Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad

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«La fortaleza de la soledad ejemplifica, sin necesidad de grandes aspavientos vanguardistas, nuestro paradójico signo de los tiempos», Qué Leer
Esta es la historia de un chico negro y uno blanco: Dylan Ebdus y Mingus Rude, vecinos que comparten sus días y defienden su amistad a capa y espada desde un rincón de Nueva York. Esta es la historia de su infancia en Brooklyn, un barrio habitado mayoritariamente por negros y en el que comienza a emerger una nueva clase blanca. Esta es la historia de la América de los años setenta, cuando las decisiones más intrascendentes -qué música escuchar, qué zona ocupar en el autobús escolar, en qué bar desayunar- desataban conflictos raciales y políticos. Esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción. Esta es la historia que Jonathan Lethem nació para contar. Esta es La fortaleza de la soledad.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) es una de las voces más inventivas de la ficción contemporánea. Es autor de nueve novelas y depositario de distinguidos galardones, como el Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos.

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La-La contestó al falsetto de Marilla con una mofa:

– «¡Tienes que dejarlo, baby! Oh, sí. ¡Tienes que dejarlo!».

Sería el punto culminante del verano de 1977 a pesar de que todavía estaban a principios de julio: Grandmaster DJ Flowers y los suyos vienen desde Flatbush a pinchar en el patio de la EP 38 después de la fiesta vecinal de la calle Bergen. Ha corrido la voz. Es el día más caluroso en lo que va de verano pero nadie se queja, nadie está cansado; el sol cae en picado sobre Manhattan y el puerto, emitiendo una luz anaranjada, pero el día todavía no ha empezado, no si estabas al corriente de lo que se preparaba. No había cerveza en el mundo para tranquilizarte ni adormecerte. La fiesta de la manzana no es más que el preludio: los renovadores blancos que asan chuletas en los jardines delanteros en un intento de conocer a los vecinos y un par de hispanos que tocan los tambores, nada especial. Los niños pequeños enloquecen; los niños se mezclan con las niñas, los hispanos con los negros y los blancos como hacían también ellos a su edad. Se agotan al sol, ganando y perdiendo premios tontos, balones, gremlins de pelo verde, beben zumo mezclado con hielo picado en conos de papel, dejan que un payaso que en realidad es la madre de uno de ellos con una peluca fosforescente de pelo rizado les pinte la cara. Los pequeños gritan y corren y a las cuatro ya están sucios y llorando. Los chicos mayores esperan a la noche. Matan la tarde sentados en las escalinatas, observando el inmenso bote de helio que usan para hinchar globos y comiendo platos de paella que cuestan un dólar y medio.

A las seis los primeros chicos han empezado a reunirse en el patio de la escuela, aunque Flowers no llegará hasta el anochecer. Mientras, las bandas locales esperan, montan alguna escaramuza para abrir apetito. La EP 38 es el dominio de los Flamboyan, dado que su reconocido DJ Stone opera frente al sótano del centro juvenil Colony South Brooklyn, en la puerta de al lado de la escuela. De hecho, los planes de esta noche son resultado de una invitación de los Flamboyan. Aunque eso no significa que nadie dispute la primacía de los Flamboyan. La geografía dicta que el patio de la 38 ejerza de nexo entre diferentes fuerzas, ya que los chicos de Atlantic Terminals cruzan por allí al bajar de Fort Greene y los de las casas Wyckoff suben desde Nevins. Además los tipos duros del instituto Sarah J. Hale inundan la vecina manzana de Pacific desde todas partes.

Por tanto, de Red Hook han llegado los Disco Enforcers: se han enterado de la visita de Flowers y han pedido participar en la reunión. Los Flamboyan se han visto empujados a una batalla de pinchadiscos cuando lo único que pretendían era recibir a Flowers y caldearle el ambiente. De todos modos no hay ningún problema, Stone se encarga del tema. Es tan bueno con la mesa que, de no ser por Flowers, sería el rey de Brooklyn. Las bandas rivales trabajan juntas para montarlo todo, roban electricidad de las farolas y echan un cable hasta el fondo del patio para conectar los platos y los amplificadores. Al mismo tiempo intentan ocultarse unos a otros las cajas con los doce pulgadas con la idea de mantener el efecto sorpresa. Tanto secretismo roza la broma: todos, incluido Flowers, están seguros de que pincharán los mismos quince o veinte temas.

Empiezan los Disco Enforcers. Son todos negros y compensan sin problemas cualquier asociación homosexual que pueda sugerir la primera parte de su nombre. De igual modo, sus partidarios bailan en patines -ellos lo llaman «uprocking»- y nadie se ríe. Equilibran flexiones de rodilla y giros sobre un talón con una serie de poses en las que se agarran la entrepierna y aprietan con estilo agresivo y provocador. Uno finge por mimo que te mete una verga larga como una manguera de bomberos. El DJ de Red Hook se apoya en «Fatbackin» de la Fatback Band y «The Mexican» de Babe Ruth, pero también sorprende a los congregados con «Stone Thing (Part 1)» de Alvin Cash and the Registers, un tema poco conocido. Con los golpes de la batería los bailarines patinadores se exhiben para el público con un caos de extremidades y chispas que las ruedas arrancan del cemento.

Aunque si consiguieras mirar a los bailarines a los ojos, descubrirías que apartan la mirada con timidez. Salir a la pista a uprockear no es fácil. Es mucho más fácil quedarse de brazos cruzados con los labios fruncidos y cabeceando levemente mientras no le quitas ojo al vecino que has escogido y valoras el espectáculo.

El ritmo es un traqueteo que retumba por toda la calle Pacific, hasta Nevins y la Tercera Avenida, un toque de rebato para quienquiera que aún no se haya enterado: «En la Treinta y ocho hay movida, tíos».

A continuación les toca a los Flamboyan. Quienes recuerden algo más de esa noche aparte de la aparición de Flowers, admitirán que DJ Stone se comió con patatas a los Disco Enforcers. Stone no solo domina los cortes, los agota. Además, mientras que los pinchas de los Enforcers exhortan ellos mismos al público -con espaciados «¡Todo el mundo!»-, Stone tiene a un chico con micrófono que chilla a la gente, uno que debe de imaginarse que es el hermano pequeño de Flowers. El canijo chavalín, que se hace llamar MC Ruff, no para de rimar y tararear.

Los Flamboyan no llevan bailarines: las transiciones de Stone y los gritos de Ruff bastan para convertir el patio entero en un tren de soul. No hay grandes sorpresas, solo «Paradise Is Very Nice» y «Love Is The Message» mezcladas de mil modos diferentes. Son las melodías que consiguen despegar a la gente de la pared. Sobre todo «Love Is The Message». Es de MFSB, banda representativa del sonido Filadelfia. Las siglas del nombre significan «Mother, Father, Sister, Brother», aunque los que están en el ajo saben que en realidad alude a las siglas inglesas para «Capullos Hijos de Perra». No hay DJ que no tenga tres o cuatro ejemplares del preciado sencillo, es el ingrediente básico de cualquier sesión y nadie se queja.

Dos horas después escuchan otra vez «Love Is The Message» de mano de Flowers. Suena igual de bien, mejor. Flowers en persona hechiza, es un grandullón jamaicano o antillano, por encima de afiliaciones y rencillas, como Kung Fu. Flowers es uno de los descubridores - los separadores - del break, uno de los que demostró con qué pasión puede bailar la gente un fragmento de una canción liberado de la carga de las letras o la melodía. Y esta noche lo demuestra de nuevo.

A estas alturas ya hace mucho que han desaparecido las mesas de juego y el papel crepé de la calle Bergen. Este es el único lugar donde desearías ser visto. Habrá unos trescientos chavales alrededor de los amplificadores y los platos, con los bailarines en primera fila y los tipos duros distribuidos por facciones: Atlantic Terminals, jardines Wyckoff, hispanos de la Quinta Avenida. Nadie quiere ser el loco que empiece una pelea, pero el orgullo exige mantenerse vigilante ante cualquiera que te mire a ti o a tu chica durante demasiado rato. Los rivales forman filas indias y bailan su agresión disparándose movimientos. Por supuesto, estallan un par de escaramuzas. Pero es una reunión pacífica y apenas hay llamadas a la policía, que al final aparece gritando al filo de la medianoche y confisca las navajas que un grupo de chicos lleva escondidas en los calcetines, un policía recibe un golpe de nunchaco en las rodillas y todo el mundo huye del patio del colegio con el pitido de la música todavía en los oídos, cuando la fiesta no había hecho más que empezar.

No obstante, la sesión de Flowers dura lo bastante para convertir la noche en legendaria. La jam de 1977, justo antes del apagón. El patio oscuro iluminado por el destello de las linternas del DJ siguiendo los temas y las series de transiciones se funde en la memoria con la noche de bengalas y velas de una semana después. Es decir, en la memoria de todos menos del chico blanco, la única cara blanca de todo el patio del colegio acompañado y vigilado de cerca por su colega Dose. No hubo apagón para el chico blanco. Ha perdido su última partida de ajedrez, se ha comido su último bocadillo de pavo de la señora Lomb, mañana se subirá a un autobús Greyhound con destino a Vermont. El chico Aire Fresco.

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