Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad

Здесь есть возможность читать онлайн «Jonathan Lethem - La Fortaleza De La Soledad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Fortaleza De La Soledad: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Fortaleza De La Soledad»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

«La fortaleza de la soledad ejemplifica, sin necesidad de grandes aspavientos vanguardistas, nuestro paradójico signo de los tiempos», Qué Leer
Esta es la historia de un chico negro y uno blanco: Dylan Ebdus y Mingus Rude, vecinos que comparten sus días y defienden su amistad a capa y espada desde un rincón de Nueva York. Esta es la historia de su infancia en Brooklyn, un barrio habitado mayoritariamente por negros y en el que comienza a emerger una nueva clase blanca. Esta es la historia de la América de los años setenta, cuando las decisiones más intrascendentes -qué música escuchar, qué zona ocupar en el autobús escolar, en qué bar desayunar- desataban conflictos raciales y políticos. Esta es la historia de lo que habría pasado si dos adolescentes obsesionados con superhéroes de cómic hubieran desarrollado poderes similares a los de los personajes de ficción. Esta es la historia que Jonathan Lethem nació para contar. Esta es La fortaleza de la soledad.
Jonathan Lethem (Nueva York, 1964) es una de las voces más inventivas de la ficción contemporánea. Es autor de nueve novelas y depositario de distinguidos galardones, como el Premio Nacional de la Crítica de Estados Unidos.

La Fortaleza De La Soledad — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Fortaleza De La Soledad», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Vámonos.

Podías huir de una mujer de menos de metro y medio de altura y con un bebé en un cochecito, alejarte histérico y atolondrado. Únicamente las amenazas reales te petrificaban, te convertían los pies en ladrillos, te impelían a buscar en el bolsillo y entregar billetes y monedas. A saber por qué.

Mingus se colgó de la valla que bordeaba el parque, balanceó una pierna, se dejó caer. Dylan, al intentar seguirle, se quedó doblado sobre la valla. Mingus trató de cogerlo de los brazos mientras Dylan buscaba dónde apoyar los pies. Cayeron los dos juntos del otro lado, como gatos de dibujos animados en un saco.

– ¡Jo, hijo, sal de encima!

Dylan encontró las gafas caídas en la hierba. Mingus se sacudió los pantalones, la chaqueta, cual James Brown palpándose la ropa en busca de pelusas imaginarias. Sonreía, resplandecía. Tenía un trozo de una hoja entre los rizos del pelo.

– Levántate, hijo, ¡estás por los suelos!

En los momentos más felices, Mingus llamaba «hijo» a Dylan con voz atronadora, era otra cita, mitad Redd Foxx, mitad Foghorn Leghorn de Looney-Tunes .

Le tendió la mano a Dylan, le ayudó a levantarse.

Las colisiones físicas tenían algo, un momento que daba salida a la irritación afectuosa. No era algo sexual, más bien el fastidio rutinario de que, hicieras lo que hicieras con tu tiempo, acabara siempre en batacazo.

Dylan quería quitarle la hoja del pelo a Mingus, pero la dejó donde estaba.

Descendieron penosamente una cuesta que daba a un trozo de tierra escondida, un triángulo inclinado de ailantos y hierbajos descuidados; jadearon exhaustos al borde de la vía rápida Brooklyn-Queens mientras los coches zumbaban, indiferentes, más abajo. El lugar estaba lleno de colillas, botellas de litro y restos de neumáticos. Formaba un oasis de negligencia, con el permiso secreto de la casa abandonada. Incluso los Heights limitan con escombros, la basura característica que lo apuntalaba todo.

De nuevo habían seguido pasos famosos, como peregrinos. La pared de piedra que se erguía hasta el Promenade estaba cubierta de letras de casi dos metros de alto, pacientes obras maestras del graffiti expuestas a la vista de los conductores. Regresaron hacia la carretera para contemplar los graffiti, Dylan se ajustó las gafas. «MONO» y «LEE»: el Dynamic Duo había pasado por allí.

En la imaginación de Dylan, Mono es negro y Lee blanco.

Mingus se apoyó en la pared pintada, a la sombra de los ailantos, encendió el mechero azul y lo acercó inclinado al extremo de una pipa de cromo pequeña y con forma de grifo, otro producto sorpresa extraído del forro de la chaqueta verde. Con la cabeza ladeada y bizqueando de concentración, Mingus inhaló el humo, apretando los labios con fuerza para mantenerlo dentro. Se le escapaba humo por la nariz. Señaló a Dylan con la barbilla y, por fin, exhaló.

– ¿Te apetece un porro?

– Paso. -Dylan trató de parecer despreocupado, de expresar una negativa incidental que podría no haberlo sido.

Por debajo, los camiones pasaban ruidosamente, formaban un muro en movimiento. Un muro que lucía sus propios graffiti de otras zonas de la ciudad, comunicaciones extranjeras diseminadas por mensajeros indiferentes, como un virus.

– Se lo he pillado a Barrett. Guarda la hierba en el congelador.

Por entonces Mingus llamaba Barrett a su padre. Para Dylan era la clave de todo, un posicionamiento crucial. A solas, Dylan practicaba por lo bajo: «Abraham, Abraham, Abraham».

– ¿Lo sabe? -preguntó Dylan.

Mingus negó con la cabeza.

– Tiene tanta que ni siquiera lo nota.

Volvió a encender el mechero, la cazoleta de la pipa se volvió naranja brillante, crujió levemente. Dylan se esforzó por no dejar entrever la fascinación que sentía.

– ¿Has fumado hierba alguna vez?

– Claro -mintió Dylan.

– No es para tanto.

– Ya.

– Todo el mundo se coloca con algo, ya lo dice Barrett.

«Todo el mundo se coloca con algo» llevaba una traza de «La madre se ha ido, pero el chico sigue adelante», como si de ADN musical se tratara.

– Está bien, la he probado antes, es solo que ahora no me apetece.

– ¿Antes? -Mingus le puso a prueba con delicadeza.

– Claro. Mi madre es una porrera. -En cuanto las palabras salieron de su boca supo que había traicionado a Rachel, que la había lanzado como a una chapa con la que juegas con indiferencia, una que no te importaría perder.

Encogiéndote de hombros en tu propio lenguaje de falsa despreocupación, descubriste lo que ya sabías. Las historias estaban enterradas en las palabras como bromas, a la espera.

Cangrejo Huidizo, «pero no sin su olla» (¿de maría?).

– Sí, bueno, pues hablando del tema: mi madre le dio la patada a Barrett por drogata -dijo Mingus.

Se vio obligado a contribuir con su propio desastre, luego se calló. Posiblemente mencionar en voz alta a la madre de cualquiera, incluso la propia, constituía un error de cálculo capaz de dinamitar una tarde.

Nunca estabas a salvo de una metedura de pata así: bastaba con pronunciar la palabra prohibida y lo demás venía solo. Al evitar cualquier mención de la Escuela de Secundaria 293 o de los términos «blanco» o «negro» podías creerte a salvo, pero te equivocabas.

Debería existir otro lenguaje. Tal como estaban las cosas, hablar de Rachel te dirigía como la sombra de un reloj de sol hacia situaciones del tipo Robert Woolfolk, cosas que habías decidido olvidar. Y te encontrabas de regreso a un punto en el que no querías estar. Atrapado en la red.

Un chico blanco de sexto curso, muriéndose de vergüenza bajo los focos.

Estrangulado.

«Tu mamá.»

Mingus escondió la pipa en la chaqueta. Los dos juntos remontaron la cuesta, escalaron la valla sin problemas y regresaron en silencio por Pierrepont, dejando atrás el Promenade. Aunque ahora Dylan se sentía preparado para aceptar el El Marko, listo para destapar el fieltro empapado de tinta violeta y sentirlo fluir bajo su mano, para descubrir su firma de grafitero y estamparla en los laterales de las farolas junto al DOSE de Mingus, no escribieron nada. Mingus mantuvo las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta, apretando los puños contra el forro para agarrar mechero, pipa y rotulador y que no chocaran entre ellos ni rebotaran en los muslos.

Mingus caminaba delante. Con la hoja todavía en el pelo.

Dylan ni siquiera era un toyaco, todavía no.

Probablemente Mingus también iba colocado, con la cabeza en otro cuadrante, tal vez en la Zona Negativa. Demasiados elementos que tomar en consideración. Simplemente «otro avance repugnante», por citar a Ben Grimm, más conocido como la Cosa.

Había aprendido a no tocar el correo hasta que el muchacho regresara a casa del colegio, a permitirle dejar la mochila y escudriñar lo que fuese que hubieran echado al buzón hasta separar la postal de Cangrejo Huidizo, cuando la había, y esconderla entre «sus cosas», una categoría del chico en perpetua expansión. Solo cuando Dylan había separado el correo con el pie, esparciéndolo por el suelo de la entrada y abandonándolo allí, Abraham Ebdus recogía sus facturas, cartas, anuncios de exposiciones, lo que fuera en cada ocasión. Así que el correo del día se quedaba toda la tarde junto a la puerta y Abraham, al bajar del estudio a la cocina en busca de un café o unos bocadillos, hacía cuanto podía para no fijarse en si había una postal que asomara entre el montón de cartas. No quería saberlo.

Esa noche, una vez Dylan hubo cruzado el vestíbulo y se hubo dirigido a la cocina para dejar los deberes sobre la mesa, Abraham descubrió que el cartero había metido un paquetito por el buzón de la puerta, una devolución con el nombre de su jefe nuevo. Aunque adivinó el contenido al instante, se quedó mirando el paquete durante un minuto largo mientras la oscuridad se amontonaba detrás de sus ojos en una suerte de cefalea compuesta de orgullo y rabia. Cuando por fin lo abrió le recorrió el cuerpo un escalofrío de odio a su propia persona y a punto estuvo de romper el envío por la mitad, de destruir el delgado libro de bolsillo antes de darlo a conocer.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Fortaleza De La Soledad»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Fortaleza De La Soledad» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Fortaleza De La Soledad»

Обсуждение, отзывы о книге «La Fortaleza De La Soledad» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x