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Lauren Weisberger: El Diablo Viste De Prada

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Lauren Weisberger El Diablo Viste De Prada

El Diablo Viste De Prada: краткое содержание, описание и аннотация

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La insistente voz de Miranda Priestly persigue a Andrea hasta en sueños: «¿An-dre-aaa?. ¡An-dre-aaa!».¿Es este el trabajo con el que soñaba al salir de la universidad? ¿Es este el trabajo por el cual tiene que estar agradecida y sentirse tan afortunada? Sí, es la nueva asistente personal de Miranda, la legendaria editora de la revista femenina más glamurosa de Nueva York. Ella dicta la moda en el mundo entero. Millones de lectoras siguen fielmente sus recomendaciones; sus empleados y colaboradores la consideran un genio; los grandes creadores la temen. Todos, sin excepción, la veneran. Todos, menos Andrea, que no se deja engañar por este escaparate de diseño y frivolidad tras el que se agazapa un diablo que viste un traje de chaqueta de Prada exclusivo, por supuesto, calza unos Manolo Blahnik y siempre luce un pañuelo blanco de Hermes. Una novela hilarante que da un nuevo sentido a esas quejas que a veces circulan sobre un jefe que es el diablo en persona. Narrada por la voz fresca, joven, inteligente, rebelde y desarmante de Andre, El diablo viste de Prada nos descubre el lado profundo, oscuro y diabólico el lado profundo, oscuro y diabólico de la vida en las oficinas del gran imperio que es el mundo de la moda.

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– ¿Lees Runway, An-dre-aaa? -me interrumpió inclinándose sobre la mesa y mirándome con mayor intensidad que antes.

La pregunta fue tan súbita, tan inesperada, que por primera vez me quedé sin habla. No mentí, y tampoco busqué excusas ni intenté explicarme.

– No.

Tras unos segundos de pétreo silencio Miranda llamó a Emily para que me acompañara a la salida. Entonces supe que el trabajo era mío.

Capítulo 3

– Yo no veo tan claro que el trabajo sea tuyo -murmuró Alex, mi novio, mientras jugaba con mi pelo cuando descansé la dolorida cabeza en su regazo después de tan largo día.

Al terminar la entrevista había ido directa a su apartamento de Brooklyn. No quería dormir otra noche en el sofá de Lily y necesitaba contarle todo lo sucedido.

– Ni siquiera sé por qué lo quieres -añadió. Luego recapacitó-. En realidad me parece una oportunidad fabulosa. Si esa chica, Allison, empezó como ayudante de Miranda y ahora es redactora, está muy bien.

Hacía lo posible por fingir que se alegraba por mí. Llevábamos juntos desde nuestro primer año en Brown y conocía cada inflexión de su voz, cada mirada, cada gesto. Alex había empezado a trabajar en la escuela pública 277 del Bronx hacía unas semanas y estaba siempre tan cansado que apenas podía hablar. Aunque sus alumnos tenían apenas nueve años, no daba crédito a lo hartos y cínicos que se habían vuelto ya. Le repugnaba que hablaran con toda tranquilidad de mamadas, que conocieran diez palabras diferentes para referirse a la marihuana y que les encantara alardear de las cosas que robaban o de qué primo residía actualmente en la cárcel más dura. «Peritos Carcelarios», los llamaba Alex. Podrían escribir un libro sobre las sutiles ventajas de Sing Sing frente a Riker, pero no sabían leer una sola palabra escrita en inglés. Estaba buscando la forma de cambiar las cosas para mejor.

Deslicé una mano por debajo de su camiseta y comencé a rascarle la espalda. El pobre parecía tan desdichado que me sabía mal molestarle con los detalles de la entrevista, pero necesitaba hablar del tema con alguien.

– Soy consciente de que ese trabajo no tendrá nada que ver con la parte editorial, pero estoy segura de que podré escribir algo dentro de unos meses -dije-. Tú no crees que trabajar en una revista de moda sea una traición, ¿verdad?

Alex me estrechó el brazo y se tumbó a mi lado.

– Cielo, eres una escritora brillante y sé que lo harás de maravilla estés donde estés. Por supuesto que no es una traición. Es justicia. ¿No has dicho que si inviertes un año en Runway te ahorrarás tres años más como ayudante en otra revista?

Asentí con la cabeza.

– Eso dijeron Emily y Allison, que la compensación era automática. Logra trabajar un año para Miranda sin que te despida y con una llamada te conseguirá un empleo donde tú quieras.

– En ese caso, ¿cómo no vas a aceptar? En serio, Andy, trabajarás un año y conseguirás un puesto en el New Yorker. ¡Es lo que siempre has querido! Y por lo visto llegarás allí mucho antes haciendo esto que cualquier otra cosa.

– Tienes razón, tienes toda la razón.

– Además, eso significaría que vendrías a vivir a Nueva York, lo que reconozco me hace mucha ilusión. -Me dio uno de esos besos largos y perezosos que teníamos la sensación de haber inventado nosotros-. Deja de preocuparte tanto. Tú misma has dicho que no estás segura de que el puesto sea tuyo. Esperemos a ver qué pasa.

Preparamos una cena sencilla y nos dormimos viendo Letterman. Estaba soñando con abominables niños de nueve años que practicaban el sexo en el patio mientras bebían whisky y gritaban a mi dulce y adorable novio, cuando sonó el teléfono.

Alex descolgó el auricular y se lo llevó a la oreja, pero no se molestó en abrir los ojos ni la boca. Lo dejó caer a mi lado. Yo no estaba segura de poder reunir la energía necesaria para levantarlo.

– ¿Diga? -farfullé mientras miraba el reloj, marcaba las 7.15-. ¿Quién demonios podía llamar a esas horas?

– Soy yo -espetó Lily, muy enfadada.

– Hola. ¿Va todo bien?

– ¿Crees que te estaría llamando si todo fuera bien? Tengo una resaca tan descomunal que estoy a punto de palmarla. Cuando por fin consigo dejar de vomitar el tiempo suficiente para poder dormirme, va y me despierta una mujer asquerosamente animosa que dice trabajar en recursos humanos de Elias-Clark. Te está buscando. A las siete y cuarto de la puta mañana. Llámala y dile que pierda mi número.

– Lo siento, Lil. Le di tu número porque todavía no tengo móvil. ¡No puedo creer que haya llamado tan pronto! Me pregunto si eso es bueno o malo.

Agarré el inalámbrico, salí de la habitación y cerré sigilosamente la puerta tras de mí.

– Yo qué sé. Buena suerte. Llámame para contarme cómo te ha ido, pero no en las próximas horas, ¿de acuerdo?

– De acuerdo. Gracias y perdona.

Miré de nuevo el reloj y no pude creer que estuviera a punto de tener una conversación de trabajo. Preparé la cafetera, esperé a que saliera el café y me llevé una taza al sofá. Había llegado la hora de telefonear, no tenía opción.

– Hola, soy Andrea Sachs -dije con firmeza, aunque la voz me traicionó con su ronquera de recién levantada.

– ¡Andrea, buenos días! Espero no haber llamado demasiado pronto -trinó Sharon con una voz rebosante de vida-. Estoy segura de que no, ¡sobre todo porque muy pronto también tú serás un pájaro madrugador! Tengo una gran noticia para ti. Has causado muy buena impresión a Miranda. Dijo que está deseando trabajar contigo. ¿No es fabuloso? Felicidades, querida. ¿Qué sensación tienes al ser la nueva ayudante de Miranda Priestly? Supongo que estás…

La cabeza me daba vueltas. Traté de despegarme del sofá para servirme más café, o agua, cualquier cosa que pudiera despejarme, pero solo conseguí hundirme aún más en los cojines. ¿Me estaba preguntando si quería el empleo? ¿Estaba haciendo una oferta formal? No entendía nada de lo que acababa de decir, salvo que había caído bien a Miranda.

– … encantada con la noticia. ¿Quién no lo estaría? Veamos, ¿qué te parece si empiezas el lunes? Podrías venir para una rápida sesión de orientación y luego te llevaré directa a la oficina de Miranda. Ella estará en los desfiles de París, pero será un gran momento para arrancar. Te permitirá familiarizarte con las demás chicas. ¡Son todas encantadoras!

¿Orientación? ¿Empezar el lunes? ¿Chicas encantadoras? Sus palabras se negaban a cuajar en mi debilitado cerebro.

– Mmm, me temo que no podré comenzar el lunes -repuse con calma a la única frase que había entendido, confiando en haber dicho algo lógico.

La pronunciación de esas palabras me había conmocionado hasta sumirme en un estado semiinconsciente. Había atravesado las puertas de Elias-Clark por primera vez el día anterior y ahora me despertaban de un sueño profundo para decirme que debía empezar a trabajar al cabo de tres días. Era viernes, eran las siete de la mañana, joder, ¿y querían que me incorporara el lunes? Empecé a intuir que la situación se me escapaba de las manos. ¿A qué venía tanta prisa? ¿Tan importante era esa mujer como para necesitarme de inmediato? ¿Y por qué la voz de Sharon sonaba como si temiera a Miranda?

No podía empezar el lunes. Carecía de domicilio. Tenía el campamento base en casa de mis padres, en Avon, el lugar al que había vuelto de mala gana después de licenciarme y donde había almacenado la mayoría de mis cosas antes de partir de viaje. Tenía toda la ropa para las entrevistas amontonada sobre el sofá de Lily. Me había esforzado por fregar los platos, vaciar sus ceniceros y comprar cajas de Haagen-Dazs para que no me odiara, pero pensaba que merecía un descanso con respecto a mi interminable presencia, de modo que los fines de semana acampaba en casa de Alex. Eso significaba que tenía la ropa de fin de semana y el juego de maquillaje en Brooklyn, el portátil y los trajes que no conjuntaban en Harlem y el resto de mi vida en Avon. No tenía apartamento en Nueva York y no entendía cómo podía saber todo el mundo que Madison Avenue subía pero Broadway bajaba. ¿Y quería que empezara el lunes?

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