Graham pasó junto a un taller abandonado de la Avenida Rosebery; los carteles anunciaban grupos de rock y sus discos. El tráfico bullía y el sol azotaba, pero Graham recordó el mes de enero, y un escalofrío le invadió el cuerpo ante la memoria de aquella larga caminata.
Calle de la Media Luna, se repitió a sí mismo incansablemente mientras caminaba aquella noche. Ella vivía en la calle de la Media Luna (antes de marcharse se había cuidado bien de memorizar su dirección, así que aunque Slater hubiera perdido su número, ella no se perdería para él). Para Graham se convirtió en una especie de canto, en un mantra; calle de la Media Luna, calle de la Media Luna, calledelamedialuna…
Un canto.
Una letanía.
¡Desocupado!
Se sentó en una silla de plástico de la Oficina de Empleo. En aquellos lugares las sillas eran todas iguales; lo comprobó en cada una de las oficinas de empleo y en las de la Seguridad Social que había estado. No es que fueran exactamente iguales; él había visto diferentes modelos, pero todas pertenecían a la misma clase. Se preguntó si alguna de esas sillas estaba provista de un dispositivo de seguridad contra las microondas.
Una mujer le había estado atendiendo, pero ahora ya no estaba. Al parecer no se vio capaz de arreglárselas con él. Probablemente ellos no se esperaban esto. No se habían preparado de un modo adecuado.
Decidió no regresar directamente a la pensión, ni dirigirse aún al pub. Eso era lo que ellos esperaban que hiciera. Despedido hacía escasas horas, o mejor dicho «renunciado», y con todo ese dinero; por supuesto, lo obvio hubiera sido irse a casa o a beberse un trago. Ellos no se esperaban que él iría a la Oficina de Empleo a solicitar trabajo. Por lo tanto, cuando vio el letrero en la calle justo delante suyo, no dudó en entrar, sentarse y exigir ser atendido.
—¿Señor…? —se dirigió a él un hombre. Traje ligero, cabello corto, cara cubierta de pecas, pero con expresión de responsabilidad. Se sentó frente a Grout aferrándose con ambas manos al inmenso papel secante blanco que casi recubría la superficie del pequeño escritorio.
—¿Qué? —dijo Grout receloso. No le había prestado atención.
—¿Su nombre es…? —dijo el joven.
—Steven —dijo Grout.
—Ah… ¿es su nombre de pila?
Inclinándose hacia adelante, Grout colocó un puño sobre el escritorio y miró al hombre fijamente a los ojos, entrecerrando los suyos, que brillaban de ira, mientras le decía:
—¿Cuántos más se cree que puedo tener?
El joven pareció confundido y preocupado. Steven se cruzó de brazos y sintiéndose triunfante se reclinó en su asiento. ¡Eso le había derrotado! Steven se echó hacia atrás el casco protector. Aquello iba realmente sobre ruedas. Por una vez sintió que era él quien llevaba la voz cantante, sin que ellos aún tuvieran oportunidad de utilizar su Pistola Microondas; se sintió tranquilo y relajado. De ellos dos, el que se veía más acalorado e inquieto era el joven empleado de la Oficina de Empleo.
—¿Podríamos empezar de nuevo? —dijo el joven, sacando una pluma y golpeando con una de sus puntas su dentadura inferior. Sonreía impacientemente.
—Oh, por supuesto —dijo graciosamente Steven—. Soy un experto en comienzos. Adelante.
—Muy bien —dijo el joven, inspirando.
—¿Cuál es su nombre? —dijo repentinamente Grout, volviendo a inclinarse sobre el escritorio.
El joven empleado le contempló durante unos instantes.
—Starke [11] Juego de palabras entre starke y stark, que en inglés significa tieso, estricto (N. del T.)
—dijo.
—Está usted llamando la atención, o…
—Escuche, señor —dijo seriamente el joven llamado Starke, depositando la pluma sobre el escritorio—. Estoy intentando cumplir con mi trabajo; ahora bien… ¿enfocaremos este asunto de una forma sensata, o no? Porque si no, hay muchas personas que…
—Y usted escúcheme a mí, empleado Starke —dijo Grout, dando golpes con un dedo encima del escritorio. Starke miró el dedo, por lo que tuvo que retirarlo al recordar cuán sucias estaban sus uñas—. Soy un desocupado, sabe. Yo no tengo un bonito y seguro puesto de funcionario con jubilación y… y otras cosas. Soy una víctima de la recesión económica. A usted podrá parecerle una broma…
—Le aseguro que…
—… pero yo sé lo que sucede, y sé por qué estoy aquí y por qué lo está usted. Oh, sí. No soy un estúpido. No se crea que podrá engañarme como a un niño. Conozco la situación, como ellos suelen decir. Podré tener treinta y sie… treinta y ocho años, pero soy capaz de «conectar» muy bien, y sé que no todo funciona «a pedir de boca» como la gente se cree. A usted podrá parecerle una tarea fácil, y quizá lo sea, pero a mí no se me engaña así como así, oh no. —Grout se relajó en su silla, asintiendo enfáticamente con la cabeza. No siempre se expresaba correctamente, y él era el primero en admitirlo, pero no se trataba tanto de lo que uno decía, sino del modo en que lo hacía. Eso lo había dicho alguien famoso.
—Bien, señor, no seré capaz de ayudarle a menos que usted me permita hacerle ciertas preguntas.
—Vale, pues —dijo Grout, abriendo sus brazos de par en par y mirándole asombrado—, adelante. Ya comprendo; estoy preparado. Pregunte lo que quiera.
Starke lanzó un suspiro.
—Perfecto —dijo—. ¿Cuál es su nombre?
—Grout —dijo Steven.
—¿Es ése su nombre de familia? —preguntó Starke.
Grout lo meditó cuidadosamente. Siempre se confundía con estas cosas. ¿Qué era nombre de familia y qué era nombre de pila? Era como peso neto y peso bruto; siempre los mezclaba. ¿Por qué la gente no decía simplemente primero y segundo? Tan sólo para confundirle, no cabía duda. Pero sin embargo, había una manera de determinarlo. Si uno recibía el tratamiento de «señor», entonces el nombre que venía después, el primero, debía de ser, por lógica, el nombre de familia [12] Juego de palabras intraducible al castellano, en donde se alude al sir, de señor, y a surname, nombre de familia, o apellido (N. del T.)
… y en cuanto al nombre de pila, es decir de bautismo, era fácil porque Bautista se había llamado Juan Bautista, y por lo tanto el nombre de pila era obviamente el segundo… y así era como podía deducirlo.
Este procedimiento le pareció razonable, pero ahora que lo pensaba no estaba seguro de si esta manera de recordarlo era la errónea o la acertada. Decidió optar por lo seguro.
—Mi nombre es Señor Steven Grout.
—Muy bien —dijo Starke, apuntándolo—. ¿Se escribe igual que ese material que se usa para unir ladrillos y cosas parecidas, no es así? —Starke levantó la vista.
Los ojos de Steven se entrecerraron.
—¿Qué está tratando de insinuar?
—Yo… yo no…
—No permitiré sus insinuaciones —dijo Steven, golpeando la parte delantera del escritorio—. Me gustaría saber con qué derecho usted se dirige a mí con esa clase de insinuaciones ¿eh? Contésteme.
—Yo…
—No, no puede, ¿no es cierto? Y yo le diré el porqué. Porque yo no estoy aquí por propia voluntad, ésa es la razón. Yo no soy uno de sus gorrones. Para su información, jamás he elegido la vía fácil. He pasado por momentos muy duros pero siempre manteniendo mi dignidad, y jamás permitiré que alguien me la quite. No dependo de nadie y con los tiempos que corren eso es algo muy valioso; incluso si no ha tenido los mismos problemas que yo, cosa que no creo, ya que resulta completamente obvio, usted es el que está sentado del otro lado haciendo las preguntas. Tiene que darse cuenta, empleado Starke…
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