– Oh, lo siento, ¿crees que se trata de mi P.Q. otra vez?, por el in_fierno en llamas, Basnight, tienes ya una larga carrera de sabueso, has visto de todo, y debes de haber conocido a alguno de los peces gordos de los estudios, así que, dime, ¿a ti qué te parece?
– Que primero intentarían robarlo, teniendo en cuenta que el «robo», según se define en esta ciudad, incluye el pago en efectivo e incluso puede tratarse de una suma muy generosa.
– Pero hacer que todo desaparezca -dijo Roswell- podría no bas_tarles.
– ¿Qué os hace pensar que han descubierto algo? ¿Hay registros archivados? ¿Habéis hablado con algún abogado sobre solicitud de patentes?
– ¡Ja! Si alguna vez te topas con un abogado al que puedas fiarle una moneda caída de la pandereta de un ciego, vaya, pues de paso nos pillas un cerdo con alas y nos los llevaremos a los dos de gira para ha_cernos ricos.
– Parece un poco arriesgado, eso es todo.
– ¿Alguna idea sobre lo que hacer a continuación?
– Puedo apostar algunos talentos de la intimidación aquí fuera, pero aunque no sean del Sindicato, como todos los demás en esta ciu_dad, al cabo de un tiempo siempre entra mucha mazuma y todos se venden, así que tendríamos que pensar en soluciones a largo plazo.
– Pero, mierda, hay reservas inagotables de sinvergüenzas en los es_tudios, cada chico de los recados es un productor a la espera de que algo pase, no podríamos matarlos a todos…
– Estaba pensando más bien en encontraros cierta protección legal.
– Si necesitáramos un milagro, le mandaríamos un telegrama al papa -dijo Roswell.
Era una hora avanzada de la tarde cuando Lew llegó en coche a la dirección que le había dado Emilio. Aparcó a las puertas de un bungalow de estilo chalet con un pimentero en el patio, subió y lla_mó educadamente a la puerta delantera. Y le sorprendió, todo lo que podía sorprenderse a esas alturas, el glamour malicioso del rostro que apareció abruptamente. Cuarenta largos, atractiva, pero también lo que con reticencia había acabado reconociendo como atormentada. Tal vez debería haberse dado la vuelta y marcharse, pero en lugar de eso se quitó el sombrero y preguntó:
– ¿Alquilan esta casa?
– Hasta ahora no. ¿Cree usted que debería alquilarse?
Lew fingió que miraba su agenda.
– Usted debe de ser…
– La señora de Deuce Kindred. -La pantalla de la puerta proyecta____________________vocó una erección allí mismo, en el porche delantero…nar cuando lo pensó más tarde, tomó como una señal sexual, y le proba sobre su cara una extraña neblina rectilínea, que de alguna manera se extendía a su voz, algo que, por ninguna razón que pudiera imagi
– ¿He venido al lugar equivocado? -Vio cómo parpadeaba.
– Eso es fácil de saber.
– ¿Está su marido en casa?
– Entre. -La mujer retrocedió un paso y se dio la vuelta, con el principio de una sonrisa de la que ella, casi con desprecio, no le per__cipio creyó que tenía que ser por él, por su atractivo sexual de tipo duro, pero al cabo de un rato comprendió que en esta costa no había nada personal, sólo que sucedía mucho. Ella llevaba medias enrolladas hasta justo por encima de las rodillas, al estilomitió ver las fases siguientes, y lo condujo a través de la luz oliva del pequeño salón delantero hacia la cocina. Oh, iba a ser tan sórdido como el infierno, supo Lew por sus sensaciones en ese momento. Al prin jlapper. Se paró a un paso de la luz del sol amarilla y agradable que entraba a raudales en la cocina, y se quedó quieta en esa penumbra, dándole la espalda, con la cabe_za inclinada, la nuca desnuda bajo el pelo corto de salón de belleza. Lew se acercó, le levantó el dobladillo de la falda y lo subió hasta arriba.
– Bien. ¿Adonde han ido a parar los preliminares?
– ¿Usted qué cree?
– A lo mejor quiere ponerse a cuatro patas.
– Inténtelo, jodido animal.
– Vaya, así que se trata de eso, ¿eh?
– Si a usted no le importa.
A él no le importaba. Ella estaba claro que no iba a colaborar, for__vincente, gritando «qué vergüenza» tal, «bestia» pascual, «repugnante» nueve o diez veces, y cuando acabaron, o al menos acabó Lew, ella se contoneó y dijo:cejeó todo el rato y de manera, hay que reconocerlo, bastante con
– No irá a quedarse ahí dormido, espero. -Se levantó, entró en la cocina y preparó café. Se sentaron en un rincón acogedor, y Lew fi__ción de su compañera de piso Encarnación…nalmente abordó la cuestión de Jardine Maraca y la peculiar reapari
– Seguramente habrá oído hablar de esas fiestas salvajes -dijo Lake- que la gente del cine celebra en la playa o en sus mansiones de las co_linas, salen a todas horas en las revistas de escándalos.
– Sí, claro, las o rujias sexuales de Hollywood.
– Me parece que se pronuncia con una ge más suave, pero ése es el concepto. Deuce me llevó un par de veces, aunque, como explicó consideradamente, más bien se trata de no llevar a tu propia esposa. Se_gún parece, Encarnación era una asidua de esos asuntos, hasta que el Estrangulador Sincopado empezó a desmadrarse, y entonces la chica desapareció.
– Ahora tengo entendido que ha vuelto a salir a la superficie.
– Creía que era una de…
– Una de las víctimas, sí, eso pensaban todos. ¿Cree que su mari_do podría haberse enterado de algo?
– Ese que frena en la calle es él, puede preguntarle.
Deuce irrumpió dando pisotones, un cigarrillo pegado al labio inferior, con el porte de los tipos peso gallo. Lew vio una funda de hombro con un Bulldog dentro, más que probablemente un arma de empresa.
– Vaya, ¿qué habéis estado haciendo? -preguntó mirando más ri__perto en maridos celosos, y el que tenía enfrente era lo más parecido a uno totalmente indiferente que había visto en los últimos tiempos.sueño que amenazante hacia Lew. Este se había convertido en un ex
– ¿Te acuerdas de la preciosa de Encarnación? -dijo Lake por en_cima del hombro mientras salía de la cocina.
– Bonitas tetas, la estrangularon en Santa Mónica -dijo Deuce re_buscando en la nevera-, hasta donde sé sigue muerta.
– Mire, de eso se trata… -empezó Lew.
– ¿Quién le dijo que viniera a molestarnos? -dijo Deuce haciendo saltar el tapón de una botella de cerveza para subrayar la pregunta.
– Es sólo rutina. Una larga lista de nombres.
– Así que es un sabueso.
– Todo el día.
– Ni siquiera estoy seguro de habérmela follado, esas ardientes mexicanas le dan a uno demasiado trabajo, ¿no le parece?
– ¿Así que era como si sólo la viera de lejos y muy de cuando en cuando? ¿Como una masa de cuerpos retorciéndose o algo así?
– Usted lo ha dicho.
– Perdone que le pregunte -dijo Lew asintiendo, en lo que espe_raba no fuera un gesto ofensivo hacia el arma de fuego bajo la chaque_ta de Deuce, que no se había quitado-, pero ¿a qué tipo de trabajo se dedica, señor Kindred?
– Seguridad, lo mismo que usted. -Lew mantuvo las cejas alzadas amistosamente hasta que Deuce añadió-: En Consequential Pictures.
– Un trabajo interesante, diría.
– Sería bastante agradable si no fuera por esa pandilla de descerebrados anarquistas que intentan crear sindicatos cada vez que uno les da la espalda.
– Es imperdonable, no me cabe duda.
– Que quieran sindicatos en Frisco, nos la pela -dijo Deuce-, pero aquí, desde que los bastardos irlandeses pusieron la bomba en el Times, se ha abierto la veda, y pretendemos que siga así.
– Hay unos estándares que mantener.
– Lo ha entendido.
– La pureza.
Eso provocó en Deuce una mirada de soslayo de desagrado.
– ¿Se ha divertido ya bastante por aquí, señor Basnight? Si lo que busca es diversión de verdad, salga en la oscuridad de la noche, con esos dinamiteros macarronis por todas partes. Vea si es eso lo que le va.
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