– Me gustaría pensar que esta mesa tan bien surtida no es el pago.
– Es el aperitivo. La antesala de la recompensa. -Ufano, Butxana también exhibió una caja de puros marca Trinidad-. Para luego, tengo en el congelador dos cavas de indiscutible calidad y un Bollinger.
– Toni…
– Tordera, no te impacientes.
Entonces el detective dejó la salita y se dirigió a su dormitorio. Antes de entrar, les hizo una señal para que se acercaran. Con los tres a su lado, abrió la puerta y se echó atrás para que pudieran observar el espectáculo. Divididos en tres partes, fajos de billetes de quinientos euros se esparcían por encima de la cama, por las dos mesitas y por el suelo. En un rincón, dos bolsas de deporte de un tamaño apreciable. Casi transcurrió un minuto sin que ninguno de los tres dijera nada. Por fin, el ex comisario Tordera osó penetrar en la estancia y, cogiendo uno de los billetes, escrutarlo a contraluz.
– Son de curso legal -notificó Butxana.
– ¿Cuánto dinero hay? -preguntó Miquel.
– ¿Cuánto diríais que hay?
Se miraron. Nadie se atrevía a dar una cifra.
– Mucho, muchísimo -dijo Tordera mientras observaba, también a contraluz, billetes de varios montones.
Albert y Miquel decidieron entrar en el cuarto. Butxana permanecía en el umbral de la puerta, apoyado con un brazo en el marco, observando con satisfacción la inenarrable sorpresa del trío.
– Tocadlos, pero dejadlos donde estaban. La división está hecha.
– Toni -Tordera, algo asustado-, es mucho más de lo que podía imaginar. Dime cuánto hay, por favor.
– Cinco millones -Butxana, con naturalidad, como si para él fuese una cifra de lo más normal-. Cuidado con pisarlos. Son frágiles.
Los tres volvieron a la puerta. Desde allí siguieron observando escépticos el desparrame.
– ¿Están limpios? -inquirió Albert-. Quiero decir si…
– ¿Si son el fruto de una extorsión? ¿Un chantaje a cambio de silencio? Pues no. -El detective se separó de la puerta. Los demás aún miraban empanados el interior de la habitación-. En realidad, el señor Lloris ha sido un roñica; alguien que no ha sabido valorar como merecía su propia vida, el esfuerzo de una investigación vital. ¿Cinco millones de euros? -se preguntó el detective con desdén-. ¿Qué representan para un hombre al que le sale el dinero por las orejas? Quizá un uno por ciento de su actual patrimonio.
– O sea, que te has enfadado mucho con él -comentó el ex comisario.
– Pues no he llegado a verbalizarlo, pero no me parecía justo.
– Debo reconocer que eres un buen negociador. Con cinco mil euros yo me habría conformado. Por cierto, ¿has sido tú quien le ha pedido los cinco millones o te los ha dado él?
– Te lo explicaré.
– Estoy ansioso.
– Tras escuchar atentamente mi resumen del caso y la grabación, el señor Lloris se quedó, como podéis imaginar, en silencio un buen rato. Normal. Tened en cuenta que su hijo, su propio hijo, estaba implicado. Pasados unos minutos, durante los que no sabía qué hacer ni qué decir, me expresó su más profundo agradecimiento y me dijo que al día siguiente, a las nueve, me pagaría el trabajo. Por educación, por cortesía, digamos por lo que se llama ser un señor, no le pregunté de qué cantidad se trataría. Sinceramente, el hombre estaba jodido y yo respeté lo trágico del momento. Hoy, a esa hora en punto, he ido a su despacho privado. El señor Lloris mostraba otro semblante, diríase que decidido, como el de quien ha resuelto asumir el mal trago. Sobre la mesa había dos bolsas. Tras darle las gracias me las ha acercado.
– Por cortesía, no has contado los billetes delante de él.
– En efecto, Tordera. Me he despedido con rapidez, he cogido un taxi (durante el trayecto he echado un vistazo a las bolsas) y apenas llegar al piso he empezado a contarlos ávidamente. Parece increíble, pero, al volcar el contenido sobre la cama, me he hecho una idea aproximada de la cifra.
– Tienes una vista espléndida. Ni contándolos habría adivinado yo cuánto dinero hay.
– Bien, Tordera. Me pediste que fuera generoso contigo y pienso serlo. -Butxana entró en el dormitorio-. Y también lo seré con nuestros amigos. Esta parte de aquí es para ti. -La parte ocupaba más de la mitad del espacio del lado izquierdo de la cama-. Un millón de euros.
– Ciento setenta millones de pesetas -tradujo el ex comisario maquinalmente.
– Más o menos. ¿Contento?
– Muy satisfecho. Inmensamente agradecido.
– No hace falta que me beses. Para nuestros amigos, tan jóvenes, tan llenos de vida y ganas de disfrutarla, la otra parte de allí. -El lado derecho de la cama. Miquel se acercó-. Otro millón de euros para repartíroslo como buenos amigos.
– Señor Butxana -dijo Miquel, emocionado-, usted, usted…
– Sobran las palabras. -El detective observó el aspecto poco expresivo del periodista-. ¿Alguna queja, Albert?
– No… no…
– ¿Entonces?
– Disculpad, pero no me quito de encima la sensación de que me han comprado.
– El precio es razonable -intervino Tordera.
– Eso demuestra que eres una persona íntegra, un periodista con principios. Pero, al margen de que es una sensación errónea, con el tiempo y con tu oficio es un tipo de objeción que acabará normalizándose. Al fin y al cabo, también tendrás con Júlia Aleixandre las informaciones municipales que te convengan. Llegarás a ser una estrella del periodismo.
– Informaciones a cambio de tu silencio -añadió Tordera, que le dio unos golpecitos en la nuca mientras le dedicaba una sonrisa-. Una pequeña extorsión profesional.
– Aún sé más cosas que me callaré -se defendió Albert.
– Así lo deseo. No olvides que soy yo quien ha dado la cara ante Lloris. No quisiera jugármela. En el precio va incluida la discreción total. Ya habéis comprobado cómo las gastan.
– Pero tenemos la cinta -respiró, aliviado, Tordera.
– No tenemos nada. Se la ha quedado él.
– ¿Estás loco?
– Le he dicho que conservo una copia.
– ¡Qué frivolidad!
– Si tú fueras Lloris, ¿pensarías que no me quedo con ninguna copia? -Tordera se mostró satisfecho con la respuesta-. Bien, señoras y señores del jurado, el resto, tres millones de euros, es para mí. Si pasan tres segundos sin que digáis nada en contra es que estáis de acuerdo. Muy bien, primero almorzaremos y luego os llevaréis el dinero.
Comieron, hablaron de proyectos. Comieron a gusto, disfrutando de productos de calidad, de marcas de élite. Albert, más locuaz, reflexionó en voz alta sobre el gran reportaje que tenía el irlandés. Preguntó al ex comisario si podía conseguir que algún pez gordo de la policía le diera acceso al historial oculto de Liam, a la parte no oficial. Era algo complicado, ya que la policía sólo tendría los datos facilitados por la Interpol. Aun así, lo intentaría.
Sin embargo, el ex comisario no entendía que tras embolsarse medio millón de euros no se diera prisa por disfrutarlo. Unas vacaciones. Un periodista no descansa. Él era un reportero siempre en busca de la gran exclusiva. ¿Y tú, Miquel? Miquel le contaría a su madre que había dado con un trabajo extraordinario, bien remunerado, que aliviaría el de ella. Un buen hijo, aprobó Tordera. El detective intervino para hablar de los euros recién mencionados, y les advirtió que se trataba de dinero negro, de modo que no podían ingresarlo de una vez en ninguna entidad bancaria. Según él, a partir de tres mil euros ingresados, Hacienda lo detectaba. ¿Soluciones? Un poco complejas, ciertamente; pero, al fin y al cabo, un problema agradable. Alquilar un piso para guardar el dinero era una de las salidas. También las cajas de seguridad de los bancos o blanquearlo poco a poco. Por ejemplo: compras un piso o una casa y, de acuerdo con el propietario, pagas una mitad en negro y la otra a través de un préstamo hipotecario avalado por un puesto de trabajo. O sea, de momento es oportuno trabajar. Todos los meses, vas ingresando dos mil quinientos euros de dinero negro en la cuenta. Al cabo de un tiempo, problema resuelto.
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