– Nos equivocamos.
– Pues algo tendremos que hacer.
– Estamos en ello. A los socialistas les perjudica tanto como a nosotros. Llegaremos a acuerdos que impidan el éxito de Lloris.
– ¿Qué hay de Francesc Petit?
– De momento está de nuestra parte.
– Y cuando acabe la legislatura, ¿qué hará?
– Hemos intentado ofrecerle una salida digna como asesor, pero la ha rechazado. Le gusta la política. Siempre se ha dedicado a ella.
– ¿Creará un partido?
– Puede que sí, pero ahora mismo ignoramos la representatividad que podría tener. A los socialistas no se unirá, eso seguro.
– Tampoco a vosotros.
– Defiende encarnizadamente la autonomía política del nacionalismo.
– Sin dinero para llevarla a cabo.
– Sólo tiene la subvención del Parlament por los cuatro diputados que se han quedado con él.
– Nada.
– Insuficiente para asumir los gastos del nuevo partido y afrontar las próximas elecciones. Supongamos que sólo presente candidatura por la ciudad.
– Donde se presenta Lloris.
– Son incompatibles.
– Lloris es incompatible con todo el mundo, pero, en principio, también lo erais vosotros con Petit.
– Es distinto.
– Las necesidades económicas crean alianzas impensables. Debemos actuar con rapidez. Que Bancam ayude a Petit.
– Eso es imposible, señor Tamarit. En minoría, los socialistas están presentes en el consejo de administración de la entidad. Si le otorgamos un crédito no llegaremos a acuerdos con ellos.
– Probablemente Lloris ya esté pactando con Petit.
– No tenemos noticias de ello, pero esa unión le resultaría difícil de explicar a su electorado.
– ¿Aceptaría Petit ayuda nuestra?
– Sí, pero hay un problema.
– ¿Cuál?
– Su ayuda sería para que no apoye a Lloris, es decir, para que nos ayude, pero nosotros vamos a firmar acuerdos con los socialistas, que han sido en parte la causa de la escisión del Front.
– Estamos en un callejón sin salida.
– Lo estamos, señor Tamarit.
– Y, sin embargo, debemos actuar de inmediato. ¿Habéis pensado en los proyectos que caerían en manos de Lloris?
– Somos conscientes de ello.
– El Parc Central, el Parc de Capçalera, la Copa América, la construcción del nuevo estadio del Valencia, los terrenos de Mestalla, la Zona de Actividad Logística de la ampliación del puerto, las urbanizaciones de los márgenes derecho e izquierdo del nuevo río… En la ciudad a duras penas se encuentra un solar sin edificar. Y eso provoca que estos proyectos sean imprescindibles. Nos lo estamos jugando todo.
– Le aseguro que actuaremos con la mayor habilidad posible para unir fuerzas con los socialistas.
– Estoy convencido… pero siempre he tenido dificultades para creer en la existencia de algo que no haya visto. Y lo veo todo muy complicado, excesivamente complicado -repitió el señor Tamarit con gesto pensativo.
Júlia Aleixandre tenía un plan. Tan pronto como ella se lo anunció, Francesc Petit se adelantó unos metros y giró hacia la derecha, por el margen de una pequeña acequia que pedía a gritos una limpieza profunda en sus bordes: observó que el agua fluía con dificultades. Reflexionó sobre la agricultura valenciana, de qué forma tan burda los políticos, incluido él mismo, habían acabado con el sector, que décadas atrás había sido punta de lanza económica. Recordó la extinta polémica sobre si la falta de industria valenciana en la España franquista había impedido una burguesía moderna, como la catalana.
Lamentaba la debacle del campo valenciano, con todo lo que implicaba: la destrucción sistemática del paisaje, la deserción por parte de los jóvenes de un patrimonio emblemático y natural, con los campesinos obligados a vender terrenos de tradición secular para el desarrollo de Planes de Actuación Integral. Todo estaba en venta en una carrera de locura imparable. Desde cualquier sitio podían verse enormes grúas. Volvió la vista hacia los pueblos del interior. De un vistazo contó dieciséis. Júlia le miraba, esperaba. Él la hacía esperar. ¿Quizá creía que el tener una estrategia le cegaba? Esta vez exigiría un elevado precio por sus servicios, aunque estaba convencido de que sólo tendría vida política al lado de Juan Lloris, junto a alguien que, políticamente, no le haría sombra, aunque tendría que explicar con argumentos claros por qué aceptaba apoyar a un populista, un hombre que, manga por hombro, tenía como únicos objetivos el poder y la riqueza.
Volvió a la carretera. Había empezado a soplar viento. Llevaba el puro apagado. Quitó la ceniza seca frotando la punta con la suela de su zapato y volvió a encenderlo.
– Explícame el plan -dijo con una mueca escéptica, el gesto oportuno para dar a entender lo extraordinaria que debería ser la propuesta para que se embarcase en una candidatura que tenía más de episodio aventurero que de objetivo político.
– La mayoría de los candidatos que figurarán en la lista de Lloris son míos. Gente de confianza.
– A propósito, los cuatro diputados que me han sido fieles tienen que ir en buenas posiciones. He dado mi palabra de que los reubicaría cuando dejaran el Parlament.
– No hay problema. Miel sobre hojuelas, para un plan que básicamente consiste en cargarse a Lloris cuando la situación sea tan insostenible que no nos quede otra salida.
– ¿Y qué pasará si no tenemos bastantes concejales?
– Que nos apoyarán o conservadores o socialistas durante lo que quede de legislatura. Ahora mismo estarán acordando evitar que Lloris sea alcalde. Lo tengo previsto, pero nunca gobernarán juntos, ni siquiera se abstendrá uno de ellos para que el otro gobierne.
– Para quitarse de encima a Gil y Gil se pusieron de acuerdo en Marbella.
– Lo harían con Lloris, pero no contigo. Sus electores no entenderían un pacto público entre ambos. Y además, nosotros les pediríamos que nos apoyaran con la promesa de que contarían con nuestros votos en las próximas elecciones.
– ¿Y darles el Ayuntamiento a los socialistas? En mi caso, sería contradictorio.
– Cuando llegue el momento, tu electorado no será el mismo que has tenido mientras dirigías el Front. No te disputarás con ellos los votos.
– ¿No me votarán los nacionalistas?
– Lo que quiero decir es que los nacionalistas que te han votado estarán convencidos de que es la única política posible, además de decepcionados porque las expectativas de Guardiola con los socialistas no se habrán cumplido. Contigo, por lo menos, les reconfortará tener el primer alcalde nacionalista de Valencia.
– Están muy cabreados. Tendrías que haber visto el congreso extraordinario.
– El poder cierra muchas bocas. A unos porque lo ostentan, a otros porque, como militantes de una causa, ven realizado un sueño largamente esperado. Es más: no tengo ninguna intención de cumplir la promesa de apoyar a quienes nos apoyen. Sólo será una estrategia para reorganizarnos y ganar tiempo.
– No es algo muy ético.
– Tampoco lo será que conservadores o socialistas rompan el pacto existente entre ellos para ayudarnos a seguir en el poder a cambio de obtenerlo en la próxima legislatura. Somos tiburones en piscinas de tiburones. La única ética posible.
– Dirán que lo han hecho para que Lloris ya no gobierne.
– Que digan lo que quieran, pero lo habrán roto con el consiguiente enfado del otro. Si entre ellos no cumplen el pacto, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros? Los electores pasan de disputas políticas internas y se concentran en los proyectos visibles. Ésa es la realidad.
– ¿Qué hay del sentido de la responsabilidad política? Porque es obvio que Lloris, mientras haya estado en el poder, habrá hecho reventar todos los sentidos posibles.
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