– Intentad ver por debajo de la superficie -aconsejó el veterano aero_nauta-. Seguro que tú, Blundell, lo puedes ver, ¿verdad? Sí, claro.
– Esto sí que es nuevo -se mofó Darby Suckling-, Una fábrica de espejos submarina. ¿Cómo vamos a llevar a cabo la misión?
– Con nuestra gracia acostumbrada -respondió cansinamente el Comandante de la aeronave-. Señor Counterfly, permanezca al lado de sus lentes, querremos tantas placas de este pequeño stabilimento como pueda hacer.
– Instantáneas del mar vacío… ¡guau! -la resentida mascotte retor__do la cabeza!cía un dedo junto a su sien-, ¡no me digáis que el viejo no ha perdi
– Por una vez, me sentiría tentado de coincidir con Suckling -aña__que quizá lo expresaría con términos clínicos más precisos.dió sombríamente Lindsay Noseworth, como si hablara para sí-, aun
– Rayos, chicos, rayos -se rió entre dientes el Oficial Científico Counterfly, atareado con sus calibraciones fotográficas-, las maravillas de nuestra era, y que no os quepa duda de que ninguno de ellos será extraño al espectro de esta legendaria luz del sol italiano. Esperad a que volvamos a la sala de revelado y veréis un par de cosas, por Garibaldi que las veréis.
– Ehi, sugo! -gritó Zanni desde el timón, llamando la atención de Randolph sobre una aparición temblorosa en la lejanía, a estribor.
Randolph cogió unos prismáticos de la mesa de mapas.
– Caray, chicos, o eso de ahí delante es la cebolla voladora más gran_de del mundo o es el viejo Bol'shaia Igra otra vez, que viene de visita, sin duda con la intención de aprender un poco de cultura italiana.
Lindsay echó una mirada.
– ¡Ah, esa mezquina chalana zarista! ¿Qué puede traerlos por aquí?
– Nosotros -apuntó Darby.
– Pero nuestras órdenes estaban selladas.
– ¿Y? Alguien debió de desprecintarlas. No me vengáis ahora con que esos Romanovs no pueden pagar a un infiltrado, o incluso a dos.
Siguió un momento de lúgubre silencio en la cubierta, el reco____________________tre los propios chicos -que el más sencillo cálculo elevaría, al menos, a una veintena-, sus verdaderas aprensiones convergían en esos niveles invisibles «de arriba», donde las órdenes, que nunca llegaban firmadas ni atribuidas a nadie, se dictaban y distribuían.dequiera que hubieran ido últimamente, sin importar las medidas de seguridad y el secretismo adoptados en el cielo, tarde o temprano el inexorable Padzhitnov había acabado apareciendo en el horizonte. Fueran cuales fuesen las sospechas mutuas que hubieran florecido ennocimiento de que, más allá de cualquier posible coincidencia, a don
A lo largo de todo el día, los chicos fueron incapaces de reprimir los comentarios sobre la presencia de los rusos y sobre cómo se ha_brían enterado. Aunque esa jornada no hubo ningún encuentro con el Bol'shaia Igra, la sombra de la envoltura bulbiforme y el amenazan_te centelleo de bronce de cañón por debajo se prolongarían hasta los últimos momentos de su escala en tierra.
– No insinuarás que quienquiera que dé las órdenes a Padzhitnov es amigo de confianza de quienquiera que nos dé las nuestras -se que_jaba Lindsay Noseworth.
– Mientras sigamos cumpliendo con lo que se nos ordena -dijo Darby con el ceño fruncido-, no lo sabremos. Es el precio de una obe_diencia ciega, ¿no?
Era una hora avanzada de la tarde. Tras devolver la aeronave pres__bía reunido para cenar en el jardín de una agradabletada al recinto de los A. dell'A. en el continente, la tripulación se ha osteria en San Polo, junto a un canal poco frecuentado o, como llaman los venecia_nos a esa vía fluvial, un río. Las esposas se asomaban a los pequeños bal__pezaban a cerrarse contra la noche. Por las estrechascones para recoger la ropa que se había estado secando durante todo el día. En alguna parte, un acordeón desgarraba corazones. Los postigos em calli parpadeaban sombras. Las góndolas y las barcas de reparto menos elegantes se des_lizaban sobre unas aguas tan pulidas como el suelo de un salón de bai_le. Como un eco en el fresco crepúsculo, atravesando los conductos de viento que formaban los sotopdrteghi y doblando tantas esquinas ocul_tas que los sonidos podrían haber procedido de soñadores por siempre lejanos, uno oía los avisos extrañamente desolados de los gondolieri -«Sa stai, O! Lungo, ehi!»- mezclados con gritos de niños, tenderos, marineros desembarcados, vendedores callejeros, que ya no esperaban una respuesta, pero aun así eran apremiantes, como si intentaran re_tener lo que quedara de la luz del día.
– ¿Qué opción tenemos? -dijo Randolph-, Nadie nos diría quién informó a Padzhitnov. ¿A quién podríamos siquiera preguntar, si to_dos son invisibles?
– A no ser que, por una vez, decidiéramos desobedecer…, entonces se presentarían rápidamente -afirmó Darby.
– Claro -dijo Chick Counterfly-, sólo tardarían lo necesario para aniquilarnos en pleno vuelo.
– Así que… -dijo Randolph sosteniéndose el estómago como si fuera una bola de cristal que moviera reflexivamente-, ¿se trata sólo de miedo? ¿Nos hemos convertido en eso, en una pandilla de conejillos asustados vestidos con uniformes que deberían lucir hombres?
– Cemento de la civilización, 'nautas -gorjeó Darby-. Por siempre.
Las chicas que trabajaban allí, que hacía poco que habían bajado de las montañas o subido del Sur, se deslizaban entre las mesas, entra__gar a cualquier ambigüedad, le hizo señas a una de las atractivasban y salían de la cocina, presas de un éxtasis comprimido, como si no dieran crédito a su suerte, al estar ahí, a la deriva en el mar pálido. Chick Counterfly, el más mundano del grupo y por tanto portavoz por defecto en los encuentros con el bello sexo que pudieran dar lu cameriere.
– Que quede entre nosotros, Giuseppina (como un secreto de amantes): ¿qué has sabido esta semana de los otros pallonisti que an_dan por las lagunas?
– Así que amantes, ¿eh? ¿Qué tipo de «amante» -se preguntó Giu_seppina, divertida pero audiblemente- pensaría tan sólo en sus rivales?
– ¡Rivales! ¿Quieres decir que algún otro aeronauta (¡o quién sabe si más de uno!) pretende tener derecho sobre tu corazón? Ehi, macché, Pina!, ¿qué clase de «amada» es la que va maltratando a sus admirado_res por ahí, como hojas de una ensalada?
– A lo mejor es que busca entre las hojas un gran giadrul -le sugi_rió su colega napolitana, Sandra.
– ¡Capitán Pa-zi-no! -cantó Lucia desde la otra punta de la sala. Giuseppina pareció ruborizarse, aunque bien pudo deberse a la luz re_sidual del crepúsculo por encima de los tejados.
– Pazino… -repitió Chick Counterfly levemente perplejo.
– Se dice Pa-chit-nof -pronunció Giuseppina mientras miraba a Chick con una sonrisa formalmente triste que, en esta ciudad de ne_gociaciones eternas, bien podía significar: Y bien, ¿qué puedo esperar a cambio?
– ¡Repugnante escupitajo de sapo! -exclamó Darby Suckling-, con todos los antros de espaguetis que hay en esta ciudad, ¿quieres que me crea que esos malditos rusos tienen que venir precisamente aquí? ¿Cuán_tos eran?
Pero ella había dicho todo lo que estaba dispuesta a decir y, tras desplegar por encima de un hombro desnudo una mirada de falso re_proche dirigida al explícito joven, se marchó a cumplir otras tareas.
– Pavo de Acción de Gracias púrpura -sonrió radiante Miles Blun__pezar con eldell, que esa noche había decidido, a modo de precalentamiento, em tacchino en salsa de granada, pruebas de lo cual decoraban ya el suéter de su uniforme de permiso.
– No es una noticia muy tranquilizadora, Capitán -murmuró Darby, que buscó el apoyo de los presentes recorriendo la mesa con la mirada-, a lo mejor tendríamos que saltarnos la comida y salir pitan_do de aquí.
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