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Lauren Weisberger: La última noche en Los Ángeles

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Lauren Weisberger La última noche en Los Ángeles

La última noche en Los Ángeles: краткое содержание, описание и аннотация

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A Brooke le encantaba leer revistas de cotilleos hasta que fue su matrimonio el que empezó a ocupar los titulares semanales… Casados desde hace más de cinco años, Brooke y Julian forman una pareja feliz y comprometida. Él es un gran músico que toca en pequeños bares a la espera de una oportunidad y ella, a fin de ayudar a su marido a hacerse un hueco en el competitivo mundo de la música, tiene dos empleos para sufragar la economía familiar. Brooke cree en Julian y está dispuesta a sacrificar su carrera para que él haga realidad su sueño. Todo cambia el día en el que reciben una llamada de teléfono y Julian se convierte, de la noche a la mañana, en una estrella. Al principio la fama resulta divertida, ¿quién no querría dormir en hoteles de cinco estrellas, conocer a los famosos y vivir rodeado de lujo? Pero la fama tiene un precio, Julian está cada vez más ausente, más ocupado y constantemente de viaje… Cuando aparecen en las revistas los primeros rumores sobre una posible crisis entre ellos, Brooke empezará a cuestionar la verdad de su matrimonio y deberá aprender a distinguir entre lo que cree desear y lo que de verdad necesita.

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Sus ojos tardaron unos segundos en adaptarse, pero de inmediato reconoció la voz de Julian. Cuando finalmente pudo ver el escenario, se quedó mirando sin acabar de creérselo. Ahí estaba él, con su conocida postura delante del piano, los dedos volando sobre el teclado y la boca apoyada contra el micrófono, cantando uno de sus temas propios, el que más le gustaba a Brooke: «Ella está sola en su habitación, / un silencio sepulcral en el salón. / Él cuenta las joyas de su corona; / ya no puede haber nadie que se la ponga.» No habría podido decir cuánto tiempo pasó clavada en el suelo de la entrada, absorta al instante y por completo en su actuación, pero fue suficiente para que Trent hiciera un comentario al respecto.

– Es bueno, ¿eh? Ven, veo un par de sillas libres por ahí.

La cogió del brazo y Brooke dejó que la arrastrara entre la multitud. Se acomodó en la silla que Trent le señaló, y acababa de dejar el bolso sobre la mesa cuando la canción terminó y Julian anunció que iba a hacer una pausa. Tenía la vaga sensación de que Trent le estaba diciendo algo, pero entre el ruido del local y el esfuerzo que estaba haciendo para no perder de vista a Julian, no oyó lo que decía.

Sucedió tan rápido que apenas pudo procesarlo. En un momento, Julian estaba desenganchando la armónica del soporte de la tapa del piano, y al segundo siguiente, estaba de pie justo delante de su mesa, sonriendo. Como siempre, llevaba una camiseta blanca de algodón, vaqueros y un gorro de lana, esta vez color berenjena. Tenía una ligera pátina de sudor en la cara y los antebrazos.

– ¡Hola, viejo! Me alegro de que hayas podido venir -dijo Julian, dando palmadas en el hombro de Trent.

– Sí, yo también. Parece que nos hemos perdido el primer pase. -Una de las sillas de la mesa de al lado había quedado libre, y Trent la acercó para Julian-. Anda, siéntate.

Julian dudó un momento, miró a Brooke con una sonrisita, y se sentó.

– Julian Alter -dijo, tendiéndole la mano.

Brooke estaba a punto de decir algo, cuando Trent habló antes que ella.

– ¡Dios, qué tonto soy! ¿Cuándo aprenderé un poco de educación? Julian, te presento a mi… a Brooke, Brooke…

– Brooke Greene -dijo ella, contenta de que Trent dejara ver ante Julian lo poco que se conocían.

Se estrecharon las manos, lo que resultó un poco extraño en un bar de universitarios atestado de gente, pero ella estaba emocionada. Lo estudió más de cerca, mientras Trent y él intercambiaban comentarios jocosos sobre un conocido de ambos. Debía de tener sólo un par de años más que ella, pero había algo en él que hacía que pareciera más experimentado y conocedor del mundo, aunque Brooke no hubiera podido decir exactamente qué era. Tenía la nariz demasiado grande, la barbilla un poco débil y una palidez que llamaba la atención sobre todo en aquella época, al final del verano, cuando todo el mundo llevaba varios meses acumulando vitamina D. Tenía los ojos verdes, pero poco llamativos y hasta algo turbios, rodeados de finísimas líneas que se arrugaban cuando sonreía. Si ella no lo hubiera oído cantar tantas veces, si no lo hubiera visto echar la cabeza atrás y desgranar sus letras con una voz tan profunda y llena de sentimiento (si lo hubiera conocido simplemente así, con un gorro de lana y una cerveza en la mano, en un bar anónimo y ruidoso), no se habría parado a mirarlo dos veces, ni le habría parecido nada atractivo. Pero aquella noche estaba casi sin aliento.

Los dos amigos charlaron unos minutos, mientras Brooke los observaba desde su silla. Fue Julian, y no Trent, quien se dio cuenta de que no tenía nada de beber.

– ¿Os pido una cerveza? -preguntó, buscando a su alrededor un camarero.

Trent se levantó de inmediato.

– Ya voy yo. Acabamos de llegar y todavía no ha venido nadie a preguntarnos. Brooke, ¿qué vas a beber?

Ella murmuró la primera marca de cerveza que le vino a la mente, y Julian levantó lo que parecía un vaso de agua vacío.

– ¿Puedes traerme un Sprite?

Brooke sintió un aguijonazo de pánico cuando Trent se marchó. ¿De qué demonios iba a hablar con Julian? De cualquier cosa, se dijo. De cualquier cosa, menos de que hacía meses que lo seguía por la ciudad.

Julian la miró y sonrió.

– Buen tipo, ese Trent, ¿eh?

Brooke se encogió de hombros.

– Sí, parece majo. Nos hemos conocido esta noche. Es la primera vez que salimos.

– ¡Ah, una de esas divertidas citas a ciegas! ¿Piensas volver a salir con él?

– No -respondió Brooke, sin rastro de emoción en la voz. Estaba convencida de encontrarse en estado de shock ; apenas se daba cuenta de lo que decía.

Julian estalló en carcajadas y ella también se rió.

– ¿Por qué no? -preguntó él.

Brooke volvió a encogerse de hombros.

– Por ninguna razón en particular. Me parece muy agradable, pero es un poco aburrido.

Habría preferido no decirlo, pero no podía pensar con claridad.

La expresión de Julian se quebró en una sonrisa enorme, una sonrisa tan sincera y luminosa que a Brooke se le olvidó el bochorno.

– Acabas de llamar aburrido a mi primo -dijo él, riendo.

– Ay, perdona. No era mi intención. Me parece un encanto de persona, de verdad. Es sólo que…

Cuanto más tartamudeaba Brooke, más divertido le parecía a Julian.

– No, por favor -la interrumpió él, apoyándole la mano ancha y tibia sobre el antebrazo-. Estás total y absolutamente en lo cierto. Es un tipo fantástico, de verdad; de lo mejor que hay. Pero nadie ha dicho nunca que sea el alma de la fiesta.

Hubo un momento de silencio, durante el cual Brooke se estrujó los sesos, pensando en algo apropiado que decir a continuación. Daba un poco igual lo que fuera, mientras no revelara su condición de fan incondicional de Julian.

– Ya te había visto tocar -anunció, antes de taparse la boca con la mano, asombrada por lo que acababa de decir.

Él la miró.

– ¿Ah, sí? ¿Dónde?

– Todos los martes por la noche, en el Nick's.

Cualquier probabilidad de no parecer una loca acosadora se esfumó al instante.

– ¿De verdad?

Julian pareció desconcertado, pero complacido.

Ella asintió.

– ¿Por qué?

Por un momento, Brooke pensó en contarle una mentira y decirle que su mejor amiga vivía al lado, o que iba todas las semanas con un grupo de amigos a aprovechar la happyhour, pero por alguna razón que ni ella misma pudo comprender, fue completamente sincera.

– Yo estaba en el Rue B aquella noche en que el cuarteto de jazz canceló la actuación y tú improvisaste al piano. Me pareciste… Tu actuación me pareció increíble, así que le pregunté a la chica de la barra cómo te llamabas y averigüé que actuabas todas las semanas en un bar. Ahora intento ir siempre que puedo.

Se obligó a levantar la vista, convencida de que él la estaría mirando con horror e incluso con miedo; pero la expresión de Julian no le reveló nada, y su silencio la impulsó a continuar hablando más aún.

– Por eso me ha parecido tan raro cuando Trent me ha traído aquí esta noche… Una coincidencia tan extraña…

Dejó que sus palabras murieran en un incómodo silencio y de inmediato lamentó lo que acababa de revelar.

Cuando reunió valor para volver a mirar a Julian a los ojos, él estaba meneando la cabeza.

– Debes de estar asustado -dijo ella, con una risita nerviosa-. Prometo no presentarme nunca en tu casa, ni en tu lugar de trabajo. Pero no vayas a creer que sé dónde vives, ni dónde trabajas, ¿eh? Ni siquiera sé si tienes un trabajo de verdad… quiero decir… Ya sé que la música es tu verdadero trabajo, lógicamente… pero…

La mano de Julian volvió a apoyarse en su antebrazo, mientras él la miraba a los ojos.

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