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Iain Banks: Pasos sobre cristal

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Iain Banks Pasos sobre cristal

Pasos sobre cristal: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de , son tres historias en realidad. En la primera tenemos a Graham, un joven artista que se dirige a casa de su amiga Sarah, acompañado de una carpeta con varios dibujos de ella. En segundo lugar está Steven Grout, un tipo verdaderamente extraño, que acaba de renunciar a su puesto de trabajo y que siempre va con casco, huyendo de sus Atormentadores. Y por último tenemos a Quiss y Ajayi, un hombre y una mujer, respectivamente, ya mayores, que están encerrados en un extraño castillo, algunas de cuyas paredes son de cristal, detrás de las cuáles hay peces luminiscentes, y donde pasan los días jugando a estrambóticos juegos de mesa con el fin de poder obtener la opción de responder a un acertijo, y así poder salir libres.

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—¿Pero no te parece divertido? —preguntó Slater, tratando de circundarle para inspeccionar su rostro. Graham evitó los ojos de su amigo. Se preguntaba si Slater tenía la intención de acompañarle durante todo el trecho, o si sólo se dirigía a la Galería Air, frente a la cual justo caminaban en aquel momento, y en donde él solía pasar algunas tardes. A Graham no le importaba que Slater supiera lo de Sara —después de todo, había sido él quien los había presentado— pero aquel día no quería compartirlo con nadie. Además, le turbaban las miradas que los transeúntes le dirigían a Slater, a pesar de que su amigo parecía no advertirlas. Lo menos que podría hacer, pensó Graham, era quitarse esa ridícula gorra de tartán.

—Es… está bien —consintió mientras salían del pasadizo formado por los deteriorados edificios y la cerca verde—, pero… —miró a Slater sonriendo— no dejes de lado tus obligaciones.

—¡Y tú no me repitas mis propias frases, joven inexperto!

—De acuerdo —dijo Graham, volviendo a mirar a Slater—. Concéntrate en la cerámica.

—Haces que me sienta una vasija.

—Eso es de tu cosecha.

—Oh, vaya —dijo Slater—; de acuerdo, touché, qué más da de todos modos. —Se detuvo ante el paso para peatones que llevaba a la Avenida Rosebery y por la cual se iba al edificio cuadrado de ladrillos rojos de la Galería Air. Graham se giró para mirarle de frente—. ¿Pero no te ha gustado mi último argumento?

—Pues, —dijo Graham lentamente, juzgando que sería mejor decir algo agradable—, es bueno, pero tal vez precise algo más de elaboración.

—Ajá —dijo Slater, dando un paso atrás y haciendo girar sus ojos. Luego volvió a acercarse, con los ojos entrecerrados, pegando su rostro casi junto al de Graham, por lo que éste tuvo que retraerse un poco—. Algo de elaboración, ¿eh? Pues veo difícil que la Galería Nacional de Retratos te pida un encargo cuando yo sea famoso.

—¿Te diriges hacia allí? —señaló Graham la acera opuesta de la calle.

Slater se movió con indolencia y asintió con la cabeza, mirando la galería el otro lado de la calle.

—Supongo que sí. Estás tratando de librarte de mí, ¿no es eso?

—No, para nada.

—Claro que sí. Me has estado apresurando durante todo el camino.

—De ninguna manera —protestó Graham—. Lo que sucede es que tú caminas despacio.

—Te estaba hablando.

—Bueno, yo puedo caminar y escuchar al mismo tiempo.

—Oh, vaya, el multifacético hombre de la Escuela de Arte. De todos modos, no te inquietes; te apuesto a que sé adónde te diriges.

—No me digas —Graham se esforzó por mostrarse ingenuo.

—Sí, te lo puedo decir —dijo Slater—. Deja de fingir esa postura indiferente. —Sobre su rostro apareció una sonrisa similar a una mancha de aceite sobre el agua quieta—. ¿Estás pirrado por nuestra Sara, no es cierto?

—Oh, profundamente —dijo Graham, tratando de sobreactuar; pero podía ver que Slater no se dejaba engañar. Pero no era así; no se trataba de algo tan vulgar, o incluso si lo fuera no se debía hablar sobre ello de aquella manera; no en ese momento, todavía no.

—Ellas no se lo merecen, chico —dijo Slater, sacudiendo su cabeza con tristeza y conocimiento—. Te dejará plantado. Tarde o temprano lo hará. Ellas siempre lo hacen.

Graham se alegró un poco a causa de aquella alusión directa; no era más que misoginia homosexual, y ni siquiera algo tan genuino como eso, sino tan sólo otra de las actuaciones de Slater. Se rio meneando la cabeza.

Encogiéndose de hombros, Slater dijo:

—Bien, al menos sabes que cuando te dejen en la estacada siempre puedes venir corriendo a refugiarte en mí. —Se palmeó su hombro derecho con el brazo opuesto—. Tengo unos hombros muy buenos sobre los cuales llorar.

—No —se rio Graham— mientras sigas usando esa gorra, camarada. —Slater entrecerró los ojos y se ajustó sobre la cabeza su gorra de tartán—. Bien —continuó diciendo Graham apresuradamente—, en verdad ahora tengo que marcharme —y comenzó a dar unos pasos hacia atrás.

—De acuerdo, entonces —suspiró Slater con añoranza—. Haz todas las cosas que yo jamás soñaría hacer, pero no te olvides de lo que te ha dicho tu Tío Richard. —Haciendo una mueca, le lanzó a Graham un beso, y despidiéndose con un ademán cruzó la calle aprovechando que no había tráfico. Graham le saludó también con la mano y luego se alejó—. ¡Graham! —exclamó súbitamente Slater desde la acera de enfrente. Graham, con un suspiro, se giró para mirar.

Slater se hallaba en la entrada de la galería, en frente de uno de sus grandes ventanales. Colocó una mano en el bolsillo de su chaqueta y a continuación su pajarita se iluminó; las piedrecitas rojas eran en realidad luces. Se encendían y se apagaban. Slater comenzó a reírse mientras Graham, meneando su cabeza, se encaminaba cuesta arriba por la Avenida Rosebery.

—¡Un destello fugaz! —gritó Slater a lo lejos.

Graham se rio para sus adentros, pero hubo de detener sus zancadas debido a un motociclista de cabellos largos y sucio mono que empujaba delante suyo a través de la calzada una gran moto Guzzi con objeto de introducirla en el patio de los edificios conocidos como Plaza Rosebery. Graham observó secretamente al hombre de la motocicleta, y a continuación sacudió su cabeza diciéndose a sí mismo que no fuera tan estúpido. Aquel individuo no se parecía en nada a Stock, la moto era muy distinta de la enorme BMW negra que conducía Stock, y de cualquier modo los presagios eran una tontería. A Stock se le había acabado el tiempo; era algo de lo cual estaba seguro después de la conversación telefónica mantenida con Sara aquella mañana.

Inspiró profundamente y relajó sus hombros, pasando el gran portafolio negro de una mano a la otra. ¡Qué azul tan intenso el del cielo! ¡Qué día maravilloso! Todo a su alrededor le hacía vibrar, no importaba lo que fuese; la luminosidad de aquel día de junio, el olor de la comida barata y de los gases de escape; el canto de los pájaros, la charla de los transeúntes. Nada saldría, nada podría salir mal hoy; deseó encontrar un local de apuestas y apostar algo de dinero a un caballo, tan afortunado se sentía, tan animado, tan en armonía.

El señor Smith

¡Despedido!

Con los labios apretados, puños cerrados, ojos entreabiertos, la respiración contenida, erguido, su estómago firme, el pecho afuera, los hombros echados hacia atrás, Steven Grout [4] Grout : en inglés, harina gruesa, o lechada (N. del T.) salió precipitadamente del almacén del cual acababa de ser echado, marchándose para siempre de su estúpido trabajo y de toda aquella detestable gente. Llegó hasta un coche aparcado junto al bordillo de la acera, se detuvo, inspiró profundamente, y continuó caminando. Qué más daba el nombre de la calle, pensó; tan sólo lo cambiarían. Observando los coches, autobuses, furgonetas y camiones que pasaban delante de él, calculó la distancia que había hasta el próximo coche aparcado el cual le resguardaría de ellos.

Habían estado arreglando el pavimento de la acera, y le era dificultoso sincronizar sus pasos para que el medio de cada pie cayese exactamente sobre las juntas que separaban a los adoquines, pero con un poco de concentración y unos cuantos juiciosos pasos cortos lo consiguió; más adelante se encontró con un largo surco azul grisáceo de asfalto en donde obviamente habían reparado una tubería, y optó seguir caminando por allí, despreocupándose de los adoquines y de las juntas que los separaban.

Aún se sentía acalorado y pegajoso del ataque de la Pistola Microondas. Volvió a recordar, nuevamente, el enfrentamiento en la oficina del señor Smith.

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