– Perfecto, perfecto. No, no; en la barra estará bien -dijo Nola por teléfono, poniendo los ojos en blanco al ver a Brooke-. No, no creo que sea preciso hacer reservas para cenar. Improvisemos. Sí, me parece bien. Allí nos vemos, entonces.
Cerró el teléfono e inmediatamente cogió la jarra y se sirvió otra copa de vino tinto, antes de recordar la presencia de Brooke y servirle también a ella.
– ¿Me odias? -preguntó Brooke, mientras dejaba el abrigo sobre la silla más cercana y abandonaba el bolso empapado debajo de la mesa.
Bebió un largo y profundo sorbo de vino, saboreando la sensación del alcohol que se le deslizaba por la lengua.
– ¿Por qué? ¿Sólo porque llevo media hora sentada sola?
– Ya lo sé, ya lo sé. No sabes cuánto lo siento. Ha sido un día infernal en el trabajo. Dos de las nutricionistas a tiempo completo han llamado para decir que no se encontraban bien (lo que me parece un poco sospechoso, qué quieres que te diga) y las demás hemos tenido que cubrir sus turnos. Claro que si alguna vez quedáramos más cerca de mi casa, quizá no me retrasaría…
Nola levantó la mano.
– De acuerdo, tomo nota. No creas que no te agradezco que vengas hasta aquí. Cenar en Midtown West no apetece mucho.
– ¿Con quién estabas hablando? ¿Con Daniel?
– ¿Daniel? -Nola pareció desconcertada. Levantó la vista al techo, con cara de hacer un gran esfuerzo para pensar-. Daniel, Daniel… ¡Ah! No, eso ya está superado. Lo llevé a una cosa de trabajo al principio de la semana pasada y actuó de manera muy rara. Superextraña. No, ahora estaba quedando para mañana con un tipo de Match, com. ¡El segundo de esta semana! ¿Cómo he podido llegar a estos niveles de patetismo? -suspiró.
– Por favor, si tú no eres…
– No, de verdad. Es patético que con casi treinta años siga pensando en mi novio del instituto como mi única relación «auténtica». También es patético estar registrada en varias webs de búsqueda de pareja y quedar con hombres de todas ellas. Pero lo más patético de todo, lo que ya roza lo imperdonable, es que no me importe contárselo a cualquiera que desee oírme.
Brooke bebió otro sorbo.
– Yo no soy «cualquiera que desee oírte».
– Ya me entiendes lo que quiero decir -replicó Nola-. Si tú fueras la única en conocer mi humillación, podría soportarlo. Pero es como si me hubiera vuelto tan coriácea que…
– Bonita palabra.
– Gracias. Es la palabra del día de mi calendario y la he visto esta mañana. Como te decía, me he vuelto tan coriácea ante la indignidad que ya no pongo ningún filtro. Ayer, sin ir más lejos, pasé nada menos que quince minutos intentando explicar a uno de los vicepresidentes más importantes de Goldman la diferencia entre los hombres de Match.com y los de Nerve. Es imperdonable.
– ¿Y qué me cuentas del tipo de mañana? -preguntó Brooke, para cambiar de tema.
Era imposible no perderse con la situación sentimental de Nola de una semana para otra, no sólo porque costaba recordar con quién salía (lo que ya era todo un logro), sino porque tampoco estaba claro si de verdad ansiaba desesperadamente tener un novio formal y sentar cabeza, o si en realidad detestaba el compromiso y prefería seguir soltera y fabulosa, acostándose con unos y con otros. Cambiaba constantemente de idea, sin previo aviso, y a Brooke le resultaba muy difícil recordar si el último ligue de la semana era «increíble» o «un desastre absoluto».
Nola bajó las pestañas y frunció la boquita de labios brillantes en su mohín marca de la casa, el mismo que le servía para expresar «soy frágil», «soy dulce» y «quiero que me hagas tuya», todo a la vez. Era evidente que pensaba dar una respuesta larga a su pregunta.
– Eso guárdalo para los hombres, corazón. Conmigo no funciona -mintió Brooke.
Nola no era una belleza en el sentido tradicional de la palabra, pero eso importaba poco. Se arreglaba tan bien y desprendía tanta confianza que fascinaba por igual a hombres y a mujeres.
– Éste parece prometedor -dijo, con gesto pensativo-. Supongo que sólo es cuestión de tiempo que revele algún defecto colosal; pero hasta entonces, creo que es perfecto.
– ¿Y cómo es? -insistió Brooke.
– Hum, veamos. Formó parte del equipo de esquí alpino de la universidad (por eso lo elegí en la web) y hasta trabajó de monitor dos temporadas, primero en Park City y después en Zermatt.
– Hasta ahí, perfecto.
Nola asintió.
– Así es. Mide cerca de metro ochenta, está en forma (o al menos eso dice), tiene el pelo rubio ceniza y los ojos verdes. Se ha instalado en la ciudad hace un par de meses y no conoce a mucha gente.
– Ya le pondrás remedio tú a eso.
– Sí, supongo… -Hizo su mohín-. Pero…
– ¿Cuál es el problema?
Brooke volvió a llenar las copas de ambas y le hizo un gesto afirmativo al camarero cuando éste le preguntó si iban a tomar lo de siempre.
– Bueno, el trabajo… Como profesión, ha puesto «artista».
Pronunció la palabra como si estuviera diciendo «pornógrafo».
– ¿Y qué pasa con eso?
– ¿Lo dices en serio? ¿Qué demonios quiere decir «artista»?
– Hum, supongo que puede querer decir muchas cosas: pintor, escultor, músico, actor, escri…
Nola se llevó la mano a la frente.
– ¡Por favor! Sólo puede querer decir una cosa y las dos lo sabemos: ¡parado!
– Todo el mundo está sin empleo últimamente. ¡Si hasta queda bien estar en el paro!
– ¡Oh, vamos! Puedo tolerar que alguien esté sin trabajo por culpa de la recesión. Pero ¿por ser artista? Eso sí que es difícil de asimilar.
– ¡Nola! Es ridículo lo que dices. Hay muchísima gente, cantidad de gente, miles de personas, probablemente millones que viven del arte. Piensa en Julian, por ejemplo. Julian es músico. ¿Tendría que haberme negado a salir con él?
Nola abrió la boca para decir algo, pero cambió de idea. Se hizo un silencio incómodo.
– ¿Qué ibas a decir? -preguntó Brooke.
– Nada, nada. Tienes razón.
– No, de verdad. Estabas a punto de decir algo. Dilo.
Nola se puso a girar el pie de la copa entre los dedos, con cara de querer estar en cualquier parte menos allí.
– No digo que Julian no tenga verdadero talento, pero…
– Pero ¿qué?
Brooke se inclinó sobre la mesa y se le acercó tanto que Nola no pudo rehuir su mirada.
– No sé si yo diría que es músico. Cuando lo conociste, trabajaba de asistente de alguien, y ahora tú lo mantienes.
– Cuando lo conocí, estaba haciendo prácticas -replicó Brooke, sin tratar de disimular su irritación-. Hacía prácticas en Sony para conocer por dentro la industria discográfica y saber cómo funciona. ¿Y sabes qué? Gracias a las relaciones que hizo durante esas prácticas, le han prestado atención. Si no hubiese estado allí todos los días, intentando hacerse imprescindible, ¿crees que el jefe de nuevos talentos le habría dedicado dos horas de su tiempo para verlo actuar?
– Ya lo sé. Es sólo que…
– ¿Cómo puedes decir que no hace nada? ¿De verdad lo piensas? No sé si te das cuenta de que ha pasado los últimos ocho meses encerrado en un estudio de grabación del Midtown, produciendo un álbum. Y no es sólo un proyecto para impresionar a los amigos, no, nada de eso. Sony le ha hecho un contrato como artista (ahí tienes otra vez esa palabra) y le ha pagado un adelanto. Si eso no es un empleo para ti, no sé qué decirte.
Nola levantó las manos, aceptando la derrota, y bajó la cabeza.
– Sí, claro. Tienes razón.
– No pareces convencida.
Brooke empezó a mordisquearse la uña del pulgar. El alivio que le había proporcionado el vino se había esfumado por completo.
Читать дальше