– Pero eso fue sólo el principio -dijo Stone.
– Efectivamente -dijo Flower-. No nos dormimos en los laureles. Ingresando más de un millón al año, podíamos hacer prácticamente lo que nos diera la gana. Incluso después de comprar esta casa, nada nos impedía usar el dinero para hacer más dinero.
– ¡El país de los pavos! -exclamó Stone, soltando una breve risotada.
– Bingo, una diana perfecta -dijo Flower-. En cuanto nos hicimos ricos empezamos a hacernos más ricos. Y una vez que fuimos muy ricos, llegamos a ser fabulosamente ricos. Yo entendía de inversiones, después de todo. Habíamos estado tantos años manejando el dinero de tras personas que, como es natural, había aprendido algún que otro truco. Pero, para ser sinceros con ustedes, nunca supusimos que las cosas saldrían tan bien como salieron. Primero fue la plata. Luego los eurodólares. Después el mercado de artículos de consumo. Bonos basura, superconductores, bienes raíces. Cualquier sector que se les ocurra, seguro que hemos obtenido beneficios en él.
– Bill iene el toque de Midas -dijo Stone-. Una mano que deja pequeñas a todas las demás.
– Ganar la lotería fue una cosa -dijo Flower-, pero uno pensaría que ahí se acababa la historia. Un milagro que sólo ocurre una vez en la vida. Pero nuestra racha de buena suerte ha continuado. Hagamos lo que hagamos, todo parece salirnos bien. Ahora nos llueve tanto dinero que la mitad lo damos para fines benéficos, y así y todo tenemos tanto que ya no sabemos qué hacer con él. Es como si Dios nos hubiera escogido. Nos ha colmado de fortuna y nos ha elevado a las cimas de la felicidad. Sé que esto puede sonar presuntuoso, pero a veces siento que nos hemos vuelto inmortales.
– Puede que estéis nadando en pasta -dijo Pozzi, entrando al fin en la conversación-, pero no se os dio tan bien cuando jugasteis conmigo al póquer.
– Es cierto -dijo Flower-. Muy cierto. En los últimos siete años es la única vez que nos ha fallado la suerte. Willie y yo metimos mucho la pata aquella noche, y tú nos diste una soberana paliza. Por eso teníamos tantas ganas de organizar la revancha.
– ¿Qué os hace pensar que esta vez va a ser diferente? preguntó Pozzi.
– Me alegro de que hagas esa pregunta -contestó Flower-. Después de que nos derrotaras el mes pasado, Willie y yo nos sentimos humillados. Siempre nos habíamos considerado unos jugadores bastante respetables, pero tú nos demostraste que estábamos equivocados. Así que, en lugar de renunciar, decidimos mejorar. Hemos estado practicando día y noche. Hasta hemos recibido lecciones de alguien.
– ¿Lecciones? -dijo Pozzi.
– De un hombre que se llama Sid Zeno -contestó Flower-. ¿Has oído hablar de él?
– Claro que he oído hablar de Sid Zeno -respondió Pozzi-. Vive en Las Vegas. Ya va para viejo, pero fue uno de los seis mejores jugadores del país.
– Sigue teniendo una excelente reputación -dijo Flower-. Así que le traJimos en avión desde Nevada y terminó pasando una semana con nosotros. Creo que esta vez comprobarás que nuestro juego ha mejorado mucho, Jack.
– Eso espero -dijo Pozzi, evidentemente nada impresionado, pero tratando de seguir siendo cortés-. Sería una lástima haber gastado todo ese dinero en clases sin sacar nada de ellas. Apuesto a que el viejo Sid cobró una buena cantidad por sus servicios.
– No salió barato -respondió Flower-. Pero valió la pena. En un momento dado le pregunté si había oído hablar de ti, pero me confesó que no conocía tu nombre.
– Bueno, el viejo Sid está un poco fuera de onda hoy en día -dijo Pozzi-. Además, yo estoy aún al principio de mi carrera. Todavía no se ha corrido la voz.
– Supongo que se podría decir que Willie y yo también estamos al principio de nuestra carrera -dijo Flower, levantándose del sillón y encendiendo otro puro-. La partida de esta noche será emocionante, por lo menos. Me apetece muchísimo.
– A mí también, Bill -dijo Pozzi-. Va a ser explosiva.
Comenzaron la visita a la casa en la planta baja, recorriendo una habitación tras otra mientras Flower les hablaba de los muebles, las reformas arquitectónicas y los cuadros que colgaban de las paredes. Ya en la segunda habitación, Nashe notó que el hombretón rara vez olvidaba mencionar lo que había costado cada cosa y, a medida que el catálogo de gastos aumentaba, descubrió que estaba desarrollando una clara antipatía hacia aquel grosero individuo que parecía tan engreído y que disfrutaba tan desvergonzadamente con los nimios detalles de su mentalidad de contable. Como antes, Stone no dijo casi nada, excepto algún que otro comentario incoherente o redundante, el perfecto pelotillero esclavo de su amigo, más voluminoso y agresivo. La situación comenzó a deprimir a Nashe y llegó un momento en que apenas podía pensar más que en lo absurdo de su estancia allí, enumerando las extrañas conjunciones del azar que le habían llevado a aquella casa en aquel momento, al parecer con el único fin de escuchar el jactancioso parloteo de aquel desconocido gordo e hinchado. De no haber sido por Pozzi, podía haber caído en un serio estado de pánico. Pero allí estaba el muchacho, yendo alegremente de habitación en habitación, rebosante de sarcástica cortesía mientras fingía seguir lo que Flower explicaba. Nashe no pudo por menos que admirarle por su espíritu, por su habilidad para sacar el máximo partido de la situación. Cuando Pozzi le hizo un rápido guiño de diversión en la tercera o cuarta habitación, se sintió casi agradecido, como si fuera un rey taciturno al que las chanzas del bufón de su corte levantan el ánimo.
La cosa mejoró considerablemente cuando subieron al primer piso. En lugar de enseñarles los dormitorios que había detrás de las seis puertas cerradas en el vestíbulo principal, Flower les llevó al final del pasillo y abrió una séptima puerta que conducía a lo que él llamó el “ala este”. Aquella puerta era casi invisible, y Nashe no se percató de ella hasta que Flower puso la mano en el picaporte y empezó a abrirla. Cubierta con el mismo papel que el resto del pasillo (un feo y anticuado dibujo de flores de lis en apagados tonos rosa y azul), la puerta estaba tan hábilmente camuflada que se fundía en la pared. La sala este, explicó Flower, era donde Willie y él pasaban la mayor parte de su tiempo. Era una nueva sección de la casa que ellos habían construido poco después de trasladarse a la mansión (y aquí dijo la cantidad exacta que había costado, una cifra que Nashe trató de olvidar rápidamente), y el contraste entre la casa vieja, oscura y con cierto olor a humedad, y esta nueva ala era imponente, casi asombroso. En el momento en que cruzaron el umbral se encontraron bajo un cristal de muchas facetas. La luz caía a raudales desde arriba, inundándoles con la claridad de media tarde. Los ojos de Nashe tardaron un momento en adaptarse, pero luego vio que aquello no era más que un corredor. Directamente enfrente de ellos había otra pared recién pintada de blanco con dos puertas cerradas.
– Una mitad pertenece a Willie y la otra es mía -dijo Flower.
– Esto parece un invernadero -dijo Pozzi-. ¿Es a eso a lo que os dedicáis, a cultivar plantas o algo así?
– No exactamente -contestó Flower-. Pero cultivamos otras cosas. Nuestros intereses, nuestras pasiones, el jardín de nuestras mentes. Da igual el dinero que tengas. Si no hay una pasión en tu vida, no vale la pena vivir.
– Bien dicho -dijo Pozzi, asintiendo con fingida seriedad-. Yo mismo no lo habría expresado mejor, Bill. 1
– Da lo mismo qué parte visitemos primero -dijo Flower-, pero sé que Willie está especialmente deseoso de enseñarles su ciudad. Quizá deberíamos empezar por la puerta de la izquierda.
Sin esperar a oír la Opinión de Stone al respecto, Flower abrió la puerta y con un gesto hizo pasar a Nashe y Pozzi. La habitación era mucho mayor de lo que Nashe había imaginado, un lugar de dimensiones parecidas a las de un establo. Con su alto techo transparente y su suelo de madera clara, parecía todo espacio y luz, casi una habitación suspendida en medio del aire. A lo largo de la pared de la izquierda había una serie de bancos y mesas, cuyas superficies estaban abarrotadas de herramientas, restos de madera y un extraño surtido de objetos de metal. La única otra cosa que había en el cuarto era una enorme plataforma que se alzaba en el centro del suelo, cubierta con lo que parecía una maqueta a escala, en miniatura, de una ciudad. Era algo maravilloso de ver, con sus locos capiteles y edificios realistas, sus estrechas calles y microscópicas figuras humanas, y cuando los cuatro se aproximaban a la plataforma, Nashe empezó a sonreír, atónito ante la pura inventiva y la primorosa minuciosidad de todo ello.
Читать дальше