Ferran Torrent - Juicio Final

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Una novela que retrata el país y sus dirigentes sin disimulos.
Año 2005. Un irlandés llamado Liam Yeats, ex terrorista del IRA y ex agente del Mossad, llega a Valencia con el objetivo de matar al hombre más peligroso de la ciudad: el empresario Juan Lloris, que se dispone a iniciar el asalto definitivo a la Alcaldía. Las sospechas de Lloris sobre su persona de confianza le harán contratar a un investigador que descubrirá algo que dará un vuelco a esta intriga. Mientras tanto, el incombustible F. Petit continuará ejerciendo de funambulista y los partidos mayoritarios establecerán una alianza insólita que sólo se explica por su propia supervivencia.
Una novela de intriga que profundiza sobre la psicología del profesional del crimen y que mantiene la denuncia sobre el escurridizo juego político que se da en Valencia, una ciudad española, tal vez, similar a otras.

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– Siéntese -le dijo casi como si le diera una orden.

Lloris obedeció haciéndolo en la butaca de la mesa del despacho, que aún conservaba todos los elementos ornamentales con que le habían hecho las fotos de precampaña. Suspiró y tendió los brazos sobre la mesa.

– Usted me contrató para que siguiera a Júlia día y noche. Pues bien, gracias a ese intenso seguimiento descubrí que se ha citado varias veces con su hijo, siempre en sitios discretos. El hecho (que ya sabía porque es público) de que usted y él no mantenían relaciones había suscitado mi interés.

– No me has informado de ello.

– Si uno quiere llegar hasta el final, cualquier investigación tiene que llevarse con mucha discreción. Conociendo su carácter, preferí ocultárselo.

– ¿Y si mientras investigabas me hubieran matado?

– Era un riesgo que debía asumir.

– ¡El que asumía el riesgo era yo!

– Ninguno de los dos se hubiera atrevido. Así que tenía que esperar a conocer al hombre que se encargaría del trabajo sucio.

– ¿Quién es?

– Manuel Gil.

– ¿Ese inútil?

– Gil ha buscado los contactos. Entonces contraté a un amigo para que me ayudara en la investigación (el hombre que le ha enseñado una placa falsa de comisario). Gracias a él supe que se trataba de un tipo de oscuro pasado, lo cual confirmaba mis sospechas. El tal Gil contactó con dos franceses que tienen un pub en el centro comercial de la carretera de Alicante, para que le liquidasen. Pese a que los amenazó con un dossier, los franceses se negaron, pero a cambio le ofrecieron los servicios de un profesional del crimen, un ex mercenario como ellos. Se llama Liam Yeats y es irlandés. Quizá aún siga en Valencia, esperando el momento oportuno para liquidarle. -Butxana le ocultó la orden de busca y captura de la Interpol-. En resumen, ésta es la historia con un matiz que le cuento ahora. -Sacó un cigarrillo-. ¿Le molesta que fume?

– Continúa.

– A última hora, Júlia se echó atrás. Puedo imaginar por qué, pero lo importante es que su hijo se entrevistó con el irlandés con tal que siguiera adelante con el plan. Incluso pagándole más de lo que habían acordado.

– Hay algo que no encaja.

– ¿El qué?

– ¿Cómo has llegado tú a saberlo todo?

– En primer lugar, porque he contado con la ayuda de tres personas. Y luego por las declaraciones de Gil.

Butxana acercó la grabadora hasta Lloris. La puso en marcha. De modo perfectamente audible, Gil explicaba con todo lujo de detalles, en orden cronológico, el resumen del detective. El candidato escuchaba con atención, dijo que reconocía la voz de Gil (también la de Butxana), pero pasados diez minutos pulsó el stop de la grabadora.

– Dura unos cuarenta minutos -le informó el detective.

– Tráeme a Gil inmediatamente.

– Imposible. -Miró su reloj-. Ya se ha ido de la ciudad.

– ¿Por qué le has dejado escapar?

– Hemos llegado a un trato a cambio de una confesión completa. Me interesaban sus declaraciones.

– Es cierto. Con eso basta para denunciar a Júlia y a mi hijo.

– Usted no denunciará nada. Si pone en práctica el sentido común se dará cuenta de que no le conviene. Quiere ser alcalde de Valencia, ¿no? ¿Quién votaría a un candidato al que su persona pública de confianza y su propio hijo pretenden liquidar? Y eso sin tener en cuenta que Francesc Petit renunciaría enseguida a aliarse con su partido. Periodistas amigos míos me han informado de que el ex secretario general del Front quizá sea decisivo en su éxito electoral. Entiendo que el silencio le indigne, pero, en cualquier caso, Júlia ya no quiere acabar con usted.

– ¡Pero mi hijo sí! -Se levantó con rabia Lloris y efectuó nerviosos trayectos por todo el despacho. Se sentó de nuevo-. Oye, te contrato para que le controles las veinticuatro horas del día.

– No, señor Lloris. Mi trabajo ya ha terminado.

– ¿Y qué voy a hacer yo?

– Contratar a un grupo de guardaespaldas de excelente curriculum. Por otra parte, también puede hablar con su hijo y disuadirle. Si sabe que lo sabe, quizá desista. Yo lo único que deseo es que me pague.

– Sí, hablaré con él, le amenazaré. Es más: hablaré con su madre para que se entere de qué hijo tenemos. Ella que cree tener una perla de valor incalculable…

La mujer tenía dos perlas incalculables, pensó el detective.

– Pásame la minuta con los días de trabajo.

Butxana sonrió tras lanzar un suspiro y pasarse la mano por la barbilla.

– Señor Lloris, usted pretende pagarme como si se tratase de un trabajo cualquiera, y eso no es justo.

– Te gratificaré con mil euros más.

– Quiero insistir en que le he salvado la vida.

– Muy bien, te daré dos mil.

– Mire -dijo Butxana con paciencia-, si me hubiera ceñido al encargo de controlar a Júlia y no hubiese contratado a tres ayudantes, porque tenía la intuición de que se preparaba un complot, usted estaría muerto.

– ¿Qué quieres, una medalla? Te he ofrecido otro trabajo.

– Su vida no es la de un ciudadano normal y corriente. Quiero decir que, si hubiera evitado el asesinato de una persona modesta, habría aceptado la gratificación y punto. Pero usted disfruta de una vida de lujo y no es de justicia que no me pague de acuerdo con la perspectiva de un futuro esplendoroso. ¿Qué patrimonio tiene? ¿Doscientos, trescientos, quinientos millones de euros? No tengo muchas nociones de economía, pero una fortuna así no se acumula trabajando en la cadena de una empresa de automóviles. Es más: cuando llegue a la alcaldía posiblemente multiplique por diez su riqueza, dado su talento innato para los negocios. Jamás he entendido que un millonario se dedique a la política si no es para incrementar su patrimonio.

– Soy valencianista y quiero servir a Valencia.

¡Políticos! Ya va siendo hora de que los pongan a todos en un puto museo. Pero prefirió ir al grano:

– Soy un profesional deseoso de que le paguen sus servicios como merece.

– Acabemos. ¿Cuánto quieres?

Con la intención de evitar expresiones malsonantes por parte de Lloris, quizá rehuyendo la simple crudeza de las palabras de Butxana, vete a saber si por deferencias de la negociación, el detective le escribió la cantidad en un papel: cinco millones de euros.

Durante el silencio que sucedió a la petición, Butxana encendió otro cigarrillo.

– Rata de alcantarilla, rastrero, mal nacido…

Mientras de nuevo el candidato se levantaba y proseguía con la retahíla de insultos (sin mucha imaginación, todo sea dicho, ya que los repetía), el detective fumaba y a la vez observaba un par de cuadros con motivos valencianos.

– ¿Crees que me dejaré extorsionar?

– Está en un error. No se trata de una extorsión, sino de una sencilla correspondencia entre el servicio de salvarle la vida y el valor que tiene. Si se fija bien, se dará cuenta de que sólo le cobro el uno por ciento de su patrimonio actual. He tenido la deferencia de no añadir sus beneficios como alcalde. Tranquilícese y sopese cuánto ganará pagando un miserable uno por ciento y cuánto perderá si no lo hace.

Butxana se levantó de la butaca y aplastó el cigarrillo en el cenicero.

– Le dejo la cinta para que reflexione. Tengo una copia. Pero le aconsejo que no tarde en decidirse. Otra cosa. -Se situó a un palmo de él-: Si vuelve a decirme que le extorsiono, si me vuelve a insultar, aumentaré el precio. Y, ahora que lo pienso, cada día que pase sin darme una respuesta, también. Buenas noches, señor Lloris.

– No te vayas.

– Aún no lo he hecho.

– Negociemos el precio.

– ¿Qué quiere negociar? ¿Medio millón? ¿Un millón? Le falta el orgullo de los ricos. Además, no es posible. Me han ayudado tres personas a las que no quiero decepcionar. Las he convencido de que usted sería espléndido.

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