La granja era un hervidero de niños, aunque cuando Cyprian los contaba, nunca veía más de dos. Su madre, Zhivka, tenía buena mano con las rosas, y mantenía una parcela en la parte de atrás de la casa donde realizaba experimentos de hibridación, que había empe_zado hacía años cruzando R. damascena con R. alba. Tenía nombres para todas, les hablaba y al cabo de un tiempo, cuando la luna y el viento eran favorables, Cyprian oía que le respondían.
– En búlgaro, claro, así que no entendí nada.
– ¿Quieres contarme algo? -murmuró Yashmeen, enorme como una barcaza, tras haber pasado un día incómodo.
– Estaban hablando de ti y del bebé. Según parece será niña.
– Sí, ésta es una bonita maceta, espera un momento, no te muevas mucho…
A medida que se acercaba el momento, las mujeres de las granjas vecinas se acercaban más a Yashmeen, mientras Reef salía en busca de la diversión que hubiera en esas regiones y Cyprian se contentaba con las iglesias, los rosales de dos metros de alto, las largas puestas de sol, la noche de un azul acerado. Los hombres lo evitaban. Cyprian se preguntó si, en un trance que ya no recordaba, habría ofendido a alguno, quizá mortalmente. No se trataba, de eso estaba seguro -y tal vez fuera lo único de lo que podía estar seguro-, de que la severidad dibujada en los rostros que se volvían hacia él no fuera la del deseo. Esa era una ilusión cuyo consuelo ya no se permitía en las que a veces parecían ser sus últimas horas. Además, le importaba un pimiento.
Había dejado de buscar compañía erótica. Otra cosa, tal vez, pero fo_llar con desconocidos ya no le preocupaba mucho.
El bebé nació durante la cosecha de la rosa, a primera hora de la mañana, cuando las mujeres ya habían regresado de los campos; nació en medio de una fragancia todavía no adulterada por el calor del sol. Desde el primer momento sus ojos se entregaron abiertos y enormes al mundo que la rodeaba. Lo que Cyprian había imaginado como terrorífico o, en el mejor de los casos, repugnante, resultó ser a la hora de la verdad irresistible, con Reef y él a cada lado de la antigua cama, cada uno sosteniendo una mano de Yashmeen mientras ella se alza____________________día ser.muraban y querían a los hombres fuera de allí. En el infierno, si poba para afrontar las oleadas de dolor, a pesar de las mujeres que mur
La placenta acabó en la tierra bajo un rosal joven. Yashmeen llamó Ljubica al bebé. Avanzada la jornada, entregó su hija a los hombres.
– Tened. Quedáosla un rato. Se dormirá.
Reef sostuvo cuidadosamente a la recién nacida, como recordaba haber sostenido a Jesse la primera vez, cambiando de pie de apoyo y moviéndose con cautela por la pequeña habitación, ladeando la ca_beza ante la inclinación del techo, y al poco se la pasó a Cyprian, que la tomó con sumo cuidado, sorprendido de lo bien que se ajustaba a sus manos la levedad de la criatura, casi levitando, pero más aún le sorprendió la familiaridad del gesto, como si eso ya hubiera sucedi____________________do definir hasta entonces, antes de que ella estuviera allí, la diminuta Ljubica dormida.curidad exterior, como si se llenara un espacio que él no había sabido incontables veces. No se atrevía a decirlo en voz alta. Pero por un breve instante sintió una especie de certidumbre, extraída a una os
Sus pezones se pusieron de repente especialmente sensibles, y se sintió desbordado por una oleada de sentimientos, un deseo de que ella se alimentara de su pecho. Respiró hondo.
– Tengo un… -susurró-, un… -Estaba seguro-. La conocí antes, previamente, tal vez en esa otra vida fue ella la que me cuidó, y ahora el equilibrio se restaura…
– Oh, le das demasiadas vueltas a todo -dijo Yashmeen-, como siempre.
Durante buena parte de ese verano, Reef y Cyprian estuvieron buscando el esquivo «campo de minas austriaco». Pasaban por par__do desde los pastos de ovejas, ladrando como homicidas. A veces Yashmeen los acompañaba, pero cada vez con mayor frecuencia se quedaba en la granja, ayudando en los quehaceres cotidianos, al lado de Ljubica.celas de tabaco y campos de girasoles, lilas silvestres en flor, gansos graznando, calles de pueblos. Perros peludos se les acercaban corrien
Cuando las rosas estuvieron recogidas y Flaco Gabrovo tuvo por fin tiempo, cumplió su palabra y llevó a Reef y a Cyprian hasta un promontorio, azotado por el viento, que dominaba una llanura sin ár__tros de altura que sostenía una antena de hierro negra y toroidal.boles. Junto a una pequeña cabaña se elevaba una torre de treinta me
– Esto no estaba aquí antes -dijo Flaco.
– Me parece que es uno de los aparatos de Tesla -dijo Reef-. Mi hermano trabajaba en eso.
Dentro de la cabaña de transmisión había un par de operadores con la oreja casi pegada a los altavoces, escuchando atentamente lo que al principio parecían sobre todo parásitos atmosféricos. Pero, cuan_to más escuchaban los visitantes, más les parecía oír de vez en cuando palabras en varios idiomas, entre ellos el inglés. Cyprian negó con la cabeza, sonriendo si no con incredulidad sí en una educada tentativa de no ofender.
– Está bien -dijo uno de los operadores-. Muchos en la profesión creen que son voces de los muertos. Hasta Edison y Marconi creían que el sistema inalámbrico sintónico podía llegar a desarrollarse como un medio de comunicación con los espíritus de los difuntos.
Reef pensó inmediatamente en Webb, y en la sesión de espiritis_mo en Suiza, y en sus comentarios jocosos a Kit acerca de telefonear a los muertos.
Desde fuera llegó un estruendo mecánico.
– Motocicletas -dijo Cyprian-, a juzgar por la vibración. Iré a echar un vistazo, ¿os parece?
Seis o siete motoristas en trajes de faena de cuero a los que el tiempo y el terreno no había hecho sino darles más estilo, montando motocicletas de cuatro cilindros trucadas: los identificó de inmediato como miembros de la unidad de élite «para el acecho» de Derrick Theign, el RRAYO, a los que había visto por última vez en la esta_ción de Trieste.
– ¿Eres tú, Latewood? -Detrás de unos anteojos ahumados, Cyprian reconoció a Mihály Vámos, un antiguo as de la escalada en el circuito húngaro. Habían pasado algún tiempo juntos en Venecia, el suficiente, esperaba, bebiendo hasta avanzada la noche, ayudándose a salir del inesperado canal, paseando por los pequeños puentes a la luz de la luna, fumando, intentando decidir qué hacer con Theign.
– Szia, haver -Cyprian asintió-. Lleváis unas máquinas muy boni_tas últimamente.
Vámos sonrió.
– No como aquellas pequeñas Puch que nos hacían montar al principio. Gangas de un intermediario Habsburgo amigo de Theign, se averiaban cada dos por tres. Estas nuevas son FN, modelos experi_mentales, ligeras, duras, rápidas. Mucho mejores.
– ¿La fábrica de armas belga?
– Oh, claro, son armas. -Miró a Cyprian-, Me alegra ver que to_davía andas por ahí buscándote problemas. Ciertamente te estamos agradecidos.
– ¿Por…?
Vámos se rió.
– No recibimos noticias muy detalladas de lo que le pasó a Theign. Un día dejaron de llegar mensajes del puesto de Venecia y desde en__gún parece nos hiciste un favor a todos.tonces hemos estado actuando de manera independiente. Pero se
Cyprian le ofreció un cigarrillo local y ambos se encendieron el suyo.
– Pero ¿todavía sigues en tu cargo aquí? ¿Y si empezara la lucha? ¿Cómo puede esperarse que yendo solo…?
Vámos hizo un gesto hacia el transmisor de Tesla.
– El Ministerio de la Guerra mantiene instalaciones de recepción en la costa de Sussex y enlaces por cable con Londres. Creíamos que tú estarías allí a estas alturas, de vuelta en Inglaterra, feliz y a salvo, bebiendo té en algún jardín. ¿Quién en sus cabales querría andar por aquí?
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