La figura alta y blanca de Yashmeen, con la sombrilla sobre el hombro, ya un espectro a plena luz del sol, se fundía con las multitu__guió viendo su pálido fantasma alargándose aun mucho después de que se hubiera desvanecido detrás del faro y los rompeolas.des que entraban y salían por los árboles entre el muelle y la Piazza Grande. Un joven abedul en un bosque sombrío. Pero él todavía si
Si hay algo de inevitable en la llegada por mar, pensó mientras contemplaba cómo las posibilidades en tierra se estrechaban pro__no, no hay duda de que existe una simetría especular en la partida, unagresivamente para acabar reduciéndose al muelle o grada de desti negación de esa inevitabilidad, una apertura desde el punto de embarque, empezando por el momento en que se aligeran cabos y se desata el destino, a la vez que aparece lo desconocido y puede que hasta lo no creado por delante y por detrás, a babor y a estri_bor, por todos lados una expansión de la posibilidad, incluso para la tripulación del barco, que puede haber hecho esa travesía cientos de veces…
El plan era recoger a Bevis Moistleigh en Pola, la base naval aus_tríaca a cinco horas de viaje por la costa, en la punta de la península de Istria. Bevis había ido allí haciéndose pasar por un neurasténico con pocos medios, y se había alojado en un modesto hotel junto a la Via Arsenale.
Bordearon tranquilamente la costa roja y verde de Istria, y cuan__biertas advirtiendo a los turistas con do se acercaban a Pola, un oficial del buque se puso a recorrer las cucámaras que, por razones mili____________________cho, del tipo que considerarían imperdonable el empleo de niños núbiles como «agentes» de campo.nes de una pareja que Cyprian ya había calado como espías de despataba bajo la tutela de una prima de su madre, Lady Quethlock, con quien hacía poco había pasado unas breves vacaciones en Venecia antes de volver a la escuela en el Zhenski Tzrnogorski Instituí de Cetinje. En cuanto Cyprian observó a tutora y pupila juntas, ciertos gestos, matices, en el roce, a veces intencionados, otras contenidos, así como tormentos infligidos públicamente de un refinamiento que él reconoció al instante, le indicaron claramente que estaba en presencia de una Lady Espía y su aprendiz. Se lo confirmaron las murmuraciona infancia en el curso de distintos accidentes de golf, y que ahora eslúcido de linón y encaje blancos, sin sombrero, encantando a todos a su paso, incluido él mismo, supuso. No le costó enterarse de que se llamaba Jacintha Drulov, que su madre era inglesa y su padre croata, ambos aristócratas, que desgraciadamente habían fallecido en su tiertares, se prohibía hacer fotografías. Cyprian se fijó en una enérgica jovencita que corría por todo el barco en un traje de marinerita trans
– ¿En qué está pensando esa maldita mujer?
– Zorra con suerte, la llamaría yo. Yo sí que sé lo que estoy pen_sando.
Cuando Bevis Moistleigh subió a bordo en Pola y vio a Jacintha, al instante y públicamente, se enamoró perdidamente. Cyprian se ale__cubrir Bevis por sí solo.gró mucho por él, claro, pues hay poca pasión en el mundo, ¿no?, pero optó por guardarse para sí sus sospechas sobre la taimada capullita de alhelí, al menos por el momento, en parte para ver cuánto podía des
El John of Asia pasaba entre ciudades-isla, variaciones del tema de Venecia, cúpulas, villas y santuarios arpegiados a lo largo de la irre_gular costa croata, campanarios blancos y torres menos explicables, mas antiguas, más grises, erigidas contra alguna antigua visita que ya no podía definirse, y extraños islotes en miniatura que no solían aparecer en las cartas marinas, con antiguos edificios demasiado pequeños para el culto, la vigilancia o el encarcelamiento. Unos peces que en la zona se conocían como «golondrinas de mar» saltaban entre las crestas de las olas. Desde el salón, donde águilas bicéfalas adorna__perada que estuviera por tener compañía, habría soportado sentada; sin embargo, resultaba que Jacintha parecía escuchar con una peculiar seriedad.ban los muebles, los cortinajes y casi cualquier sitio al que se mirara, Cyprian contemplaba el escenario en movimiento, mientras Bevis soltaba una interminable parrafada que ninguna chica, por más deses
– Como muchos han demostrado, en especial, supongo, Baden-Powell, no puede subestimarse el valor de fingir que se vive en un es_tado de estulticia. Es más, Jacintha, ¿sabías que ahora existe una rama entera del espionaje que se llama Estulticia Aplicada? Sí, incluida mi propia escuela, una especie de centro de formación dirigido por el Servicio Secreto, en realidad cerca de Chipping Sodbury, el Moder_no Instituto Imperial para la Instrucción Intensiva Ideal en Idiocia, o M.6I., como se le suele llamar.
– Cuánto más divertido, Bevis, que la aburrida academia para jovencitas a la que debo asistir, tan espantosamente normal, ya sabes.
– Pero, Jacintha, hazte la idea de que en el M.6I. ningún aspecto de la vida escolar se deja de lado, incluso la comida era idiota; en el re_fectorio, por ejemplo, la manía de las fritangas se amplió a extraños productos como bombones de chocolate y magdalenas, que se freían en aceite abundante…
– Vaya, así que no había pescado, Bevis.
– Por Dios, claro que no, Jacintha, eso sería «alimento para el cere_bro», ¿no?, y el uniforme escolar incluía un sombrero puntiagudo que uno debía llevar puesto muy ceñido, especialmente cuando dormía, y una corbata indeciblemente espantosa del tipo que, en el mundo ci__zar los ojos, relajar los labios, andar con pasos irregulares tan variados como pasos de baile existen…vil, sinceramente, sólo, bueno, llevarían los idiotas… La instrucción física empezaba cada amanecer con una serie de ejercicios para cru
– ¿Tantos? ¿De verdad? -Jacintha agitaba las pestañas.
– Déjame que te lo enseñe. -Hizo una señal a la banda-. Chicos, ¿conocéis El idiótico?
– ¡Claro! -respondió el acordeonista-, tocamos Idiótico ¡y nos pagas!
La pequeña orquesta empezó a tocar el animado two-steps que por entonces hacía furor en la Europa civilizada, y Bevis, agarrando a Jacintha, empezó a tambalearse con poca coordinación por el salón de bolsillo, mientras la valiente jovencita hacía cuanto podía para se_guirle, y ambos cantaban:
En la pista, era un aburrimiento, hasta que descubrimos ese emocionante paso exótico, que se llama El idiótico…
¿Cabeza de alfiler?,
¿baba por la barbilla?
Pueden servirte
para dar un giro, aunque
parezca neurótico,
¡es El idiótico!
Coge todos esos
valses y polcas,
y guárdalos en el armario,
porque hay un atolondrado ritmo hoy…
Es el nuevo idiótico, es como hipnótico,
¡a su propio aire imbécil!
(Vamos).
Pruébalo una vez y descubrirás
que has perdido la cabeza por la moda del momento,
es única
y tan narcótica que me atrevo a decir que…
¡harás El idiótico hasta
que tengan que venir a recogerte!
– Y tengo que decirte, Jacintha, que las chicas de los bailes a los que se nos obligaba a asistir no eran, ni de lejos, tan animadas como tú.
Muy serias, obsesionadas siempre con pensamientos oscuros. Bueno, de hecho, varias acabaron en instituciones especiales…
– Ay, Dios -gorjeó Jacintha-, qué espanto para ti, Bevis, obvia_mente te escapaste, ¿cómo lo lograste?
– Bueno. Ciertos acuerdos. Siempre son posibles entre caballeros, y sin resentimientos.
– Entonces, espero, conservas… -el matiz levemente extranjero que le daba a las vocales producía un efecto seductor- lo que se les supone a todos los caballeros.
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