apropiada, piensa Zoe. No me gusta cómo sonó eso. ¿Yo soy la mujer inapropiada? ¿Qué tengo yo que no sea apropiado, aparte de ser la mujer de tu hermano? Si de verdad me quisieras como te quiero yo a ti, considerarías pelearte con Ignacio por mí, pelear con quien sea por mí. Eso soy yo para ti: la mujer no apropiada. No importa. Por ahora, me conformo con eso.
– Pero a Laura, ¿la sigues viendo o no? -pregunta Zoe, ligeramente contrariada, aunque disimulándolo.
Gonzalo la mira a los ojos y comprende que debe ser cuidadoso en su respuesta:
– Como amigos.
– El concepto que Gonzalo tiene de la amistad es uno muy particular -ironiza Ignacio-. Sus amigas suelen ser, digamos, muy íntimas, muy cariñosas.
– ¿Me van a preguntar, en este almuerzo familiar, si me estoy acostando con Laura? -se sorprende Gonzalo, sin perder la actitud distendida.
– No -dice doña Cristina.
– Sí -dice Zoe, al mismo tiempo.
– La respuesta es: ¿qué les importa a ustedes? -bromea Gonzalo, mirando a Zoe apenas un segundo, el tiempo suficiente como para que ella se sienta desafiada-. Ya entendí que mamá quiere tener un nieto y que yo soy la última esperanza de la familia. Ya comprendí eso. Por lo pronto, dejaré una muestra en un banco de semen, por si me muero.
– Gonzalito, por Dios, no seas vulgar -se escandaliza su madre.
– Por si me pasa algo, por si muero violentamente -se hace el travieso Gonzalo-. Ustedes le llevan la muestra a Laura y le piden que te dé un nieto, mamá. A ver qué cara pone la pobre.
O me lo traen a mí, piensa Zoe, pero se calla. Para tirarlo al wáter, canalla. Pobre de ti que te sigas acostando con Laura. Si te encuentro engañándome con alguna de tus amiguitas putonas que se creen grandes artistas, ya verás lo mal que la vas a pasar. Yo seré la primera en romper tus cuadros y tirarlos a la piscina. Mírame, Gonzalo. Mírame aunque sea un segundo y dime con los ojos que no necesitas a nadie más que yo, que soy una amante deliciosa y nadie se compara conmigo. Mírame, desgraciado. Mírame, bombón.
– Estoy segura de que voy a morir sin ser abuela -se pone triste doña Cristina.
Ya no están en el comedor, ahora beben té y café en una sala espaciosa, cómodamente instalados en unos sillones de cuero que Zoe compró en un país lejano y trajo por barco, de los que se siente muy orgullosa, pues considera que nadie en esa ciudad donde viven tiene unos sillones tan lindos como los suyos.
– No digas eso, mamá -la corrige Ignacio-. Nadie se va a morir. Estás más sana que nunca.
– Más guapa que nunca -añade Gonzalo, y se acerca a su madre y le da un beso en la mejilla.
– Mis hijos preciosos -dice doña Cristina, mirándolos con ternura-. Papá estaría tan orgulloso de verlos ahora.
Papá no estaría tan orgulloso de vernos ayer en el hotel, piensa Gonzalo.
– Te hago una promesa, mamá -dice.
Pobre de ti que me ofendas, piensa Zoe. Mide bien tus palabras si quieres que vaya al hotelucho pasado mañana.
– Dime, Gonzalito.
– No me atrevo a decirte que voy a tener un hijo, porque siempre he pensando que cuando tenga un hijo no voy a poder seguir pintando.
– ¿De verdad piensas eso? -lo interrumpe Ignacio-. ¿Por qué crees que no podrías pintar con un hijo en la casa? Es una visión egoísta de las cosas.
– Déjalo terminar -interviene Zoe, mirando a su esposo con un gesto de contrariedad.
– De verdad creo que un hijo me robaría tanta energía, tanto tiempo, que no podría pintar, y tengo miedo de que eso me haga muy infeliz, y si me siento miserable, ¿qué clase de padre podría ser?
– Te entiendo, mi amor. Te entiendo mejor de lo que crees, porque yo también soy artista como tú, y los años en que ustedes eran niños yo no podía pintar nada -dice doña Cristina.
– Por eso, por eso -continúa Gonzalo-. Para mí, lo más importante es pintar, seguir pintando. Me sentiría un hombre frustrado si dejase de pintar sólo para tener una familia. Prefiero ser un pintor sin hijos que un ex pintor con hijos.
– Te entiendo, mi amor -dice doña Cristina.
Ignacio se irrita un poco, no puede evitarlo. Tú siempre tan engreído y egoísta, piensa de su hermano. Y, como de costumbre, mamá consintiéndote todo.
– ¿Cuál es la promesa, entonces? -se impacienta.
– Si pasa un tiempo y no me animo a tener un hijo con nadie, podría adoptar uno, pero con una condición.
– ¿Cuál? -se apresura a preguntar Zoe, con cierto desasosiego.
– Que tú, mamá, lo cuides. Que viva contigo.
Doña Cristina ríe de buena gana y dice:
– Eres tan cómico, Gonzalito. ¡Pero no sería mi nieto! ¡Sería tu hijo adoptivo y yo sería la nana, la nodriza!
– No tendría ningún sentido -se enfada Ignacio-.
Mamá no está en edad de estar cuidando niños, y menos uno adoptado.
– Entonces no insistan con el tema. Yo no me siento para nada seguro de ser papá -dice Gonzalo.
– Yo habría querido adoptar un niño, pero Ignacio nunca quiso -dice Zoe, de pronto triste.
– Cambiemos de tema -dice Ignacio.
– Sí, cambiemos de tema -dice doña Cristina, al ver que Zoe se ha dejado abatir por los recuerdos de su maternidad frustrada.
– No te pongas tristona, Zoe -dice Gonzalo, con una voz cariñosa que a ella le sorprende-. Tener hijos es una experiencia que la gente sobreestima e idealiza. Te pasas años sin dormir, te esclavizan, te cuestan una fortuna y, cuando crecen, te juzgan, se quejan de lo mala madre que has sido, te acusan al psicoanalista y deciden que no deben verte más porque eres una mamá que los intoxica. Los hijos pueden ser tus peores enemigos.
– No es mi caso, por suerte -dice doña Cristina. Zoe sonríe. Ignacio se pone de pie y dice:
– Voy a servir más café.
Al pasar al lado de su esposa, la besa en la frente. Luego se dirige a la cocina. Gonzalo y Zoe se miran con intensidad apenas un instante fugaz. Sus besos me apenan, piensa ella. Los tuyos, me dan vida.
– Ya tengo la solución a este problema -dice Gonzalo, con voz pícara.
– ¿Cuál es? -pregunta su madre, cómplice la mirada.
– Zoe será mi mamá y tú serás mi abuelita.
Ríen los tres.
– Así, Zoe tendrá un hijo al que podrá mimar, y tú podrás tener un nieto para darle todos los engreimientos que quieras.
– Sinvergüenza -celebra la ocurrencia doña Cristina.
– Yo, feliz de ser tu mamá, niño Gonzalito -bromea Zoe.
– Toda la vida vas a ser el niño Gonzalito, ¿no? -le dice doña Cristina a su hijo menor-. Nunca vas a crecer.
– Con una mamá tan linda como Zoe, ¿quién quiere crecer? -dice Gonzalo.
Читать дальше